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Noticia

La biósfera inexplorada

Aunque los científicos aún desconocen más de 80% del ecosistema marino, han encontrado especies cuya extraña anatomía es una lección de supervivencia y adaptación a extremos de este reino líquido. Algunas de ellas se encuentran en mares colombianos.

El recientemente descrito caracol pangolín (Chrysomallon squamiferum), que vive a 2,500 metros en agua a 300 °C en el océano Índico, usa una armadura de hierro para protegerse. Foto Chong Chen.

El recientemente descrito caracol pangolín (Chrysomallon squamiferum), que vive a 2,500 metros en agua a 300 °C en el océano Índico, usa una armadura de hierro para protegerse. Foto Chong Chen. Foto: Chong Chen.

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Mare nostrum, nuestro mar. El océano terrestre. Ese que nos llama con canto de sirena, pero a la vez se empeña en hacernos difíciles las cosas a la hora de estudiarlo. En esta Década de los Océanos de las Naciones Unidas 2021-2030, el mar sigue siendo la biósfera inexplorada. De ese ochenta por ciento que desconocemos, desde el comportamiento de sus corrientes hasta la geología de su lecho y la forma en que responde a los cambios del clima, quizás lo más cautivador para muchos de nosotros sean sus habitantes. Todas esas criaturas que nadan, caminan, se entierran y hasta vuelan a través del agua salada, de las cuales o muy poco se sabe, o muy poco se habla, o ambas.

Muchas son seres extraños, no necesariamente agraciados, pero con biologías alucinantes, adaptaciones maestras a la presión, al frío, al calor hirviente, a la falta de alimento, a la oscuridad. Qué hacen, cómo lo hacen y por qué lo hacen son preguntas que los investigadores intentan responder. Hemos escogido tres de ellas por la simple alegría de navegar los misterios entre la superficie y el abismo de este gran océano que esconde más de lo que revela.
Nuestro Caribe colombiano es hogar de la primera: el poliqueto ‘espagueti’ Eupolymnia rullieri, descrito para la ciencia en 2009 por el taxónomo y biólogo marino de la Universidad de Antioquia Mario Londoño. Los poliquetos son gusanos muy especiales. Rigen los mares porque se han adaptado a todos los ecosistemas de frío, calor, profundidad, salinidad y hasta contaminantes; además, se han contabilizado 17 mil especies. De esas, Mario ha descubierto 40, incluso en la Antártida.

Cualquier organismo que haya creado la imaginación, (como los bichos subterráneos gigantes de Dune y Star Wars, que en realidad están inspirados en poliquetos), no le llega al tobillo a la magnífica realidad de estos coloridos invertebrados, algunos bellísimos, otros grotescos o aterradores, con complejas cabezas llenas de antenas, placas, picos y plumas como los de un tocado de reina de carnaval. El ‘espagueti’ va vestido a rayas como un payaso de dos a 23 centímetros de largo. Su cabeza está decorada con 15 tentáculos rosados finos como pasta cabello de ángel, que estirados pueden llegar a medir un metro. Vive a poca profundidad en las zonas coralinas, y se la pasa metido dentro de un tubo que él mismo construye y adhiere a las rocas, pegando con su propio colbón granitos de arena, pedazos de concha y coral, ramitas, trozos de plástico, o lo que encuentre, no a mano sino ‘a tentáculo’.

Lo asombroso es lo que este poliqueto es capaz de hacer. “Su cuerpo está hecho de anillos, y cada anillo posee todo lo que podría tener un solo organismo: sistema digestivo, ganglio nervioso, órgano excretor, vasos sanguíneos, y hasta corazón”, dice Mario con orgullo de padre. “Entonces uno puede partirlo en dos y los segmentos que quedan tienen el poder de regenerar el resto del cuerpo. La mitad posterior podría regenerar los tentáculos y fabricar una cabeza en menos de un par de semanas. ¡Eso es ciencia ficción!”

Cabeza transparente

A 600 y más metros de profundidad, en aguas del océano Pacífico, entre Japón y California, nada otro ser verdaderamente extraordinario. Un pez de 15 centímetros cuya cabeza es completamente transparente en su parte superior. Algo así como la cabina de un avión de combate. Tanto, que es posible ver su cerebro, los enormes globos alargados de sus ojos y las terminales nerviosas, en oposición a la opacidad del resto del cuerpo. El solitario Macropinna microstoma es un ejemplo de lo que pasó cuando la evolución se sentó con los creativos ante una mesa de dibujo, para darle al animal una forma de sobrevivir en este reino donde todo está suspendido entre dos aguas.

