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Entrevista
'Estamos creando gaseosa con hoja de coca': Yesenia Olaya, Ministra de Ciencia / Entrevista de Revista BOCAS
Yesenia Olaya, la Ministra de Ciencia, narra su increíble historia de vida. Entrevista de BOCAS.
Yesenia Olaya, la actual ministra de Ciencia, Tecnología e Innovación, se retiró de su estancia posdoctoral en Harvard para integrarse al “gobierno del cambio”. Foto: Pablo Salgado / Revista BOCAS
Yesenia Olaya, la actual ministra de Ciencia, Tecnología e Innovación, se retiró de su estancia posdoctoral en Harvard para integrarse al “gobierno del cambio”. Su vida ha sido un intenso viaje que la ha llevado de Tumaco a Pasto, de Pasto a Manizales, y de Manizales a México y Boston. Ha conocido el racismo y la violencia, y se ha convertido en una intelectual que usa la academia como punto de partida para su activismo político y su apuesta por un cambio social. Esta es su entrevista en Revista BOCAS.
Cada quince días, Ángela Yesenia Olaya Requene y su mamá salían de Tumaco y pasaban más de cuatro horas en bus solo para poder asistir a clase. Para la madre de Yesenia era un requisito para terminar su pregrado en la sede de la Universidad Libre de Pasto. Pero para Yesenia, de solo diez años, era un placer escuchar a estos profesores hablar de la Primera y Segunda Guerra Mundial, descubrir las hazañas de Atila, vivir las discusiones entre jóvenes adultos sobre Aristóteles y leer los textos que le dejaban de tarea a su madre sobre Platón. “Ese fue mi primer encuentro con la historia, con la filosofía”, dice.
La infancia de la ministra de Ciencia fue un contraste entre dos mundos: afuera de su casa se vivía de cerca un conflicto que hacía resonar balas y aparecer muertos en el barrio La Florida, en el que vivía su familia, mientras adentro sus padres hacían su mejor esfuerzo por mantenerla rodeada de libros fotocopiados y de documentales históricos en Betamax que veía una y otra vez. “Esa fue una herramienta fundamental para alejarme de otras distracciones de la calle, como la violencia”, dice.
Yesenia Olaya tiene una vida académica impresionante para alguien con 35 años de edad, guiada desde su pregrado en Manizales en Sociología, pasando por una maestría y doctorado en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en Antropología Social, hasta su reciente estancia postdoctoral en Harvard. Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
La ministra, con un cabello rizado que es magnético a los ojos y un semblante serio, sonríe con diplomacia, ite que desde niña fue “curiosa y contestataria”. Lo primero explica una vida académica impresionante para alguien con 35 años de edad, guiada desde su pregrado en Manizales en Sociología, pasando por una maestría y doctorado en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en Antropología Social, hasta su reciente estancia postdoctoral en Harvard.
Y lo de contestataria explica por qué, incluso siendo una activista académica que nunca había participado en política, Yesenia Olaya respondió al llamado del “gobierno del cambio” para apostarle a la ciencia en Colombia.
En los meses pasados, la ministra Olaya estuvo en medio de un debate de control político y controversias, en especial la acusación de la congresista Jennifer Pedraza de haber “inflado” su hoja de vida con experiencia docente en varias universidades que no coincide con la de sus certificaciones laborales, lo que también abrió una investigación de la Procuraduría. “Es un desconocimiento de cómo opera el sistema de educación de los Estados Unidos”, respondió la ministra en medio de nuestra entrevista. “No hay inconsistencias en torno a mi experiencia. Creo que las acusaciones por parte de ella [Pedraza] llevaban un prejuicio racial: no es sencillo para la academia elitista y racista del país ver a una mujer de Tumaco formada en las mejores universidades de América Latina, con una estancia de investigación postdoctoral, liderando procesos de toma de decisiones. La presencia de una mujer de Tumaco, con toda mi trayectoria académica, con la juventud que yo represento… pues incomoda”.
