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'Me gustaba la ciencia, pero me hicieron creer que no era para mí'
Iraida Barreto pasó de comunicar y termerle a la matemática a vivir del poder de la programación.
Mujeres en ciencia y tecnología: Iraida Barreto, animadora, comunicadora audiovisual y desarrolladora de software contó su historia a EL TIEMPO en el especial: Una Maratón en Tacones. Foto: Linda Patiño
Iraida es una mujer de 31 años, de cabello rizado y sonrisa abierta. Creció en un pueblo de Boyacá y durante su infancia se distanció de las matemáticas, pero por vueltas de la vida, esta fanática del anime y de los cómics, además de ser realizadora audivisual y animadora terminó en el camino de la programación y las bases de datos. Ahora, como desarrolladora de software y parte de la estrategia de datos abiertos del Instituto Humbolt, Iraida siente que su vida es una muestra de cómo cualquiera puede reconstruir su camino profesional, siempre buscando las pasiones por más difíciles o poco evidentes que sean a nuestros propios ojos.
Cuando Iraida Barreto entró a Comunicación Audiovisual en la Universidad de la Sabana en 2008, no se imaginaba lo que sería de su vida poco más de una década después.
La Iraida de ahora, de 31 años, amante de Excel y desarrolladora de código, llegó de 16 a Bogotá, como una adolescente de la provincia de Garagoa, Boyacá, donde al igual que en otras zonas de Colombia, la elección de carrera está orientada principalmente por el futuro laboral y predomina la idea de que el Derecho o la Medicina son las únicas opciones.
Su primera elección fue Ingeniería Química, pues en su bachillerato disfrutó de esa materia y creyó que así sería el pregrado, pero el ritmo de la Universidad de los Andes la bajó de esa ‘nube’.
Además de un ambiente citadino, muy diferente al que estaba acostumbrada, se estrelló con una brecha de conocimiento matemático que no sabía que tenía. “No logré durar un semestre allí. Vivía desanimada porque no podía seguir. Poco a poco mi mamá lo entendió al ver que yo llegaba a llorar a mi casa todas las noches frente a los libros con los problemas que no podía resolver”, recuerda.
No olvida a un profesor de pre-cálculo que se sentaba a leer libros en la clase mientras los estudiantes resolvían ecuaciones y que en una ocasión tuvo el descaro de decirle: “si usted no puede resolver esto, es mejor que se vaya para la facultad de artes, que para eso existe”.
“Llegas a las aulas a competir con personas que han tenido una educación bachiller maravillosa, diferente a la de un pueblo. Esa sensación de estar perdido va mucho más allá de pedirle a alguien ayuda para resolver una ecuación. Necesitas ayuda hasta para saber cómo pensar”, explica.
Esa sensación de estar perdido va mucho más allá de pedirle a alguien ayuda para resolver una ecuación. Necesitas ayuda hasta para saber cómo pensar
Luego, “como toda joven confundida, quería estudiar Medicina en la Universidad Nacional”, dice entre risas.
Bastó una búsqueda en el pénsum académico para decantarse por otra opción: Cine y Televisión. “Yo no me callaba, nadie me quitaba la pila Duracel. Comunicación , medios… eso debía ser lo mío”, pensaba. Aunque no aprobó un examen específico de la Nacional, la universidad que su madre había deseado para ella desde siempre, decidida a seguir ese camino y gracias a un anuncio que vio en un periódico escrito, terminó inscrita en Comunicación Audiovisual en la Universidad de la Sabana.
Tampoco pasó. Esta vez por el inglés. Entre frustrada y retada, Iraida se dedicó a estudiar el segundo idioma para poder ser itida, cosa que logró en 2008, ya con 19 años. Su proceso en la comunicación le indicaba que había tenido razón en que la matemática no parecía ser lo suyo.
“Me gustaban las ciencias, pero mis experiencias anteriores me hicieron creer que no era algo para mí. Solía pensar que llegaría un punto donde no podría seguir avanzando porque iba a ser demasiado complejo”.
