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Andrés Ramírez: 'Somos una generación marcada por la ausencia del padre'

El director de 'La Jauría' habló en BOCAS sobre hacer cine en Colombia y su galardón en Cannes.

Andrés Ramírez en BOCAS

Andrés Ramírez en BOCAS Foto: Natalia Hoyos

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Andrés Ramírez Pulido es el autor de La jauría, la película que este año se alzó con el Gran Premio de la 61 Semana de la Crítica, un certamen paralelo dedicado a los jóvenes talentos que se realiza durante el Festival de Cannes. Su abuelo, un repartidor de gaseosas; su padre, un taxista cristiano y él, un productor de la Universidad Nacional de Colombia. Tiene 33 años, es bogotano, pero vive en Ibagué “seducido por el valle del río Magdalena”, dice. La jauría cuenta la historia de Eliú, un joven que vive en una cárcel, ubicada en la selva, donde purga una pena por un asesinato. Un relato que, en el fondo, habla de la figura paterna en Colombia.
Andrés Ramírez en BOCAS

Andrés Ramírez en BOCAS Foto:Natalia Hoyos

Abrazó a su esposa con fuerza, la soltó, la volvió a agarrar. Vinieron más apretones con los que estaban a su alrededor, justo antes de caminar tranquilo hacia la tarima del teatro. No iba emperifollado como una majestad de Hollywood: lo suyo eran camiseta y pantalón de color negro, tenis blancos; parecía más bien que recibiría una placa empresarial de fin de año antes que una importante distinción en Cannes.
No sonrió, no lloró, ni tartamudeó a la hora de los aplausos que rompían en la sala. En francés solo dijo “merci beaucoup”, lo demás fue en español, agradecimientos por doquier, a su equipo de trabajo, a Eric, a Roxanne, a Baltazar…
Andrés Ramírez Pulido dice, modestamente, que no esperaba ganar el Gran Premio de la 61 Semana de la Crítica, el pasado 25 de mayo. Un galardón que destaca a jóvenes talentos del cine y que en su momento obtuvieron los celestiales Bernardo Bertolucci, Wong Kar-wai, Gaspar Noé o Alejandro González Iñárritu.
En mis cortometrajes, El edén (2016) y Damiana (2017), encontré no solo una manera de dirigir actores, sino de crear una relación de confianza, amistad y romper barreras sociales
La jauría, que se acaba de estrenar en Colombia, muestra a Eliú, un joven que vive en una cárcel, ubicada en la selva, donde purga una pena por un asesinato. Pronto el espectador descubrirá que la imagen paterna es la esencia de la película.
Su director es bogotano y autor de dos cortometrajes que, como la galardonada, protagonizan adolescentes (actores naturales) en historias que avanzan en la selva o en medio de la naturaleza. Uno es Damiana (2017), que también compitió en su categoría en Cannes. El otro es El Edén (2016), que ganó el Grand Prix en el Festival Tous Courts en Aix-en-Provence, y en el Festival de Cine Latinoamericano de Biarritz, ambos en Francia.
Los actores son tan espontáneos que hasta su papá (Gustavo) participó en la película, en la escena final, imperceptible si el director no hiciera la revelación. Y aparece porque el ‘viejo’ –contratado para encargarse del transporte de la producción– pidió actuar al sentir conexión con el personaje. Su hijo asintió. Aunque no era ninguna novedad.
Y no lo era porque casi toda la familia de Ramírez colaboró en el rodaje: la esposa del director, Johana Agudelo Susa, fue la responsable de la dirección de arte y el diseño de producción y es, además, compañera de aventura en una productora llamada Valiente Gracia.
La mamá, María del Carmen Pulido, trabajó en silencio detrás de cámaras y cuidó a Noah, su nieto. Y lo hizo para que el padre ejecutara lo que tenía que ejecutar, para que gritara “corten”, “acción”, “prevenidos”, “graba” y todo lo demás que vocifera un director durante una filmación.
Andrés Ramírez en BOCAS

