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Tuve un amor prohibido, creí en sus promesas y me destruyó

Las clases sociales parecían ser el principal obstáculo de esta relación... pero no lo eran.

En cada rincón nos dábamos besos y a veces teníamos momentos muy apasionados.

En cada rincón nos dábamos besos y a veces teníamos momentos muy apasionados. Foto: Ilustración: Equipo de Infografía de EL TIEMPO

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Soy de Bogotá y me fui a trabajar en 2018 a un hotel en un pueblo de Boyacá. Mi mamá es la gerente del lugar, y mi papá el segundo al mando. Yo empecé a trabajar como pasante. La llegada fue dura. Me sentía sola y perdida, no sabía para dónde iba mi vida y qué rumbo quería tomar. Tenía 25 años y supongo que atravesaba por una de esas primeras crisis del adulto contemporáneo.
Los primeros días fueron desesperantes. Me aburría con facilidad. No es fácil pasar de una vida tan urbana y movida como la que uno tiene en Bogotá, a un pueblito donde todo se hacía monótono. Pero conocí a alguien y esa rutina exasperante y parsimoniosa por fin tenía una novedad, algo que me mantenía alerta, entretenida.
Lo llamaremos Miguel. También trabajaba en el hotel. Él era mesero y mientras todos los demás me coqueteaban y hacían de todo para llamar mi atención, él mantenía una posición seria, cordial, pero respetuosa. Ni siquiera me tuteaba. Creo que eso hacía que me gustara más.
Empecé a mirar qué horarios tenía para irme mucho más arreglada. Yo prácticamente hacía de todo por cruzármelo y me quedaba hasta tarde en la oficina para que él me viera. No mentiré. Le coqueteaba sutilmente y hasta ese momento no parecía causar efecto.
Un fin de semana volví a Bogotá y le conté a mi mejor amigo gay la situación. “Es un hombre y tú eres muy linda, no se va a negar”, me dijo. Su frase me llenó de impulso para caerle con toda.
Volví a Boyacá totalmente decidida a decirle que me gustaba. Ese día, justamente, precisamente Miguel estaba solo de turno. Como no había más meseros y el servicio ya había terminado, me quedé charlando con él en el bar del hotel. Nos tomamos un café y espontáneamente me empezó a contar de su vida y de lo duro que lo había tocado para salir adelante. Me encantó su determinación. No era para nada el típico hijo de 'papi y mami' con el que estaba acostumbrada a salir.
Miguel era diferente y a pesar de ser de clases sociales diferentes, eso jamás me frenó, jamás me importó. Obviamente en la conversación salieron a flote las preguntas personales y si teníamos pareja. Él me respondió que sí, pero con un tono raro. Me dijo que no quería estar con ella porque él no quería una relación seria.
Esto suena cliché, pero es verdad. Nunca hasta ese momento me había involucrado con una persona que estuviera en una relación, pero algo en la forma en que habló de ella, me hizo animarme a decirle que si algún día terminaran, que me llamara y mirábamos que hacíamos. A él le sorprendió mucho. Yo ya había dado el paso. Me fui a descansar.
Después de un par de horas de nuestro café, me escribió por el messenger de Facebook. Creo que en el fondo quería corroborar si lo que yo le había dicho era verdad. Si era cierto que me gustaría salir con él. Le dije que sí. Me dijo que nunca se hubiera imaginado que él me gustara, me pidió mi número y ahí comenzó nuestra historia.
Desde ese entonces hablábamos todos los días sin parar. Desde que empezaba el día hasta que se terminaba. Me empezó a llevar regalos y comenzamos a vernos a escondidas en el hotel. En cada rincón nos dábamos besos y a veces teníamos momentos muy apasionados. Al poco tiempo me enteré de que su novia también trabajaba en el hotel. Era la persona que se encargaba del spa. No sé por qué, pero no me importó. Tener una relación escondida me aumentaba la adrenalina, hacía que cada momento fuera más intenso.