Mujeres en ciencia y tecnología: Iraida Barreto, animadora, comunicadora audiovisual y desarrolladora de software contó su historia a EL TIEMPO en el especial: Una Maratón en Tacones. Foto:Linda Patiño
Del temor a la fascinación: una relación con las matemáticas
El primer bicho de la programación la picó en una de las asignaturas finales de su pregrado. Aprendiendo sobre multimedia, tuvo un primer acercamiento con Flash, el sistema de animación web más popular de los 2000. “Me gustaba hacer esas animaciones para sitios web y resolver problemas. Me gustaba, me daba mucha satisfacción, pero me tomaba mucho tiempo porque no dominaba la lógica. Esa experiencia me quedó allí haciendo un ‘loop’ en la cabeza”, apunta.
El rechazo de Iraida a las matemáticas comenzó en su infancia, cuando siendo una pequeña crespa soñaba con convertirse en dibujante de anime, en un contexto en el que un artista, según creían en el pueblo, estaba destinado a morir de hambre.
No extraña por eso que sus padres se esforzaran tanto por acercarla a saberes más específicos como la matemática. Cuenta Iraida que cuando tenía 8 años, su madre, abogada de profesión, le regalaba libros de matemáticas y física. Que a su corta edad no entendía. Por otro lado, su padre, arquitecto, era bueno para esas áreas, pero no le tenía tanta paciencia.
“Mi papá viajaba mucho y cada vez que venía de visita terminaba desesperado al explicarme matemáticas y ver que yo no resolvía problemas”. Cuenta que su abuela, profesora de primaria, trataba de explicarle, pero como lo hacían de formas diferentes, la niña se confundía. “Terminé por tomarle miedo y aversión a las matemáticas en mi primaria, luego me di cuenta que el error fue tratar de enseñarme matemática a punta de memoria y no fortaleciendo la lógica”.
Para el 2013, Iraida salió al mundo laboral. Sus primeros dos meses de desempleo le estaban matando las esperanzas. Con el sentimiento de no estar satisfecha y con una sensación de revancha, Iraida entró a la Universidad Nacional para hacer su especialización en animación 2D. Ya estaba todo pago para cuando le salió su primer trabajo, por lo que decidió hacer ambas cosas al tiempo.
Gracias a un convenio que permitía que graduados de su carrera entraran como project managers en Imaginamos, logró ese puesto en uno de los primeros emprendimientos de los mismos creadores de Rappi. En esa experiencia, que define como “curiosa”, fue donde hizo sus primeros pinos en atención al cliente y conversó cara a cara con líderes técnicos.
Me di cuenta que a través de la programación era posible solucionar los problemas de una persona. El poder de programar era algo importante
“Ahora que lo veo, era muy interesante, pero las bases de ingeniería eran muy necesarias. Yo tuve proyectos de alta complejidad, con clientes que ha pasado por tres proveedores y no les han entregado su producto, sin siquiera saber qué era programar”.
El bichito que había nacido en esa materia de multimedia en la Universidad, creció. “Me di cuenta que a través de la programación era posible solucionar los problemas de una persona. El poder de programar era algo importante”, cuenta. Sin embargo, la metodología volvió a fallar. Se enfrentó a libros y guías que le resultaron incomprensibles, por lo que la curiosidad estaba pero también su bloqueo mental.
Mientras coqueteaba con la programación, estaba en una relación de compromiso con la animación. Iraida tenía un horario laboral de jornada completa y después clases de 7 a 9 p.m. y los sabados de 8 a 12. Sin embargo, el contexto en el que estudió su pregrado y su especialización eran similares: el cambio digital en los medios era drástico y los planes de estudio hasta ahora se estaban adaptando.
“No estaba muy claro el rumbo de esa especialización. Algunas materias estaban repetidas, pero como ya lo había empezado, no iba a dejarlo todo botado”.
A los 9 meses de estar en ambas cosas se sintió agotada y renunció. Acabó su postgrado y consiguió su primer trabajo en el mundo de la animación, un empleo en el que encontró una jefa que la marcó para toda su vida.
Liliana Rincón era su jefa en la agencia de comunicación 3Dados. Para Iraida, Rincón fue una escuela de vida: “Ella me enseñó principios de trabajo como pensar más allá, proyectarse, confrontar cuando algo está mal hecho y a levantar la mano a tiempo”. Cree que lo más nutritivo fue que despertó algo en ella que no había visto “Me hizo ver era capaz de dar aún más. Aprender esas cosas básicas y segmentar los problemas para resolverlos organizadamente, me hizo sentirme capaz de lograr cosas nuevas”. Empezó a creer que podría aprender de software.
