Pesa 130 kilos y tiene una pequeña mancha blanca en la cabeza que lo diferencia. Al igual que el resto de los de su especie, es tímido y evasivo.
Los expertos en conservación no suelen usar nombres para aludir a los animales que protegen, pero para efectos de este caso, al oso lo bautizaron Apipa, que significa ‘valiente guerrero’ en colima, lengua de una de las comunidades indígenas de Cundinamarca.
Apipa es el único oso andino en Colombia que ha sido monitoreado con collar GPS. En el 2013 fue atrapado por la Corporación Autónoma Regional del Guavio y la Fundación para la Investigación, Protección y Conservación del Oso Andino (Wii). Se buscaba realizarle un seguimiento por medio de esta tecnología durante un año para obtener información sobre las amenazas que enfrenta y de esta manera plantear propuestas que ayuden a su conservación.
El collar emite una señal de su posición cada dos horas, y esa información se suma al seguimiento de su recorrido mediante cámaras trampa. Así se obtienen datos como las zonas que más frecuenta o los comportamientos más comunes.
Los collares de telemetría usan un sistema de satélites para transmitir los datos de localización, que luego son enviados por correo electrónico de forma automática. Además, cuentan con un sensor de actividad que avisa cuando la cabeza se mueve.
Su uso en Apipa permitió ratificar lo que las autoridades ambientales han clamado por años: los osos necesitan áreas extensas para sobrevivir. Apipa caminó en promedio 7 kilómetros cada día. En mes y medio se desplazó 132 kilómetros, más o menos la extensión de la doble calzada Bogotá-Girardot.
Pero el camino difícil que evidenció el seguimiento representa la dura travesía diaria que vive un oso de anteojos en los bosques de Colombia. Apipa atravesó nueve carreteras destapadas usadas para revisión de túneles del Acueducto de Bogotá y vio cómo su hábitat está cada vez más invadido.
Daniel Rodríguez, director de la Fundación Wii, afirma que la ganadería y la cacería son las amenazas que más enfrenta el oso. “El bosque está desapareciendo. Están metiendo cultivos, potreros y cada vez construyen más carreteras”, explica.
La segunda gran amenaza, agrega, es la pérdida de animales. “Estamos matando osos porque uno se metió al cultivo, porque otro atacó una vaca, porque sentí miedo”, dice.
A menudo, un manejo inadecuado de la ganadería termina en un episodio en el que un oso mata una vaca y acaba pagando por ello con su vida.
La historia de Apipa representa los riesgos que enfrentan los cerca de 9.000 osos que, se estima, quedan en el territorio. Eso, de acuerdo con estimaciones de la Fundación Wii, pues en el país no hay un censo oficial.
En el día 45, el camino de Apipa dio un vuelco inesperado. El collar dejó de emitir señal y el rastro del oso se perdió para siempre. Desde ese momento, nadie volvió a saber de él y tras sucesivas búsquedas, el collar tampoco apareció.
Aunque no hay certeza de qué pasó y las autoridades pararon su búsqueda, sí hay varias hipótesis. Algunos creen que Apipa pudo haberse ido lejos de la zona de Cundinamarca, donde llevaba varios años (desde el 2011 había sido identificado con cámaras y fue atrapado en 2013, año en el que le instalaron el collar). Pero cabe la posibilidad de que lo hayan matado. De hecho, en la semana en la que desapareció, dos osos fueron asesinados en esa zona.
Como la pena por matar un animal en Colombia puede ser de multas de 5 a 50 salarios mínimos o, incluso, condenas de hasta 12 a 36 meses de prisión, según la Ley 1774 de 2016, con frecuencia sus cuerpos son enterrados en secreto.
Los retos del collar GPS
Los collares GPS funcionan gracias a una batería, un sistema de caída automática (para que el dispositivo se suelte en una fecha determinada) y dos antenas. La primera es satelital y envía las posiciones diariamente. La segunda es de VHF (very high frecuency) y revela, por proximidad, la presencia del collar.
