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El Museo Guimet, un chifonier de la memoria contra la amnesia del terror

Algunas lecciones para Colombia sobre el manejo de tesoros culturales que el conflicto ha afectado.

En el Museo Guimet se exhiben, además de piezas históricas, obras como esta del vietnamita Thu-Van Tran, titulada ‘Hecha de la misma madera’.

En el Museo Guimet se exhiben, además de piezas históricas, obras como esta del vietnamita Thu-Van Tran, titulada ‘Hecha de la misma madera’. Foto: Gao Jing Xinhua. Getty Images

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Émilie Étienne Guimet (1836-1918) fue un industrial francés con notable sensibilidad artística. Vivió bajo la fascinación de las civilizaciones asiáticas, que estudió durante sus largos viajes, una suerte de psicosis noble a cuyo contagio se accede recorriendo la inmensidad de ese continente durante años, bajo el ímpetu no turístico de quien intenta comprender preceptivas civilizaciones forjadas en siglos de aprendizaje colectivo bajo la sutil semiótica de una ligazón entre cuerpo y mente dispersa entre naciones y culturas que nos aportan, desde el peso de los siglos, criterios y pautas para el buen vivir.
Lo que empezó con un viaje por Egipto se extendió en recorridos por Caldea, India, Japón, China, Indochina y dio lugar al Museo Nacional de Artes Asiáticas Guimet. Inicialmente organizado en Lyon, posteriormente cedido al estado y transferido a París, el Museo Guimet es propietario de una de las mayores colecciones de objetos artísticos asiáticos en el mundo occidental, la cual se encuentra distribuida sobre un área de 4.000 metros cuadrados en la avenida Iéna del corazón del Distrito 16 de la capital sa.
El legado de Guimet comprende libros de un verdadero expedicionario de la cultura, un filántropo muy certero en las decisiones acerca del uso de su patrimonio en pro de los bienes culturales y de aquellos hitos que actúan como multiplicadores del conocimiento colectivo. Los activos de este caballero de la industria y de la cultura constituyen referentes acumulativos que servirían de base para desatar procesos hacia lo que hoy estudiamos como manifestaciones sociales de riqueza cultural heredada.
La cultura de la protección y rehabilitación patrimonial debe ser uno de los componentes de la denominada ‘paz total’ en los tiempos que corren.
Entre sus obras, que fueron ganando profundidad y alcance podemos reconocer el Croquis de Egipto: diario de un turista, 1867; Buenos días Kanagawa, 1876; Notas sobre Argelia, 1877; el muy reputado Informe del Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes sobre la misión científica de Émilie Étienne Guimet en el Lejano Oriente; las crónicas de viaje a La India; sus escritos en las diferentes efemérides del Museo, y la Ópera en cinco actos,1894, basada en la vida de Tai-Tsung, gran emperador de China señalado como “el alma de la dinastía Tang”.
En una de sus alas, el Museo dedica al arte religioso el llamado Panteón Búdico. Durante los últimos quince años el Guimet ha albergado colecciones del Museo de Kabul. Allí es posible identificar piezas que dan cuenta de la presencia de Alejandro Magno en el corazón de Asia.
En Bactria y la cuenca del Indo, la herencia helenística se fusionó con las culturas locales para dar lugar a dos reinos, el grecobactriano y el indogriego. Dentro del arte greco-budista de la región de Gandhara son extraordinarias las manifestaciones de sincretismo entre la cultura de la Grecia clásica y el budismo.
Budas de la colección de más de 45.000 objetos del Museo Guimet. Entre estos se cuentan esculturas, pinturas, indumentarias, joyas y papiros relativos a las civilizaciones asiáticas.

Budas de la colección de más de 45.000 objetos del Museo Guimet. Entre estos se cuentan esculturas, pinturas, indumentarias, joyas y papiros relativos a las civilizaciones asiáticas. Foto:Archivo EL TIEMPO

Siempre quise tener la oportunidad de visitar este museo. Finalmente he podido lograrlo en este comienzo del 2023, disfrutando de la exhibición temporal titulada: Afganistán: sombras y leyendas, conmemorativa del centenario del establecimiento de la ‘Delegación Arqueológica sa en Afganistán’ en 1922. La aventura arqueológica sa en suelo afgano coincide en este momento histórico con el retorno de los talibanes al poder y con la incertidumbre que ronda nuevamente la preservación del patrimonio cultural.
Esta exhibición me permitió acceder a tesoros del arte afgano y de su museografía que no había podido conocer. No sólo las piezas provenientes del reino grecobactriano, otras cedidas por el Museo de Kabul como grandes obras de la ciudad de Alejandría de Oxiana y del tesoro de Tillya Tepe, la colina dorada.
También conocer objetos maravillosos de Hadda al norte de Pakistán como aquella escultura del dios Atlas sosteniendo un monumento budista. La exhibición Sombras y Leyendas del Guimet tiene un final dramático por el registro fotográfico de los Budas y sus nichos destruidos en el Valle de Bamiyan a 230 kilómetros de Kabul en marzo de 2001. El régimen radical talibán dictaminó que estas estatuas eran ídolos y por tanto contrarias al Corán. Fueron devastadas.

