Hay hechos que rozan con lo que se atribuye al sino de los seres, con la tragedia o, inclusive, con lo inverosímil. Pasó, por ejemplo, con el alemán Michael Schumacher, ese ‘monstruo’ –en el sentido amable del término–, ganador en siete ocasiones del campeonato mundial de Fórmula 1, entre sus 91 victorias, y quien batió casi todos los récords, si no todos. Pero el 29 de diciembre de 2013, mientras esquiaba en los Alpes ses, sufrió un grave accidente que le causó, al parecer, un daño cerebral irreversible. Su familia ha mantenido discretamente su estado de salud.
Ese trágico accidente conmovió al mundo. Ahora, otra vez, la fatalidad toca a otro grande del deporte, pues la muerte se le cruzó en una curva al plusmarquista mundial de maratón, el keniata Kevin Kiptum, de solo 24 años, quien conducía su camioneta en su país y se salió de la vía. También murió allí su entrenador, Gervais Hakizimana, un exitoso atleta ruandés, de 36 años, que corría mucho en Francia y quien llegó a la vida profesional de Kiptum y se convirtió en la sombra, con lo difícil que suele serlo, de uno de los más rápidos sobre la tierra. Una mujer resultó gravemente herida.
Kevin Kiptum era ya leyenda a su temprana edad, porque marcó la historia. Rompió, apenas en su tercera maratón, la marca de Eliud Kipchoge, considerado el más grande de todos los tiempos. Así, corriendo tranquilo como se lo veía, Kiptum conquistó el récord del mundo en Chicago, en octubre del año pasado, con 2 horas y 35 segundos para los 42,195 kilómetros.
Por lo que se esperaba de él, por lo que ya era, hay duelo universal. Y dudas. Ahora se investiga si algo extraño hubo, pues unos días antes lo buscaron unos hombres en su casa, que no se identificaron, dijo su padre. Ayer, tres fueron detenidos. La claridad es urgente. Pero lo cierto es que un atleta irable tomó muy temprano el camino a la gloria eterna.
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