El ministerio que preside Olaya tiene un presupuesto que ha sido calificado de deficiente para fortalecer la agenda científica del país. Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
Esto ha sido solo uno de los problemas que ha tenido que sobrellevar Olaya en su gestión de más de un año en el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, un ministerio joven que tiene apenas poco más de cuatro años, luego de ser instaurado como el sucesor de Colciencias. Su presupuesto, por medios y expertos, ha sido calificado de deficiente para fortalecer la agenda científica del país, y a sus anteriores líderes los ha rodeado la polémica (desde fallas críticas en estudios científicos hasta, de nuevo, acusaciones de inconsistencias en su hoja de vida), pero la cantidad de desafíos a los que este ministerio debe hacer frente solo crece con el tiempo. “Estamos hablando de transición energética, de bioeconomía, derecho humano a la alimentación, la tecnificación del campo”, cuenta la ministra. “La inteligencia artificial es otro tema, y el desarrollo de algoritmos que permitan mejorar la productividad, o transitar hacia energías renovables, o que permitan medir la prospectiva y la capacidad productiva de Colombia”.
En un clima político en el que se clasifica a funcionarios y políticos como “activistas” o “técnicos”, Yesenia Olaya es ambos. “El cargo no define un intelectual”, dice ella. “Lo que lo define es la capacidad de creación. Y para crear hay que romper estructuras”.
Cuando piensa en su infancia en Tumaco, ¿cuál es el primer recuerdo que se le viene a la mente?
El primer recuerdo que se me viene a la mente es la violencia, con toda la incursión paramilitar que se dio en la década de los noventa. En ese momento de mi vida los niños y las niñas jugaban a construir armas de madera. Esos eran los dispositivos de socialización.
¿Cómo eran sus padres?
Mi padre toda la vida ha sido obrero. Se ha dedicado a lo que se conoce como la economía del rebusque: ha sido mototaxista, ha sido obrero, ha sido tendero. Y mi madre es docente. Ella ha sido profesora en la zona ribereña de Tumaco, en una zona fronteriza con Ecuador. Es un lugar desprovisto de la presencia del Estado, donde no hay conectividad, no hay señal de teléfono ni señal de internet. Toda esa zona ha sido permeada por el tráfico de drogas. Mi madre viajaba todos los lunes a esta zona del río Mira y no regresaba hasta el sábado. Nosotros perdíamos o con ella y quedábamos llenas de miedo de que algo le fuera a pasar.
La entrevista con Yesenia Olaya está en la nueva edición de Revista BOCAS. Foto:Archivo particular
¿Alguna vez fueron víctimas de esa violencia en Tumaco?
Mi padre tenía una tienda de barrio y fuimos extorsionados. Esa era la política impuesta por esos grupos. El que no pagaba podría ser secuestrado, desplazado o asesinado.
¿Y cómo hacían sus padres para protegerla de esa realidad de los grupos armados que había en Tumaco?
Ellos nos cuidaban mucho. Cuando se escuchaban tiros en el barrio, enfrentamientos entre diferentes grupos, mis padres nos decían que esos sonidos eran truenos… pero uno no es ingenuo. Y cada vez que mis papás salían, nos dejaban con llave en la casa para que nadie pudiera entrar, para que no saliéramos a jugar sin la supervisión de ellos. Cuando llegaron los grupos paramilitares también empezaron unas prácticas de seducción a las niñas. Rondaban las escuelas y las seducían con dinero, con moto, con ropa… Y en un contexto de pobreza, muchas caían y caen en esas garras. Entonces, la forma de mi mamá de alejarme a mí y a mi hermana de esas “tentaciones” era por medio de la educación. “Salir adelante” era una expresión muy recurrente en mi niñez. “Ustedes tienen que salir adelante, tienen que sacar la cara por la familia. Nosotros estamos haciendo muchos esfuerzos por educarlas, pero va a depender de ustedes las decisiones que tomen”. Ahora entiendo las prácticas sobreprotectoras de mis papás. En ese momento uno dice “no me dejan salir ni a la esquina de la casa”, pero era una política de cuidado frente a todas esas violencias que rondaban diariamente.
