Sean Connery

No estaba bien de salud el actor inglés Sean Connery en estos últimos años. Ya no conseguía hablar. Sufría de demencia. Trataba de desvanecerse, según contó su esposa en días pasados, sin hacer ninguna clase de ruido.

Y, sin embargo, gracias a una carrera llena de películas imborrables, los espectadores del mundo lo tenían y lo tendrán presente –más vivo y más vital que nunca– todos los días de sus vidas: fue el mejor James Bond de todos los tiempos, como dicen los actores que han interpretado al agente 007, en clásicos imborrables de la altura de ‘Dr. No’, ‘De Rusia con amor’ y ‘Goldfinger’, pero además encarnó una decena de personajes memorables en obras tan brillantes y tan disímiles como ‘Marnie’, ‘La colina’, ‘El hombre que fue rey’, ‘El nombre de la rosa’, ‘Los intocables’, ‘Indiana Jones y la última cruzada’ y ‘La caza del octubre rojo’.

Connery nació en Edimburgo en 1930. Después de treinta de lucha por la supervivencia, en la marina, en el modelaje, en el teatro, en la televisión y en el cine, aceptó interpretar el papel del agente secreto a regañadientes –de 1962 a 1970– porque tenía claro que echaría a volar su carrera, pero lo acompañaría hasta la tumba: ‘Actor de James Bond muere a los 90 años’, tituló la BBC apenas se enteró de la noticia. Su carrera de 50 años, que lo llevó a trabajar con maestros del cine como John Huston, Sidney Lumet, Brian De Palma, Steven Spielberg y Gus Van Sant, fue dejándole premios y premios: el Óscar, el Bafta, el Globo de Oro.

Spielberg lo buscó hace unos años para que regresara al mundo del cine, pero ya era tarde para él: Connery prefirió vivir sus últimos años en su casa en las Bahamas, junto a la pintora Micheline Roquebrune, lejos de las controversias políticas, de las vanidades de la industria del cine, de las investigaciones fallidas de las autoridades de impuestos. Estaba claro que había sido un actor extraordinario capaz de encarnar hombres muy diferentes, pero que todos habían tenido en común su sabiduría y su dignidad.

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