La ciencia ha determinado que la edad más apropiada para ser madre se ubica entre los 20 y los 35 años. Ese dato por sí solo sería suficiente para entender que el embarazo en un organismo no preparado genera grandes riesgos en la salud de una mujer. Mucho más cuando apenas se está terminando la niñez y más aún si se enmarca dentro de una agresión sexual, como le ocurrió a Fátima*.
Ella es una de las mujeres que llegó hasta Ginebra (Suiza) para exponer su caso ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Fue víctima de violencia sexual a los 13 años, en noviembre del 2009. Un amigo de su mamá, profesor de primaria y director de la Secretaría de Bienestar Social (institución estatal encargada de proteger a la niñez) en Guatemala, la agredió sexualmente y la dejó embarazada, tal como se denunció en su momento.
Fátima afirma que no recuerda muchos detalles de su embarazo, salvo la respuesta de un médico cuando ella dijo sentir dolor cuando le practicaban un examen: "Si abrió las piernas antes, ¿por qué no las abre ahora?". Una sentencia que hoy resalta para mostrar el calvario que ha tenido que vivir. Y aunque recibió atención médica y soporte psicológico desde el comienzo, nada compensó el sentirse como una adulta fuera de lugar en un entorno en el que las niñas de su edad se dedican a jugar.
Como se trataba de un embarazo de alto riesgo, el 10 de septiembre del 2010, esta joven tuvo un parto por cesárea en un hospital público. Tenía 14 años de edad. Recalca sin tapujos que dio a luz a un hijo que no quería, a pesar de que todos los informes psicológicos insistían en el impacto del embarazo no deseado en su salud física, mental y social. Y señala que nadie la orientó, empezando por el mismo Estado.
El parto no fue el final de esta historia, sino el comienzo de un camino en el que el rechazo social –no solo para ella sino para su bebé–, además de los problemas familiares que enfrentó, opacaron de manera grave la impunidad en el caso, porque el agresor siguió campante.
En marzo del 2010, cuando apenas se conocía el embarazo de Fátima, su mamá presentó una denuncia que se tradujo en una orden de captura; sin embargo, la nula acción e interés de las autoridades judiciales y de la Policía Nacional Civil (PNC) facilitaron la fuga del sindicado. Algo que sumado al conocimiento precoz e intimidante de las instancias jurídicas empezó a afectar las emociones de la aún niña, según relata ella misma.
Salud mental y social
Olga Albornoz, psiquiatra infantil, explica que un embarazo temprano no deseado y más si es violento es un atentado a las emociones en una mente que está en desarrollo y que dependiendo de las características de cada persona puede desencadenar alteraciones como ansiedad, obsesiones, depresión y problemas marcados de comunicación, que a la larga afectan el desarrollo integral.
El mayor problema, además de las manifestaciones clínicas, es quedar inmersa en una sociedad que la rechaza, la señala, que poco le aporta y le apoya, lo que acaba de destruir un proyecto de vida.
De hecho, Fátima confiesa que desde que ocurrieron los hechos ha tenido complicaciones que han traído consecuencias, como problemas nerviosos y depresión. “Todo este tiempo he vivido en un espacio donde no me siento segura, me siento intimidada, con la sensación de que alguien me persigue, y aunque sé que quizá no es así, vivo con el temor de que alguien me va a hacer daño”, le dijo a EL TIEMPO.
Ese miedo frente a la incertidumbre, pero también derivado de las presiones del proceso judicial, además del temor permanente de encontrarse con su agresor, han sido una constante con la que dice vivir desde entonces. También, la vergüenza y la percepción de siempre ser rechazada la dejaron a la deriva emocionalmente, tanto que las relaciones con el hijo fruto de la violación se tornaron difíciles.
Y es que un embarazo de este tipo no solo impacta en la salud mental de la mujer. Ivonne Díaz, ginecóloga, sostiene que tras un episodio de este tipo se necesita recomponer el cuerpo con asistencia permanente y que, seguramente, aspectos comunes de la vida como la sexualidad y futuras maternidades se pueden ver afectados.
En el caso de Fátima, hoy conforma un hogar junto a su pareja y un segundo hijo que, acepta, quizá no esperaba. “Pero estoy agradecida con Dios porque tengo a mi lado a una familia que me apoya y que ha estado conmigo en las buenas y en las malas”, remata esta mujer, quien se desempeña hoy como maestra.
*Nombre cambiado para proteger su identidad.
REDACCIÓN SALUD