¿Qué hubo de nuevo en Davos esta vez? Esa es una pregunta que se repite cada vez que tiene lugar una nueva edición del Foro Económico Mundial y que en más de una ocasión ha sido difícil contestar. Pero en la presente oportunidad no hay duda sobre la respuesta correcta: los debates respecto a la inteligencia artificial generativa.
Así lo confirman los numerosos es de expertos, las declaraciones de quienes lideran las empresas más grandes o la cantidad de locales alquilados por compañías del sector en calle Promenade, la misma en la que se encuentra la Casa Colombia. Puede ser que las intervenciones de los líderes políticos reciban más titulares, pero no hay duda sobre dónde están puestos los ojos de las principales multinacionales.
El motivo es que para sus promotores este es un instrumento que servirá para aumentar la productividad de los trabajadores en forma sustancial. Ello, a su vez, se debería traducir en posibilidades comerciales adicionales y márgenes más amplios en el mundo de los negocios.
Si bien el desarrollo de lo que se conoce como aprendizaje automático orientado a configurar, organizar y predecir datos lleva un buen tiempo de existencia, no fue sino hasta marzo del año pasado que la organización OpenAI sacudió a la opinión con el lanzamiento de la cuarta versión de un modelo que ya había creado, disponible en la aplicación ChatGPT. Sin entrar en honduras técnicas, la herramienta renovada incorpora un número de insumos exponencialmente superior a la de antes, que usa una mucho mayor capacidad de cómputo.
Por cuenta de dicho progreso, se abrió la puerta para la creación de textos o imágenes al alcance de cualquier individuo, al igual que para el análisis de información como parte de un proceso dinámico. Dicho de otra manera, el uso de fuentes será cada vez mayor y con ella, la precisión y calidad de los resultados o su semejanza con algo creado por los seres humanos.
Esa habilidad abre puertas que los más entusiastas consideran como una verdadera revolución. Un estudio del Instituto McKinsey sostuvo hace unos meses que el impacto económico de la inteligencia artificial podría agregarle cerca del 4 por ciento a la economía global, una proporción que equivale al producto interno bruto de Alemania.
Si bien cualquier cifra debe ser tomada con cautela dado que el camino apenas empieza, no hay duda de que viene algo muy grande. El motivo es que un instrumento que identifica, evalúa y entrega información de buena calidad –y que ayuda a predecir resultados o comportamientos– se convertirá en algo que formará parte de la vida cotidiana –ya sea en el ambiente personal o laboral– de buena parte de la humanidad.
Y junto a la posibilidad de que un diagnóstico médico sea más acertado o un vendedor sepa ajustarse mejor a las necesidades de sus clientes, aparecen también los peligros. Ellos comienzan por la diseminación de contenido falso, con propósitos políticos o francamente criminales. Otro es la eventualidad de que un Estado autoritario pueda controlar a sus ciudadanos.
Debido a ello, hay un movimiento en marcha para regular la inteligencia artificial. Para comenzar, una herramienta que puede tomar elementos que están disponibles en el ciberespacio se enfrenta a la posibilidad de violar los derechos de propiedad. Eso para no hablar del a datos sobre personas específicas a las cuales, en teoría, sería posible hacerles un perfil detallado de sus gustos o antipatías.
"Así como llegó la electricidad y reemplazó las velas o los automóviles sustituyeron a los vehículos de tracción animal, ahora estaríamos
a las puertas de un salto trascendental".
En respuesta, tanto Estados Unidos como la Unión Europea abrieron la discusión, comenzando por un diálogo franco con las firmas del sector. Todavía no se sabe qué puede salir del proceso, pero quienes lo defienden anotan que es valioso que este ha comenzado en paralelo con la construcción de la nueva tecnología.
Vale la pena recordar, además, que una vez ChatGPT atrajo todas las miradas, las cabezas de las empresas más representativas pidieron una especie de moratoria en el desarrollo de aplicaciones. Ese llamado se olvidó rápidamente, pues la competencia por llegar primero que los demás acabó primando sobre la prudencia.
Por otro lado, se encuentran aquellos que insisten en que hay que mirar el futuro con los ojos bien abiertos. Hace unos días el Fondo Monetario Internacional dio a conocer un documento en el cual examina los riesgos y las oportunidades de lo que viene.
Según el escrito, una posibilidad es que el crecimiento económico sea más rápido y los ingresos suban en el mundo entero. No obstante, la otra cara de la moneda es la pérdida de millones de puestos de trabajo y el aumento de las desigualdades.
De acuerdo con la entidad multilateral, el 40 por ciento de los empleos que hoy existen en el mundo se verán afectados por la inteligencia artificial. Lo anterior no quiere decir que automáticamente quien hace determinado oficio vaya a ser remplazado por una máquina, sino que su manera de hacer las cosas deberá incorporar las ayudas tecnológicas.
Al respecto, el líder de
ChatGPT, Sam Altman, habló ayer en Davos durante una sesión (
leer sus declaraciones aquí). Sus palabras fueron, de alguna manera, tranquilizadoras pero las dudas persisten.
Parte de las inquietudes pueden tener que ver con la naturaleza humana. Así como llegó la electricidad y reemplazó las velas o los automóviles sustituyeron a los vehículos de tracción animal, ahora estaríamos a las puertas de un salto trascendental.
Así, los conocedores de la historia recuerdan que a finales del siglo XIX y comienzos del XX había grandes temores por las innovaciones, junto con solicitudes para que los cambios no se dieran tan rápido. También en esa época aparecieron pronósticos sobre todos los puestos que se perderían y el retroceso que tendría la calidad de vida de la mayoría.
Resulta difícil saber si en esta oportunidad pasará algo igual. Lo que es seguro es que la velocidad del cambio es vertiginosa y que la inteligencia artificial llegó para quedarse.
Sin duda, ese es un llamado de atención para países como Colombia –sede de un centro de cuarta revolución industrial en Medellín– que necesitan reaccionar y volver realidad las promesas que se han hecho desde el Gobierno al respecto. Sobre todo, hay que evitar que pase lo mismo que en la pandemia, cuando los más ricos se beneficiaron primero de las vacunas. En un mundo en donde la torta está mal distribuida, la nueva herramienta debe servir para solucionar, no para ahondar los problemas de siempre.
RICARDO ÁVILA - ANALISTA SÉNIOR - ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO
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