Sí, suena tan sofisticado como costoso: el equipo de Apipa valió doce millones y medio de pesos, a lo que se suman los recursos para hacer el seguimiento, que mensualmente rondaron los cerca de tres millones.
Pero lo más complicado del proceso es la logística para atraparlo. “Puede que la trampa (que es una especie de cabina que se instala en el bosque) esté activa, pero no es posible tener al veterinario sentado esperando si un oso cae”, afirma Rodríguez. La trampa de Apipa “duró inactiva tres meses para que los animales se fueran acostumbrando a su presencia. Después le pusimos cebo y pasaron ocho meses hasta que entró él”, cuenta.
Pero, al final, los esfuerzos y la inversión valen la pena, según los expertos. “El collar nos permite ver dónde está el animal para identificar la amenaza. Cada punto nos dice si está en el bosque, el páramo o el potrero en donde dejan las vacas”, dice Rodríguez.
Este año, la Fundación Procat, junto con Parques Nacionales Naturales, espera instalarán collares GPS a seis osos que se capturarán en el parque Chingaza y a los cuales se les realizará seguimiento durante 18 meses.
José Leonardo González, investigador de Procat, señala que la idea es poder ver, entre otros aspectos, “cómo utilizan todo lo que no es protegido”.
A los seis osos marcados se les hará seguimiento; además, a través de 100 cámaras instaladas en el parque Chingaza. Adriana Reyes, bióloga de la Fundación Wii, resalta que con estas cámaras se han podido descubrir comportamientos del oso silvestre que no se conocían. “La literatura nos decía que los osos se quedaban con los oseznos durante dos años, pero no se sabía cómo la madre les enseña a sobrevivir”, dice.
El caso de Apipa también demostró que se necesita una acción en conjunto entre autoridades. “Hizo un recorrido por cuatro municipios, entra al parque nacional Chingaza y sale y confirma que no tienen barreras políticas: él no sabe que esa zona está protegida y hasta ahí puede llegar”, señala la bióloga.
Las amenazas
Del oso andino, con presencia en 22 áreas protegidas del país, depende en gran medida la generación de agua. Es el denominado jardinero al cumplir una labor única: come frutas y defeca las semillas para sembrar de nuevo y garantizar que los bosques, de donde sale el líquido vital, se mantengan conservados.
Pero está en peligro y fue declarado especie vulnerable por la Unión Internacional de la Naturaleza (UICN). En el Día Mundial de la Protección del Oso, que se celebra hoy, las autoridades enfrentan retos como la falta de recursos, los inconvenientes con las comunidades y el desafío de lograr un impacto con las estrategias de educación. Voceros de las corporaciones autonómas, que deben abordar los planes de conservación, coinciden en que se necesita más plata. “La idea es buscar que los planes perduren, pero eso no se logra sin recursos”, afirma Oswaldo Jiménez Díaz, director general de Corpoguavio.
Y el problema de convivencia con los campesinos es el reto mayor. “Queremos un pago por los daños (cuando el oso mata una vaca) y que se giren los recursos por el agua que se saca de acá”, dice Arcenio Cifuentes, quien habita en la vereda La Maza, en Choachí, Cundinamarca.
Sin embargo, las estrategias apuntan a actividades de sensibilización sobre buenas prácticas de manejo de ganado (como instalar potreros en zonas bajas del bosque) y al reemplazo de actividades de ganadería por otras como ecoturismo, trabajos con trucheras o caficultura.
Es un proceso difícil que requiere acciones urgentes, pues la desaparición del oso significaría acabar con uno de los principales aliados del ecosistema. “La pérdida de una especie es un tornillo de un avión que no sabemos cuándo va a hacer que el avión se caiga”, dice Robert Márquez, director del programa de osos andinos de Wild Life Conservation Society (WCS).
ANA MARÍA VELÁSQUEZ
REDACCIÓN TECNOLOGÍA