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Urge la presencialidad

Cada día que pasa sin que tres millones de niños puedan regresar a las aulas inflige un enorme daño.

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Uno de los factores cruciales para la positiva dinámica de la economía colombiana de los últimos meses ha sido la decisión de la reapertura total de la mayoría de los sectores productivos. Esto ha conducido al retorno de comercios, conciertos, bares y discotecas y al impulso del empleo en esas actividades. Lamentablemente no se puede decir lo mismo del regreso de los estudiantes de colegios a las clases presenciales.
Hasta el pasado 30 de septiembre el Ministerio de Educación Nacional registraba que el 71,1 por ciento de los casi diez millones de niños, niñas y adolescentes matriculados habían retornado en algún grado de presencialidad a sus escuelas públicas e instituciones privadas. Esto significa que 2’868.269 estudiantes aún se mantienen alejados de las aulas y, en el mejor de casos, educándose por vía virtual.
Si bien estos guarismos han venido mejorando, el ritmo en el que la presencialidad escolar está desplegándose en el territorio nacional merece acelerarse. De acuerdo con el Observatorio de la Gestión Educativa de Empresarios por la Educación, 10 de las 96 secretarías de Educación reportan un avance en la presencialidad de menos del 40 por ciento y otras 33, entre 40 y 70 por ciento. Dentro de las más atrasadas están, por ejemplo, las de departamentos de Magdalena y Cesar, y capitales como Santa Marta y Cúcuta.
Ya son más de 403.000 docentes y de la comunidad educativa que han sido vacunados contra el covid-19.
Ya no hay más excusas que justifiquen que, tras más de 18 meses de pandemia, casi tres millones de niños y adolescentes no puedan disfrutar de su básico derecho a la educación. En especial cuando ya se ha ejecutado casi el 85 por ciento de los 400.000 millones de pesos destinados y cuando más de 403.000 docentes y de la comunidad educativa han sido vacunados contra el covid-19. Claramente habrá instituciones educativas que aún no gocen de condiciones apropiadas para la necesaria bioseguridad para maestros y estudiantes, pero deben ser reducidas al mínimo.
Cada día que pasa sin que estos casi tres millones de niños dejan de asistir presencialmente a los salones de clase inflige un enorme daño a su proceso educativo y materializa un rezago que no para de crecer. Es inaceptable que la inmensa mayoría de los sectores económicos estén abiertos mientras que la reactivación de la educación registre estos atrasos, sobre todo cuando depende de la voluntad política de actores como los sindicatos de maestros, las asociaciones de padres de familia y las autoridades educativas.
A lo anterior se debe añadir que el 71,1 por ciento que ha regresado a las clases no disfrutan del mismo grado de presencialidad. La calidad de la educación y el acompañamiento de los maestros y la socialización con los compañeros dependen mucho de la intensidad de las sesiones presenciales en comparación con las virtuales. Las preocupaciones se disparan cuando, en encuestas como la de Pulso Social del Dane del pasado mes de agosto, el 11,9 por ciento de los niños han tenido una sesión o encuentro con profesores, y en la medición de pobreza multidimensional, el cierre de los colegios públicos rurales constituyó un poderoso factor de deterioro de las condiciones del campo. No hay que esperar más para pisar el acelerador de la presencialidad. Los niños lo necesitan.
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