No conozco de cerca al nuevo ministro de Cultura. Pero sé de quién es hijo y algo conozco de su origen. Durante los años sesenta y setenta, muchos y muchas intentamos acercarnos a todas las formas posibles del izquierdismo. Fuimos una generación intelectual y de un compromiso continental que estaba por vivir los impactos de la Revolución cubana, la revolución sexual, el Mayo del 68 francés, los gobiernos cortos pero vibrantes en Chile y Nicaragua y la muerte del sacerdote Camilo Torres, entre muchos otros asuntos.
Toda una generación, plasmada en algunas novelas y en los relatos biográficos y políticos de muchos y muchas intelectuales que vivieron la ilusión de cambiar el mundo. Porque había que cambiarlo ¿Quieren que les recuerde la Colombia que yo conocí en los sesenta, pobre, analfabeta y tan patriarcal? ¿Quieren que les cuente el ambiente cultural del Frente Nacional? Era un país muy bello pero muy pobre. Y era una nación sin clases medias deliberantes. Con pocas librerías. Y reinaba una clase política educada pero aristocrática hasta la médula.
Por supuesto, la ideología nos atropelló. Nos marginó. Vinieron los detalles de la Revolución Cultural china, la dictadura soviética, los gulags, y todos, todas empezamos a desertar, no de nuestra sensibilidad sino de esos partidos mamertos. Pero eso es otro cuento. Pues bien, en medio de esa agitación teníamos que educar una generación. Recuerdo la fiesta infantil de mi hijo Nicolás –el 11 de septiembre de 1973–, empañada por el golpe de Estado del general Pinochet. Todos, todas llorando, y los niños y niñas, cantando el Happy Birthday.
No se puede describir a Juan David sin esa generación. Aun cuando Juan David sea –por supuesto– más cosas y haya tenido otras inspiraciones.
Pues bien, esa generación recibió una educación particular. Por ejemplo, no queríamos colegios normativos ni competitivos. Matriculamos a nuestros hijos e hijas en colegios como el Liceo Juan Ramón Jiménez, donde, por cierto, también estudió un tiempo Juan David. Eran educaciones distintas. No había que izar bandera, bullía el arte, historia de las religiones y no catecismo, etc. También les tocó vivir nuestros desastres afectivos y unos cuantos amargos matrimonios. Todos se encontraban en las mismas fiestas: los hijos de Salomón Kalmanovitz, los de Gladys Jimeno, los de Camilo González, los de Bertha Quintero y muchos más.
Mi generación, pese a todo, impartió una educación muy estimulante. Las películas, la música, las discusiones en la casa y los libros de nuestras bibliotecas fueron vitales en su crecimiento. Eran niños y niñas que presenciaron los inaugurales discursos feministas. Hoy, todos ellos y ellas hacen lo que hacen con pasión. Son artistas, científicas, profesores universitarios, editores y editoras, críticos de cine, documentalistas, agricultores orgánicos o escritores y editores. Y claro, ministros y ministras. Casi todos y todas van llegando o ya están en el quinto piso. Les pasamos mucho de nuestra sensibilidad (y probablemente algunos de nuestros miedos). Son una generación inspiradora, rara, creativa y no dogmática.
Ese es Juan David, el nuevo ministro de Cultura. El hijo de Hernán Darío Correa y Consuelo Ulloa. Conozco más a su padre. Un editor mayúsculo de una claridad ética y política envidiable. Su madre, una gran abogada del Externado. No se puede describir a Juan David sin esa generación. Aun cuando Juan David sea –por supuesto– más cosas y haya tenido otras inspiraciones; su hermano músico, sus compañeras de vida, su educación en los Andes, sus años en Francia, los libros leídos y escritos, su escuela con Marianne Ponsford, su dirección en Arcadia y, claro, su gran paso por Planeta.
Hoy quiero felicitarlo recordándole de dónde viene; de esa generación que quería cambiar el mundo. Obvio, nosotros, nosotras, no lo logramos. Pero quizás esta otra sí lo haga. Claro, más suavemente y con una buena dosis de incredulidad en el futuro de este país y de este herido mundo.
FLORENCE THOMAS
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad