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El General Vargas: las historias del hombre que capturó a Otoniel

El general Jorge Luis Vargas habló en BOCAS sobre el Cartel de Cali, Raúl Reyes, Otoniel y más.

Después de 36 años de servicio en la Policía Nacional de Colombia, el general Jorge Luis Vargas (Bucaramanga, 1967) acaba de dejar la institución.

Después de 36 años de servicio en la Policía Nacional de Colombia, el general Jorge Luis Vargas (Bucaramanga, 1967) acaba de dejar la institución. Foto: Juan Felipe Rubio

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Chopin suena e inunda la oficina. Suena en un espacio en el que cohabita con informes que llevan el rótulo de ‘Secreto’ y ‘Reservado’ en la portada. Lo que está contenido allí no combina para nada con esa música clásica que es la única capaz de darle la serenidad al saliente director de la Policía –el general Jorge Luis Vargas–, para poder lidiar con las persecuciones a los capos de la mafia, a los jefes guerrilleros y disidentes, a la protesta social en una avenida, a la noticia del policía asesinado o a la erradicación de matas de coca. Está a minutos de dejar su cargo, pero sabe que se lleva en la cabeza miles y miles de horas de trabajo e información, que son la radiografía de Colombia.
La edición #120 circuló a partir del sábado 27 de agosto de 2022.

La edición #120 circuló a partir del sábado 27 de agosto de 2022. Foto:Juan Felipe Rubio

Ese es su bálsamo. Y también lo que alimenta su mayor cualidad. En los momentos más álgidos, cuando el reto es extremo y camina en la línea que separa la vida y la muerte, el triunfo y el fracaso, es el ser más tranquilo. Su política espiritual es que la calma siempre será la mejor aliada para tomar las mejores decisiones y ahora más que nunca, cuando cuelga su uni- forme. Por eso es frío en el caos para poder ver todo en perspectiva. Su última misión, como policía en servicio, fue acompañar al presidente Gustavo Petro en el Consejo de Seguridad que hizo en el Chocó, el pasado 11 de agosto.
Siempre equilibró la calma con la extremada exigencia. La tuvo a lo largo de 36 años, en los que preguntaba más de cuatro veces en una reunión por qué no se había ado a una fuente humana, por qué sus hombres no habían llegado al sitio de una operación, o por qué no se había vuelto a tener información de un capo. Y cuando ya estaba en la ‘adrenalina’ del momento, en el punto más difícil de la captura de un narco, o en un ataque de la guerrilla, volvía el equilibrio.
Por eso mismo es medio alérgico a las reuniones, porque quitan mucho tiempo que se puede emplear en planificar. Eso lo lleva a organizar muy bien su día, mientras estuvo al frente de la Policía y ahora que es un oficial en retiro: desde muy temprano se levanta a hacer ejercicio, desayuna y almuerza bien, pero no cena. Ahora viajará menos, pero no tiene ni idea a qué hora terminará su día.
General Jorge Luis Vargas Valencia, director de la Policía Nacional.

El general Jorge Luis Vargas Valencia se despidió del cargo y dio la bienvenida al general Henry Sanabria. Foto:Citynoticias

