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Alí Humar: el hombre de las mil y una historias

Falleció el actor y director de varias e importantes telenovelas. 

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Alí Humar siempre será recordado por su buen humor. Y de esa chispa hay historias por montones, como la que vivió con el libretista Julio Jiménez, al que le hizo una ‘trastada’ que lo obligó a cambiar el guion de 'La abuela', una de las telenovelas más exitosas de los años 70, en la que interpretaba a Benjamín.
En ese momento, el joven Alí, el quinto de los nueve hijos de un libanés y una colombiana, actuaba en varias telenovelas que estaban al aire. “Y como siempre me veía igual, se me ocurrió una locura. Antes de una grabación, me fui a una peluquería y dije que me dejaran calvo. Llegué al estudio, me puse un bigote de utilería y salí en busca de la sala de maquillaje. Cuando Julio Jiménez me reconoció, me regañó porque tenía que volver a escribir para justificar mi calvicie, y puso que a mi personaje le había caído un menjurje en el pelo”.
Humar narró esa anécdota en su libro Es mi versión y no la cambio, de Intermedio, un inmejorable ‘coleccionario’ de historias de alguien que tuvo una vida para contarla, grandes amigos y que gozó siempre haciendo lo que hizo.
Este apasionado hombre de radio, cine, televisión y teatro falleció ayer en la Fundación Santa Fe, en Bogotá, donde estaba internado desde el 14 de junio por complicaciones con el covid-19.
Humar era de ascendencia palestina, pero no se sentía ‘tan’ árabe. “Aunque mi papá nos enseñó a contar hasta 10, las groserías y algunas frases, no tenía conciencia de qué es ser árabe. Pero cuando viví en Europa entendí lo importante que es esta cultura allá y empecé a profundizar un poco en esas raíces y en qué es ser palestino. No he sido militante, pero sí simpatizante”, le dijo a este diario en una entrevista hace algún tiempo.
La ‘embarrada’ con Julio Jiménez pronto se convirtió en una historia para repetir entre ellos. Se hicieron grandes amigos y formaron una genial sociedad creativa: Humar dirigió Los cuervos y Lola Calamidades, dos grandes invenciones de Jiménez. Alí también estuvo al frente de viejas y gloriosas producciones de la desaparecida Coestrellas, como Señora Isabel y Copas amargas, entre otras.
Fue un gran trabajador de un medio que lo quiso y lo respetó. Estaba casado con la relacionista pública Giomar Jaramillo desde hacía casi 47 años. Fueron padres de dos hijos: Valentina y Fabio.
Humar fue el abuelo feliz de Alicia y el hermano entrañable de la actriz Yamile Humar. Con Giomar se conoció cuando ella llegó como practicante de comunicación social a las grabaciones de La vorágine. En ese momento, ella se estaba separando. Se enamoraron y se casaron en Panamá.
Con su hermana Yamile descubrió la actuación. “Ella estaba en el grupo El Búho, que en los años 60 dirigía Fausto Cabrera, y yo la acompañaba a los ensayos. Un día faltó un actor y Fausto me pidió que hiciera el reemplazo; era algo muy pequeño, pero ahí entendí que esto era lo mío y empecé a estudiar”, agregó.
Su debut oficial en las tablas fue con un personaje en la obra El regreso de la vieja dama indigna, que, según le contó a este diario con su humor habitual, “decía una sola frase: algo así como ‘Nitropentacus, sierenauico de teleneme’”.
Humar también escribió el libro Ya que me acuerdo, con sus vivencias en el Festival de la Leyenda Vallenata, sus historias en Europa Oriental durante la Guerra Fría, sus charlas con Gabriel García Márquez, sus divagaciones con el actor Aldemar García en su casino, y varias crónicas de sus viajes por varios rincones del planeta. Porque esa fue otra de sus aficiones: viajar.
“A lo largo de cincuenta años de amistad sin fisuras”, escribió Margarita Vidal en el prólogo de Ya que me acuerdo, “puedo dar fe de que Alí Humar es culto, inteligentísimo, rápido, socarrón y afortunado creador de filosos sarcasmos. Disciplinado, perfeccionista, solidario y amigo leal. Brillante conversador, juega con las palabras y las ideas y sabe crear a su alrededor un ambiente de gran suspense antes de sus fenomenales conversatorios. Franco y confiable, exhibe una calma oriental y hace que quienes lo queremos y frecuentamos nos sintamos cómodos, felices de verlo y que empecemos a saborear de antemano el momento de estallar de risa con sus ocurrencias, anécdotas y miríadas de recuerdos”.
De Mesitas del Colegio
Alí Humar nació el 19 de agosto de 1945 en Mesitas del Colegio. Su padre, Yusef Omar Mustafá, fue un palestino que llegó a Colombia en los años 20, buscando el oro de América que, según el mito que aún existía hace un siglo, “esperaban recoger del suelo en medio del camino”.
En el país se cambió el nombre a Alfredo Humar. “Cuando en un puesto de policía le preguntaron a mi papá si su apellido llevaba H, al no saber qué era H, dijo que sí, igual ocurrió con la O, que se la transformaron en U. Y deformó su nombre”, contó Alí en el portal Historias de vida.
Su aventura colombiana continuó en un parque en Bogotá. Alfredo Humar oyó a unos paisas hablar de la belleza de Mesitas del Colegio y de su buen clima, y empezó a pensar en poner un negocio en esta población.