La ministra recuerda sus días de infancia en Tumaco y los juegos de los niños: 'hacían armas de juguete'. Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
Hablando de educación, tengo entendido que su mamá la llevaba a sus clases de la universidad…
Sí, ella entró a estudiar un pregrado en ciencias sociales en la Universidad Libre de Pasto, y viajaba cada quince días a la ciudad. Yo tendría unos diez u once años y acompañaba a mi mamá a sus clases.
¿Algo que la marcara de esos estudios?
Leer El mito de la caverna, de Platón. Yo me enamoré de ese libro: esa lectura me llevó a reflexionar acerca de cómo se construye la conciencia de lo humano vinculado a lo social. Yo, desde esa edad me preguntaba cómo el hombre transforma la naturaleza para responder a unas necesidades humanas relacionadas con el trabajo, relacionadas con la alimentación, relacionadas con la capacidad de constituir la familia. En este grado de ciencias sociales también veíamos a Aristóteles y me interesaba mucho cómo desde las ciudades griegas se empezó a constituir una idea del Estado y de los procesos de dominación. Yo le preguntaba a mi mamá “¿cómo se gobierna un pueblo?”, en ese momento que había tanta violencia. Mi mamá solo me decía “todo a su tiempo, las respuestas vendrán a su tiempo”.
¿Qué quería ser de grande?
Siempre quise ser abogada, siempre me preguntaba por la justicia en un contexto donde la gente es víctima pero también victimaria. Uno escuchaba que asesinaban a los muchachos del barrio, muchachos que crecieron jugando con uno, muchos pelados que trabajaban vendiendo BonIce, o en su carretilla vendiendo películas y discos en las calles… pero no era suficiente. Yo decía “mamá, pero no es justo, porque ese muchacho se metió a un grupo por la pobreza”. Quería ser abogada para tratar de resolver eso. Lamentablemente, las pruebas del ICFES no me alcanzaron para entrar a una universidad pública. ¡Jajaja!
¿Y qué hizo?
Les dije a mis padres “no me alcanza para estudiar Derecho, voy a estudiar Sociología”, y me postulé a la Universidad de Caldas. Al principio mis papás no estuvieron de acuerdo, sobre todo porque en ese momento había una narrativa que asociaba las facultades de Sociología con el M-19, con las guerrillas. Entonces les hice una promesa. Les dije: “estudio los dos primeros semestres de Sociología y luego busco el traslado a la facultad de Derecho”. Pero cuando entré a la carrera me enamoré de la sociología.
Al comienzo la ministra quería tener otra carrera: "Siempre quise ser abogada, siempre me preguntaba por la justicia en un contexto donde la gente es víctima pero también victimaria". Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
Y entiendo que el día que se inscribió en la universidad conoció a quienes serían sus compañeros de Palenque Vivo.
Estábamos con mi mamá haciendo el registro en Bienestar Universitario y a lo lejos estaban dos jóvenes afrodescendientes del Chocó. Mi mamá se les acercó y les dijo “bueno, aquí les presento a mi hija Yesenia, ella viene de Tumaco. Por favor, apóyenla, porque ella no conoce a nadie en Manizales”. Ellos me invitaron a ser parte de la asociación [Palenque Vivo], que trabajaba con temas de afrodescendencia. Eso fue el complemento que me llevó a fortalecer una postura política, de justicia social y de lucha contra el racismo en ese momento de mi vida.
¿Su identidad afro era algo de lo que era consciente, sobre lo que reflexionaba antes de llegar a Manizales?
Mi madre desde niña me decía “nosotras somos negras, tenemos una costumbre, tenemos una cultura que hay que defender, que hay que proteger”. A los 14 años mis papás nos enviaron a mi hermana y a mí a estudiar a Pasto. Fue para protegernos, porque la violencia se agudizó: había casos de niñas violadas, asesinadas por grupos paramilitares. Cuando llegué al INEM de Pasto, algunos compañeros, cuando pasaban por mi lado me remedaban el acento y me decían que yo olía a pescado; se burlaban de mi cabello, me decían que yo tenía pelo de estopa. Yo al principio no lo entendía, pero ya después hablando con mi mamá empecé a entender esa discriminación. Me dijo “es doloroso, pero lo tienes que entender para que lo sepas afrontar”.
