Desde que tengo uso de razón, las letras han sido el eje central de mi casa y los libros sus bienes más preciados. De niña, la biblioteca familiar era casi un lugar sagrado, luego los libros se fueron expandiendo tanto que terminaron colonizando el resto de la casa.
Mis padres sostenían largas conversaciones en ese espacio. Hablaban sobre textos, autores, obras clásicas y modernas; y, en especial, cuando mi papá acababa de escribir un ensayo, un discurso o un poema, lo leían y comentaban.
Desde muy pequeña me llevaron a los recitales de mi papá. Tendría cinco años cuando hice un dibujo de él sosteniendo un papel en una mano y con el brazo extendido en actitud de declamación.
A veces, cuando no tenían con quien dejarme después del colegio, terminaba sentada en su escritorio de juez en el Palacio Nacional mirando alguna revista de Derecho a la que él había logrado abrirle algún rincón a la poesía, o acompañando a mi mamá a dictar sus clases en la universidad. Ahí la escuché hablar del Siglo de Oro español, del Quijote de Cervantes, de la picaresca de los siglos XVI y XVII, y de las complejas estructuras de un idioma que yo pensaba que solo consistía en hablar y leer.
Es difícil hablar de mi padre sin referirme a mi madre, porque la literatura entrelaza tanto su historia que todo lo relativo a las Letras hace parte de un solo árbol de recuerdos que conecta la trayectoria intelectual y literaria de ambos.
Además, ese diálogo de ambos fue determinante en la escritura de mi padre. Ella era su primera lectora, su escucha al ensayar algún discurso, y la que señalaba sugerencias o ajustes de valor. Su mutuo conocimiento y amor por el idioma fue algo que marcó su destino.
Un joven abogado y poeta payanés encuentra en Francia a una parisina hispanista de la Sorbona. El idioma español y los autores hispanoamericanos como primer tema de conversación, y de ahí en adelante una historia de amor de novela, que quedaría incluso plasmada como prólogo en este libro póstumo de mi padre, titulado Obra poética y ensayos, publicado por Sabia Mente Ediciones, que es la motivación de este texto.
Ricardo León Rodríguez Arce es uno de los escritores más grandes de nuestra Lengua. ¡Y siquiera existe este libro!
La obra fue presentada en Popayán el pasado 28 de junio en el Paraninfo de la Universidad del Cauca (alma mater de mi padre, de la que fue Secretario General y Rector) con emotivas y honrosas palabras del Rector, del Alcalde, de la Gobernación, y del escritor Juan Esteban Constaín, quien se refirió a “este libro tan necesario, monumental y conmemorativo”, y expresó: “Ricardo León Rodríguez Arce es uno de los escritores más grandes de nuestra Lengua. ¡Y siquiera existe este libro!”.
Muchos se preguntarán cómo un nombre desconocido para la mayoría de colombianos puede reseñarse hoy entre los más grandes de nuestro idioma. Son varias las razones: que su producción se hallaba dispersa en diferentes publicaciones del país y de Hispanoamérica y, aunque había sido estudiada por críticos y escritores nacionales y extranjeros, nunca había sido compilada, de manera global, editada con rigor y detenimiento, y presentada formalmente al país.
Adicionalmente, la mayor parte de su vida laboral transcurrió en Popayán, en la segunda mitad del siglo XX, cuando las regiones y sus personajes –por reconocidos que fueran en sus departamentos– no tenían mayor visibilidad en los medios de comunicación nacionales, a menos que se trasladaran a vivir a la capital o se propusieran divulgar su labor en el ámbito central. Mi padre jamás tuvo esa aspiración.
Para él, escribir era algo tan natural, cotidiano y necesario, que, como suele ocurrirles a los artistas de vocación, le proporcionaba ante todo satisfacción y alegría personal más allá del destino que tuviera lo escrito. Si algo iré de él, y iro también de mi madre –vuelvo a hablar en plural–, es la inteligencia con sencillez, ese conocimiento profundo y a la vez discreto, ausente de protagonismos, abierto esencialmente al saber, al entregar y al compartir.
Pocos poetas tienen como Rodríguez Arce la credencial de haber hecho el retrato de su mundo de forma tan completa y tan perfecta.
Otra razón es que internet no existía en aquellas décadas y, cuando el auge de los portales web, smartphones y redes sociales avanzó sin tregua en el primer decenio del nuevo milenio, la avalancha de contenidos se enfocó en las innovaciones y nuevas tendencias. Era ya la recta final de la vida de mi padre, que falleció muy pronto, en septiembre de 2011.
Seguían permaneciendo entonces resguardados y casi protegidos en la memoria de su ciudad natal y del departamento el recuerdo y la creación literaria de uno de sus hijos más queridos y apreciados, no solo por su trayectoria como magistrado, escritor y orador, adalid de su cultura y tradiciones, miembro de diversas academias y director de la revista Popayán, sino por el respeto y la calidez que su personalidad despertó siempre entre sus conciudadanos.
