En este portal utilizamos datos de navegación / cookies propias y de terceros para gestionar el portal, elaborar información estadística, optimizar la funcionalidad del sitio y mostrar publicidad relacionada con sus preferencias a través del análisis de la navegación. Si continúa navegando, usted estará aceptando esta utilización. Puede conocer cómo deshabilitarlas u obtener más información
aquí
Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí. Iniciar sesión
¡Hola! Parece que has alcanzado tu límite diario de 3 búsquedas en nuestro chat bot como registrado.
¿Quieres seguir disfrutando de este y otros beneficios exclusivos?
Adquiere el plan de suscripción que se adapte a tus preferencias y accede a ¡contenido ilimitado! No te
pierdas la oportunidad de disfrutar todas las funcionalidades que ofrecemos. 🌟
¡Hola! Haz excedido el máximo de peticiones mensuales.
Para más información continua navegando en eltiempo.com
Error 505
Estamos resolviendo el problema, inténtalo nuevamente más tarde.
Procesando tu pregunta... ¡Un momento, por favor!
¿Sabías que registrándote en nuestro portal podrás acceder al chatbot de El Tiempo y obtener información
precisa en tus búsquedas?
Con el envío de tus consultas, aceptas los Términos y Condiciones del Chat disponibles en la parte superior. Recuerda que las respuestas generadas pueden presentar inexactitudes o bloqueos, de acuerdo con las políticas de filtros de contenido o el estado del modelo. Este Chat tiene finalidades únicamente informativas.
De acuerdo con las políticas de la IA que usa EL TIEMPO, no es posible responder a las preguntas relacionadas con los siguientes temas: odio, sexual, violencia y autolesiones
‘Ni el bambú es el héroe, ni el plástico el villano’
Entrevista con la economista y youtuber ambientalista Alejandra Ramos.
La basura represada en Palmira, Magdalena, propicia un ambiente insalubre. Foto: Vanexa Romero / EL TIEMPO
La economista y youtuber Alejandra Ramos Jaime (México, 1989) ha recorrido más de la mitad de su país haciendo lo que ella misma llama ‘turismo basura’: en cada lugar que ha visitado se ha encargado de filmar in situ la realidad de los vertederos donde los inmensos cerros de neumáticos dibujan el horizonte.
Alejandra Ramos Jaime, economista y youtuber. Foto:Cortesía Alejandra Ramos Jaime
Con sus propios ojos ha visto cómo en muchos de los 1.600 muladares que aún permanecen a cielo abierto solo hay unos escasos metros haciendo de barrera entre las montañas de residuos tóxicos de las inmensas tierras de cultivo. Escéptica del ‘ambientalismo buenista’, Ramos insiste en que la actual imagen de un mundo contaminado no solo se alimenta de nuestros nocivos hábitos de consumo, sino de la ignorancia y las “mentiras verdes” (que será el título de su primer documental).
Precisamente por ello se ha se ha dedicado a crear videos de divulgación ambientalista en las redes sociales, desmontando cada uno de los mitos que encierran las etiquetas eco-friendly en productos que, “igual que muchas políticas públicas ambientalistas”, solo son un parche. No le tiembla la voz al decir que “satanizando el plástico” o “aplaudiendo políticas públicas miopes” solo alargaremos la fecha para ver el mundo sostenible que nos hemos propuesto.
En un ambientalismo basado en evidencias científicas. Deja de lado las buenas intenciones, y no porque no sirvan, sino porque aunque son el motor para comprometerse con ciertas acciones, no son (ni pueden ser) el fin. En pocas palabras, se basa en los resultados medioambientales claros y apuesta, por ejemplo, por una mejor conservación de las especies o habla de proyectos viables (y con resultados comprobables) para la utilización más eficiente de los recursos naturales. Un ambientalismo que, al fin y al cabo, hace las preguntas correctas. Incluso yo misma refuto lo que creía cuando tenía 20 años sobre cuidados ambientales. Hay que cuestionarse e ir desenmascarando las mentiras verdes.
¿En qué medida la divulgación ambiental puede cambiar las tendencias de consumo y producción de los sistemas económicos?
Creo en el infinito poder de cambio, pero hay que elegir la información correcta, la de la ciencia. Parte del problema ambiental es que muchas políticas públicas contra el calentamiento global, constantemente aplaudidas, proceden de una divulgación muy superficial. De hecho, muchas están fomentadas por la publicidad de algunas marcas o estrategias gubernamentales igualmente miopes. Y eso no sirve. Un buen ejemplo es el de los pitillos de plástico: satanizar el plástico y creer que comprando un pitillo de metal se solucionará el problema de la contaminación de los mares, cuando ese producto de metal será incluso mucho más contaminante.