¿Y vivió racismo en Manizales?
Ahí operaba el racismo de maneras diferentes. Yo no tengo la piel oscura y por lo general la referencia que se construye sobre mí es como una mujer del Caribe, pero eso lleva un proceso de hipersexualización. Sentía mucho morbo alrededor de mi cuerpo. Recuerdo que había un profesor que siempre me decía “tú eres una frutita tropical”. Mis otros compañeros, por su tono de piel más oscuro, vivían otro tipo de agresiones, incluso mucho más violentas. Entonces entendí que el racismo tenía diferentes escalas, tiene diferentes niveles de narrativas.
Y con los chicos de la organización creó grupos de estudio alrededor de la identidad afro…
Eran espacios académicos. Empezamos a leer a Angela Davis, para entender cómo los movimientos afroamericanos se organizaron contra un sistema esclavista como fue el de los Estados Unidos. Leíamos mucha teoría influenciada por la filosofía africana y la intelectualidad colombiana, como Manuel Zapata Olivella. También recuerdo que en esa época me encontré con los primeros textos de la Comisión Corográfica, de toda la caracterización biológica y cultural que se hizo de Colombia, y entendí estas narrativas de que los Andes significaban progreso, mientras las costas significaban empobrecimiento. La sociología me permitió entender el origen de la nación y por qué era importante pensar en una deconstrucción del Estado en el marco del reconocimiento de derechos de los pueblos negros.
"La sociología me permitió entender el origen de la nación y por qué era importante pensar en una deconstrucción del Estado en el marco del reconocimiento de derechos de los pueblos negros", dice Yesenia Olaya. Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
Y de eso nace la ponencia sobre Haití que la lleva a la Universidad Nacional Autónoma de México, ¿no es así?
Sí, hicimos una ponencia, un texto sobre la revolución haitiana y toda la ayuda que le brindó a Bolívar en los procesos de independencia. La llevamos a México y ese viaje fue mi primer encuentro con una academia latinoamericana de estudios afroamericanos, y vi que todo esto se está debatiendo en América Latina. “Estas son las redes que hay que hacer”, pensé, y empezamos a configurar redes de intercambio académico trayendo profesores de fuera del país.
Para costear el viaje de la ponencia vendieron hasta empanadas para poder ir…
La universidad nos apoyó con los tiquetes, pero nosotros teníamos que pagar el hotel, mantenernos allá. Así que junto a los compañeros de Palenque Vivo hacíamos rifas, actividades, vendíamos empanadas para poder tener el dinero y viajar, porque nuestras familias no podían financiar el viaje.
¿Y luego decide hacer su maestría y doctorado allá?
Terminé la carrera de Sociología y me postulé para una beca para la Facultad de Pedagogía de la UNAM. A los dos meses yo ya estaba empacando maletas para irme. Allí estuve estudiando pedagogía a nivel de maestría, e hice el doctorado en Antropología Social.
Su tesis de doctorado fue sobre El Congal, una vereda fronteriza con Ecuador. ¿Podría contarme un poco sobre ese proyecto?
Hice un análisis de la llegada de los grupos armados al lugar y cómo eso rompió con los procesos de socialización alrededor del territorio y las comunidades, y cómo las comunidades lucharon por proteger su identidad cultural.
¿Fue difícil ingresar en este territorio?
Pues en ese entonces tenías que pedir permiso a los grupos armados para ingresar a esos territorios. Yo les pedía permiso a los cabecillas del momento, porque los ríos estaban sitiados en las orillas por grupos armados: la guerrilla en unas partes, los paramilitares en otra, y las comunidades en medio del fuego.
Su familia tiene una relación histórica con este lugar…
El Congal fue uno de los territorios que se originaron a raíz de todos los procesos de migración de lo que anteriormente era la Gran Colombia, antiguas personas esclavizadas que encuentran en los manglares un lugar de refugio y comienzan a generar los llamados palenques. Los manglares fueron espacios de resistencia creados por las familias esclavizadas, y encontré que parte de mi familia materna, abuelos y bisabuelos, fueron parte de esos procesos de lucha contra la esclavitud que comenzaron a fundar esos territorios.