Andrés Ramírez en BOCAS Foto:Natalia Hoyos

En ese momento no había nacido su hija Abigail, nombre bíblico que significa la “alegría del padre”. Para el realizador y su esposa, cada nombre marca cierta personalidad o carácter en las personas. No en vano su niño se llama Noah, que equivale a “tranquilidad o paz”.
Hoy, Ramírez, de 33 años, camina con gorra y bermudas por las calles de Ibagué. Un fulano. Anda por ahí, inadvertido, casi nadie conoce que ganó uno de los premios más importantes en la historia del cine colombiano. Los que lo identifican –en su momento tuvo cierta exposición mediática–, apenas saben que hace películas.
Desde hace 7 años, esa ciudad es su centro de operaciones. Lo sedujo la cercanía al río Magdalena, la tranquilidad que ofrece una ciudad intermedia y algunos parajes naturales muy propios para imaginar y producir películas, como ocurrió con La jauría, El Edén y Damiana.
En Bogotá quedaron sus papás, dos hermanas, abuelos y viejos recuerdos de una ciudad que palpitó en el sur, en el barrio La Pradera (localidad de Puente Aranda), donde creció. Y en Fátima, barrio de su colegio, el Instituto Técnico Industrial Piloto.
Años vividos sin holgura, pero donde nada quedó pendiente. Sus padres, cuando era ya bachiller, le hicieron un anuncio determinante en su vida: si quería una profesión, tenía dos alternativas de lugar para estudiar: la Universidad Nacional o la Universidad Nacional. No había plata para más.
Si bien ganó en Cannes, dice que su vida hoy es normal en Ibagué, que mantiene las mismas afugias de quien debe pagar los recibos del agua, la luz y el gas. Por eso va hoy tranquilo por las calles, de gorra y bermudas. No necesita más.
Andrés Ramírez en BOCAS

Andrés Ramírez en BOCAS Foto:Natalia Hoyos

Cuando anunciaron que La jauría ganó el premio, usted en la tarima fue inexpresivo, muy fresco. ¿Esperaba ganar?

No, fue una gran sorpresa, además de una gran satisfacción. El premio se lo merecían muchas películas, pero nos tocó a nosotros. Y es bueno para La jauría porque podrá viajar a diferentes países y la conocerán más. Simplemente, era un momento para vivirlo con alegría y agradecimiento.

Usted casi no llega al cine, se demoró en entrar a estudiar y tuvo que pasar por diferentes obstáculos. ¿Por qué ese recorrido?

Porque nuestra educación está hecha para que después de terminar undécimo grado, inmediatamente uno decida qué quiere hacer en la vida. Y no todos nos ubicamos rápido. Yo estudié en el Instituto Técnico Piloto, en el sur de Bogotá, donde aprendí de mecánica industrial, electrónica y sistemas… Y les dije a mis papás que el colegio me sirvió, justamente, para darme cuenta de que nada de eso me gustaba o apasionaba.

¿Y entonces qué hizo?

La única opción para mí era una universidad pública; imposible para nosotros pagar una privada. “Es el camino que nos toca”, me dijeron mis papás. Como le decía, no quería ninguna ingeniería ni ninguna ciencia exacta. Y aunque nunca tuve una estrecha cercanía con el arte, éramos un poco ajenos al tema, sí tenía sensibilidad frente a temas narrativos, de imagen o sonoros.

¿Ahí es cuando comenzó su lucha por entrar a la Universidad Nacional?

Sí. En medio de descartar esto y lo otro, llegué a cine y televisión en la Universidad Nacional. ¡Me presenté tres veces! Es una carrera que tiene examen no solo general, también específico: la primera vez no sé en qué puesto quedé; la segunda, pasé al examen específico, pero realmente no sabía nada de cine y perdí. Y la tercera vez, un poco engañando a mis padres, les dije que me había presentado a otra carrera.

¿Y la tercera sí fue la vencida?