Cuando le pregunté por qué no me había dicho, me respondió que tenía miedo de que yo ya no quisiera nada. Pero a mí me pasó todo lo contrario, eso hizo que me dieran más ganas de estar con él. Lo prohibido me llenaba. Si alguien en el hotel se enteraba y le contaba a mis papás el problema que yo iba a tener iba a ser gigante. Con eso a cuestas seguí adelante.
Nuestros encuentros eran casi siempre en el hotel. Era lo más fácil y seguro. Además, yo hacía muchos viajes entre Bogotá y Boyacá. La mayoría en compañía de mis papás con quienes yo estaba 24/7. Un día, ellos se quedaron un poco más en Bogotá y yo volví al hotel sola. Fue el momento para verme con Miguel en otro contexto.
Esa noche llegué directo a un bar donde me estaba esperando. Charlamos y tomamos sin parar. Recuerdo bien ese encuentro porque por primera vez me dijo que me quería. Si soy sincera, en ese punto no sabía si quería algo serio con él, pero me dejé llevar por el momento (y por el alcohol) y terminé diciéndole que yo también lo quería.
Nos excedimos en licor. Lo sé porque vomité en el bar. Entonces nos fuimos a un hotel al lado del bar, y literalmente perdí la conciencia. No tengo recuerdo de nada hasta que me desperté como a las 3 de la mañana. Tenía la ropa interior puesta y no recordaba si algo había pasado.
No sé por qué, pero no me importó. Tener una relación escondida me aumentaba la adrenalina, hacía que cada momento fuera más intenso
Obviamente yo no quería que todo fuera así y como no encontré otra solución, lo desperté porque quería tener intimidad con él. No sé si fue el alcohol que tenía todavía en mi cuerpo o lo mucho que me gustaba, pero ha sido de los mejores polvos que he tenido. Lo que sentía ya no era una simple atracción.
Esa madrugada fue corta. A las 7:30 de la mañana yo entraba a trabajar y salimos del hotel a buscar un taxi. La suerte empezó a dejar de estar de nuestro lado. El jefe de seguridad del hotel nos vio salir del lugar donde pasamos la noche, y desde ahí todo se complicó. Como yo vivía en el hotel donde trabajaba, me tocó hacer malabares para que nadie más me viera entrar, incluso dejé la cama sin tender para que las camareras pensaran que había dormido ahí y no le dijeran nada a mis papás.
Desayuné, pero me estaba muriendo del guayabo. Cuando llegué a la oficina mi compañera aún no había llegado. En mi cabeza pasaron microsegundos, pero cuando ella entró yo ya me había quedado dormida encima del escritorio. Ella me vio y me pregunto qué pasaba, confiaba plenamente en ella y le conté todo lo que estaba viviendo con Miguel. Ella lo conocía de hace año, me dio algunos consejos y me hablo muy bien de él. Me sentí feliz y tranquila.
Todo estaba fluyendo muy bien entre nosotros, nadie sospechaba y ahora que mi compañera sabía lo nuestro nos hacia el cuarto cuando nos dábamos algunas escapaditas. Pero el jefe de seguridad no demoró nada en contarle al jefe de meseros que nos había visto. No sé si nunca supo con seguridad, pero la información que le proporcionó fue que me vio a mí, y no reveló con quien estaba. A lo mejor ni sabía. El jefe de meseros empezó a indagar. Ya todo el mundo estaba hablando de eso.
Solo había dos meseros de más o menos mi edad, uno llevaba muchos años con la novia, así que lo descartaron, y el otro era Miguel. Él siempre lo negaba, pero no había muchas posibilidades. Además su jefe le empezó a decir cosas para provocarle celos y Miguel no sabía disimularla la rabia. Todos se dieron cuenta.
A mí no me interesaba que supieran. Mi miedo más grande era que se enteraran mis papás. Solo por eso hacíamos de todo para demostrar que entre nosotros no había nada, pero cada día nos queríamos y gustábamos más. Se volvió complicado disimular.
