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No es solo la forma, es el fondo / Análisis de Ricardo Ávila

La popularidad en descenso de Gustavo Petro no se resume en un problema de comunicaciones.

Las manifestaciones se llevaron a cabo el 14 y 14 de febrero de 2023

Las manifestaciones se llevaron a cabo el 14 y 14 de febrero de 2023 Foto: EL TIEMPO / Archivo Particular

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Una conocida máxima del fútbol sostiene que “la mejor defensa es el ataque”. Tal parece que esa misma consigna ha sido adoptada por Gustavo Petro, quien estuvo durante la semana pasada en La Guajira, acompañado de su gabinete ministerial y un puñado de altos funcionarios.
Además de visitar distintos lugares de la península, pronunciar discursos, firmar acuerdos, anunciar obras, hablar con la gente, o invocar la figura de la emergencia económica y social para el departamento, el mandatario suscribió los decretos que permiten la entrada en operación del Ministerio de la Igualdad y la Equidad. Eso sin contar que durante unas horas volvió el jueves a Bogotá para instalar un foro con la presencia del premio nobel de Economía Paul Krugman.
Tan intensa actividad no solo responde a una promesa de campaña o a la convicción personal de alguien que se propuso combatir la desnutrición infantil, sino a la intención de mostrar liderazgo en respuesta a una impopularidad en alza. La más reciente encuesta de Invamer muestra que la desaprobación a la gestión presidencial va en 61 por ciento, lo que representa un salto de 41 puntos en apenas diez meses.
Tras los escándalos de los últimos meses, la ruptura de la coalición que acompañaba al Ejecutivo, el deterioro de la percepción sobre la marcha del país y los tropiezos en el Congreso de los proyectos que forman parte del llamado “paquete social”, es evidente la necesidad de un nuevo aire. Dominar la agenda noticiosa a punta de acciones mediáticas sirve para proyectar la imagen de un gobernante comprometido con la solución de los problemas nacionales.
Tan intensa actividad no solo responde a una promesa de campaña o a la convicción de combatir la desnutrición infantil, sino a la intención de mostrar liderazgo ante una impopularidad en alza
Y esa estrategia multiplica sus efectos cuando se aplica en regiones apartadas, en donde la presencia del Estado ha sido tradicionalmente insuficiente. Además, los desplazamientos a las zonas lejanas de la capital son una especie de recarga emocional, pues el “petrismo” aflora con más facilidad en la periferia.
No menos importante es que giras como la de estos días le permiten a la Casa de Nariño controlar los mensajes que desea enviarle a la ciudadanía, pues no hay contradictores que respondan de manera inmediata. Hablar sin interferencia es un objetivo claro a la luz del diagnóstico de aquellos que tratan de explicar la pérdida de imagen descrita.
En una entrevista con este diario, el exsenador Gustavo Bolívar señaló que “si la gente está inconforme es porque el Gobierno no ha tenido un buen aparato comunicador”. Por su parte, el saliente presidente del Congreso, Alexander López, afirmó que “tenemos graves problemas de comunicación”.