“Pocos poetas tienen como Ricardo León Rodríguez Arce la credencial de haber hecho el retrato de su mundo de forma tan completa y tan perfecta –explicó Constaín–. ¡Todos los escritores le debemos mucho a su ejemplo, a su donosura y a su decoro, para siempre!”. Y destacó de su creación “la transparencia, la lucidez, la erudición, la claridad y la generosidad que solo logran los sabios verdaderos”.
Cuatro libros en un solo libro de gran formato, que recopila la mayor parte de su producción, tanto en verso como en prosa, que concentra su pensamiento sobre la vida, la muerte, el amor, la naturaleza, los cuestionamientos humanos; sus reconocidos poemas a Popayán; sus cantos de amor a París; y sus principales ensayos, ponencias, discursos y estudios críticos sobre poetas, figuras históricas y temas literarios, artísticos y culturales.
Sabia Mente Ediciones publica 'Obra poética y ensayos', libro póstumo del payanés Ricardo León Rodríguez Arce (1937-2011), que recopila su producción literaria en verso y en prosa. Foto:Sabia Mente Ediciones
“Ricardo León Rodríguez Arce es una personalidad intelectual del primer orden por reivindicar en la historia de las letras hispanoamericanas”, expresó recientemente Carlos Enrique Ruiz, director y fundador de la revista Aleph.
Pero el estar en región no significaba que fuera un autor encerrado en lo local. De eso da cuenta su correspondencia personal y el intercambio intelectual que sostuvo con personalidades extranjeras y de la vida nacional. Nuestra casa, de hecho, fue lugar de encuentro de muchas de esas tertulias. Eran los tiempos en que se hablaba de conservadores, liberales, e izquierdistas. Y de las tres vertientes llegaban reconocidos académicos, escritores, artistas y políticos, de todas las generaciones, a cenar y conversar.
Era otro país y otra época, de mayor pausa, de diálogos reposados y largas conexiones epistolares, de aprecios verdaderos más allá de las ideologías, de testimonios y recuerdos que siguen reposando en las hojas y los pliegues de cada una de esas cartas que mi papá conservó hasta el final de su vida.
Recuerdo la belleza de su caligrafía, que siempre despertó gran iración. Ya fuera una simple nota, tarjeta o borrador, parecía casi un pergamino listo para enmarcar. Desde niño tuvo una forma esmerada de escribir, una relación casi plástica con las letras, como si las perfilara o dibujara. Por eso, en el libro se incluyeron imágenes de sus manuscritos.
Hay que resaltar que la comunicación con un libro empieza desde su presencia física, desde el primer o con su formato, con el peso del objeto-libro, la sensación táctil de tenerlo en las manos, la textura de sus hojas, la ligereza, o no, con la que su material invita a la lectura.
Y Obra poética y ensayos es un libro que, pese a su gran dimensión y espesor, resulta dócil y grácil entre las manos. Casi se deja abrazar. Más allá de las cerca de mil páginas que lo componen, se recorre y conoce pronto, con la misma empatía que se experimenta al saludar por primera vez a alguien cercano.
Ricardo León Rodríguez Arce es una personalidad intelectual del primer orden por reivindicar en la historia de las letras hispanoamericanas.
Además, esa libertad lúdica que permite la poesía hace que cada lector termine definiendo su propio recorrido, el orden de su lectura.
Mi madre, Alice Pouget de Rodríguez, escribió en uno de los prólogos: “La Poesía sigue siendo una expresión sobresaliente entre las Letras por su exigencia en el tratamiento del lenguaje, del ritmo, su capacidad de síntesis para expresar y comunicar ideas y emociones, y la conexión que establece entre poeta y lector”.
Y todavía hoy, al leer a mi padre, encuentro entre sus páginas reflexiones y respuestas para numerosas circunstancias, como si el tiempo no hubiera pasado, como si el mundo no hubiera avanzado, cambiado ni progresado en sus preocupaciones.
Estas palabras, por ejemplo, las expresó hace cuatro décadas, al presentar uno de sus recitales poéticos en 1984: “La única cosa equilibrada que podemos hacer –en un mundo agobiado de problemas, conflictos y catástrofes de toda índole– es soñar con que la sensatez reemplace a la insensatez, la belleza suplante el horror, y las sensaciones agradables y nobles del espíritu triunfen sobre el gran cúmulo de sentimientos negativos que, apareciendo por doquier, quisieran asfixiarnos dentro de su propia angustiada dinámica”.
En septiembre se cumplirán once años de su fallecimiento.
Buena ocasión para invitar a descubrirlo, a través de este libro, que es el del pensamiento y la creación de un autor del que toda Colombia puede sentirse orgullosa, pues hace parte del legado literario, histórico, artístico, cultural y patrimonial de la Nación.
Un autor que se suma al panorama de escritores que tanta notoriedad les siguen dando a la literatura hispanoamericana y a las letras del país.
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