¿Cuál es el recuerdo que se ha quedado con usted de todo ese proceso?
Una vez hice un taller con jóvenes entre los 15 y los 18 años. Les pregunté a los muchachos “¿qué esperan del futuro?”, y un joven solo me dijo “nada”. La ‘nada’ es que te han aniquilado hasta la capacidad de soñar, de imaginar un futuro. Esa ausencia del Estado marca la vida de los jóvenes, rompe con sus aspiraciones, y lo que empieza a instalarse en ellos es que solo hay la posibilidad de un proyecto de vida vinculado a la criminalidad.
Esta tesis fue la que la acercó a Harvard, y la que la llevó a su estancia postdoctoral creando un certificado de Estudios Afrolatinoamericanos. ¿Cómo fue ese proceso?
Yo le propongo al profesor Alejandro de la Fuente crear ese certificado, porque ese es un campo de estudios para democratizar la historia. Nos pensamos el certificado para reunir a toda la intelectualidad afro y no afrodescendiente que han aportado a este campo de estudio, y comenzar a generar una serie de seminarios que lleguen a toda América Latina para dinamizar este campo de estudio. Llegaron historiadores, antropólogos, médicos, enfermeros, biólogos…
"Hay una coherencia de su lucha política con su historia personal", dice Yesenia Olaya sobre la vicepresidente Francia Márquez. Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
¿En medio del certificado fue que tuvo la oportunidad de conocer a Francia Márquez?
Ya habíamos trabajado antes. Yo he venido siguiendo los procesos políticos y de movilización de gran parte de los intelectuales y activistas afrodescendientes, como el de ella. Conversamos y mi primera impresión de ella fue la dignidad. Hay una coherencia de su lucha política con su historia personal, y cuando hay esa coherencia, hay posibilidades de transformar el orden social.
Usted pasa la pandemia en Harvard, antes de ser traída de vuelta por este gobierno. ¿Qué pensaba del presidente Petro desde la distancia?
Yo he seguido la trayectoria del presidente Petro desde que era senador. De hecho, cuando ejercí la docencia en diferentes universidades tomábamos los discursos de Petro para analizar la economía política de Colombia. Para mí, él es un intelectual, es un político de vanguardia. Él reconoce la importancia de que la toma de decisiones tiene que incluir diferentes posturas y, sobre todo, las voces de los que nunca han estado.
¿Votó por él?
Sí, yo voté por él en Estados Unidos.
Ministra, ¿cuál diría usted que es la importancia del Ministerio de Ciencia para Colombia?
Una sociedad avanza cuando abre las fronteras del conocimiento. Y al construir una sociedad del conocimiento, se construyen los lineamientos científicos y tecnológicos para abordar desafíos específicos que enfrenta el país, como, por ejemplo, en materia de cambio climático, Inteligencia Artificial y transformación de los territorios excluidos.
¿Qué significa el Ministerio de Ciencia para las diferentes regiones del país? ¿Qué oportunidades ofrece ese enfoque territorial que está tomando el Ministerio?
Recordemos que en el pasado el Ministerio abría convocatorias, no necesariamente articuladas a una agenda nacional de desarrollo científico, y por lo general dirigidas al sector académico. Ahora comprendemos que la articulación con diversos actores y las regiones es imperativa para aportar a las transformaciones que requiere el país. Y yo me he encontrado con una nueva generación de científicos muy comprometidos con lo social, con colocar el conocimiento que han construido al servicio de las transformaciones de Colombia. Yo dialogo con investigadores, mujeres en la ciencia, jóvenes, docentes, para contarnos ese entusiasmo de ver que su conocimiento está generando impactos positivos en la vida de la gente. Aquí tenemos una comunidad científica comprometida con la justicia social. Desde el Ministerio de Ciencia estamos dispuestos a abrir las fronteras del conocimiento para que nadie se quede atrás en la toma de decisiones científicas.
¿Y ha sido así en Tumaco? ¿Ha vuelto ahora como ministra?
Todo el tiempo estoy en Tumaco, allá está mi familia. Encontramos ahí un municipio con grandes complejidades, epicentro de las economías ilícitas y el racismo histórico, y esto significa que la ciencia y la tecnología se convierten así en motores para la transformación territorial, para la promoción de la paz.