Cualquier parecido…

No es la primera vez que en Colombia una istración considera que la culpa de sus malos índices de aceptación es consecuencia directa de que no sabe contar lo que hace. Para no irse a tiempos lejanos, tanto Juan Manuel Santos como Iván Duque –cuyas cifras, al cabo de una breve luna de miel, tampoco fueron buenas– insistieron en repetidas ocasiones que la realidad era mucho mejor de lo que mostraban los sondeos.
Bajo esa aproximación bastaba simplemente con saber contar que el Ejecutivo estaba haciendo la tarea para revertir la tendencia y de paso desmontar la narrativa de los opositores. Puesto de otra manera, no había un problema de fondo, sino uno de forma, que se volvió mucho más de difícil de manejar en la época de las redes sociales y de la posverdad.
De vuelta a Gustavo Bolívar, añade que “hay una oposición ávida de poder que manipula la información para impedir que al gobierno de izquierda le vaya bien”. Aparte del tinte ideológico, la frase suena conocida, pues se ha pronunciado desde hace años en cualquier lugar en el que opera la democracia.
Aquello de echarles la culpa a los demás es un mecanismo de defensa de los funcionarios de alto nivel donde niegan la responsabilidad sobre sus errores. Más allá de que el mecanismo sea propio de la naturaleza humana, acaba suprimiendo la capacidad de autocrítica.
Tal como señala Leonardo García, de la firma Speak, “la reputación, definida como los juicios de valor de la sociedad colombiana asociados a los comportamientos del Poder Ejecutivo y del Presidente, se constituye a partir de tres fuentes principales: las actuaciones gubernamentales, lo que un mandatario y su equipo dicen a diario, y el cubrimiento de los medios, tanto formales como informales”. Añade que “cada uno de esos elementos se interrelaciona con los demás y cuando no hay coherencia surgen los tropiezos”.
Y esa visión general claramente opera en el presente. Para el reconocido experto Miguel Silva, “es cierto que a veces los problemas son de comunicaciones y una de las deficiencias de las istraciones nuevas es que no logran armar un concierto sinfónico, ordenado, en el que hay una partitura y un director que, desde Palacio, dice quién habla y define los temas y la agenda”.
A su vez, la periodista Pilar Calderón agrega que “eso es lo que pasa en este Gobierno: cada miembro de la orquesta está tocando la pieza que quiere y por eso lo que escuchamos los demás es solo ruido”. Subraya, en todo caso, que “las comunicaciones no pueden suplir los fallos de la política”.
Concentración en la plaza de Armas.

Concentración en la plaza de Armas. Foto:Presidencia

Como si lo anterior no fuera suficiente, casi la totalidad del peso de la información oficial recae en el Presidente de la República, quien tiene pocos alfiles que lo apoyen. Mucho es consecuencia de que este combine una gran locuacidad hacia afuera con una actitud distante hacia sus propios ministros, que en privado se quejan de que no reciben muchas instrucciones. 
Hasta el mes de mayo tales falencias eran suplidas por la exjefa de gabinete, Laura Sarabia. Pero después de que salió del cargo, la sensación de orfandad es mayor, con lo cual algunos siguen con atención los discursos para poder ajustar las prioridades de sus respectivas carteras.
A primera vista, eso no debería ser un inconveniente porque el jefe del Estado habla mucho y en muy distintos escenarios. Lo complejo es que toca una gran cantidad de temas y su aproximación a los mismos en más de una ocasión se adapta a quienes formen parte del auditorio.
Puesto de otra manera, no siempre lo que se dice en un balconazo coincide con los planteamientos en un Congreso gremial, ante lo cual aparecen varias aproximaciones sobre determinados asuntos. De regreso a la figura usada por Silva, si el Gobierno no tiene una sola partitura, da la impresión de que el Presidente tampoco.
A lo dicho se suma darles prioridad a ciertos canales de difusión. Como afirma el consultor Juan Mesa: "Obviamente todo gobierno quiere que le registren mejor sus logros y que todo lo que haga sea noticia, pero Petro entra en una contradicción al creer que los medios tradicionales le tienen animadversión y funda su estrategia en las redes sociales". Esa dualidad viene con su costo, “pues ningún gobernante que quiera ser exitoso puede concentrarse en unos a costa de otros, pues cada cual cuenta con audiencias y públicos muy diversos”, añade.
De hecho, el mandatario está en una especie de cruzada en contra de la prensa que él considera cercana o representante del establecimiento. Los ataques continuos les han hecho mella a los medios de comunicación cuya opinión desfavorable ha subido a 58 por ciento, según Invamer, pero también golpean al inquilino de la Casa de Nariño, cuya retórica dejó de ser incluyente meses atrás y ahora es más agresiva no solo hacia sus antagonistas políticos sino frente al sector privado o la academia.
Gustavo Petro, presidente de Colombia.

