En la historia de Colombia, la lucha entre el centralismo y el federalismo ha sido una constante, pero la sombra opresora del centralismo ha prevalecido, asfixiando las oportunidades de una nación que se niega a ser unificada bajo un solo molde.
Esta injusticia, perpetuada por la Constitución de 1886, ha hecho de Colombia un país donde las regiones son relegadas, donde las voces diversas de nuestros pueblos son silenciadas por un poder central que se aferra a su trono en Bogotá. Este centralismo no solo es injusto; es una traición a la esencia misma de Colombia, un país vibrante, heterogéneo y lleno de contrastes.
Cada rincón de Colombia tiene su propia historia, su propio dolor y sus propias aspiraciones. No es lo mismo el llanto silencioso de una madre en el Guainía que lucha contra la pobreza, que el esfuerzo de un agricultor en el Quindío que busca mejores oportunidades para sus hijos.
Sin embargo, el centralismo impone una visión miope, una solución única para problemas que son tan variados como los paisajes que definen nuestra tierra. ¿Cómo es posible que un gobierno, en su arrogancia, piense que puede conocer y resolver desde una oficina en Bogotá las necesidades profundas y específicas de cada región de Colombia?
El gobierno del presidente Gustavo Petro prometió cambio, prometió escuchar a la "Colombia profunda". Pero, ¿qué hemos recibido? Más de lo mismo. Centralismo disfrazado de idealismo, un discurso vacío que no ha hecho más que concentrar aún más los recursos y las decisiones en cuatro cuadras de la capital. Nos hablan de una Colombia unida, pero la realidad es una nación fragmentada, donde las regiones son prisioneras de un poder central que las ignora y las desprecia.
Este centralismo perpetúa la desigualdad y desgarra el tejido social de nuestro país. Mientras en Bogotá se deciden políticas para "todos los colombianos", las regiones ven cómo sus necesidades quedan relegadas al último lugar. No se trata solo de falta de recursos; se trata de una profunda injusticia, de una negación de nuestro derecho a decidir, a crecer según nuestras propias necesidades y sueños. El centralismo es un yugo que nos impide avanzar, que nos mantiene divididos y empobrecidos.
Pero Colombia no es un país que se rinde fácilmente. En cada rincón de esta tierra hay una fuerza, una pasión por lo nuestro, un amor profundo por nuestras raíces y por nuestro futuro. Este amor nos exige levantarnos, exigir lo que es nuestro por derecho: la autonomía de nuestras regiones, la libertad de decidir sobre nuestro propio destino. No pedimos caridad, pedimos justicia. Queremos un país donde cada departamento pueda prosperar según sus propias necesidades, donde nuestras diferencias sean nuestra mayor fortaleza, no una excusa para la opresión.
El centralismo es un yugo que nos impide avanzar, que nos mantiene divididos y empobrecidos.
La descentralización no es solo una opción; es una necesidad urgente. Es el camino hacia un futuro donde todas las voces de Colombia sean escuchadas, donde cada región tenga la oportunidad de florecer y aportar al desarrollo del país. Países con poblaciones y geografías similares a las nuestras han demostrado que el federalismo es el camino hacia un crecimiento rápido y sostenible, un camino que promueve la justicia social y la equidad. ¿Por qué no podemos soñar con lo mismo para Colombia?
Es hora de que nos liberemos del yugo del centralismo. Es hora de que exijamos un cambio real, un cambio que empodere a nuestras regiones y les permita respirar, crecer y decidir por sí mismas.
El próximo presidente de Colombia tiene en sus manos la oportunidad de hacer historia, de devolverle a las regiones el poder que les ha sido arrebatado, de construir un país donde la justicia social no sea solo un sueño, sino una realidad.
Colombia merece más. Merece un futuro donde cada colombiano, sin importar de dónde venga, tenga las mismas oportunidades de prosperar. Este es el país que queremos, el país por el que debemos luchar. Porque, al final, el amor por nuestra tierra es más fuerte que cualquier sistema opresor. Es hora de que Colombia se levante y reclame lo que es suyo: un futuro de libertad y de oportunidades para todos.
Pablo Jaramillo Arango
C. Doctor en Estudios Políticos y Jurídicos