Pues para no volver a perder el examen dije: “bueno, voy a comenzar a ver cine”. Y fui a una tienda de alquiler de videos del barrio, en Puente Aranda. Y empecé a ver no solo Hollywood, sino otro tipo de cosas. Así encontré dos películas: una japonesa llamada Muñecas (2002), y la otra era alemana, Los edukadores (2004). Y le dije al man de la tienda: bueno, se las alquilo. Y entonces me dijo: “lléveselas porque aquí nadie las pide”. Me las regaló.

¿Y sí sirvieron para entrar en la Universidad Nacional?

Cuando vi Los edukadores supe que hacer cine era lo que quería en la vida, me emocioné bastante. Es una película juvenil antisistema, me llegó al alma. Y fui a muerte a hablar de esta película en la entrevista de isión de la Nacional. Sí, señor; pasé.
Andrés Ramírez en BOCAS

Andrés Ramírez en BOCAS Foto:Natalia Hoyos

¿Pero qué le dijeron sus padres? Como usted dice, ¡los había engañado!…

No, mis padres estaban felices cuando supieron la noticia de que había pasado, en mi tercer intento, en la Nacional. Les dije que me había inscrito a diseño industrial, pero que luego, dentro de mí, algo no me dejó y fui a cambiarla. Igual, fue una gran alegría familiar: mis papás tenían ya a sus tres hijos estudiando en la Universidad Nacional. Mis dos hermanas ya estaban, solo faltaba yo.

Muchos directores son cinéfilos desde muy jóvenes. Usted no lo era. ¿Qué veía entonces?, ¿qué le inquietaba?

No tenía cercanía con el arte ni con la cinefilia, porque crecí en un hogar donde no había mucho de ello. Claro, en mi infancia vi Dumbo o El rey león. No íbamos mucho al teatro, pero veía lo que pasaban en televisión. Mi sensibilidad era más por la música; mis papás me pusieron a tocar el piano desde los 8 o 9 años como para aprovechar el tiempo libre. La música también fue más cercana a mí en la adolescencia.

Pero si había ciertas limitaciones económicas, ¿cómo sus papás podían pagar las clases de piano?

Mi familia es creyente, cristiana, y había dos personas cercanas a la familia que tocaban el piano en la iglesia. Mi mamá buscó a una que nos enseñara, a mis hermanas también, y compró un piano-organeta. A ellas les aburría, mucho más que a mí. Mi mamá siempre nos buscó actividades deportivas y artísticas; más deportivas, la verdad.

¿Y hasta dónde llegaron sus impulsos como pianista u organista?

Hay un símil muy cercano entre lo que es un hijo y una película

Me separé rápido porque sentía más emoción por el rock y, además, tuve una bandita cuando era adolescente, pero no tenía la disciplina de un músico para estar todos los días con un instrumento. El grupo nunca tuvo nombre, nunca se presentó en ningún lado. Hacíamos covers en español, nos movíamos entre el ska y el punk.

¿Pero qué instrumento tocaba… y si era realmente bueno?

Tocaba el bajo y, realmente, no era un buen músico. Lo mío era más instintivo, pero cero disciplina. No evolucioné y me quedé con lo básico.

Usted tiene sensibilidad por los temas narrativos. ¿Cómo adquirió ese gusto?

Por una herencia, la de mi abuelo materno, que recién murió. Era un todero: peluquero en el barrio, ayudó en la Defensa Civil, se pensionó de Postobón como ayudante de camión. Para mí, antes que nada, era un contador de historias fascinante, y lo que no era verdad, se lo inventaba, ficcionalizaba.

¿Influyó en usted? ¿Lo marcó como para hacer lo que usted hace hoy?

Reunidos en una mesa, nos narraba historias de cuando repartía gaseosas en los pueblos de Huila o Tolima. En algún momento no sabíamos qué era verdad o falso. Yo, ahora que soy consciente de lo que hago, del cine que hago, me pregunto de dónde viene eso. Y creo que me entró y permeó, en el día a día, compartir con mi abuelo.

Un director joven, como su caso, ¿qué tanto cine clásico ve?, ¿qué tanto conoce de Federico Fellini o Roberto Rossellini?

