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Historias del Cosmos: réquiem por las estrellas lejanas

El descubrimiento de la estrella Earendel nos revela la historia del amanecer del universo.

La estrella toma su nombre del poema ‘El viaje de Eärendel, la estrella vespertina’, escrito en 1914 por J.R.R. Tolkien.

La estrella toma su nombre del poema ‘El viaje de Eärendel, la estrella vespertina’, escrito en 1914 por J.R.R. Tolkien. Foto: Space Telescope Science Institut. EFE

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PERIODISTA DE CIENCIAActualizado:

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A los que nos apasiona el cosmos nos gusta recordar cada vez que podemos que la astronomía es una verdadera máquina del tiempo, porque cuando miramos al firmamento estamos viendo al pasado. La razón es que toda esa luz que nos llega de diferentes cuerpos celestes ha tenido que viajar desde ellos hasta llegar a nuestros ojos, o instrumentos de observación.
Aunque lo hace muy rápido, y tan solo le tomaría un segundo darle casi ocho vueltas a la Tierra, la velocidad de la luz es finita. La luz que vemos de la Luna tiene 1,2 segundos de antigüedad; la del Sol, un poco más de 8 minutos, y la de la galaxia de Andrómeda –una vecina de la nuestra–, más de 2 millones de años; y aquí apenas estamos a la vuelta de la esquina en escalas cósmicas. Eso significa que tanto la Luna como el Sol y la galaxia de Andrómeda que vemos son imágenes de cómo eran en el pasado. Es sorprendente pensar, por ejemplo, que cuando la luz que hoy vemos de Andrómeda salió de esa galaxia, sobre la faz de la Tierra vivían algunos de nuestros primeros antepasados del género Homo.
Ahora bien, la luz es muy rápida, pero el universo es enorme. Es inevitable pensar entonces que algunos de esos objetos que vemos ya ni siquiera existen.
Si estamos contemplando el cielo a simple vista, podemos ver estrellas de nuestra propia galaxia, algunas cercanas como Alfa Centauri –la más cercana después del Sol– (a cuatro años luz), o lejanas cómo Deben (a 3.000 años luz). Existe la posibilidad, aunque pequeña, de que algunas de esas estrellas ya no existan, cosa que podría ocurrir con las más grandes, que tienen tiempos de vida de pocos millones de años; a diferencia de las más pequeñas, que pueden vivir decenas de miles de millones de años.
Si usamos un telescopio, la cosa cambia porque nos permite ver objetos mucho más distantes, ver miles de millones de años en el pasado de esos objetos. Muchas de las estrellas que vemos en las galaxias distantes ya habrán muerto, pero también habrán nacido otras que no podemos ver ahora porque su luz tardará miles de millones de años en alcanzar la Tierra.
El descubrimiento de la semana pasada de Earendel, la estrella más lejana que hemos podido observar, nos revela la historia de una estrella que brilló cuando el universo tenía 900 millones de años, es decir, hace unos 12.900 millones de años. Se estima que tuvo un tamaño de 50 veces el de nuestro Sol, y por tanto su vida fue corta.
Earendel, que significa ‘luz de la mañana’ en inglés medieval, existió en el amanecer del universo y nos dejó su último suspiro antes de morir; aunque para poder confirmarlo tenemos que estudiar su luz en profundidad, tarea que seguramente tendrá muy pronto el nuevo telescopio espacial JWST.
SANTIAGO VARGAS
Ph. D. en Astrofísica
Observatorio Astronómico
de la Universidad Nacional

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