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Reseña

‘The Brutalist’, una apología de la arquitectura y la resiliencia humana

Adrien Brody protagoniza la película del director Brady Corbet y que es favorita para los Óscar.

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En la película, László Toth (Adrien Brody) y su esposa, Erzsébet (Felicity Jones), huyen de la posguerra europea a EE. UU. Foto: Universal Pictures

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El director estadounidense Brady Corbet perdió a tres personas, incluido su abuelo James, en los años en los que The Brutalist solo era una idea y luego se volvió una película. Este “fiasco”, como lo llamaba, es su obsesión por la identidad y el cine volcados en una obra de arte monumental. Y la variación de la palabra “monumento” va en sentido literal, porque su protagonista es un arquitecto judío que tiene la nariz de Adrien Brody.
Distribuida por A24, ganadora del Globo de Oro a mejor película dramática y una de las favoritas para los Óscar 2025, el largometraje de Corbet devuelve a su creador la fe en su pasión.
En The Brutalist, Brody encarna a László Tóth, un arquitecto húngaro judío que huye de las sombras del Holocausto para encontrar refugio en Estados Unidos. Pero, como el paraíso nunca lo es, pronto conoce nuevos opresores, como Harrison Lee van Buren (interpretado por Guy Pearce), un millonario decidido a construir un centro comunitario en honor a su madre fallecida.
Tóth es un personaje en agonía. Se salvó de los alemanes, pero no de los estadounidenses. Su esposa enferma de osteoporosis, Erzsébet (Felicity Jones), sigue en Hungría junto con su sobrina traumatizada por el dolor, Zsófia (Raffey Cassidy). Ambas, acechadas por los rezagos del antisemitismo en la Europa de posguerra, regresan a su vida en el momento más crítico.
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En la película, László Toth es interpretado por Adrien Brody, actor reconocido por su papel en 'El Pianista', que le valió un premio Oscar. Foto:Universal Pictures

El 2018 se escribieron las primeras palabras del guion. Corbet concibió la película junto con su esposa y cineasta noruega, Mona Fastvold. El resultado fue otro trabajo femenino digno de iración en diferentes festivales. The Brutalist tiene 83 premios, 272 nominaciones, una duración de 3 horas y 35 minutos, y se divide en 3 actos –El enigma de la llegada, El núcleo duro de la belleza y Epílogo: la primera bienal de arquitectura–. Por último, hay un intermedio de 15 minutos en el que se puede ir al baño, mientras se procesa la primera parte de la cinta.

La agonía de László Tóth

En la primera parte, László llega al continente americano, donde se encuentra con su primo Attila (Alessandro Nivola) y recibe un encargo de Harrison para construir un espacio vecinal que se componga de una biblioteca, un teatro, un gimnasio y una capilla. Muy ambicioso.
Surgen entonces las tensiones entre la visión artística del arquitecto y las exigencias de su mecenas, un hombre racista, clasista y deseoso por rodearse de mentes cultas para elevar su capacidad intelectual, porque se nota que eso lo excita.
En un arranque de buen ánimo, ve en el arquitecto calidad de compañía. Con el apoyo de la música y la atemporalidad del montaje, sus conversaciones son poesía pura, pero también un juego de poder. Algo parecido a: “Yo te ayudo y te doy trabajo, y tú me dejas absorber tu enigma, aunque no me importes”.
La banda sonora, compuesta por Daniel Blumberg, utiliza el jazz y melodías melancólicas para subrayar el viaje emocional del protagonista. Además, canciones como It’s So Nice to Have a Man Around the House y To Each His Own se arrinconan en el fondo de las conversaciones de los personajes de la posguerra.
En algunos casos, la selección musical remonta al público a esa época; por el otro lado, la parte instrumental enriquece el ambiente opresivo, violador, autodestructivo, que, en algunos momentos, se camufla como esperanzador.
Por su parte, Corbet y Fastvold no escatiman en mostrar las heridas emocionales y físicas que moldean a László, quien huye del cautiverio en Hungría para ir a otro infierno de país, donde las drogas llevan a los ciudadanos de 1950 a la perdición.
Desde los abusos sufridos en Europa hasta las tensiones cotidianas en una sociedad estadounidense, que disfraza su discriminación con modales pasivo-agresivos, The Brutalist confronta al espectador con preguntas sobre la promesa del sueño americano.