La gravedad está en que los discursos superficiales, las políticas improvisadas y el marketing nos han orillado a centrarnos en que el problema son los deshechos y no el consumo irresponsable o la falta de una óptima gestión de residuos. En su lugar, priman frases hechas como “si dura mucho, es bueno; si dura poco, es malo”, pero nadie se pregunta cuánto cuesta fabricar ese nuevo producto eco-friendly de moda. Por ejemplo, una bolsa de papel necesita cuatro veces más agua para ser producida y tres veces más energía que una de plástico. Su fabricación genera tres veces más residuos. Por tanto, satanizar a un producto o a un material no es la solución. Hay que saber que ni el bambú es el héroe, ni el plástico el villano. Lo que sí ayuda es conocer el costo real de producir una bolsa en cada uno de los materiales en los que sea fabricada.
¿Por qué usamos parches para problemas ambientales que superan cualquier escala antes imaginada? ¿Estamos ante una sociedad irreformable?
Por supuesto que hay una solución si huimos de lo que ya he mencionado. A cada prohibición –ya sea de los pitillos de plástico o de las bolsas– le corresponde un reemplazo, pues lo que se prohíbe es el material y no la necesidad del uso. En México, eso sucede con las nuevas ecobolsas que ya se describen como “la nueva bolsa desechable”. Todo el mundo las usa, todas terminan en la basura y, no mucho más tarde, en los vertederos a cielo abierto. Para resolver el problema, quizá la pregunta adecuada debería de ser: ¿por qué terminan tantas bolsas en la basura?
Hablemos del tema del plástico que se come los océanos. Si no hacemos nada al respecto, se estima que para 2050 habrá más plástico que peces en los mares.
Si nos preguntamos por qué termina el plástico en el océano sabremos que el problema no es el plástico. Son 10 países los responsables del 68 por ciento de la basura plástica que se come a los océanos. La mayoría de ellos están en Asia. China es responsable del 27 por ciento. Ahora, si la pregunta es “¿por qué Bangladés está en el top 10 de esa lista, pese a que prohibieron las bolsas de plástico de un solo uso desde hace 20 años?”, entonces la respuesta será, otra vez, la mala gestión de los residuos.
En cambio, Noruega, que es líder en consumo de plásticos per cápita, no aparece en esa lista contaminante porque la población noruega reutiliza los residuos, los separa correctamente y genera energía con ellos. Por otra parte, en México, solo el 12 por ciento de los plásticos están en riesgo de terminar en los mares, pero en Bangladés es más del 80 por ciento.
De hecho, sostiene que hay países en los que contaminar “es gratis”
¿Por qué algunos países desarrollados mandan su basura a países como Indonesia? Porque contaminar allí es, efectivamente, gratis. Retomo el ejemplo de Noruega: recibe muchos residuos desde Reino Unido, pero se le cobra al país por ello y después los convierten en insumos para producir energía y calefacción para su población. En Indonesia, sin embargo, los reciben para sencillamente tirarlos al mar. Allí no se cumplen las sanciones ni las normas. Lo mismo pasa en México; aquí, contaminar también es gratis: la realidad nos muestra que un alcalde de cualquier localidad puede crear un vertedero a cielo abierto sin sanción alguna.
Hablemos de las diferencias entre los países en vías de desarrollo y las potencias, al momento de afrontar la crisis medioambiental
Mira el caso de México. El 7 por ciento del metano que produce emana de los miles de vertederos mal gestionados. Es el número 13 en el top de países emisores y no tiene sistemas para captar esos gases y aprovecharlos. Además, el 87 por ciento de los destinos finales de los residuos son esos vertederos a cielo abierto. Aquí no hay rellenos sanitarios (lugares que cumplen las medidas sanitarias y de separación y gestión de residuos). Así era la realidad en Europa en 1900, pero en la década de los setenta prácticamente todos los países ya tenían sistemas para evitar la contaminación hacia el subsuelo separando, compactando y cubriendo correctamente la basura.
Desgraciadamente, eso aún no ha sucedido en México. La realidad en los muladares a cielo abierto muestra que, debido a la no separación, hay líquidos tóxicos procedentes de baterías y otros objetos muy contaminantes que terminan filtrándose hacia el subsuelo y los mantos freáticos. Yo misma los he visto a escasos 10 metros de algún cultivo: maíz, piña, limones, etcétera. Toda esa toxicidad termina en nuestras mesas. El tema de los vertederos es escandaloso; aquí, solo el 13 por ciento de ellos cumple las normas sanitarias básicas. Pero la problemática es más compleja aún: en mi país hace unos diez años se clausuró uno de los vertederos más grandes del mundo y, sin embargo, cuando ya estaba cerrado, comenzó a emitir la cantidad de metano y gases equivalente a la de un millón de coches. ¿Por qué? Porque se clausuró mal e irresponsablemente. Es ridículo.