Pese a ser un hombre público, le sigue costando verse expuesto en los medios, porque los hombres del área de Inteligencia siempre están en la sombra, son anónimos y casi todo el tiempo están analizando. También por eso debe ser que le cuesta tanto itir que es una de las personas que más conocen las entrañas del crimen organizado y el narcotráfico (no solo en Colombia), y que ha contribuido a la transformación del país, porque no le gusta vivir de victorias. Vive el día.
De ahí se desprenden dos de sus principales investigaciones que hoy son la columna vertebral de la transformación de la Policía: “Creación y desarrollo del modelo de Inteligencia policial para la seguridad ciudadana en Colombia” y “El rol de la Policía Nacional de Colombia en el posconflicto: análisis de once experiencias internacionales”.
Y soporta sus trabajos en algo que repite constantemente, como una fuente de motivación: que ama a la Policía, pese a reconocer que hay gente que ha cometidos actos contrarios a la ley. Ahora enfoca su energía en apoyar y respaldar a quien lo sucedió en el cargo: el general Henry Armando Sanabria Cely, ya sea dentro del Ministerio de Defensa o como parte del Ministerio de la Paz, que es el proyecto del nuevo Gobierno.
Su salida y su relevo provocaron el remezón más grande en la historia de la Policía. En total, 21 generales se fueron de la institución, además para darle campo a la segunda mujer que en toda la historia del país ocupa el cargo de subdirectora, la brigadier general Yackeline Navarro Ordóñez.
Este es el último de los míticos generales que lucharon contra los carteles del narcotráfico de Cali, Medellín, la Costa, Bogotá, el Norte del Valle, la ‘Oficina de Envigado’ y el ‘Clan del Golfo’ (la familia Úsuga David), con ‘Otoniel’ a la cabeza.
Antes de dejar su oficina, y ya con el anuncio de la nueva cúpula de la Policía, el general Jorge Luis Vargas Valencia habló por última vez portando el uniforme azul.
Los computadores de ‘Raúl Reyes’ nos develaron el ADN de las Farc:
sus debilidades, su compromiso con el narcotráfico y las instrucciones
que dieron para cometer los grandes magnicidios
Usted dice que no es de ningún lado y de todos.
Es que como mi papá era policía, nunca estábamos en un solo sitio y no tengo arraigo de ningún lugar específico. Nací en la clínica de La Merced de Bucaramanga, cuando mi papá era capitán y jefe de la seccional de investigaciones de la ciudad; me bautizaron en la iglesia de Nuestra Señora de Chiquinquirá, pero viví en Bogotá y en otras ciudades. Y pasé por muchísimos colegios. Esa es la vida de la Policía, pero yo me enamoré de ella escuchando a mi papá hablarles a sus compañeros de la institución.
¿Por eso se volvió policía, por su papá?
En la casa toda la vida vimos uniformes de policía y me montaban en las patrullas. En esa época eran otros días en Colombia, un poco más tranquila, aunque nunca ha dejado de ser movida, hablando policialmente. Así que mi diversión era escuchar las órdenes en los radios: 5-4 (siga), 5-5 (entendido), y así. Crecí con eso. A mi padre le tocó ser alcalde de varios pueblos de Antioquia en los años 50 y sus puestos de trabajo nos llevaron a Valledupar, a la capital, a una agregaduría extranjera... eran muchos lugares. Hasta que llegó a general y se retiró siendo director operativo de la Policía Nacional.
¿Y cuándo le tocó a usted vestir el uniforme?
Terminé bachillerato a los 17 años y de inmediato entré a la Escuela de Cadetes. Era el quinto más joven de mi promoción, el Curso 57. Entrábamos con mucha esperanza. Salí de 19 años como subteniente, directo a la Policía Metropolitana de Bogotá, en la Fuerza Disponible.
Pero no se conectó con la calle, sino con la investigación...
Pasé a la Dirección de Investigación Criminal (Dijin). Era la gran dirección operativa de la Policía. Manejaba inteligencia, protección, la dirección antisecuestro, el grupo antinarcóticos y otras especialidades. Pero todo dependía de esa dirección de investigación. Y a mí me correspondió en el área de información, lo que es hoy la Dirección de Inteligencia.
¿Qué lo conectó con lo que fue su vida de policía?
Realmente me gustaba la información. Investigar. Leía bastante de eso siendo cadete, pero también de muchacho veía los resultados importantes de la Policía a través del área investigativa y me llamaba mucho la atención. Pero cuando yo llegué ya había otros que eran muy buenos y de los que aprendí mucho, como mi general Óscar Naranjo. Eran personas de mucha experiencia en investigación criminal.
Le tocó una Bogotá muy difícil, ¿cómo la recuerda?
En ese momento existían el M-19, las Farc, el Eln, el Epl y era una época bipolar (parecida a la de hoy), en la que se tenían los conceptos de seguridad nacional muy arraigados, muy amarrados a los dos bloques: el liderado por Estados Unidos y el otro por la Unión Soviética, que todavía existía. Era un mundo radical alrededor de eso, con unas guerrillas radicales orientadas en el marxismo-leninismo-maoísmo, e iniciando muy fuerte el narcotráfico, haciendo la transición de la marihuana a la cocaína, con carteles de marihuana muy fuertes sobre la costa Caribe, provenientes de La Guajira y de las estribaciones de la Sierra Nevada. Y, además, enquistes primarios de organizaciones de cocaína en Caquetá, con compradores en Bogotá, Antioquia y Valle del Cauca, especialmente. Esa era la Colombia de ese momento.
General Jorge Luis Vargas en BOCAS

