Maestro Botero y la obra que no termina

Recordó que Rembrandt decía que se terminaba una obra “cuando paro de pensar”.

Consultor en Innovación y mediaActualizado:
Hay noticias que se intuyen pero igual duelen cuando llegan. Tuve varios encuentros con Fernando Botero. El más íntimo fue en su estudio en Monaco, cuando con Jorge Mario Velásquez lo entrevistamos en un proyecto llamado Visionarios, que buscaba acercar líderes mundiales a Colombia para inspirar la sociedad a proyectarse fuera del pesimismo.
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Esa noche, al cerrar el día con una cena en el Club Náutico, su voz tembló. Nos compartió que su médico le había compartido que la altura no le permitiría volver a su casa en Rionegro, ni a Colombia, excepto, quizás, viajar al nivel del mar. Sophia Vari, la musa escultora de su alma, lo abrazó uniendo su mano con la de él, mientras le ofrecía consuelo abriendo una luz desde la belleza de los recuerdos en su país y la ilusión de nuevos momentos que les esperaban en otros lugares. “La idea es pertenecer a un sitio y expresarlo con mucha honestidad, así se tocan el corazón y la sensibilidad de la gente en todas partes” había dicho en la entrevista en la mañana. De ser así, el Maestro era residente global pero ciudadano Colombiano. Esta columna se basa en mi privilegio de esas conversaciones.
En la belleza de Mónaco, frente a una de sus marinas y al fondo la vista de la icónica ciudad y el majestuoso casino, se hallaba la entrada a pasillos oscuros que nos llevarían a una puerta cuyo timbre estaba marcado a mano alzado por una cinta que señalaba la llegada al lugar de la magia, era una firma. Su firma: Botero. Se trataba de un espacio abierto y amplio que albergaba con pulcritud una mesa, una zona para estudio, una sala de tertulia y el resto… impecable, las obras en procesos creativos simultáneos colgadas –usaba los lienzos sin marcos–, por las que transitaba un carro que contenía su paleta de colores llevando de lado a lado su talento con el pincel. Y las intenciones de su alma.
Diferenciaba el arte menor del gran arte donde se obsesionaba con el estilo, porque lo asociaba con la excelencia de los maestros. Ante la pregunta de qué es estilo entonces afirmó: “El estilo es la identidad del artista. Es una manifestación de principios, un manifiesto. Cuando uno pinta un cuadro hace una declaración. El estilo es lo único que no se puede enseñar y nace de las necesidades espirituales que se tengan. Es un proceso largo, se va depurando después de muchas pequeñas dudas e influencias y se va aclarando, pero toma tiempo”. Consideraba que pintó el primer “Botero” en 1966: “Me tomó 20 años porque tenía muchas dudas, timidez, adhesiones e influencias. Hasta que me dije: este cuadro es cien por ciento mío”. Ese era el nivel de exigencia y disciplina de este autodidacta inagotable.
Pero yo tenía mis dudas. Mientras me fascinaban sus esculturas y iraba su pintura, siempre me pregunté por qué ese estilo tan permanente en su obra. Así que con respeto curioso le pregunté a ese hombre sencillo y afectuoso que nos había preparado un café delicioso. Obtuve mi respuesta. El día que conoció el volumen quedó fascinado y aún no sentía agotada esa emoción que le generó ese descubrimiento y el reto de explorarlo. “Considero que el volumen es importante: primero porque hay una gran tradición de artistas que lo expresaron; segundo, porque me produce placer esa exaltación de la forma; esas formas llenas de los grandes artistas me atraen, verlas me produce emoción y me elevan de mi ritmo normal. Eso es lo que yo llamo arte: lo que da placer”.
Y con volumen trabajó los temas de su tierra. Los bellos y los dolorosos. La tortura de Abu Ghraib, en Irak. La belleza de la mujer, el dolor de la muerte de Pedrito.
El artista que triunfó y fue generoso en vida regaló a Colombia dos museos, más de 400 obras y la Plaza Botero. Aquel día nos recordó que Rembrandt decía que se terminaba una obra “cuando paro de pensar”. Botero añadió: “Es muy difícil terminar, quizás no se termina nunca”. Quizás no, Maestro. En su obra hasta siempre.
MARTHA ORTIZ
* Entrevista completa, ‘El placer infinito de pintar’, en El Colombiano (4-11-2018)

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