El patrimonio para la paz

La visita al Museo Guimet en esta oportunidad me puso en o con una exposición fotográfica organizada por la Alianza Internacional para la Protección del Patrimonio en las zonas de Conflicto (Aliph). Después de los insucesos en Tombuctú, Alepo, Palmira, Mosul y Hatra fue creada en Ginebra (2017) esta Alianza cuyo objetivo es plausible. La filosofía institucional se resume en pocas palabras: acción, agilidad, terreno.
ALIPH selecciona, financia y acompaña proyectos de protección o rehabilitación de monumentos, sitios, museos, obras de arte o manuscritos, edificios religiosos y patrimonios inmateriales a través de diversas instituciones y ONG, siendo deseable el vínculo con los pobladores y las autoridades locales.
Sería un gran avance en la construcción de la paz la vinculación de instituciones y personalidades colombianas a una organización como Aliph. El conflicto en Colombia ha causado severos daños en nuestro patrimonio cultural y en nuestras riquezas naturales. La cultura de la protección y rehabilitación patrimonial debe ser uno de los componentes de la denominada ‘paz total’ en los tiempos que corren.

Desde nuestro conflicto

Formé parte de un equipo de tres viceministros dentro del esfuerzo de paz que no llegó a feliz término con las Farc durante la istración de Andrés Pastrana. Se nos asignó la tarea de diseñar proyectos factibles de rehabilitación socioeconómica en los municipios de la llamada zona de distensión.
En tal condición visité La Macarena para revisar la manera de optimizar los servicios públicos de la localidad. Concluimos la labor con las autoridades locales y los líderes guerrilleros. Conjuntamente, el alcalde local, los funcionarios de la Defensoría del Pueblo y los voceros de la insurgencia me invitaron a visitar Caño Cristales y acepté gustoso.
Estando allí deleitándome con el que National Geographic señalara como el mejor paisaje de la tierra, de la guerrilla y algunos campesinos me hicieron saber que “para facilitar la salida de productos del campo” estaban proyectando realizar una voladura en los costados del caño para fijar las bases y obtener los materiales a fin de construir un puente.
La idea llevaba, en caso de concretarse, a la acción más descabellada contra este santuario natural y me produjo enfado y desaliento. Les manifesté la total oposición del Gobierno ante semejante despropósito y decidí partir de inmediato hacia Los Pozos donde logré reunirme por única vez con Manuel Marulanda Vélez.
No dudaría en solicitar que el cese del fuego incluyera, de forma perentoria, la suspensión de todo ataque contra nuestra infraestructura, cuerpos de agua, nuestra fauna, flora y biodiversidad.
Mi planteamiento se centró en explicar que Caño Cristales era un patrimonio universal, que sus dueños eran los pobladores del mundo y que nadie tenía derecho a causar daño sobre ese pedazo del futuro de todos.
Marulanda prestó atención a la que no vacilaría en calificar como mi intervención realmente decisiva a lo largo de todas aquellas gestiones en las cuales me ha correspondido participar en la búsqueda de la solución política negociada para la superación del conflicto en Colombia. No sería capaz de reconstruir todo lo que dije, pero el comandante y cofundador de las Farc me vio conmovido y convincente.
Llamó a dos de los de su guardia personal. Sacó del bolsillo de su pantalón de dril una libreta miniatura de aquellas que se usaban como agenda y directorio. La funda era de plástico color café, las hojas marcaban los días de la semana; el jefe guerrillero arrancó una de esas hojas y escribió el mensaje con caligrafía rústica: “No hacer ninguna explosión para puente sobre Caño Cristales, el caño no se toca, sería una brutalidad que nadie nos perdonaría”.
Me mostró el mensaje, colocó una especie de garabato como rúbrica y les dio la orden de partir de inmediato. Nos despedimos y regresé al lugar donde debía tomar el helicóptero antes de las cinco de la tarde.
Si la inspiración que me produjeron el Museo Guimet y el conocimiento de Aliph pudiera servirme para hacer llegar un mensaje a la mesa de diálogo con el Eln, no dudaría en solicitar con vehemencia que el cese del fuego incluyera, de forma perentoria, la suspensión de todo ataque contra nuestra infraestructura, contra nuestros cuerpos de agua, contra nuestra fauna, nuestra flora y nuestra biodiversidad.
De la manera como adelantemos esta negociación de paz para que nuestro patrimonio, en todas sus manifestaciones, deje de ser una víctima colateral del conflicto, dependerá también que el diálogo social, intercultural e interreligioso refuerce el desarrollo de nuestros territorios y gane credibilidad ciudadana.
Es verdad que el desarrollo incluyente es la base material de la paz, tan cierto como que la consolidación de la misma es un largo proceso cultural al cual debemos dedicar gran parte de nuestra existencia.
Guimet, cuya familia jugaría en las grandes ligas de la manufactura del aluminio, entendió, como el que más, la sentencia gandhiana sobre la construcción de paz como el desbroce de ese camino en la dimensión cultural. Dijo el Mahatma: “No hay un camino para la paz, la paz es el camino”.
JUAN ALFREDO PINTO
Para EL TIEMPO

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