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A jugársela por la memoria de los juguetes de madera
En esta Navidad, vale la pena recordar esos clásicos objetos que amenizaron las tardes bogotanas.
“Cuando se pone a bailar el trompo de madera, su giro produce un mundo”, dice Camilo Fuentes y pone a bailar uno enorme sobre su mano.
Hace tres años comenzó a investigar todo sobre los juguetes de madera en Bogotá, Colombia y América Latina para trabajar en su tesis de maestría, ‘Juguete, juego, juguetero y jugador’, de la Universidad Nacional.
Y lo que empezó como un requisito de grado terminó como una pasión. Fuentes ya tiene cerca de 50 juguetes de madera en su colección personal y ya ha construido más de una decena con sus propias manos.
“Aún son vigentes. Pero por los modelos industrializados, con luces, sonidos y un montón de cosas, están relegados”, comenta Fuentes, pero reconoce que “aún tienen su magia. Incluso en las nuevas generaciones”.
E, insiste, cuando un trompo baila, por ejemplo, se produce un mundo. Este Diseñador Industrial, ahora con maestría en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad, asegura que este tipo de objetos atraen el juego y la diversión en sociedad. Además, acarrean tradiciones e historias.
“Da cuenta de la historia de cómo y quién tumbó el árbol del que proviene. Da cuenta de la época, el clima, la economía, las costumbres, las percepciones de mundo. El cuerpo del leñador, las manos del fabricante, la mente del comerciante, la técnica del artesano. De hecho, el mismo artesano es historia”, escribe Fuentes en su tesis.
Para llegar a este punto, él mismo caminó por los ‘recovecos’ de la ciudad buscando a los maestros jugueteros. En su búsqueda, charló por horas con los artesanos del Pasaje Rivas, donde aún se encuentran los caballos hechos de madera de pino a 60.000 pesos; los combos de yoyo, trompo y coca a 12.000 pesos, los camiones de bomberos a 10.000 y toda clase de figuras tradicionales. Allí predomina el olor a madera.
También dio con Edilberto Franco, el ‘Maestro del Trompo’, quien le contó los secretos de este objeto. “No es solo hacerlo girar, sino dominar cada una de las tres modalidades: la rayuela, que consiste en sacar un trompo de una circunferencia pegándole con otro trompo; la modalidad de calle, que es la peleada, y la última consiste en las figuras. Pero el trompo es el trompo en cualquier región”, le dijo Franco a Fuentes en una de sus conversaciones.
El investigador agrega que en Bogotá y Cundinamarca (Tenjo y Tabio, por mencionar algunos municipios) hay puntos de elaboración destacables.
Incluso, conoció al legendario Horst Damme, un alemán que llegó a Colombia en 1937, huyendo de los nazis y que sobrevivió en Bogotá gracias a una tradición juguetera que trajeron su memoria y sus manos desde el Viejo Continente. “Su local, Juguetes Damme, queda en el barrio La Floresta y combina los saberes alemanes y la cultura bogotana. Él está ciego, pero supervisa el trabajo con sus manos”, recuerda Fuentes.
Y en este punto hace una observación. “En países como Alemania e Italia, e incluso en urbes latinoamericanas como Ciudad de México y Buenos Aires, uno ve que hay una preocupación latente por ellos. Pero en Bogotá no”, lamenta.
México, por su parte, tiene el Museo del Juguete Antiguo y varios grupos de investigación que buscan conservar las memorias de su elaboración, diseño y uso. En Bogotá, en cambio, salvo algunas pocas investigaciones sobre los juguetes de madera, no hay mayor cosa. Por ejemplo, el Museo del Juguete, una iniciativa de aficionados que ha tratado de surgir varias veces en la capital, tuvo que cerrar hace poco sus puertas en Suba. No hay dinero ni interés de las entidades públicas en apoyar este tipo de proyectos.
Juguetes de madera Foto:Néstor Gómez
“Después de hacer mi tesis de maestría, dejé abierta una pregunta: ¿cómo se puede construir la historia del juguete bogotano? Ese, seguramente, será el tema de mi tesis de doctorado”, apunta Fuentes y espera que, al menos, por estas navidades, vuelva a olerse la madera en las jugueterías bogotanas.
Tristemente, estos mágicos objetos se reemplazaron por polímeros, y después se les colocó luces y sonidos. Al nuevo trompo plástico, por ejemplo, le colocaron un lanzador y ya no había manera de perder
Este deseo lo dejó consignado en su investigación: “Solo queda esperar el resurgimiento del trompo tradicional, que el caballo de madera renazca de las cenizas, tal y como siempre lo ha hecho, y que la zaranda vuelva a reunir a su pueblo”.
ANA PUENTES
Si conoce más historias de memoria urbana, escríbanos a [email protected]