La historia, por desgracia, vuelve a ser la misma. Mujeres bajo el asedio de un hombre que ha dado todas las señales de representar un peligro real para su vida y un desenlace que termina siendo fatal, en el que se lamenta que los pedidos de auxilio de la víctima de nada hayan servido.
El domingo, en pleno centro comercial Unicentro de Bogotá, Érikha Aponte fue brutalmente asesinada por su expareja Christian Camilo Rincón, con quien tenía un hijo de cuatro años. Según ha trascendido, la convivencia de Érika con Rincón fue para ella un infierno y mucho le costó reunir el coraje para librarse del yugo de una persona que ejercía contra ella todo tipo de violencias. Hecho esto, denunció el caso en una casa de justicia. De allí fue remitida a una comisaría, donde se le dieron cuatro medidas de protección. Ayer se supo que Rincón había estado ya en su lugar de trabajo y se conocieron detalles de cómo la chantajeaba y agredía.
Aquí hay que poner la lupa en la situación en la cual se encuentran miles de mujeres que claman por protección al saberse en peligro real a causa del machismo tóxico no reciben la respuesta que su situación amerita. Urgen medidas, reformas, para que ante una situación así las autoridades puedan actuar de forma más contundente y aislar al potencial agresor. Con razón se exige que las medidas de protección que expiden las comisarías tengan el respaldo inmediato de la Policía. Hoy es tarea de la propia víctima llevar el documento a las autoridades. Absurdo.
En pleno Día de la Madre, el feminicidio de Érikha no fue el único: una mujer –cuya identidad no se ha establecido– fue asesinada en la cárcel de Cómbita durante una visita conyugal, indefensa ante su agresor –su exmarido– en un espacio que debe ser seguro para ellas. Otra mujer, Lizeth Natalia Rincón, con cinco meses de embarazo, fue víctima de sicariato al salir de la cárcel Modelo de Bogotá. Hay que hacer todos los esfuerzos posibles para evitar estas tragedias.
EDITORIAL