Allá vivía Solita González, la mamá de Alí. El comerciante Alfredo fue primero novio de Elvira, una de las hermanas González. Solita se casó con un caleño que resultó bígamo y, cuando quedó al descubierto, desapareció y la dejó embarazada y sin plata. El palestino, para salvar su honra, se casó con ella y se volvió el ídolo de los González. Con el tiempo, los Humar se trasladaron a Bogotá. Alfredo era un comerciante puro y duro y las profesiones como la actuación no le interesaban porque “no dejaban plata”, pero la vida quiso que dos de sus hijos se dedicaran a la honorable tradición de Shakespeare.
Alí Humar, “ya con obligaciones”, desembarcó en la televisión. Su amigo Bernardo Romero Pereiro le escribió un personaje para una novela de la que nunca pudo acordarse cómo demonios se llamaba. También fue actor de producciones como La herencia y La feria de las vanidades. En los años 80 se dedicó a la dirección y encontró su verdadero rumbo. Además de 'Los cuervos' y Señora Isabel, tuvo a su cargo producciones como 'Herencia maldita', 'Castillo de naipes' y 'Tabú'.
No obstante su buen humor, a veces regañaba, y regañaba duro, pero el mal genio le duraba poco. Era, además, muy organizado. Técnicos, productores y actores sabían a qué hora llegaban y a qué hora se iban, porque sus planes siempre estaban ajustados, por el bien de todo el equipo.
Durante casi 20 años dirigió Sábados felices, programa que dejó en el 2019 para dedicarse a escribir. Su paso por este espacio humorístico fue determinante para consolidar la risa que les daba a los televidentes, la carcajada que amaba.
En el 2008 hizo una aparición en 'Sin senos no hay paraíso', como Pablo Morón. Fue un corto regreso como actor. Porque lo suyo, definitivamente, fue la dirección. No se cansaba de llevar las técnicas del cine a la televisión. En 'Los cuervos' era feliz con las escenas de acción, especialmente las que estaban relacionadas con persecuciones de vehículos.
“A mí me gustan los planos intencionales –contaba– y recuerdo una escena en la que Fausto Olmedo (Armando Gutiérrez) sale de la casa familiar, baja la escalera furioso, porque lo habían echado, se monta en el carro y se va. Esa misma acción la llené de momentos adicionales: caminar, subirse al vehículo, prenderlo, arrancar y que las llantas chirriaran. A veces los actores no están acostumbrados a tanto detalle, pero a mí eso me gusta: enriquecer”.
Y aprovechaba lo que tuviera a mano. En la primera versión de 'La vorágine', recordaba, “las matas de la selva eran del parque de la Independencia, que nos robamos. La canoa tenía rodachines y la empujaban”.
Hablaba de la memoria que debían tener los actores que empezaron la televisión en el país: “Muchas veces las producciones iban en directo, sin ‘corten’, y los libretos se aprendían completos, sin disculpas”.
Cuando empezó la pandemia, se fue de Bogotá y se refugió en su finca. Allí, jugaba con Alicia, su nieta, que fue su adoración. Y miraba los atardeceres, otro de sus planes favoritos.
En Ya que me acuerdo, además de Margarita Vidal, Julio Sánchez Cristo también escribió un pequeño prólogo. “Es imposible que no venga un tercer libro de Alí. Anécdotas gigantes en humildad y generosidad con sus protagonistas, pero especialmente desbordantes, de una realidad que supera la ficción; no se sabe quién es el actor, el director, el locutor, pero, sobre todo, el creador de una vida fascinante que hace carambolas de fantasía entre presidentes, leyendas vallenatas, guerrilleros, pintores, banqueros”.
Humar siguió escribiendo hasta el final, recordando además sus días de radio y radionovelas, cuando hacía libretos. Escribir le ayudó a superar la muerte de su hermano Farid, ocurrida en un accidente aéreo en Rusia. Humar decía que ese duelo fue terrible para él pues lo seguía viendo en las calles permanentemente, en una negación de su fallecimiento.
Alí Humar fue a encontrarse con sus grandes amigos: Pacheco, Boris Roth, Bernardo Romero Lozano, Bernardo Romero Pereiro y Carlos Benjumea, con quienes hizo grande la televisión.
Se fue el hijo del ‘turco’ Omar que terminó Humar, el mismo que alguna vez le gritó, en plena actuación en un teatro, que se bajara del escenario. “No haga payasadas, camine para la casa que ahora van a decir que usted es un asesino”. Humar era Caín en la obra Génesis. En ese momento, la familia vivía en Guatemala y muchos años después su hijo actor se preguntaría si su vena teatral no vendría de su padre.
Porque contaba, con el humor que tenía este Humar, que cuando su papá decidió poner su negocio en Mesitas del Colegio, llegó en secreto y alquiló un local, que adecuó a puerta cerrada. Los vecinos, con los ruidos, pensaban que ahí asustaban.
“Finalmente un domingo, cuando la plaza reventaba de gente, apareció vestido de blanco, montado en un caballo y acompañado de seis mulas llenas de mercancía.
Se bajó, abrió el almacén y subió las rejas mientras los ayudantes bajaban todo. Era 1930, él tendría 22 años y ya manejaba un concepto publicitario que resultaba novedoso, disruptivo y teatral”, como le contó a Historias de vida.
Ahora, seguramente, va a convencerlo de montar una obra celestial con esa historia.

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