Resulta increíble, pero es cierto, que El Padrino, la saga cinematográfica inventada por Francis Ford Coppola a partir del best seller de Mario Puzo, está cumpliendo cincuenta años de haber sido presentada al boquiabierto público del mundo. Para conmemorar la fecha, no solo va a ser reestrenada en varios teatros del planeta, y relanzada en discos y en plataformas, sino que su filmación llena de giros y de reveses y de personajes irrepetibles va a ser contada por una serie titulada –como un guiño a una de las líneas más famosas de la película– La oferta. Es claro, pues, que El Padrino cumple medio siglo de ser uno de esos raros casos en los que la crítica especializada y la audiencia se encuentran plenamente de acuerdo. El Padrino es un patrimonio de los cinéfilos.
Según las encuestas de los expertos del American Film Institute o de la revista Sight & Sound, que han dado lugar a prestigiosas listas de las mejores películas de la historia, la trilogía de El Padrino sigue siendo una de las producciones más importantes –más brillantes e influyentes– que se hayan filmado. Sucedió, claro, en el momento en que tenía que suceder: esa larga década del llamado Nuevo Hollywood, de finales de los sesenta a comienzos de los ochenta, en la que se filmaron ciertos largometrajes que no solo se encuentran entre los mejores que existen, sino entre las grandes obras de arte que se consiguen.
Coppola era, para ese momento, una de las voces más respetadas de aquel grupo de nuevos e indomables cineastas que lo transformaron todo: De Palma, Lucas, Scorsese, Spielberg. Pero con El Padrino confirmó su talento, catapultó las carreras de sus intérpretes y retrató por dentro los riesgos que corre una sociedad empujada y regida y vigilada por el dinero. Supo escribirla con un pulso que ya querrían tener los novelistas. Supo filmarla de la mano del cinematógrafo Gordon Willis. Supo llenarla de música bella y trágica. Y el resultado es esta obra maestra que siempre está estrenándose.
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