Siendo parte de una especie que durante varias decenas de miles de años estuvo confinada exclusivamente a la Tierra, cosa que cambió solo recientemente cuando empezamos a salir al espacio, los seres humanos hemos tenido siempre una especial fascinación por los cielos; es algo que parece estar impregnado en nuestros genes.
Uno de los aspectos más significativos de la arqueoastronomía es la capacidad que tiene para reunir diferentes disciplinas y nutrirse de ellas.
La arqueoastronomía nos permite en la actualidad recuperar la memoria de civilizaciones ancestrales y sacar a la luz aspectos culturales de su relación con el cielo. Se trata de indagar sobre la manera en que nuestros antepasados entendieron la posición y movimiento de los astros, y diversos fenómenos celestes, y el papel de tales fenómenos en sus culturas, en sus formas de vida. El registro dejado en construcciones, monumentos, piedras o pinturas tiene las claves para entender cómo desarrollaron sus cosmogonías, y nos remite a nuestros orígenes, a la construcción de conocimiento, a las transformaciones y las formas prácticas de supervivencia en la historia de la humanidad.
El término arqueoastronomía, acuñado en 1971 por el arqueólogo Euan MacKie y popularizado una par de años más tarde por la académica y autora de libros infantiles Elizabeth Baity, conecta directamente a la arqueología con la astronomía. Sin embargo, a partir del siglo XVIII comenzaba a nutrirse con los descubrimientos de construcciones megalíticas y vestigios de antiguas civilizaciones, como las exploraciones que revelaron secretos del antiguo imperio egipcio.
Esto sucedía en una época en que no existían arqueólogos profesionales, y típicamente eran anticuarios y personas adineradas las que podían darse el lujo de financiarse excursiones a lugares remotos en búsqueda de tesoros escondidos. Justamente fue un anticuario, el inglés William Stukeley, el primero en darse cuenta a comienzos del siglo XVIII de que el eje principal de Stonehenge parecía estar orientado en la dirección de la salida del Sol el día del solsticio de verano en el hemisferio norte.
Uno de los aspectos más significativos de la arqueoastronomía es la capacidad que tiene para reunir diferentes disciplinas y nutrirse de ellas. Además de las que se perciben de primera mano, donde la historia y la antropología son fundamentales, otras no tan directas, como el arte, la literatura y hasta la estadística, juegan también un rol trascendental para el avance de sus averiguaciones.
Justamente, la popularización de la arqueoastronomía vendría desde la estadística, de la mano del astrónomo Gerald Hawkins en el año 1965, un lustro antes de que el término se comenzara a usar, como ya se mencionó. Ese año, Hawkins publicaba un artículo en la revista Nature y un libro, ambos titulados Stonehenge decodificado, en donde describía un análisis estadístico que demostraba la existencia de más de veinte alineaciones intencionadas, tanto solares como lunares, incluyendo la predicción de eclipses. Hawkins concluye que Stonehenge era una calculadora astronómica neolítica.
Desde la segunda mitad del siglo pasado, el interés en la arqueoastronomía ha ido en aumento, aunque, dada la inconmensurable riqueza cultural proveniente del extenso número de civilizaciones que han habitado el planeta Tierra, podríamos decir que hasta ahora estamos dando los primeros pasos para examinar todo lo que ha traído la astronomía a las vidas de tantísimos grupos culturales a través del tiempo. La mirada al pasado será, además, un ingrediente fundamental para preparar nuestro futuro.
SANTIAGO VARGAS
Ph. D. en Astrofísica Observatorio Astronómico
de la Universidad Nacional
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