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Voy y Vuelvo | El reto de Lucía Bastidas
Su labor frente al Departamento istrativo de la Defensoría del Espacio Público será vital.
De izq. a der., Carlos Fernando Galán, alcalde de Bogotá, y Lucía Bastidas, directora del Dadep. Foto: Foto: tomada de la cuenta @luciabastidasu
Hay muchos potros difíciles de cabalgar en la istración de Bogotá. Movilidad, por ejemplo. ¿Se imaginan lidiar con los dos camioneros que se hicieron virales por cuenta de creerse los Torettos de la Boyacá? O Seguridad, ni se diga. IDU, ¡imagínense! Para no hablar de tener que tratar con concejales o ser parte de los llamados gestores de convivencia y paz.
Pero hay otro que puede romper el molde. Curiosamente, no es un cargo tan publicitado como los que están más cerca del entorno del Alcalde Mayor, y, sin embargo, es determinante para el bienestar de la ciudad. Hablo del Departamento istrativo de la Defensoría del Espacio Público (Dadep). Nombre largo y aburrido.
Ojalá surgiera uno mejor, algo así como Oficina para el Encuentro Ciudadano u Oficina para la Revitalización de nuestro espacio, qué sé yo. El caso es que allí acaba de llegar la exconcejal Lucía Bastidas, la misma que en el pasado fustigó a las istraciones de turno por la poca atención que le prestaban al tema.
Cientos de vendedores informales se reúnen para protestar por la imposición de vallas. Foto:Mauricio Moreno
Bastidas se pone al frente de uno de los chicharrones más complicados de la ciudad. Pero también el que puede generar una nueva dinámica en la relación entre el ciudadano, su ciudad y su gobierno. Después de la inseguridad, me atrevo a decir que es el espacio público y todo lo que atañe a él lo que más irritabilidad produce entre los bogotanos. Porque es el lugar en el que convivimos, nos asociamos, paseamos, dejamos ir nuestros pensamientos, enseñamos a nuestros hijos a ver el mundo y disfrutamos caminando con los abuelos y sus recuerdos.
Andenes, plazas, plazoletas, mobiliario, naturaleza, comercio, peatones, bicis, mascotas, trabajadores, todos hacen parte de ese entorno llamado calle, el espacio donde, a decir del poeta, se puede ser verdaderamente libre, pero también se puede encontrar lo mejor y peor de la naturaleza humana.
El espacio público en Bogotá se ha convertido, a lo largo de las últimas décadas, en motivo de confrontación permanente. Las mafias se han apoderado de él; la explotación de niños y mujeres indígenas está a la orden del día; la informalidad y el desorden se han adueñado de cada centímetro, incluyendo puentes peatonales, donde los s fueron relegados por carrozas desproporcionadas y ventas de toda clase sin asomo de autoridad.
Por eso es tan difícil ponerle orden al tema. Quien invade un lugar que no le ‘pertenece’, puede terminar agredido o asesinado por esas propias mafias. No exagero, casos se han visto. A las mujeres y niños indígenas explotados las autoridades no los pueden tocar. Y la pandemia trajo consigo una explosión de la informalidad que empeoró las cosas. Para no hablar de lo que sucede con zonas de sesión que siguen sin estar disponibles para la ciudad o la situación de inseguridad que se registra en los bajos de los puentes vehiculares, como lo denunciaron los medios hace poco.
Darse un septimazo se convirtió en algo más parecido a un recorrido por un enorme mercado persa que a un paseo peatonal o ciclístico. Foto:Héctor Fabio Zamora / EL TIEMPO
magínense la tarea que hay por delante. Y la solución no depende solo del Dadep. Acá se requiere de un tejido de alianzas que involucre, por supuesto, a los ocupantes del espacio público, pero también a los que tienen intereses alrededor de él, como el sector privado, el comercio organizado, las empresas de servicios y la comunidad. Y esa es la parte difícil, porque todos tendrán que poner algo y perder algo. No se puede seguir usufructuando un espacio que es de todos sin nada a cambio para la ciudad. Pero tampoco se puede ignorar una realidad de a puño y es que se trata de lugares en los que miles –por no decir millones– de personas logran su supervivencia gracias a las actividades que desarrollan en él.
Volviendo a la gente, lo que simple y llanamente se pide es que se ponga orden, se acabe con la avivatada y con las mafias que encontraron terreno abonado para el desarrollo de una actividad ilícita. Llegar a acuerdos, organizar a los informales, poner reglas de juego claras, entender que hay derechos, pero también deberes, es la tarea fundamenta que debe acometer la nueva directora. Si hay algo que refleje la sostenibilidad de una ciudad, es justamente el tratamiento que le da a su espacio público. Los urbanistas lo saben.
Si la señora Bastidas, que tanto ha abogado por una ciudad ordenada, organizada y digna para todos, desea hacer una revolución desde su cargo, debe empezar por aplicar medidas de corto, mediano y largo plazo. Las primeras se podrían ver ya; las segundas serán más difíciles porque es en donde tienen que participar y concertar todos, pero las terceras se antojan las más retadoras: imaginar y planear un espacio público de largo aliento, como lo hizo la ciudad de Nueva York hace más de una década: pensó en una transformación a 30 años que incluía como eje principal al peatón y la bici. Así, duplicó los carriles para estos vehículos y se propuso generar espacios abiertos con actividades culturales, aceras continuas y bien iluminadas, accesibilidad para todos, calles que comunican con parques, más sillas en los andenes; en fin, una vida más lenta. Todo esto reactivó la economía y generó un comercio mucho más organizado. Sí se puede, si existe voluntad.