General Jorge Luis Vargas en BOCAS Foto:Juan Felipe Rubio

Pero de un momento a otro usted terminó metido de frente combatiendo el narcotráfico.
En un primer momento llegué a trabajar en el análisis de los grupos terroristas y grupos guerrilleros de varias organizaciones. Empezamos con una labor de escogencia de policías con el mejor récord en su perfil profesional y organizamos unos equipos de trabajo especiales con poligrafía, pruebas antidrogas, de conocimientos, para lanzarnos en la persecución a los carteles de Medellín y Cali en su totalidad. Y luego vinieron los grandes golpes a finales de los 80.
Un recuerdo especial de esa primera etapa...
Varios, porque fueron muchas operaciones. Un día importante es el producto de muchos meses. Pero algo especial fue todo el proceso de trabajo, la seguridad y la compartimentación para acabar con el Cartel de Cali. Esa ha sido una de las operaciones históricas de la Policía. Y agregaría todo lo que se hizo contra el Cartel de Bogotá y contra Rodríguez Gacha, que fue muy diferente a lo que se hizo contra Pablo Escobar y el Cartel de Medellín; usamos equipos especiales con procesos de construcción de inteligencia muy profesionales.
Pero luego vino un nuevo reto: el Cartel del Norte del Valle.
Neutralizado el Cartel de Cali, eso llevó a que los jefes del Norte del Valle se independizaran y se iniciara una lucha de poderes delincuenciales por las rutas del tráfico, con las nacientes organizaciones mexicanas. Los mexicanos empezaron a encargarse de las rutas en su país, que antes manejaban los colombianos, y el negocio cambió. Esto convirtió a los colombianos en productores y dueños de los laboratorios. Se abrió el negocio y los nuevos narcos fortalecieron las rutas hacia Estados Unidos y Europa. Ahí empezamos la persecución contra organizaciones autónomas: ‘Rasguño’, ‘Chupe- ta’, ‘Los Mellizos’, y otra cantidad de nombres, que también cayeron.
En esa etapa ocurrió algo trascendental que muy pocas personas tienen en su cabeza. Una operación llamada Milenio evitó la hecatombe.
Fue a finales de los 90. La gente de esta generación no conoce esa historia. La Operación Milenio fue extremadamente importante por- que todos los capturados tenían estructurado hacer resurgir un gran cartel colombiano. Era la suma de todos: Cali, Medellín, Norte del Valle, la Costa y Bogotá. Era un ‘mix’ de narcos puros, como se les dice, que tenían proveedores, y antiguos militantes; Fabio Ochoa Vásquez, Alejandro Bernal Madrigal, Gordo Lindo y otros. En total cayeron 7 capos y más de 30 capturados. Todos se fueron en extradición. Este resultado fue un impacto estratégico muy grande en la lucha contra el narco e iniciaron unos procesos de colaboración de estos delincuentes en EE. UU. para saber cómo estaba el narcotráfico a nivel de Colombia y el hemisferio. Fueron cuatro años de investigación para llegar a este golpe.
¿Es un antes y un después?
Creo que fue la primera vez que pudimos armar la cadena de precios y operación, desde el cultivo, el procesamiento, la comercialización, la llevada de la droga, el lavado de activos y la venta en la calle. Por eso sí fue un antes y un después porque esto nos sirvió demasiado para entender cómo funcionaba el narcotráfico tras la caída de los carteles de Cali y Medellín y nos permitió tener en el radar quiénes eran los os, las rutas, las estructuras y las alianzas.
Pero llegaron al escenario las Farc. Ya no eran la guerrilla marxista-leninista, sino otro cartel, y paralelamente el paramilitarismo.
