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Revelan el secreto evolutivo del veneno de las cobras

Un estudio indica que, en lugar de ayudarles a cazar, se convirtió en un mecanismo de defensa.

Los tres grupos de cobras estudiados tienen la habilidad de escupir veneno.

Los tres grupos de cobras estudiados tienen la habilidad de escupir veneno. Foto: iStock

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La mayoría de las serpientes usa su veneno para atontar y cazar a sus presas pero ciertos tipos de cobra pueden escupirlo varios metros de distancia para cegar a sus predadores. Un estudio concluye que esta rara habilidad de las cobras es la respuesta evolutiva al entorno y el desarrollo de un arma letal y única de defensa.
El trabajo, una colaboración internacional liderada por la Universidad de Liverpool (Reino Unido) fue la portada de la revista Science hace tan solo unos días y explica que la necesidad de defenderse ha determinado en gran medida la evolución de las toxinas que componen algunos venenos de serpiente.
 “El veneno es un carácter trófico evolutivo que utilizan no solo las serpientes sino multitud de organismos (caracoles marinos, arañas, escorpiones, insectos...) para subyugar a la presa o defenderse de depredadores”, explica Juan José Calvete, director del Laboratorio de Venómica Evolutiva y Traslacional del Instituto de Biomedicina de Valencia del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España y coautor del estudio.
En el caso de las serpientes, conocer en detalle su estructura y la actividad biológica de las toxinas que lo componen es básico para diseñar antídotos efectivos contra las mordeduras de estos animales, que cada año producen entre 1,8 y 2,7 millones casos de envenenamiento en África, Asia y Latinoamérica, y entre 81.400 y 138.000 muertes, según la Organización Mundial de la Salud.
Estos accidentes ofídicos, que provocan el triple de amputaciones y otras discapacidades permanentes, condenan a las víctimas (principalmente campesinos y niños de zonas rurales) y a sus familias a la marginación social y a un futuro de pobreza.
Para hacer el estudio, los investigadores analizaron la composición del veneno de tres linajes de cobras escupidoras del género Naja, que habitan en África y Asia, y que son capaces de escupir el veneno a dos metros de distancia –y con mucha precisión– sobre los ojos de su víctima y causar dolor, inflamación y hasta ceguera permanente.
“El objetivo del trabajo era establecer las bases moleculares de este mecanismo defensivo”, comenta Calvete.
Los análisis mostraron que los tres grupos diferentes de cobras habían aumentado de forma independiente la producción de toxinas PLA2 o fosfolipasas, un tipo de enzima presente en el veneno de las serpientes, en arañas y otros insectos, y que tiene efectos tóxicos en mamíferos.
“Observamos que las cobras escupidoras tienen una mayor abundancia de fosfolipasas en su veneno, lo que, junto con otras citotoxinas comunes en todas las cobras, mejora las capacidades defensivas de su veneno”, explica.
Es decir, el veneno evolucionó hacia uno más doloroso para ayudar a las cobras a defenderse más eficazmente de los depredadores o agresores y “favorecer la función defensiva”, apunta.
Además, que cada linaje por su parte haya desarrollado la misma solución para defenderse es un caso ejemplar de evolución convergente en el mundo natural, subrayan los investigadores.
Para adquirir la rara habilidad de escupir veneno, las cobras tuvieron que pasar por dos preadaptaciones: cambiar su postura para elevar el tercio frontal del cuerpo y apuntar a los ojos de la víctima con gran precisión, y aumentar el nivel de citotoxinas, las toxinas que provocan un tremendo dolor.
El equipo de investigación cree que el origen de esta estrategia defensiva en las serpientes está relacionada con la evolución de nuestros ancestros, los homínidos bípedos.
Los análisis mostraron que los tres grupos diferentes de cobras habían aumentado de forma independiente la producción de toxinas PLA2 o fosfolipasas
“La bipedestación fue un rasgo adaptativo que permitió a nuestros ancestros cambiar el bosque lluvioso por la pradera africana, recolectar alimento con ambas manos y avistar por encima de los pastos a depredadores” y por eso “planteamos la hipótesis de que los encuentros entre homínidos bípedos y serpientes representarían una potencial amenaza para los ofidios, ejerciendo una presión selectiva para favorecer un comportamiento defensivo”, dice el experto.
El estudio demuestra que el origen del veneno escupido por las serpientes tuvo su origen en África y más tarde en Asia, lo que se correspondería con la divergencia de nuestros antepasados de los chimpancés y los bonobos en África y su posterior migración a Asia.
“Sería como una carrera armamentística, donde las serpientes desarrollaron una habilidad para escupir un veneno cada vez más tóxico, y los humanos un ojo más desarrollado para detectar estos peligros”, destaca Calvete.
EFE
Madrid

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