Gustavo Petro, presidente de Colombia. Foto:Presidencia

¿Sin arreglo?

Ante las equivocaciones y falencias a la hora de transmitir los mensajes gubernamentales, suben de volumen los llamados a hacer las cosas de manera distinta. Para el analista Camilo Granada, “las opciones estratégicas de comunicaciones muchas veces pasan no por la evaluación reposada de las cosas sino por la bilis y los prejuicios de los jefes, algo en lo que Petro es un caso típico”.
No obstante, incluso si el jefe del Estado fuera capaz de enmendar la plana sobre lo que dice, tanto él como su equipo, y adopta una actitud menos visceral, el camino que viene es empinado. Miguel Silva sostiene que “el Gobierno es la víctima de un daño autoinfligido, por lo cual su problema no es solo de comunicaciones”.
Según esa visión, “ni uno solo de los grandes dolores de cabeza que incomodan a la istración ha sido generado por la oposición ni por los medios”. En la lista se encuentran las revelaciones sobre supuestos dineros ilegales en la campaña presidencial, maletas con efectivo, polígrafos bajo presión o antipatías expresas entre integrantes de los círculos más altos del Ejecutivo.
A lo anterior se agrega la determinación unilateral de hacer saltar en mil pedazos la coalición que garantizaba las mayorías en el Congreso y la salida de los ministros considerados del ala más técnica y moderada. En paralelo, las quejas de los ciudadanos vienen en aumento ya sea por inseguridad, falta de empleo o percepción de corrupción.
Como si lo anterior no fuera suficiente, la lista de realizaciones es corta y la ejecución presupuestal va por debajo del promedio histórico. Teniendo en cuenta las enormes expectativas que despertó alguien que se comprometió con mejorar significativamente la calidad de vida de los más pobres, la impaciencia a la hora de ver resultados sube.
Para colmos, en lugar de concentrarse en el funcionamiento de la istración, el Presidente sigue dedicado a sacar ideas grandilocuentes del sombrero. Su propuesta de un aeropuerto internacional en el norte de La Guajira se suma a la de un tren de alta velocidad que uniría a Buenaventura con la Costa Atlántica, sin tener en cuenta los obstáculos financieros, ambientales o de conveniencia respecto a macroproyectos que no están sustentados en estudio técnico alguno.
Todo lo anterior no despeja en absoluto el panorama para un Ejecutivo que se enfrenta a una gran crisis de gobernabilidad. La conformación de un movimiento opositor, integrado por partidos con buena representación en el Congreso, hará más difícil conformar las mayorías indispensables para sacar adelante las reformas pendientes en el Capitolio. Entre tanto, las elecciones regionales prometen muy poco para el Pacto Histórico.
No faltará quien insista en el poder que puede llegar a tener la calle para doblegar voluntades. Y si bien eso es verdad, la más reciente ronda de manifestaciones dejó en claro que los contradictores son capaces de sacar más gente a marchar, sin la presencia de ningún sindicato oficial en la organización.
Por tal motivo, se equivocan quienes sostienen que la baja popularidad del Gobierno está relacionada con su escasa habilidad para contar el cuento. Leonardo García insiste en que “se trata entonces no solo de un problema de comunicación, sino de la ausencia de sensibilidad para leer el entorno y actuar en consecuencia”.
Mientras eso no cambie, el declive de la istración seguirá su curso. “Tiene que recuperar gobernabilidad, aprender moderación y ahí sí comunicar mejor”, concluye Miguel Silva. La pregunta es si Gustavo Petro usará estas semanas de receso legislativo para escuchar consejos y recomponer el rumbo o seguirá empeñado en lo mismo. Porque de nada valdrá rehacer las formas si el fondo es igual al de siempre.
RICARDO ÁVILA
ANALISTA SÉNIOR
ESPECIAL PARA EL TIEMPO

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