En Europa están mucho más avanzados y apuestan por el aprovechamiento integral de residuos (reciclaje, transformación en energía eléctrica, etcétera). Por ejemplo, en Dinamarca solo el 5 por ciento de los residuos llega a un relleno sanitario, el resto se aprovecha.
Entonces, ¿alcanzaremos los objetivos ambientales de la agenda 2030 y de descarbonización para 2050?
Una cosa es cumplir los objetivos y otra muy distinta es que lo hagamos siguiendo lo que hemos visto en la COP26. Ya es momento de entender que esa cumbre se trata de una reunión de políticos lanzando promesas. Muchos países se comprometieron a ser emisores neutrales de carbono para 2050, pero el único que ha hecho un estudio formal acerca de cuánto puede costar eso es el ejemplo de Nueva Zelanda: entre un 16 y un 32 por ciento de su PIB. Es una cifra abismal y escandalosa. Eso es miseria, hambre, muerte. Significaría una contracción económica muchísimo mayor a la que vivieron los países más afectados por la pandemia.
Ahora, aunque los neozelandeses lo hicieran, hay que preguntarse cuánto va a aportar su descarbonización a la lucha contra el cambio climático. La respuesta, quizá, sea algo insignificante por contraste frente a la realidad de los países que no puedan llegar a las cero emisiones. Para cumplir esos objetivos hay que apostar por la innovación, la investigación científica y el desarrollo de tecnologías nuevas; no por la prohibición.
Tampoco podemos creer que solo mediante regulaciones o compromisos gubernamentales resolveremos el problema de la crisis climática. Hace 120 años, la crisis sanitaria y ambiental en Nueva York era causada por las heces de los caballos, había entre 170.000 y 200.000 equinos defecando y contaminando el suelo. ¿Cuál fue la solución? La llegada del automóvil, por extraño que parezca. Lo que quiero decir con esto es que cada momento de la historia tiene un problema ambiental específico y que la solución siempre ha llegado de la mano de la innovación científica.
¿Y las energías renovables? Parecen una solución viable y económica
Hay que ser asertivos y alejarnos del pánico. Tenemos que ser conscientes de que no vamos a sustituir los combustibles fósiles hasta que no exista una alternativa energética viable, confiable y a bajo precio. El problema es que por ahora no la tenemos. La energía nuclear parece ser una buena opción, pero también debemos saber que tiene un gasto y un riesgo.
En el caso de las renovables (solar, eólica) aún falta innovación; no son tan económicas como se cree y tampoco son muy estables (si no hay sol o viento, no hay energía). No le puedes pedir a un país como México, en vías de desarrollo, que pague por una energía más cara; lo que necesitamos es todo lo contrario: producir para salir de la pobreza. Sencillamente, hay países que económicamente no se pueden permitir esas energías. Y eso abre más la grieta entre los países desarrollados y los que están en vías de desarrollo.
¿Qué podemos esperar de este año con varias citas ambientales como el decimoprimer Foro Urbano Mundial, el Foro contra la Desertificación, los informes del IPCC o la Conferencia de los Océanos (Lisboa)?
Una mayor presencia de los temas medioambientales en la agenda pública, sin duda. Mayor cobertura mediática y mayor presión política. Eso, seguramente, generará que más recursos públicos, en muchos países, se destinen a la transición energética, por ejemplo. Pero el reto está en que todos esos esfuerzos y recursos sean dirigidos a estrategias asertivas y no a políticas miopes que solo generen resultados mediocres, o, incluso, contraproducentes como el ‘efecto cobra’.
¿Qué es el ‘efecto cobra’?
Cuando una política pública genera un resultado completamente opuesto al que proponía. Se llama así porque, durante el periodo colonial en la India, el Gobierno británico decidió pagarles a los ciudadanos por cada cobra que mataran ante el gran problema de salud pública provocado por el alto número de serpientes. Lo que pasó fue que la gente comenzó a criar cobras en sus casas para cobrar esa recompensa y el número de estas creció aún más.
Lo mismo ocurrió con el programa ‘Hoy no circula’ en la Ciudad de México. Para evitar los atascos y la contaminación (en los noventa, el aire de la capital mexicana tenía un problema muy grave debido a la gran cantidad de vehículos), el Gobierno decidió que habría un día asignado para que el coche de cada ciudadano no circulara. Pero lo que sucedió fue que la gente compró otro coche para circular ese día prohibido.
‘Sembrando vida’ es otro caso: el Gobierno mexicano ofreció pagarle a la gente por cada árbol sembrado en zonas deforestadas y el resultado derivó en la tala o la quema de zonas para plantar más árboles y cobrar el subsidio.