Excremento de cocodrilo insertado en la vagina con una pasta que servía como vehículo, es la primera recomendación anticonceptiva de carácter médico de la que la humanidad tiene noticia.
De hecho, el Papiro de Petri (185 antes de Cristo) contenía esta y algunas recetas para evitar los embarazos, como irrigar la vagina con miel y bicarbonato de sodio nativo natural, antes y después del aquello.
El tema era tan importante que en otro papiro trascendental, el de Eber (1500 antes de Cristo) hace referencia para este fin, de una especie de tapón de hilaza medicado, que a la letra recomienda “tritúrese con una medida de miel, humedézcase la hilaza con ello y aplíquese en la vulva de la mujer”.
Por su parte, la Biblia no se queda atrás, tanto que el asunto más citado sobre este tema es el aparte del Génesis que en el capítulo 38 describe “(...) Sabiendo Onán que la descendencia no había de ser suya, sucedía que cuando se llegaba a la mujer de su hermano, vertía en tierra, por no dar descendencia a su hermano”. En una franca alusión sagrada al coitus interruptus y no a la masturbación como piensan algunos.
Obligadamente, hay que traer a colación a los griegos que, con respecto a la evitación de la maternidad, fueron prolíficos, empezando por Aristóteles, que en su libro “Historia Animalium” (siglo IV antes de Cristo), aseguraba que “algunos impiden la concepción, montando la parte de la matriz en la que cae el semen con aceite de cedro o con ungüento de plomo o incienso mezclado con aceite de olivo”.
A la par, los chinos desde siempre han aportado al tema y su mención más antigua se encuentra en un texto de Sub Ssu Mu: “tómese algo de aceite y de mercurio y fríase sin parar y tómese una píldora tan grande como una semilla de yayuba con el estómago vacío, que impedirá la "preñez para siempre”.
Una revisión de esta historia publicada en la Revista Cubana de Medicina General Integral, asegura “que los islámicos no se oponían a estas prácticas y el coitus interruptus figuraba en primer lugar como un método mencionado en las más antiguas tradiciones del profeta”.
Guillermo Díaz, autor del texto isleño, dice que la primera descripción de un condón se encontró en los escritos del anatomista Gabriel Falopio, quien lo diseñó a partir de tripa de animal y lino que se fijaba al pene con una cinta, para prevenir las enfermedades de transmisión sexual, que por su época campeaban a todo nivel.
Pero fue en 1870, que aparece el primer preservativo de caucho, que como es de entenderse, era de mala calidad y poco práctico, hasta que en 1930, como consecuencia del desarrollo del látex, surgen condones más resistentes, más delgados y de paso más aceptados.
Obviamente, hay que abrirle espacio a los espermicidas, que al parecer iniciaron su tránsito histórico por allá en 1677, cuando Anton van Leewenhock encontró que la acidez del semen se disminuía al añadir vinagre y de paso, aniquilaba los espermatozoides. Sin embargo, el uso de este elemento dio paso en 1885 al Primer óvulo anticonceptivo desarrollado por el inglés Walter Rendel, hecho con manteca de cacao y quinina, que tuvieron éxito, al punto que evolucionaron en Norteamérica a tapones vaginales de manteca de cacao y ácido bórico.
Esta historia, como se aprecia, la anticoncepción ha sido entendida por la sociedad desde siempre como una necesidad y si bien en primera instancia estuvo más influida por las costumbres y las creencias, hoy tiene un enfoque más integral, lo que ha amparado el desarrollo de anticonceptivos eficaces, inocuos y económicos, en un proceso que este espacio retomará en la próxima entrega. Hasta luego.
ESTHER BALAC
Especial para EL TIEMPO
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