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Movimientos calculados

Por ahora queda atrás la posibilidad de una guerra entre Estados Unidos e Irán.

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No había terminado la primera semana de 2020 cuando el mundo entero se encontró conteniendo la respiración por la crisis en el Medio Oriente. El ataque mortal de Estados Unidos contra el general iraní Qasem Soleimani generó la incertidumbre global no solo por el eventual desencadenamiento de una confrontación militar entre ambas potencias, sino también por los impactos en los mercados de petróleo.
Si bien el régimen de Teherán juró venganza contra Estados Unidos, la retaliación de los iraníes se limitó a un contraataque de una veintena de misiles lanzados contra dos bases norteamericanas en territorio iraquí. Tanto el presidente Donald Trump como los dirigentes iraníes cantaron victoria ante sus respectivas audiencias y, lo más importante, evitaron el anuncio de futuras intervenciones armadas y mostraron la capacidad de hacer movimientos calculados para desactivar el conflicto.
Lo anterior conjuró un toma y dame militar de varios días que puso a Estados Unidos e Irán en el punto más cercano a la guerra declarada desde la crisis de los rehenes en la embajada, en 1979. Si bien la decisión de Trump de atacar al general más poderoso del régimen iraní no se convirtió en el detonante de la próxima guerra estadounidense, las consecuencias de la muerte de Soleimani no se han empezado a sentir aún en la seguridad de los países del Medio Oriente.
En el corto plazo, los peores temores generados por el golpe a Soleimani, que incluían el escalamiento del conflicto armado, no se materializaron. Esto ha llevado al presidente Trump y a sus seguidores a enmarcar el ataque estadounidense como una jugada audaz que reivindicaría la decisión de la Casa Blanca de revertir la política de su antecesor, Barack Obama. El actual presidente de Estados Unidos ha preferido un abordaje más duro frente a Irán y su programa nuclear.
A esto se añade el hecho de que 2020 es un año electoral en el que Trump se juega su reelección. Una postura de ‘halcón’ frente a un enemigo tradicional de Estados Unidos como Irán favorece el discurso de campaña nacionalista del hoy ocupante de la Casa Blanca. Asimismo lo ayuda a diferenciarse de sus competidores del Partido Demócrata que favorecen el diálogo como camino para frenar el programa nuclear de Teherán.
Aunque los movimientos calculados de ambas partes le bajaron la temperatura a la tensión en el Medio Oriente, sería un craso error interpretarlos como el punto final de la crisis. Al contrario, en el mediano y largo plazo, lo más factible es que el asesinato del militar más poderoso de Irán cambie las reglas del juego militar y geopolítico en esta convulsionada región.
Las opciones de retaliación que Irán probablemente ejercerá contra los intereses norteamericanos en los próximos meses y años no son pocas. El régimen de los ayatolás ha construido por décadas una intrincada red de milicias chiitas y grupos terroristas aliados en Siria, Líbano, Palestina, Yemen, Baréin, Pakistán, Afganistán e Irak. Lo más factible es que estas organizaciones lancen ataques contra intereses y aliados estadounidenses.
En materia nuclear, Irán ya anunció que continuará su programa y que no respetará las restricciones del enriquecimiento de uranio que tenía el acuerdo pactado en 2015 con Washington y las potencias europeas. Con respecto a Irak, uno de los frentes de guerra abiertos que hoy tiene Estados Unidos, este seguirá convertido en un campo donde Washington y Teherán mantienen un pulso de poder.
La crisis puso sobre la mesa la efectividad de la política de Estados Unidos no solo frente a Irán, sino sobre todo el Medio Oriente. Trump ha desplegado una estrategia errática en sus casi tres años de istración. Por ejemplo, las decisiones de la Casa Blanca en el manejo de la guerra en Siria han terminado fortaleciendo la presencia e influencia de Rusia y de Vladimir Putin.
Aún están por desarrollarse las reales consecuencias de la decisión de Trump tanto sobre la seguridad en los países del Medio Oriente como sobre la política de Estados Unidos hacia esa región
Al menos en el discurso, el presidente norteamericano ha insistido en que el petróleo de la región ya no es importante para la seguridad energética de Washington, así como en la urgencia de reducir la presencia de tropas estadounidenses en Irak y Afganistán. No obstante, escalar el conflicto con Irán generará todo lo contrario: un mayor involucramiento en toda la región.
Las aguas han bajado. Pero los vientos de guerra, con petróleo de por medio, traen consecuencias para el mundo entero. Los mercados han reaccionado favorablemente a estas señales de desescalamiento, aunque los precios del crudo seguirán sensibles a cualquier movimiento en la región. Sin embargo, el ataque a Soleimani tendrá más consecuencias en frentes tales como la relación con Europa y los aliados regionales, entre ellos Israel y Arabia Saudita. La expectativa está en cuáles serán las siguientes movidas, tanto de Trump como del ayatolá Jameini.
EDITORIAL

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