Aunque era feliz allí, en 2015, su abuelo materno cayó enfermo. Decidió regresar a la provincia de Garagoa para acompañarlo y estar a su lado 8 meses. En ese entonces, hizo un par de formaciones online para complementar su estancia allá. La física le llamaba la atención, pero le parecía de difícil su salida laboral.
A finales de ese año regresó a Bogotá, encontró su primer trabajo en animación y se ubicó en una posición de supervisión. Recuerda que un compañero del mismo rango solía hacer códigos (scripts en Python) para facilitar el traslado de archivos y que otro era excelente en tablas dinámicas. “Eso me llamaba mucho la atención, cómo este tipo logra hacer eso… A pesar de que todos los artistas con los que trabajé veían esos temas como algo aburrido, yo tenía una fascinación por ordenar cosas en excel y conectar cosas. Podría tener mi propio tablero en Pinterest con tablas ordenadas”, cuenta riéndose.
Sin embargo, problemas como pagos atrasados e incumplimentos de parte de la compañía la llevaron a renunciar. Nuevamente, sin empleo, Iraida se sintió en una diatriba. ¿Debía buscar algo más en los medios y la comunicación? o ¿explorar nuevos rumbos?
Muchas mujeres creyeron lo que les dijeron, lo que creían sus amigos, sus familias cuando les dijeron en algún punto, que las matemáticas no eran para ellas
Una cuestión de metodología
Otra persona fundamental en su proceso es Gabriel Castro, quien es su novio desde hace ya 9 años. Él, profesor de ingeniería en la Universidad Central, conocía de su curiosidad por el tema y arregló unas clases de matemática básica, creyendo en que Iraida podría manejarse bien en esos conceptos. No se equivocó. Empezó a enseñarle poco a poco, desde la suma de fraccionarios y la división hasta las reglas de potenciación y radicación, lo que Iraida actualmente define como el ‘kit de herramientas’ básico.
“Me di cuenta que no sabía sumar fraccionarios bien. Las personas tenemos mucho miedo a afrontar eso, que no sabemos. No saber es algo que se condena y se convierte en objeto de burla”. Después, por cuenta propia, tomó el álgebra y empezó a estudiar los casos de factorización, que luego le revisaba su pareja. Estaba enamorada de ambos, de su novio y de su nuevo conocimiento.
Al tiempo, su madre le decía que buscara una maestría en el exterior. Pero Iraida ni estaba segura ni quería que le siguiera patrocinando algo de lo que no estaba segura.
Un día, caminando por las calles de Bogotá se enteró de un programa educativo de Compensar que consta en una ingeniería de sistemas en tres ciclos: técnico, tecnológico y profesional. El programa total tiene una duración de 11 semestres, pero entrega como mínimo un año y medio de prácticas.
“Se me quedó la idea en la cabeza y empecé a pensarlo ¿para qué endeudarme con una maestría de millones cuando por la quinta parte podría sacar este pregrado? Me decidí y me reuní para hablar con mi mamá. Le dije – apóyame con el técnico, porque mis ahorros solo me alcanzan para el primer semestre”.
Empezando de nuevo
Para muchos, comenzar una carrera de ceros después de tener una especialización en otra área no es imaginable. Requiere mucha valentía, pero Iraida ya había visto varios ejemplos de personas excelentes en la programación que provenían de distintos saberes y ello no les limitaba.
A sus 27 años, Iraida tenía una nueva meta: Estudiar ese técnico y encontrar un trabajo con ello que le permitiera sostener sus estudios.
Después de los Andes, la Nacional y la Sabana, Iraida se lanzó en búsqueda de nuevos espacios y llegó a la educación nocturna, sobre la que dice que le reveló una faceta diferente de la sociedad colombiana.
“En la noche estudia gente que tiene una vida distinta, mayores de edad, que han pasado dificultades y están volviendo a empezar o quieren formalizar un conocimiento que ya tienen. Hay personas que crecieron en barrios muy difíciles y ven el estudio una forma de superarse a sí mismos, personas que tienen sus hijos, trabajan y estudian. Ejemplos de vida que me hacían sentirme muy privilegiada”.
