Por primera vez en los 203 años de vida republicana, Colombia tendrá un jefe de Estado de izquierda, Gustavo Petro, quien derrotó ayer a Rodolfo Hernández con una diferencia que al escribirse estas líneas rondaba los 700.000 sufragios. El vencedor obtuvo más de 11 millones de votos, la cifra de respaldos más alta de la historia. Nacido en Ciénaga de Oro (Córdoba), economista, desmovilizado del M-19, firmante de un acuerdo paz, exalcalde de Bogotá y parlamentario, su victoria de ayer es el punto más alto de una trayectoria pública de más de tres décadas.
Petro no puede ser inferior a la responsabilidad que encarna ser la cabeza máxima del Estado, guardián de la Constitución
Por su parte, y en una actitud que hay que aplaudir, Hernández reconoció su derrota. Poco después, el presidente Iván Duque se comunicó con su sucesor para felicitarlo y así comenzar un proceso de transición que tendrá que ser armónico y fluido. Ambas señales hablan bien del estado de salud de nuestra democracia.
Así como hay que reconocer con sentido democrático la victoria de Petro, tal como lo han hecho desde anoche diversos sectores de la vida nacional, también hay que destacar el hecho inédito de la llegada a la vicepresidencia de la lideresa social Francia Márquez, la primera afrodescendiente en alcanzar ese cargo. Todo como resultado de una muy alta participación, la mayor para una segunda vuelta desde 1998. Deben resaltarse también el que no se hayan registrado –con excepciones aisladas– alteraciones graves del orden público y la labor de la Registraduría, sobre la cual estaban todos los focos y que pudo salir avante para el bien general.
Dicho lo anterior, son muchos y muy complejos los retos que encontrará Petro una vez asuma el cargo el próximo 7 de agosto. Ya habrá tiempo para detenerse en cada uno. Pero hay uno fundamental: mostrar el talante de un líder llamado a unir un país dividido. Obrar con generosidad y sincero ánimo de inclusión, sin cuentas de cobro, con la grandeza de los gobernantes que miran al futuro. Esto implica entender que su liderazgo ahora cobija también a las más de 10’580.000 personas que respaldaron la aspiración de Hernández. Es crucial el demostrar con hechos de su compromiso con la responsabilidad que encarna ser la cabeza máxima del Estado, guardián de la Constitución. Pasar la página de una larga trayectoria marcada por posturas críticas y dar paso a una en la que de sus decisiones depende la salvaguarda del Estado de derecho.
En ese contexto, hay que recoger como un buen paso su discurso de anoche, cuando llamó a un gran acuerdo nacional, con respeto por la oposición, y sobre la base de sus palabras: “El cambio no es para vengarnos, ni construir más odios”.
En esta misma línea, no se puede desconocer lo que implica su llegada a la primera magistratura en términos de cambio de enfoque y prioridades del Ejecutivo. En este sentido, de las primeras señales que dé sobre cuál será el rumbo de su mandato hoy tomarán atenta nota los mercados. Aquí, lo más conveniente para el país es que estas tengan un contenido tranquilizador. Y es que ha terminado una campaña tormentosa y es hora de aplacar los ánimos y esperar que el gobierno del mandatario electo se desarrolle en el tono incluyente de su primer discurso, en el entendido de que una gestión acertada es, en todo caso, para bien del país.
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