Yo lo quería y me moría de ganas de estar con él sin tener que escondernos, así que le pedí que terminara con la novia. Pensé que su reacción iba a ser distinta, pero me dijo que solo lo haría si yo les contaba a mis papás. Lo pensé, pero aún con miedo y dudas decidí hacerlo. Ya no deseaba compartirlo. Tenía que ser solo para mí.
¿Qué pasó con la decisión de seguir adelante? Miguel ya no me escribía, no me llamaba y sacaba excusas todo el tiempo
Me armé de valor y me senté hablar con mi mamá. Yo los conozco, entonces fui despacio. Y menos mal, porque esa vez solo le insinué a mi mamá que me gustaba Miguel y ella reaccioné mal a niveles que no eran normales. Empezó a llorar. Me dijo que yo me merecía algo mejor, que esperaba que solo fuera un gusto y que por nada del mundo mi papá se podía enterar.
Yo también lloré con su reacción. ¿Qué significa que “merezco algo mejor”? Lloré a mares hasta quedarme dormida. Me empecé a tranquilizar con la idea de que quizás a mi mamá se le iba a olvidar, que le iba a restar importancia, pero todo se complicó. Mi papá también se enteró.
Por lo que supe, un empleado del hotel le dijo a mi papá que había un rumor sobre una posible relación entre Miguel y yo. De inmediato mi papá se lo dijo a mi mamá y le advirtió que si ella sabía algo era mejor que se lo dijera. Ella no se aguantó y terminó diciéndole lo que yo le había contado antes.
De todo esto me enteré mucho después, porque la estrategia de mis papás fue, no sé cómo decirlo... más dura. Ellos llegaron por esos días y me propusieron dar un paseo por Boyacá. Claramente su intención era sacarme del hotel para que no me viera con él. Yo los sentía raros y pensativos, pero no me decían nada.
En la tarde ellos tenían que viajar a Bogotá, así que mientras alistaban maleta yo cuadraba en secreto para salir y quedarme en el apartamento de Miguel. Antes de irse mi papa entró a mi habitación, me dejó una carta y me dio un beso.
Cuando se fueron empecé a leer la carta y me dio un ataque de ansiedad. No sabía que hacer. Me decía que un empleado le había dicho algo, que esperaba que fuera mentira y que si estaba pasando algo fuera solo un capricho de adolescente. También que yo era buena profesional y que ojalá no fuera a dañar mi reputación porque todos los empleados hablaban de eso. No se imaginan lo que llore. Todo esto se lo leí a Miguel mientras hablábamos por teléfono. Él me dijo que me fuera para su apartamento y que allá resolveríamos las cosas. Empaqué y me fui.
Al llegar, lo primero que hizo fue pedirme la carta, la leyó y empezó a llorar desconsoladamente. Yo jamás había visto a un hombre llorar así y menos por mí. Yo también lloraba, pero al mismo tiempo lo intentaba calmar, lo abrazaba, pero de nada servía.
Casi una hora después nos tranquilizamos y empezamos hablar. El panorama en medio de toda esa nube negra era claro. Teníamos dos opciones: dejar las cosas hasta donde estaban o luchar y seguir sin importarnos nada. Eso fue lo que hicimos. Nos prometimos luchar por lo nuestro sin importarnos si nos permitirían estar juntos o no.
Él quería luchar por el respeto y cariño de mis papás, me prometió que iba a superarse, ser lo mejor para mí. Yo lo quería a mi lado. Punto.
Los días siguientes fueron difíciles. Nuestra estrategia fue hacerle creer a todo el hotel que lo nuestro había terminado. Era difícil cruzarnos y no voltearnos a ver, incluso intentábamos mirarnos mal, ser indiferentes. Nuestros encuentros eran más pocos y éramos muchísimo más precavidos. Nos costaba hacerlo, pero lo estábamos logrando o, al menos, eso creíamos.