Veo a algunos, pero en mi caso tengo más cercanía con el cine contemporáneo, me atraviesa totalmente. Soy uno de los amantes y seguidores de La ciénaga (2001), de la argentina Lucrecia Martel, una película que no me canso de ver. También el cine de Martin Scorsese: Silencio (2016), por ejemplo, me pareció una película muy bella. Y la última que me tocó fue Kauwboy (2012); quedó para siempre en mi retina y en mi cerebro.
Película colombiana La jauría de Andrés Ramírez

Película colombiana La jauría de Andrés Ramírez Foto:Valiente Gracia Alta Rocca Films

¿Qué lo hace ver una y otra vez La ciénaga (que actualmente se puede ver por Prime Video)?

Es una obra maestra. Las verdaderas películas que me interesan y las verdaderas obras de arte son aquellas que ves una y otra vez y siempre descubres algo nuevo. Y esta película es una experiencia sensorial muy fuerte.

Y usted también es irador de otra realizadora, la italiana Alice Rohrwacher (de ella se puede ver, en Netflix, Happy as Lazzaro)…

He logrado una conexión con su cine. Cada vez es más reconocida (dos veces premiada en Cannes) y desde que vi su ópera prima, Corpo celeste, me gustó cómo aborda la adolescencia, la relación con la fe y sobre cómo filmar lo que no se ve. Tiene aura.

Además de director, es guionista. Y le gusta también crear historias. ¿Con cuál comenzó en sus años de universidad?

Empecé a hacerlo con lo que tenía a la mano, es decir, con mi familia y con amigos de mi infancia. Recuerdo que uno de mis primeros cortometrajes, llamado Ella, lo hice con un niño que conocía en el barrio y la mamá de un amigo. Así empecé a trabajar con gente que no tenía formación actoral. Mis películas y mis cortos son con gente real, sin ninguna formación.


A propósito de Ella, en La jauría suena dos veces Ella ya me olvidó, de Leonardo Favio. ¿Alguna relación?

La canción apareció de manera inconsciente en el montaje. Digamos que en la película puse mucho de mí, como inquietudes personales sobre qué es ser padre o cómo reconciliarse con la figura paterna o materna. Y aparecen referencias a mi infancia, aparece mi papá (Gustavo Ramírez), a quien le gusta Leonardo Favio. Y, la verdad, a mí me parece también muy orgánico y visceral. Para los que no lo saben, no solo fue un gran músico, también un director de cine.
Para mí, no solo es el premio en Cannes, es el viaje que hace la película, que conecte con un público a donde nunca llegaría.

¿En qué momento aparece su papá en La jauría y por qué decidió incluirlo?

Es el hombre que maneja el camión de las bananas, al final. Hay muchas cosas que no son planificadas. Eso sí, le pedí que trabajara conmigo en la película en el área de transporte, pues ha sido conductor toda la vida. Estaba fascinado con la experiencia, y un día, cuando íbamos a filmar la escena, se me acercó y me dijo: “yo quiero manejar ese camión”. Fue como un descubrimiento para mí.


¿En qué trabaja su papá?

Mi papá es taxista, de siempre, en Bogotá.

En la película no son propiamente buenas las relaciones de los hijos con los padres…

Por cierto, yo tengo una relación fantástica, genial, con mi padre. Nos queremos mucho. Pero bueno, en la película no es una alusión a él, sino a la figura paterna en general.

¿Le obsesiona artísticamente la figura paterna?

Porque nuestros padres marcan el rumbo de nuestra vida, quiénes somos, según la infancia que tengamos. Y en la adolescencia empezamos a conflictuarnos sobre estas figuras, sobre lo que nos dieron. Sucede que hay personas que pasan la vida tratando de abrazarlos o de distanciarse.
Película colombiana La jauría de Andrés Ramírez

Película colombiana La jauría de Andrés Ramírez Foto:Valiente Gracia Alta Rocca Films

Alguna vez usted dijo que no recuerda episodios de su adolescencia.

Tengo muy mala memoria en cosas puntuales. De hecho, hay un humorista que se llama Pablo Palafox, que en su biografía dice: “nací a los 12 años”. Y cita muchas cosas bellas de su adolescencia. Pero en mi caso, recuerdo difusamente; no lucho con cosas del pasado, ni tampoco me quedo con experiencias bellas que ocurrieron.

