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Novela propone polémica mirada al ‘mito Pablo Escobar’
El narcotraficante aparece como héroe y mártir. Pretende reflexionar sobre memoria histórica.
Retadora, polémica, incómoda, altamente simbólica y hasta escabrosa puede resultar La última cena de san Pablo Escobar, la primera novela del sociólogo y pintor Gabriel Caldas.
La sola portada ya da mucho para pensar. En la tapa del libro aparece un Pablo Escobar semidesnudo, muerto y tendido sobre una mesa. Detrás de este aparece un Pablo vivo, poderoso, de brazos abiertos, ofreciendo su propio cadáver en una extraña recreación de La última Cena.
Es una pintura del mismo Caldas, quien acompañó el proceso creativo de la novela con un proyecto pictórico. El autor, que lleva muchos años pintando al narcotraficante, dice que se dio cuenta de que este personaje, que se ha querido borrar de la historia de la ciudad, representa un mito para la antioqueñidad. En sus palabras, Escobar es un héroe trágico a la manera helénica: primero irado por sus iguales pero luego despreciado, vilipendiado y hasta traicionado.
La idea de Caldas puede sonar excesiva. Sin embargo, la defiende de la siguiente manera. Según su tesis, Pablo Escobar representa los valores antioqueños por antonomasia: la verraquera, el conseguir lo deseado sin importar el medio. Incluso, compara el deseo del capo de domar la naturaleza –trayendo hipopótamos africanos, amaestrando las aves para que pasaran a cierta hora sobre la Hacienda Nápoles- con la colonización antioqueña. “En la colonización hay una idea: imponer la cultura paisa por encima de lo demás. Por encima de los otros, del afro, del indígena, incluso arrasando y tratando de domar la naturaleza”, explica el autor.
Según su tesis, Pablo Escobar representa los valores antioqueños por antonomasia: la verraquera, el conseguir lo deseado sin importar el medio
Entonces, según el sociólogo, Escobar es un mito que la ciudad no ha superado. Por eso se dedica a pintar la figura del jefe del cartel de Medellín haciendo alusión explícita a la iconografía cristiana. En sus pinturas, como en la novela, es común ver al capo recreando La Última Cena o la repartición de los panes y los peces. Caldas es consciente de que las imágenes, al igual que el libro, pueden herir susceptibilidades.
En La última cena de san Pablo Escobar, la novela de Caldas, los lectores asisten a la historia de un pintor que, como el mismo autor, retrata al narcotraficante. Pero hay aquí otra idea que se expone: la censura. Según explica, en Medellín ha imperado una visión oficial de la historia que ha pretendido mantener la figura de Escobar en el olvido.
Para el sociólogo, esta actitud, especialmente tomada por la istración municipal, ayuda a que el mito sobre la figura del traqueto siga viva. “Tenemos el mito subterráneo contra el oficial. Este último es negacionista. Por eso tumbaron al Mónaco y piensan hacer el parque para las víctimas. La memoria no es solo de las víctimas, eso es un error. La memoria debe ser de la sociedad en su conjunto”, agrega.
Hola Foto:Jaiver Nieto
La novela se desarrolla en Medellín, gran parte en el estudio del pintor Germán Caldero, el protagonista que, hasta cierto punto, es un álter ego del autor. Las peripecias del hombre, como el encuentro que tiene con el ‘Osito’, el hermano de Pablo Escobar, van delineando, lentamente, la visión de la sociedad antioqueña que el escritor quiso mostrar.
Pero tanto, en la obra pictórica como en la novela se hace una propuesta: sacrificar definitivamente a Escobar para superar el mito de una vez por todas. Por eso lo pinta en su última cena, como un cadáver puesto a descansar por la eternidad.
Sin embargo, el autor considera que, más allá de la figura de Escobar, es la misma antioqueñidad la que tendría que cambiar. Es decir, la muerte del héroe trágico, desmedido y traicionado no es suficiente: “Esos valores antioqueños como el querer pasar por encima del otro, arrasar y domar la naturaleza a su antojo, manipular al Estado, subsisten con Pablo o sin él. El narcotraficante es un chivo expiatorio a quien echarle la culpa de nosotros porque él, en últimas, es una representación de lo que somos”.
Esos valores antioqueños como el querer pasar por encima del otro, arrasar y domar la naturaleza a su antojo, manipular al Estado, subsisten con Pablo o sin él
Caldas está dispuesto a que su novela, que fue editada por la Universidad Autónoma Latinoamericana (Unaula) en el marco de la maestría en Educación y Derechos Humanos, sea atacada por la visión oficial de la memoria. Incluso, espera algún comentario de la istración municipal. Pero, más allá de eso, dice, la idea es sentar una reflexión sobre lo que somos los antioqueños como sociedad y los referentes buenos o malos que tenemos.
Por ahora, los cuadros se están exhibiendo en Unaula. Caldas, cuando ve que uno de ellos presenta un pequeño daño, como la quemada de un cigarrillo, dice con tranquilidad: “ya les hicieron el primer atentado”.
La idea del pintor es sacar las obras por toda la ciudad y ver cómo reaccionan las personas. “No vamos a pedir permiso, las vamos a exhibir por 11 puntos de la ciudad relacionados con la historia de Pablo, precisamente en el aniversario de su muerte y nacimiento”, concluye.