Mujeres en ciencia y tecnología: Iraida Barreto, animadora, comunicadora audiovisual y desarrolladora de software contó su historia a EL TIEMPO en el especial: Una Maratón en Tacones. Foto:Linda Patiño
El primer día de clase fue singular. La clase fue de matemáticas. Le gustó que entendiò todo y cuenta que tuvo el presentimiento que iba por buen camino. Le sorprendió, pues siempre había estado rodeada de muchas mujeres, encontrar entre las asistentes solo a tres, no más.
En ese tema, cada vez que preguntaba a otras mujeres por qué la ingeniería no era una opción para ellas la respuesta iba desde el “es muy difícil” al “eso nadie lo entiende”.
“Cuando alguien siente que algo no es fácil y después le dicen, vaya estudie artes que usted no sirve para eso, uno llega a creerlo y a tomar decisiones que no lo apoyan su propio crecimiento. Muchas mujeres creyeron lo que les dijeron, lo que creían sus amigos, sus familias cuando les dijeron en algún punto, que las matemáticas no eran para ellas”, explica.
A pesar de la opinión de su exprofesor de cálculo, la programación se le convirtió a Iraida en una pasión inigualable “Así como me pasaba con el dibujo, que podía empezar a las 8p.m. y terminar a las 3a.m. sin notar el paso del tiempo, cuando me concentro con la programación, pierdo la noción”. La diferencia, dice, está en que el resultado de la segunda es mucho más satisfactorio.
La pasión es tal que se emociona al decir que sus calificaciones resultaron incluso más altas que las que obtuvo en sus tiempos de comunicación. “Aunque las matemáticas no se me facilitaban, en lo técnico me iba mejor que en mis talentos naturales para la expresión oral, escrita o para el dibujo”, asegura.
Estudiando su técnico y descubrió que más que milagros, la matemática es lo que permite la tecnología que utilizamos en nuestro día a día.
También encontró compañeros hombres que tenían menos bases que yo en las matemáticas, porque el saber no es un asunto de género y cree que toda su experiencia entre varias carreras y su miedo inicial a la matemática le ayudó a conectar los dos mundos “enseñando a otros unía la forma en la que desde la ingeniería entiendo los problemas y los métodos de comunicación que podían facilitar su entendimiento”, explica.
En 2018, Iraida logró cumplir su meta inicial. El lugar desde el que habla, una sala llena de libros que funciona como una biblioteca interna en una de las sedes del Instituto Humbolt fue el mismo lugar en el que tuvo su primera entrevista de trabajo.
Recuerda que se cruzó con la oferta laboral, que convenientemente era mucho más cerca a su casa que la firma en la que realizó su práctica del técnico. Por un lado necesitaban a alguien para labores de comunicación y por otro con conocimientos desarrollo, sentí que era mi perfil y me postulé. Para realizar la prueba, trasnochó viendo videos de Platzi. Luego le tomó seis horas implementar la solución. “Logré la mitad” – dice Iraida mientras recuerda que el espíritu de aprender es lo más importante- En la entrevista les dije que a pesar de que no fuera ingeniera graduada con tres maestrías, cuando me comprometo a algo, yo lo aprendo y lo saco”.
Tal vez esa seguridad le ayudó a ganarse la posición, pero seguramente lo que la tiene allí es su capacidad de dominar lenguajes raros, leer, buscar soluciones y enfrentarse a bases con más de decenas de millones de registros para hacerlas algo accesible a quienes tomar decisiones sobre la diversidad ambiental de Colombia.
Ahora que está acabando el tecnológico, le quedan dos años para hacerse ingeniera de sistemas. Además del apoyo de su familia y de su novio, cree que la idea de que si otros profesionales lograr graduarse con ‘títulos que les salen en un cereal’, ella también debe lograr culminar sus estudios aunque eso le implique algunas jornadas desde las 7 hasta las 11 de la noche.
Después de graduarse, no quiere parar. Le interesa la bioingeniería y quiere participar en proyectos donde se pueda mejorar la condición con la tecnología “Siento que estoy en la edad y con los recursos y apoyos para poder aprender y soñar en grande”.