El presidente Trump sigue siendo centro de las miradas del mundo, así tenga unas de cal y otras de arena. Este fin de semana volvió a robarse los titulares tras una explosiva cumbre del G-20 en Osaka (Japón), durante la que criticó a muchos de los aliados naturales de Estados Unidos mientras siguió mostrando afinidad y cercanía con líderes y países de tendencias autoritarias.
En la prensa de su país fue muy criticada una reunión con el presidente Vladimir Putin en la que ambos se refirieron en términos burlescos, por demás, a la interferencia de Moscú en las elecciones presidenciales del 2016, pese a que todas las agencias de inteligencia estadounidense han concluido que el Kremlin las manipuló para favorecer a Trump.
Así mismo, resultaron destemplados sus ataques contra la prensa, luego de sugerirle a Putin “deshacerse” de reporteros y medios de comunicación por publicar ‘fake news’. Lo cual es delicado en Rusia, donde han muerto más de 60 periodistas en dos décadas y el Estado suele ejercer presión para limitar la libertad de expresión.
Además, Trump no tuvo reparos en felicitar a Mohamed bin Salman, príncipe heredero de Arabia Saudí, por “el gran trabajo” que viene realizando, a pesar de que existe consenso en que fue él quien estuvo detrás de la brutal ejecución del columnista de ‘The Washington Post’ Jamal Khashoggi, que conmovió al mundo.
Y desde allí coordinó su sorprendente visita a Corea del Norte para reunirse con el dictador norcoreano Kim Jong-un y convertirse, de paso, en el primer mandatario de EE. UU. que pone un pie en este país comunista, lo cual fue calificado como un hecho histórico.
Preocupa que el presidente Trump siga mostrando mucha afinidad con líderes de tendencias autoritarias
El objetivo de Trump es loable –erradicar la amenaza de una Corea con armas nucleares–, y en esto hay que desear buenos resultados, pero pocos han entendido que le hiciera semejante concesión a un Kim que poco o nada ha ofrecido en las negociaciones, que ha reanudado sus pruebas con misiles balísticos de largo alcance y cuyo récord en derechos humanos es, quizá, de los peores del planeta.
Todo eso mientras criticaba a Japón, el país anfitrión y estrecho aliado de EE. UU., por el acuerdo de defensa suscrito entre ambas naciones al finalizar la Segunda Guerra Mundial, y a Alemania por “no pagar lo que le corresponde” en la Otán.
En medio de todo ese ruido, de momento desactivó una escalada en la guerra comercial que libra con Pekín al anunciar, tras una reunión con Xi Jinping, que frenará la imposición de nuevos aranceles contra China y permitirá la venta de productos estadounidenses a la tecnológica Huawei.
Sin embargo, ambos países aún están lejos de un acuerdo final, y siguen vigentes los aranceles sobre 250.000 millones de dólares en exportaciones de China a EE. UU. –y 110.000 millones que impuso Pekín en retaliación–, cuyos efectos ya se sienten en el comercio internacional.
Trump hizo suya una cumbre desangelada; no hay duda. Si bien realizó campaña prometiendo un enfoque nacionalista en el que siempre pondría los intereses de su país primero, debe recordar que EE. UU. sigue siendo el líder del mundo libre y que sus acciones provocan efectos muchos más allá de sus fronteras.
EDITORIAL