Hubo una época no muy lejana en la cual Colombia se convirtió en modelo en materia de gas natural en el ámbito regional. Junto con una producción interna que era adecuada para atender las necesidades de la industria, tuvo lugar una masificación del servicio que llevó la conexión a millones de hogares.
En paralelo, cientos de miles de vehículos adoptaron la tecnología que permitió el uso de un combustible menos contaminante y más económico que la gasolina. El desarrollo de infraestructura y la búsqueda de nuevos yacimientos hicieron pensar a los optimistas que en esta materia tendríamos un futuro despejado.
Lamentablemente, esa visión no coincide con la realidad actual. Hace ya un tiempo que el país dejó de ser autosuficiente, por efecto no solo de un declive que ya estaba anunciado, sino por la ausencia de medidas correctivas. Este faltante llegaría al 19 % de nuestras necesidades en diciembre, y todo apunta a que la proporción será cada vez mayor durante lo que queda de la presente década.
Esto no es sorpresivo. Los expertos habían advertido lo que vendría. Es conocido que, en lugar de promover la búsqueda de nuevas reservas en el territorio continental del país, el sector de los hidrocarburos se ha enfrentado a un clima hostil que se expresa en un notorio desplome de los taladros destinados a pozos exploratorios.
Justo cuando en el mundo el uso del combustible sigue en expansión, acá parecemos ir en contravía de las tendencias globales.
Si bien es cierto que bajo las aguas del mar Caribe, frente a la Sierra Nevada de Santa Marta, hay un importante depósito que garantizaría el pleno abastecimiento, habrá que esperar varios años antes de contar con el suministro. Además de los desafíos propios de la ingeniería, aparecen los permisos y las consultas con las comunidades que pueden alargar la concreción del proyecto.
Resulta deplorable que, a pesar de las alertas, la istración Petro se haya negado durante meses a reconocer la existencia de un déficit. Tan solo ahora se le han dado indicaciones a Ecopetrol para que importe gas por el puerto de Buenaventura, lo que tomará tiempo porque hay que contar con las instalaciones adecuadas.
Debido a tales circunstancias, estamos a las puertas de una crisis mayúscula que afectará a los colombianos de todo tipo, comenzando por los más humildes. Pero, en medio de su empecinamiento ideológico, el Ejecutivo ha preferido intimidar y adjudicar a terceros las culpas de su falta de acción, en lugar de corregir el curso.
Todavía hay tiempo de mitigar los impactos. Como se mencionó en el congreso de Naturgás en Barranquilla, flexibilización de normas que permiten la comercialización de la molécula, autorización de inversiones para ampliar la capacidad de transporte o estímulos a la exploración servirían para amortiguar el golpe anunciado. No menos importante es dejar de mirar al sector privado como un antagonista, cuando este tiene cómo aportar las respuestas que le sirven a la gente y que consisten en que haya gas abundante y a precios razonables.
Justo cuando en el mundo el gas natural sigue en expansión, acá parecemos ir en contravía de las tendencias globales. Como vamos, deberemos surtir la demanda interna con importaciones costosas, arriesgándonos a regresar a un pasado indeseable que podría evitarse con solo haber aplicado el sentido común.