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Lo que dicen los archivos secretos de EE. UU. sobre el régimen de Rojas Pinilla
Reportes documentan la protesta del presidente Eisenhower por el cierre de EL TIEMPO en 1955.
“El régimen de Rojas Pinilla podría describirse como una oportunidad perdida. Los rasgos personales de Rojas –complejo mesiánico combinado con su lujuria por el poder y la riqueza y su intolerancia a la oposición– fueron probablemente las causas de esta situación más que cualquier otra cosa”.
Así describía al general Gustavo Rojas Pinilla, el único dictador en la historia moderna del país, un despacho secreto enviado al Departamento de Estado de los EE.UU. el 9 de julio de 1957. Habían pasado dos meses desde la caída de Rojas y el autor del reporte era el nuevo embajador estadounidense en Bogotá, John M. Cabot.
Archivos desclasificados del Departamento de Estado y de la Agencia Nacional de Seguridad arrojan nuevas luces sobre los movimientos estratégicos de Washington frente a los sucesos del país en el siglo pasado y de cómo leía a los principales dirigentes colombianos.
Rojas Pinilla (1953-1957) es uno de los líderes más controversiales en la historia colombiana. Llegó al poder por un golpe de Estado apoyado por buena parte del establecimiento político, arropado por la promesa de que iba a detener la sangría de La Violencia entre liberales y conservadores –que según los cálculos de la diplomacia norteamericana dejaba más de 100.000 muertos al momento de la carta de Cabot–.
Gustavo Rojas Pinilla Foto:Archivo EL TIEMPO
En su mandato se lograron avances claves en materia de infraestructura y tecnología –aeropuertos, vías y hasta la llegada de la televisión–, pero rápidamente el autoritarismo y la corrupción empezaron a marcar su gobierno.
Los archivos revelan un intenso cabildeo del régimen de Rojas por lograr mayor a material de guerra, incluidas 50 bombas de napalm que, según advirtió un memorando secreto de mediados de 1955, podrían terminar siendo usadas contra las guerrillas liberales del Tolima y por lo tanto la petición debía ser descartada.
Washington finalmente se negó, si bien hasta septiembre de ese año el antecesor de Cabot, el embajador Philip Bonsal, reportaba la insistencia de oficiales de la Fuerza Aérea en esa adquisición.
La violencia ejercida por el régimen de Rojas Pinilla contra la oposición, que tuvo su escenario más visible con la masacre de la Plaza de Toros de La Santamaría, en febrero del 56, se manifestó primero con la censura y finalmente, con el cierre de los periódicos más influyentes. Empezó con EL TIEMPO en agosto del 55, y la misma suerte corrieron El Espectador, La República, El Siglo y El Colombiano. Según los archivos federales, el presidente de ese país, el general Dwight Eisenhower, protestó por la censura contra EL TIEMPO.
En agosto de 1955, el embajador Bonsal recibió órdenes de reunirse con Rojas Pinilla para manifestarle, según instrucciones de la Casa Blanca, “la preocupación de los Estados Unidos por una acción arbitraria” que, advertía Washington, había generado una reacción negativa en el pueblo americano y “hacía difícil para el Gobierno mantener relaciones cercanas” con Bogotá. La cita se cumplió el 2 de septiembre y el embajador envió a la mañana siguiente un reporte “solo para los ojos del secretario de Estado”, Henry Holland.
Tras recibir el mensaje de Eisenhower, Rojas dio una serie de argumentos sobre el cierre de EL TIEMPO que, según escribió el diplomático, “encontraba muy difíciles de creer”.
Lo que decía el dictador era que el régimen tenía evidencias, basadas en confesiones de guerrilleros liberales, de que supuestamente el expresidente Eduardo Santos, dueño del diario, “estaba involucrado personalmente en la financiación de las guerrillas de la zona del Sumapaz”.
Aseguró también que las columnas y noticias publicadas “eran probablemente usadas para enviar información en código a las guerrillas”, y que, tras los que consideraba “insultos” a su nombre, era casi fijo que si él no cerraba EL TIEMPO –que volvió a circular bajo la marca Intermedio hasta el fin de la dictadura– lo hubieran hecho “las fuerzas armadas indignadas”.
Gustavo Rojas Pinilla Foto:Archivo EL TIEMPO
Rojas le dijo al embajador Bonsal que buscaba que el país tuviera “una prensa decente” que no incurriera en “ataques escandalosos contra el Gobierno y sus representantes”, y manifestó su intención de crear un periódico oficial para evitar la supuesta distorsión de las acciones de su gobierno.
Los archivos incluyen también el reporte de la visita que hizo en 1955 Robert Garner, presidente de la Corporación Financiera Internacional (adscrita al Banco Mundial), según la cual la “conducta personal” de Rojas era “un riesgo”. “(Garner) dijo que Rojas Pinilla era culpable de aceptar regalos excesivos como 2.000 cabezas de ganado y un rancho o dos”, y que estos eran apenas ejemplos de la “corrupción extensiva entre los oficiales colombianos” de la época.
El general estuvo a punto de volver al poder, esta vez por voto popular, en 1970. Sus nietos, Samuel e Iván Moreno Rojas, fueron los cerebros del saqueo a Bogotá con el ‘cartel de la contratación’.