¿Por qué no aparece esa vida citadina en su cine? ¿Por qué nunca, por ahora, le inquietó narrar acerca de la ciudad?

Crecí en Bogotá, pero luego el amor y la vida me llevaron a Ibagué. Y allí con mi esposa decidimos tener un estilo de vida un poco más tranquilo. Descubrí en esta ciudad otro universo, rodeado de un bosque tropical, de un ambiente cálido por el valle del río Magdalena. Y yo lo que hice fue abrir la mente, los ojos y el corazón: decidimos que si era un universo interesante para explorarlo cinematográficamente, pues había que ponerlo en películas.

Y en una vida rural compleja…

Mis películas son muy distintas a lo que fue mi vida citadina en Bogotá. En La jauría narré otro tipo de adolescencia, la que tuvo o con la violencia muy de cerca, en la que quedaron los rastros del conflicto armado, y la que también sufrió violencia familiar, a su manera.

¿Pero hubo algo en Ibagué que acentuara la temática de las relaciones padre e hijo?

Cuando llegué a Ibagué empecé a conocer comunidades de adolescentes, algunos estaban en reclusión por tratamientos de adicción a las drogas, mal comportamiento o delitos menores. Con mi esposa fuimos a dictarles talleres de arte y a mostrarles películas, compartir con ellos. Cuando les hablé, el común denominador fue el odio hacia el papá: “a ese man no lo quiero ver, de esa gonorrea no quiero saber”. Una generación marcada por la ausencia del padre.

¿Y qué ocurre con las mamás?

La mamá es totalmente lo contrario. Muchos de ellos tienen tatuada la figura de la mamá en el cuerpo, el nombre de su madre hasta en el rostro aparece. Y reafirmé muchas inquietudes que traía conmigo y creo que es un poco el germen de mis películas.

Parecido a Rodrigo D...

No hay una relación directa con Rodrigo D, pero inconsciente, seguro sí. Víctor Gaviria hizo un cine que marcó a mi generación de realizadores, a los que estamos intentando hacer cine ahora. Y tuvo la valentía y la garra para retratar una generación de jóvenes y adolescentes sin futuro.

Ambos trabajan con actores naturales, ¿usted cómo los selecciona, en dónde encontró a los actores que participan en La jauría?

En mis cortometrajes, El edén (2016) y Damiana (2017), encontré no solo una manera de dirigir actores, sino de crear una relación de confianza, amistad y romper barreras sociales. Y en La jauría fui a buscar a estos chicos a los barrios, a los parques, a los ríos, como que necesitaba respirar lo que ellos eran y el contexto del cual venían. Decidí no irme por lo esperado, por el imaginario de un chico marginal social. Así apareció Eliú (Jhojan Estiven Jiménez), el protagonista.

Un amigo suyo dice que ira su capacidad para no desesperarse durante un rodaje…

Mi carácter me permite concentrarme en cualquier situación y hablar los temas sin desesperarme. No soy de quedarme en los problemas o en las tensiones; en el cine el tiempo es muy valioso, en todos los momentos, así que intento concentrarme en lo verdaderamente importante. Lo otro se puede abordar después sin perder el control.

A juzgar por la película, escenarios naturales, se nota que el rojade fue complejo.

La jauría es una película que tomó muchos riesgos; valiente en el buen sentido. La película se filmó en Ibagué y en otros municipios, como San Luis y Valle de San Juan. La hicimos durante seis semanas, en septiembre y octubre del año pasado, en medio de un rodaje de lugares muy difíciles y con un clima asfixiante. Una producción ambiciosa para ser una primera película, además, financiada por el Fondo de Desarrollo Cinematográfico (FDC) y algún dinero de Francia.
La Jauría - Andrés Ramírez

La Jauría - Andrés Ramírez Foto:Revista BOCAS

¿Hay algún momento durante el rodaje que lo haya sacudido?