Mis papás también tenían su estrategia. Días después me llegó una notificación de traslado a la sede principal del hotel en Boyacá. Fue un golpe duro. Nos derrumbamos totalmente, pero él me prometió seguir luchando, escribirme todos los días, ir a visitarme. Quedé tranquila porque sabía que lo nuestro iba a seguir... pero no.
Solo pasaron un par de días para que todo cambiara. Yo no entendía, me sentí confundida. ¿Qué pasó con la decisión de seguir adelante? Miguel ya no me escribía, no me llamaba y sacaba excusas todo el tiempo. Volver a Bogotá había sido terrible para mí y no reconocerlo a él lo hacía todo peor.
Unos 15 días después viajé a un fin de semana a visitar a mis papás y, claro, a estar con él. Hice lo imposible por vernos y lo logré. Llegué a su apartamento, pero me recibió de mala manera. En un momento empezamos a tener intimidad y lo empezó a llamar la exnovia. Me desconcentré totalmente así que no lo disfruté. Me fui totalmente decepcionada.
Al siguiente día me levanté pensado mucho en lo que había pasado y en esa llamada, así que decidí investigar un poco su Facebook. Me di cuenta que la exnovia había estaba publicando cosas, de inmediato lo llamé y le pedí que nos viéramos para hablar. Me sacó la excusa de que tenía migraña. No me di por vencida, le insistí y le insistí hasta que él estalló y me dijo cosas horribles.
Me confesó que la ex novia lo estaba ayudando económicamente, que no iba a rechazar esa ayuda, que se estaban viendo y que lo iba a seguir haciendo. (Por esa época él atravesaba una crisis económica muy dura) También me dijo que lo de la noche anterior había sido un error porque no quería estar conmigo, que lo dejara en paz, que mis papás nunca iban aceptar lo nuestro y que era cierto que yo me merecía algo mejor.
Volví a Bogotá destruida, con una tusa tenaz. Por un par de días más le seguí insistiendo. Le pedía que se acordara de todo lo vivido, de lo que luchamos para estar juntos, pero él siempre sacaba excusas y  cada vez me hacía sentir peor. Tenía que itirlo. Había que dejarlo ahí, no hablarle más.
Pasamos alrededor de un mes sin hablar hasta que me tocó viajar a Boyacá para celebrar el cumpleaños de mi abuelita. La celebración era en el hotel. Iba nerviosa y ansiosa por volverlo a ver, pero me sentía fuerte y recuperada. Así que llegué demostrándole que estaba feliz sin él.
Para mi sorpresa me volvió a buscar, yo traté de hacerme la fuerte, pero no podía negar que seguía sintiendo mucho amor por él, así que caí nuevamente en su juego. Volvió a prometer mil cosas, a decir que iba a luchar, que quería estar conmigo, pero que por ahora no podía dejar a su novia.
Me dejé envolver, lo reconozco. Me ilusioné pensando que dejaría todo por mí, y no fue así. Nos tenía a las dos ahí para él. Al poco tiempo empezó a publicar fotos con ella, y a decir en sus redes lo “mucho que la amaba”.
Esta vez eligió palabras bonitas para comunicarme que se iba quedar con ella. Me dijo que había sido lo mejor de su vida, que gracias a mí ahora tenía sus metas claras, que valía mucho y que me merecía algo mejor. También que ambos sabíamos que él no era suficiente y que nuestras clases sociales nos separaban y que eso nadie lo podía cambiar.
Yo estaba destruida. En solo dos meses, Miguel me despertó cosas que no había sentido. Logró lo que no hizo mi ex con el que duré dos años y por quien nunca boté ni una lágrima. También logró el récord de la persona que más me ha mentido.
Poco a poco ese dolor fue sanando. Abrí los ojos y me di cuenta que merezco lo mejor, pero no por el dinero o la clase social, merezco un hombre que sea honesto y fiel.
Esa situación me cambio totalmente, me lleno de aprendizaje. Ya no soy tan entregada y crédula. Tampoco volví a estar con hombres que tiene una relación. Ese fue mi peor error. Ese fue mi karma.
Anónimo*
*A petición del autor se omite su nombre
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