Ahí empezamos nuevamente una lucha de manera diferente, y los computadores que les incautamos a varios cabecillas de las Farc nos dieron luces sobre las alianzas de la guerri- lla con los narcos, como el ‘Loco’ Barrera, o la alianza del Bloque Sur con Miguel Arroyave. Empezamos a hablar de narcoterrorismo.
Tiene en su cabeza y su historial una operación especial de ese capítulo?
Hay un proceso de recolección de información que define los puntos nodales que producirían el mayor daño estructural al terrorismo; allí nos enfocamos para su debilitamiento. Teníamos que minar la capacidad de lucha de estos grupos y definitivamente la tarea estaba sobre los del Estado Mayor y el Secretariado, en el caso de las Farc. Y por supuesto algunos cabecillas de frente que eran pivotes para esas organizaciones. Ese primer golpe contra un jefe del secretariado fue fundamental. Por la investigación, la ubicación, la unión de mucha información judicial, las órdenes de captura, el trabajo con varios países. Todo ese trabajo nos llevó a ‘Raúl Reyes’. Ha sido el golpe más clave.
¿Sus computadores dieron y siguen dando luces?
Los computadores de ‘Raúl Reyes’ nos de- velaron el ADN de las Farc: sus debilidades, su compromiso con el narcotráfico y las instrucciones que dieron para cometer los grandes magnicidios. Ese golpe también les cambió a las Farc la dinámica de su línea de mando y control.
¿También les dio nuevas herramientas a los hombres de Inteligencia?
Sin lugar a dudas. Esta fue una operación de inteligencia a la estructura principal, del jefe principal de esa estructura (las Farc). Aquí sí que estuvimos fuera de la casa muchos días, haciendo esta operación. Empezó a moverse por el campamento Sastrerías y por la entrada de la cordillera, en los departamentos de Nariño y Putumayo, por las riberas del río Churuyaco, viniendo por todo el nacimiento del río San Miguel, en Putumayo... Eso significó un seguimiento de seis años, paso a paso. Perdimos a muchos soldados y policías en todo ese tiempo. Y logramos entender cómo funcionaba el Secretariado muy bien.
Esa etapa terminó cuando arrancaron los diálogos de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc, pero llegó otro objetivo: el Clan del Golfo y ‘Otoniel’.
Iniciamos un proceso posterior a la extradición de los cabecillas de los grupos de auto- defensa narcotraficantes, y vimos cuántos grupos quedaban. Se atomizaban en 33, luego quedaron 16 y, al final, 6 estructuras. ‘Los Machos’, ‘Los Urabeños’, ‘Cuchillo’ y tres más. Tras varias operaciones, la estructura del Clan del Golfo es la única importante que quedaba. En el 2011 iniciamos el pues- to de mando en Necoclí. Al año, en enero del 2012, cae el primero de la estructura, ‘Giovanni’, hermano de ‘Otoniel’. La estructura estaba entre Urabá, Córdoba, parte de An- tioquia y Chocó. Las operaciones nos llevan a las primeras extradiciones del Clan y al final queda la familia Úsuga David: primos, primos terceros, cuartos... toda la familia metida en el negocio y algunos del clan Rendón Herrera (antiguos paramilitares de Carlos Castaño), entre ellos ‘Don Mario’. Ese es el Clan del Golfo que logró hacerse a casi todas las rutas de narcotráfico.
Esto significó armar el perfil de un nuevo capo.
La gran diferencia de ‘Otoniel’ con los otros narcos es que, pese a la cantidad de dinero que tenía, siempre estuvo en el monte. Nunca demostró lujos, como otros. Era su familia la que se mostraba con la plata que tenía producto del tráfico de cocaína, en especial su hermana Nini Johana Úsuga, ‘la Negra’, extraditada hace poco a Estados Unidos. Ella era la principal lavadora y caletera de la organización. Y su hermano era el contador. Los primos se dedicaban a manejar el negocio en Honduras y Guatemala.
General Jorge Luis Vargas en BOCAS