Hubo un momento con Jhojan Estiven, el protagonista, un adolescente muy callado. Le gustaba bailar y poner música en los momentos de descanso, tras días de riguroso trabajo y de emociones fuertes. Un día, en la finca que rodamos, a la hora del desayuno, se quitó sus audífonos y me dijo: “¿Andrés, le puedo decir algo? Yo lo quiero a usted como a un papá, lo quiero mucho”. Me quedé en silencio y cuando le iba a responder, ya se había puesto los audífonos y estaba en su rollo adolescente. Hoy tenemos una relación cercana.

En La jauría aparece no solo su papá, también participan su esposa y su mamá…

Mi mamá siempre estará, siempre está detrás y es una columna vertebral en mi vida, en lo físico y espiritual. En la película estuvo acompañándonos, cuidando a mi hijo. Ella hace el trabajo que no se ve, pero que sin su ayuda no podríamos hacer lo que hacemos. Aparece en los créditos y se llama María del Carmen Pulido.

¿Y su esposa?

Con mi esposa (Johana Agudelo Susa) tenemos una productora pequeña en Ibagué, Valiente Gracia. Y ella se encarga de la dirección de arte y el diseño de producción de mis películas. Tomamos decisiones en conjunto, qué paleta de colores, qué texturas usaremos. Trabajamos mucho previamente sobre cómo queremos que se vea la película.

¿Pero a ella la conoció por el cine?

No, a mi esposa no la conocí por el cine; ella viene de las artes plásticas, pero nuestro primer o fue por internet. Luego empezamos a hablar, a hacer amistad y, rápidamente, nos unieron muchas cosas como el arte, la fe, el amor y la vida.

¿Ganarse premios y hacer cine le mejora a uno la vida económicamente?

Digamos que la respuesta es sí y no, porque hacer cine es muy difícil, lleva mucho tiempo. Por ejemplo, un director lo que menos hace en la vida es dirigir películas; cada cuatro o cinco años a lo sumo. En muchas cosas es como tener un trabajo común y corriente, se vive normal, sin excesos de nada, con compromisos, como pagar recibos. Muy consciente de que estás hoy en un festival y las luces están sobre ti, pero que al año siguiente habrá alguien más.

¿Cambió algo ganar en Cannes?

Aún no lo asimilo. Para mí, no solo es el premio en Cannes, es el viaje que hace la película, que conecte con un público a donde nunca llegaría. A mí, por ejemplo, me parece fascinante cuando mis cortos llegan a veredas en Tolima o pueblitos pequeños. Los adolescentes, que son más cercanos a la realidad de las películas, empiezan a decirme: “una vez me pasó igual, una vez también hice esto o estuve en un lugar así”. Y ahí encuentro realmente una satisfacción y un propósito a todo lo que estamos haciendo.
Jhojan Jiménez es el protagonista de ‘La jauría’, un retrato de jóvenes sobre los cuales cae una sombra violenta de la generación antecesora.

Jhojan Jiménez es el protagonista de ‘La jauría’, un retrato de jóvenes sobre los cuales cae una sombra violenta de la generación antecesora. Foto:Cortesía Valiente Gracia Cine

¿Ya le preguntaron que si le gusta La jauría?

Cuando me preguntan eso siempre respondo: “¡mi película me encanta!”. Lo digo muy sinceramente, una gran experiencia para mí verla. Y lo otro: si invertí cinco años de mi vida, en los que metí mente, alma y corazón, a algo que después no me gusta o me apeno de ello… entonces, ¿qué hice en esos cinco años?

¿Qué ocurre cuando la ve?

Me gusta verla y disfrutarla para encontrar cosas nuevas. Una película es como un ser vivo. Al realizar uno tiene cosas planificadas, toma decisiones, pero hay momentos en que todo se sale de las manos; la película empieza a exigir, a abrazar algunas cosas que no pensabas, renunciar a otras que creías que funcionaban. Hay un símil muy cercano entre lo que es un hijo y una película.
Gracias por leer. 
Esta entrevista fue realizada por José Ángel Báez A.
Fotos Natalia Hoyos
Edición #122 Octubre - Noviembre 2022

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