Aunque lo descubrió el oceanógrafo Wilbert Chapman hace ochenta años en una red de pesca, solo en 2009, gracias a las inmersiones de varios robots submarinos del Instituto de Investigaciones del Acuario de la Bahía de Monterrey, se pudo observar y filmar a esta criatura viviendo en su propia casa. Fue entonces cuando los expertos en peces se dieron cuenta de que la cabeza está cubierta por un casco lleno de un líquido que protege “unos de los ojos más extraños del reino animal”, como dice el ecólogo Bruce Robinson, sin ocultar su fascinación.

Son grandes y tienen forma de tubos que están separados del cráneo para poder rotar de arriba hacia el frente, sin nada que los obstruya. Al apuntarlos hacia arriba, como un telescopio que busca estrellas, el pez detecta los sifonóforos, unas largas colonias de medusas luminosas a las cuales les roba la comida que tienen entre sus tentáculos. Una vez detectado su objetivo, rota los ojos directamente hacia adelante sin quitarle la vista a la presa, y sale disparado a la carga, abriendo su pequeña boca de ladrón.

Cuando lograron filmarlo por primera vez, en 2009, los científicos entendieron que la cabeza transparente no solo le permite ver mejor su presa, sino que protege sus ojos increíbles de los latigazos que lanzan los tentáculos de los sifonóforos ofendidos. Y que las bolas verdes que lleva encima de cada ojo son en realidad lentes y filtros que le ayudan a detectar mejor las luces de su comida. ¡Todo un avance en oftalmología del abismo!

Pies de hierro

Si M.microstoma tiene la cabeza de cristal, el caracol pangolín tiene los pies cubiertos en escamas de hierro y azufre, de tal forma que parece un caballero medieval con una armadura de plaquitas bajo la concha. Que se sepa, es el único animal que usa el hierro como un componente de buena parte de su esqueleto para protegerse de su estrambótico vecindario.

Le ha tocado vivir entre agua más bien caliente, a 300 grados centígrados, que sale a borbotones como un humo negro cargado de venenos por la boca de las chimeneas volcánicas a más de 2,500 metros de profundidad. Venenos que en realidad son nutrientes para muchos de los animales que viven aquí, ya que el sótano del planeta no es despoblado, sino un mundo aparte que vive al calor de nuestra propia estrella interior, el magma que hierve bajo la corteza terrestre.

“Definitivamente es mi especie de caracol favorito. Le di el nombre de Chrysomallon squamiferum en 2015 cuando estudiaba en la Universidad de Oxford, pues fue parte de mi tesis doctoral”, dice el biólogo japonés Chong Chen, quien es además un gran coleccionista de caparazones de caracoles. Es una de las pocas personas que ha visto a su criatura en persona, a bordo del submarino tripulado Shinkai. Hasta el momento, el caracol de hierro solo se ha encontrado en el campo de chimeneas Kairei, en el océano Índico.

El resultado de toda esta inventiva por parte de la evolución es un caracol completamente cubierto de compuestos de hierro, incluso su concha, hasta el punto de que el animal realmente se pega a los imanes, y las garras de sus enemigos chocan contra esta armadura sin hacerle mella. Es tan efectiva, que ya está siendo estudiada por algunos grupos militares.

¿Cuáles son los límites de la vida? es una pregunta que uno se hace al aprender de la existencia de organismos como estos tres. Y se puede ir más allá. Por ejemplo, ciertas bacterias se han hallado viviendo entre los poros de las rocas en lo más profundo de la corteza terrestre. Toda una biosfera debajo del mismísimo lecho marino, que según una hipótesis del fallecido biólogo Thomas Gold de la Universidad de Cornell, se extendería de cinco a diez kilómetros roca adentro. Haciendo cálculos iniciales, Gold sugirió que la masa de vida microscópica debajo de la superficie de la Tierra podría ser comparable a la de toda la flora y fauna que vive encima.

Vivimos en un planeta que tiene una capacidad casi infinita de sorprendernos. Y que al mismo tiempo ya comienza a ver los impactos del calor en los patrones de circulación de los océanos, los cuales determinan la temperatura y la oxigenación del agua. Justo donde viven algunas de las criaturas más bizarras de la naturaleza.

Especial para El Tiempo
Ángela Posada-Swafford
Escritora de ciencia y exploración

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