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La peligrosa apatía hacia la ciencia
¿De qué se trata la llamada 'negación de la ciencia' y por qué resulta tan nociva para el planeta?
Varios científicos han compartido sus planteamientos. Foto: iStock
Es inevitable pensar con preocupación en el futuro de la humanidad y las especies que habitan el mundo cuando se repasan cifras como las del Informe Planeta Vivo 2020, del Fondo Mundial para la Naturaleza y la Sociedad Zoológica de Londres.
Sus autores reportaron, entre otros datos alarmantes, una disminución promedio global del 68 por ciento en el Índice Planeta Vivo, que hace seguimiento a 20.811 poblaciones de mamíferos, aves, anfibios, reptiles y peces, estudiadas entre 1970 y el 2016 y que representan 4.392 especies en todo el planeta.
Para las subregiones tropicales del continente americano, de la que Colombia hace parte como nación megadiversa, dicho índice presenta una disminución promedio del 94 por ciento, mientras que en otras zonas geográficas del mundo esta reducción fluctúa entre el 24 y el 65 por ciento.
En ese orden de ideas, el Índice de Integridad de la Biodiversidad (IIB) viene en franca caída, llegando a niveles del 79 por ciento cuando el límite de seguridad propuesta para el mantenimiento de la biosfera es del 90 por ciento.
Ante panoramas como este surge una pregunta: si todo esto es ya sabido, si la ciencia nos muestra lo que le estamos haciendo a nuestro planeta, y las consecuencias que trae y traerá para la propia especie humana, ¿por qué no actuamos para detener tanta destrucción?
Andrés Franco Herrera. Foto:Vicepresidencia.
Desde el siglo XVI, o incluso de tiempo atrás, se viene discutiendo de manera continua el rol de la ciencia y la investigación científica en el bienestar del planeta, incluida la especie humana.
Y por más de 400 años se ha debatido el concepto de negación de la ciencia, entendida como el rechazo a la autoridad científica, permeado por intereses particulares o colectivos de índole político, económico, social e incluso cultural.
Bacon, Galileo, Descartes o Vico y otros más fueron algunos de los científicos que desde el siglo XVI tuvieron que lidiar con estos rechazos, como de manera amplia lo expone Robert P. Crease del Departamento de Filosofía de la Stony Brook University en su libro Los científicos y el mundo.
Todavía hoy son evidentes expresiones de negación de la ciencia frente a aspectos del cambio climático, descubrimientos astronómicos o, como sucede por estos días, frente a las vacunas contra el covid-19, una enfermedad que puede ser devastadora y que ha conseguido semiparalizar a sociedades enteras.
Esa actitud frente al surgimiento del nuevo coronavirus, que muchos se empeñaron en negar, o ante las vacunas para detenerlo, podría explicar por qué nos mantenemos impávidos, estáticos, ante la depredación sin tregua de nuestros bosques y la destrucción de ecosistemas.
Según el Sistema de Monitoreo de Bosques y Carbono, entre 2005 y 2015 la tasa de deforestación anual en Colombia ha variado entre 120.000 y 300.000 hectáreas, con una fuerte concentración en la Amazonia. El Proyecto de Monitoreo de los Andes Amazónicos reportó que la deforestación de bosque primario en país alcanzó las 91.400 hectáreas en el 2019, y para el primer semestre del 2020 ya iba en 76.200 hectáreas.
La frontera ganadera se expande cada vez más para poder sostener, entre otras, el consumo pér capita nacional que para el 2017 estaba en 18,6 kilos de carne y cerca de 186 litros de leche.
Ese mismo año la Universidad Javeriana advirtió que Colombia podría tener 403 áreas aptas para la ganadería, pero señalaba igualmente que el crecimiento indiscriminado y no concertado de la frontera ganadera podría llevar a la destrucción de ecosistemas estratégicos, como bosques tropicales, humedales o páramos, lo que lamentablemente ha venido sucediendo. Solo entre el 2016 y el 2020, el ICA reportó un incremento en el inventario bovino del 22,9 por ciento.
Somos una sociedad de consumo depredadora que lleva a que, por ejemplo, la huella ecológica en casi todo el hemisferio norte sea mayor a 3-5 hectáreas globales por persona para satisfacer nuestros consumos y absorber los residuos que generamos.