Brutalismo

El título de la película no es casualidad. Firme en su estilo arquitectónico brutalista, el protagonista dibuja los muros del centro comunitario enumerando el odio, la tortura, el dolor, la discriminación que ha sufrido y plasmando su arte en las columnas del edificio.
Hay un momento de Tóth mirando una cavidad en una roca, en código de metáfora, evoca un campo de concentración. De hecho, la diseñadora de producción Judy Becker marca la personalidad, su histórico cautiverio, desde el punto de vista de sus edificaciones. Detrás de cámaras, ella es, de hecho, la mente creativa de László Tóth.
Becker, una apasionada por la arquitectura, esconde en los muros de la película el dolor de los personajes, pero el director de fotografía, Lol Crawley, aborda las atmósferas más íntimas.
Crawley filmó durante 22 meses en Hungría e Italia utilizando película de 70 mm, un formato poco usado desde Hitchcock. Mucho se ha hablado del uso de la cámara VistaVision, no enteramente, pero en la mayoría de planos amplios, porque con la cámara se puede capturar el brutalismo en todo su esplendor.
Este recrea con detalle la imagen sin mayor distorsion, como, por ejemplo, el puente Golden Gate de Vértigo. En los nuevos formatos, algunas películas intentan igualarlo a nivel técnico. Cualquier persona no vería diferencia, pero las secuencias de esta película resaltan en la pantalla grande más imponentes, y marcan la diferencia con escenas más íntimas, como la reunión en la mina italiana con luz natural.
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The Brutalist tiene 83 premios, 272 nominaciones, una duración de 3 horas y 35 minutos, y se divide en 3 actos Foto:Universal Pictures

Una sociedad desigual

Aunque el foco está en László, The Brutalist no deja de lanzar dardos certeros hacia la sociedad estadounidense de la época. El racismo y la minimización de las mujeres se describen sin concesiones en la película. Corbet logra que este contexto histórico resuene en nuestros tiempos, revelando las sombras de un país que prometía oportunidades, mientras perpetuaba desigualdades.
Tal vez, hay una distancia entre el 2025 y el dolor del protagonista entre 1950 y 1980, donde la xenofobia y el asco por algunos seres humanos era desmedido. Sin embargo, es inevitable descomponerse ante contundentes casos de violencia en Estados Unidos, que muchas veces terminan en sangre o muerte.
Y pensar en esa tierra prometida, de hecho, no le basta a un migrante, pues le cuesta sobrevivir más que ayer. Hay un subtexto de parte del director, en forma de cuestionamiento a la sociedad local. Corbet nunca quiere olvidar ese pasado y su método es contar una historia ficticia, pero verosímil.

Conmoción y tortura

La escenografía, la música, la cinematografía y la edición no tienen ni un pero. Se captura la evolución del brutalismo arquitectónico, de corte sionista, mientras la narrativa se despliega con una mezcla de agonía y pasión reflejada en las luchas internas del protagonista. Él está sobreviviendo a la prepotencia del sueño americano, y el público entero en la sala de cine es capaz de erizar su piel con sus conflictos.
Adrien Brody, después de ser el actor más joven en ganar un Óscar a mejor actor por su rol en El pianista, de Roman Polanski, se consolida por segunda vez como uno de los grandes actores de su generación con The Brutalist. Pero, en esta historia, son sus compañeros de escena, Guy Pearce, Felicity Jones, entre otros, quienes hacen posible la contención de sus estoicas y frágiles reacciones como Lászlo Toth. De hecho, para el actor, ha sido una oportunidad de conectar con sus raíces, ya que su padre judío pasó por una experiencia dura cuando emigró con su familia a los Estados Unidos desde Europa.
The Brutalist no solo es un recordatorio del impacto del pasado, sino también una crítica incisiva a las desigualdades que persisten en la sociedad de hoy. Muchos se sienten torturados por ser foráneos y buscar una vida mejor.
Corbet logra personajes desgarrados por dentro y por fuera, algunos se sentirán identificados. A pesar de durar poco menos de cuatro horas, el tiempo no se percibe. El director se luce con una de las últimas obras maestra del cine de Hollywood. No hay bostezos, sino conmoción, llanto, sorpresa y reflexión.
LESLIE A. GALVÁN 
El Comercio (Perú) - GDA

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