¿Y cómo termina usted en el Ministerio?
Por recomendaciones de un profesor de Harvard. Mi hoja de vida llegó a Presidencia y me hicieron el llamado para llegar como viceministra.
¿La emocionaba esta oportunidad?
Sí, me emocionó muchísimo, aunque nunca he estado cerca de los partidos políticos de Colombia. Mi militancia política ha sido en la academia. Pero entendí en ese momento que la responsabilidad de mi perfil era la representación de una comunidad.
¿Pero es verdad que, solo unos meses después, ya había pasado su renuncia al puesto justo antes de ser nombrada ministra?
La renuncia como viceministra se dio porque no me había sentido acompañada desde el Ministerio frente a las transformaciones científicas que requería el país, pensando en una agenda progresista.
"Por primera vez tenemos un gobierno progresista y todas las lógicas de los sucesivos gobiernos han sido en el marco de políticas de derecha", dice la ministra Yesenia Olaya. Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
¿Siente que tenía que ver con los funcionarios del anterior gobierno y sus inclinaciones políticas?
Pues han gobernado este país durante 200 años. Por primera vez tenemos un gobierno progresista y todas las lógicas de los sucesivos gobiernos han sido en el marco de políticas de derecha. Entonces el Ministerio de Ciencia no estaba exento de esas lógicas.
¿Había racismo dentro del Ministerio de Ciencia?
El racismo estaba presente en todas las lógicas de la política del Estado. El Estado se funda sobre una base de racialización, y los funcionarios públicos no son alejados de estas formas de racismo. Venimos con unos formatos desde la primera infancia que cuando llegamos a estos lugares de toma de decisiones se siguen reproduciendo. Entonces sí hay prácticas racistas. Ahí lo importante es saber identificarlas.
El tema de impulsar las economías lícitas de la hoja de coca ha sido importante para este Gobierno y para su cartera. Imagino que por su historia personal y la historia de Tumaco…
Sí, y es una política profunda que implica un diálogo nacional de diferentes sectores. Transitar de lo ilícito a lo lícito es un proyecto político de implementación de la paz en Colombia que toca diferentes tipos de intereses, pero aquí lo fundamental es que las comunidades campesinas, los pueblos indígenas y afrodescendientes están dispuestos a dar el tránsito, y eso requiere del acompañamiento del Estado. Necesitamos romper con la estigmatización alrededor de la hoja de coca. La hoja de coca no es igual a cocaína. Esto requiere de ciencia para poder potenciar esos conocimientos científicos y su transición hacia modelos económicos alternativos.
¿Ya se está trabajando esa transición con comunidades?
Sí, ahorita estamos apoyando un proyecto en la Amazonía con el Sinchi [Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas], donde estamos creando aceite de hoja de coca, biofertilizantes, gaseosa con la hoja de coca… Ahora los debates son acerca de la regulación de los usos alternativos de la hoja de coca y estamos dialogando con el Ministerio de Salud y con el Comité Nacional de Estupefacientes para poder abrir un mercado para estos productos.
Otro punto controversial desde la istración de Mabel Torres, y reforzado por declaraciones de Francia Márquez, ha sido esa narrativa de la ciencia hegemónica en conflicto directo con los “conocimientos ancestrales” de poblaciones marginalizadas. ¿Cómo siente que debe abordarse desde el Ministerio de Ciencia?
Yo lo que pienso es que en Colombia falta un debate muy riguroso de qué es lo ancestral. Se ha concebido como un asunto popular, como un asunto de identidades locales. Pero la verdad es que lo “ancestral” es el origen del conocimiento científico; ¡la ancestralidad es conocimiento científico! Los estudios de la genómica en los Estados Unidos, por ejemplo, se basan en una perspectiva de la ancestralidad. Para hablar de la raza y del racismo científico, de la biología, de la genómica, necesitas conceptualizar la ancestralidad y también cómo este campo de conocimiento ha sido apropiado o construido como una plataforma política. Encontrar esos puentes es un asunto pendiente para Colombia.