Las consecuencias de todo esto están frente a nuestros ojos, pero parecen pasar inadvertidas para los de esta sociedad, inmersos en las preocupaciones individuales y que perciben lejanas estas acciones destructivas contra la naturaleza, aun cuando avanzan a pasos agigantados.
De hecho, es gracias a los avances científicos y tecnológicos logrados a través del tiempo por generaciones enteras de investigadores, que tal destrucción ha podido detectarse y monitorearse.
Es gracias a los avances científicos y tecnológicos logrados a través del tiempo por generaciones enteras de investigadores, que tal destrucción ha podido detectarse y monitorearse
Por eso, quizá, un concepto más acertado que “negación de la ciencia” para describir lo que ocurre podría ser “indiferencia o apatía hacia la ciencia”.
Resulta irónico, por supuesto, toda vez que la investigación científica nos ha servido para comprender la naturaleza y para obtener recursos de ella que usamos para nuestro bienestar; ejemplos claros de eso son los combustibles fósiles, los compuestos básicos para la construcción de teléfonos inteligentes o las moléculas bioactivas fundamentales que hoy, gracias a la bioprospección y la biotecnología, dan pasos acelerados.
La investigación científica abrió la puerta para observar, comprender y usar los recursos naturales, pero también para entender la fragilidad de los ecosistemas, su capacidad de resiliencia o el deterioro irreversible al que puedan estar sometidos, cuando a través de los años la hemos intervenido y modificado.
Hemos mantenido la posición arrogante de tratar de usar la ciencia para controlar la naturaleza, pero también una actitud hipócrita frente a ella, porque buscamos su abrigo cuando nos guían los intereses particulares, pero también la despojamos cuando incomoda nuestro bienestar.
Autoridad científica reconocida
De esta apatía también tenemos cierta responsabilidad los mismos científicos, que no hemos tenido la capacidad de transmitir a la sociedad, de forma comprensible y amigable, los descubrimientos, el conocimiento o la información generada con nuestro trabajo, y que pueden contribuir a la toma de decisiones más acertadas y a generar verdaderas rutas de reflexión y acción.
A eso se suma, por qué no decirlo, el tipo de temas que investigamos, y que en ocasiones no tienen el suficiente impacto o no responden a las necesidades de la sociedad.
Los resultados que reporta el documento “Indicadores de Ciencia y Tecnología, Colombia 2019” del Observatorio de Ciencia y Tecnología, dan cuenta de esto y muestran un claro crecimiento en publicaciones en revistas indexadas en Scopus o Web of Science entre el 2009 y el 2018; la producción se ha incrementado en un 161,7 por ciento, pero el promedio de citas de los artículos científicos de connacionales ha disminuido entre un 83 y un 88 por ciento, para el mismo período de tiempo.
Curiosamente, el 67 por ciento de la investigación se centra en ciencias naturales, ingeniería y tecnología y ciencias médicas y de la salud que, sin demeritar las otras áreas del saber, son sectores importantes sobre los cuales el país requiere la mano de una investigación más asertiva.
Otro factor que ayuda a alimentar esa indiferencia y apatía hacia la ciencia puede hallarse en nuestro sistema educativo; no hemos logrado aportar las bases y competencias para que la comunidad estudiantil tenga los conocimientos básicos generales para comprender la información científica, y tampoco para que amen la ciencia y se apropien de ella como un soporte incondicional.
Colombia, para avanzar, requiere que la autoridad científica sea reconocida y respetada, que desarrolle su rol como motor del progreso social, económico y como faro orientador de las rutas a seguir para el uso y conservación responsable de nuestra megadiversidad.
Por eso resulta vital que fortalezca sus mecanismos de comunicación con la sociedad y de enseñanza y formación de estudiantes, entendiendo nuestros contextos históricos y sociales particulares, para que realmente sea vista como una aliada y no como un miembro indiferente, a veces lejano, incómodo o indeseado para nuestra ya compleja sociedad.
Andrés Franco Herrera, Ph.D. - Para EL TIEMPO
Vicerrector Académico Universidad Jorge Tadeo Lozano