General Jorge Luis Vargas en BOCAS Foto:Juan Felipe Rubio

¿Cuántos años fueron detrás de ‘Otoniel’?
Doce años hasta la operación Osiris. Pero el último año fue clave, cuando asumí la Dirección de la Policía y le dimos un giro a todo. La recta final de su captura fue de 8 meses. Entramos de una forma diferente a atacar la estructura y lo logramos.
Otra vez mucha paciencia para esperar 12 años por una captura...
Fui director de la Dijin y la Dipol y todas las semanas, todas, durante nueve años seguidos, estuve en Necoclí personalmente dando las instrucciones, verificando las operaciones, viendo cómo estaba todo. Los policías venimos de donde vienen los colombianos, del barrio. En esta operación, los hombres de los Emcares (Escuadrones Móviles de Carabineros), que tenían que estar en los cerros para interceptar la señal de los criminales del Clan del Golfo, no solo afrontaron el riesgo del trabajo, sino que también terminaron afectados por un tema de brujería. Suena superextraño, pero ellos mismos lo relataron. Era de novela. Aparecían rasguñados en el cuerpo, los perseguían pe- rros que eran la señal de que los iban a atacar. Y, aun así, resistieron.
Esta última captura fue como la cereza en el pastel, pero en toda su carrera ha liderado cerca de 60.000 capturas. Mencióneme dos significativas para usted y para la historia del país.
Es que son muchas. Muy difícil porque hay unas muy importantes. Muchas. Pero creo que voy a mencionar operaciones y me quedo con la Operación Milenio, definitivamente, porque marca un antes y un después. Y el Cartel de Cali. Esas dos por narcotráfico. Y en el tema de terrorismo, ‘Raúl Reyes’ y el ‘Mono Jojoy’, por ser ellos un símbolo del mal, del secuestro, además que fueron dos de las operaciones policiales más grandes de la historia. En este caso fueron varios días de combates y de acciones de Policía judicial. Y en el tema de seguridad ciudadana, muchísimas. El haber establecido la nueva forma de combatir el tráfico interno de estupefacientes y el narcomenudeo, y entenderlo como una cadena y comprender la nueva dimensión de esta modalidad.
Debe tener muchísimas cosas de su vida de policía, pero, ¿puede mencionar alguna que conserve como un “trofeo de guerra”?
Tengo los brazaletes que han utilizado los grupos delincuenciales en Colombia. Farc, Eln, Epl... el Clan del Golfo. Los tengo como una victoria de la seguridad contra los delincuentes. Y tengo algunas municiones que pertenecieron a cabecillas, también como símbolo del delito, y otras cosas.
Dígame el nombre de algún dueño de esa munición.
(Risas...) De algún miembro del secretariado.
General Vargas, ¿cómo será su vida ahora sin el uniforme de la Policía?
Como una persona muy tranquila de conciencia, de haber sido un funcionario público honesto, transparente, que respeté la ley, que salgo como entré, es decir, viviendo de mi sueldo. Tengo solamente un apartamento y vivo tranquilo ante mi conciencia, ante Jorge Luis Vargas, para poder mirar a mis hijos, a mi esposa y a mis amigos a la cara y decirles que como policía fui un hombre correcto y transparente. Y el resto de mi vida seguiré estando orgulloso de ser policía.
Gracias por leer.
Esta entrevista fue realizada por Jineth Bedoya.
Fotos Juan Felipe Rubio
Revista BOCAS 
Edición #120 Agosto - Septiembre

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