“Yo no voto, pero estuve pendiente todo el día; con mis amigas llamando, fue muy emocionante”, comenta sobre el plebiscito en Chile (en el que se votó a favor de cambiar la Constitución heredada del régimen de Augusto Pinochet). “Ahora falta ponerlo en práctica”, agrega, sin disimular su orgullo: “Ha sido una demostración, una vez más, de espíritu cívico. Y todo esto en medio de la pandemia; fue una cosa extraordinaria”.
Radicada hace más de 30 años en California (Estados Unidos), Isabel Allende mira con atención todo lo que ocurre en el que será siempre su país. Aunque haya nacido en Lima, hace 78 años, o pasara buena parte de su niñez, juventud y vida adulta en el extranjero, en múltiples destinos y por diversas circunstancias. Son pocas las novelas en las que Chile no está presente, e incluso le dedicó uno de sus libros de memorias. Y vuelve a aparecer en Mujeres del alma mía, lanzado hace pocas semanas.
Se trata de un recorrido por su trayectoria de convencida feminista –que se inició cuando tenía apenas cinco años–, así como por las experiencias de otras mujeres que la han inspirado. Un texto con abundantes citas y anécdotas, narrado con su habitual humor y soltura, y que no pretende “ni remotamente” ser una “disertación elevada”, sino más bien “una charla informal”.
¿Podría decirse que es un ensayo vivencial?
“¡Exactamente! ¡Le pusiste el nombre! Lo voy a anotar. Está buenísimo”, dice, buscando lápiz y papel en su escritorio. Radiante, con el pelo completamente blanco y luminoso, Isabel Allende responde esta entrevista a través de Zoom. A su espalda se ven estantes con algunos libros, adornos y muchas fotografías. Son los espíritus que la acompañan.
A propósito del tema de su libro, ¿qué debería garantizar una nueva constitución respecto de las mujeres?
No sé, yo creo que hay cosas básicas de protección, de inclusión; las mujeres tienen que repartirse con los hombres en iguales términos la gerencia del mundo y la gerencia del país, y eso tiene que estar en todos los campos. Pero lo más importante es la protección; no existe feminismo si no hay seguridad, si una mujer vive con miedo de que la asalten en la calle, de que la mate el marido... Y si no tiene control sobre su propio cuerpo, además. Eso también debería estar especificado en la Constitución.
El origen
El título inicial era 'Qué queremos las mujeres' –pero ya lo había usado Erika Jong– y, para averiguarlo, Isabel Allende también investigó vivencialmente, entre infinidad de mujeres. El primer lugar lo ocupa, en efecto, la seguridad. En el libro profundiza en este anhelo y en los siguientes: ser valoradas, vivir en paz, disponer de recursos propios, estar conectadas. Y sobre todo: amor.
Acerca de su interés en escribir un libro sobre feminismo, en el que, por supuesto, hay episodios que ha contado antes, explica: “Yo di una conferencia en México, y fue viral, tuvo muchísimo éxito. Un par de años más tarde se aron conmigo mis editores en Plaza&Janés, y me dijeron que querían hacer un librito con eso. Dije: ‘Momentito, vamos a ver’. Me puse a leerlo y les dije: ‘Esto ya está pasado’. Porque entretanto había sido el #MeToo, habían sido Las Tesis, había pasado tanta cosa en Chile y en el mundo”. Entonces se propuso actualizarlo, pero se dio cuenta de que era imposible. “Es como tratar de hacer un refrito con comida añeja”, dice riendo.
Y armó un texto nuevo. “La idea de que ya era tiempo de escribir sobre esto estaba en el aire –asegura–. Y yo no quería que fuera un manifiesto, sino una cosa muy del corazón, de lo que ha sido mi experiencia como mujer, como feminista en Chile a fines de los 60; todo lo que aprendí con mis compañeras de la revista Paula y las mujeres extraordinarias que me ha tocado conocer a lo largo de la vida”.
Fue su madre quien la acercó por primera vez al feminismo, ¿no?
Casi por oposición, por verla a ella tan desvalida, tan dependiente y, por lo mismo, tan limitada. Eran los años 40 cuando mi mamá se quedó sola con tres guaguas; yo no estaba en pañales, pero mis dos hermanos, sí. Y sin un peso, sin capacidad para trabajar, viviendo de la caridad de su padre y de su hermano mayor. Mi mamá vivía enferma, la pobre, porque yo creo que estaba tan deprimida. Por lo menos una vez por semana estaba un día o dos fuera de circulación, con unas jaquecas horrendas. Y después la vida con mi padrastro tuvo muchos inconvenientes, muchos altibajos. Entonces yo quise siempre defenderla, protegerla. Y ser distinta. Yo quería ser como mi abuelo.
¿Cómo ve el feminismo ahora, que ya no está su madre y usted ya no es hija?
Yo ya entré en la categoría de las matriarcas. Cuando me dicen ‘la gran dama’, me da un terror... Pero la verdad es que tengo ya nietas que tienen veintitantos años, que son esa nueva ola del feminismo y que dan mucho por sentado. Porque viven en un círculo privilegiado, tienen a la educación superior, a la salud, tienen recursos, viven en una parte muy civilizada del mundo, pero se olvidan del resto de las mujeres. Y como yo tengo una fundación que trabaja con esas mujeres que son las más vulnerables, vivo recordándoselos. Vivo muy alerta a las necesidades de las mujeres y a la tremenda desventaja que tienen.
Creo que el mundo necesita los valores femeninos y masculinos. No creo que haya que reemplazar unos por otros
Nada se puede dar por sentado, dice usted, aunque el feminismo ha sido la revolución “más profunda y duradera”.
Todo se puede perder. Pero todas las revoluciones avanzan y retroceden, y se revisan. Los postulados del principio cambian, porque cambian las circunstancias, y porque una se da cuenta de que hubo errores o de que no los hubo, de manera que en toda revolución, las políticas y las no políticas, hay siempre un revisionismo. Y en el caso de la revolución del movimiento de liberación femenina ha habido pasos que echan las cosas para atrás, después vienen nuevas olas, otra generación, con una nueva energía y con otros requisitos y con otros objetivos, porque ya se ha obtenido algo. Esto es como una cadena, en que cada uno va aportando. He visto los cambios, y falta mucho por hacer. Por eso hay que estar alertas, y ayudarse unas a otras.
Vínculo con el pasado
El título Mujeres del alma mía alude a su novela Inés del alma mía, sobre Inés de Suárez, y en un principio ella también aparecía en este libro. “La metí como un ejemplo. Era 1540, y mira la vida que tuvo esta mujer analfabeta de Placencia, todo lo que hizo, todo lo que vivió. Es una mujer extraordinaria en cualquier época, pero en ese tiempo ya es una cosa mágica. Sin embargo, cuando el libro lo leyeron otras personas, no chilenas, me dijeron: ‘Oye, pero esta señora que andaba asesinando indígenas no puede ser un ejemplo de feminismo’. A mí me pareció justo, y la saqué. Pero el título quedó”.
En su libro dice que ya hizo “la cuesta arriba”. ¿Siente que está viviendo un momento pleno?
Pleno, apacible. Preocupada por el mundo. Estamos en medio de la pandemia, y en California cada tanto no se puede respirar porque el humo de los incendios parece niebla por todos lados. Sin embargo, yo, en lo personal, estoy muy en paz; duermo como un lirón, no me duele nada, subo corriendo la escalera, bajé 12 libras, o sea, como seis kilos. ¡Estoy feliz! Además, tengo un marido que no me da ni un solo problema (se ríe), un marido amoroso, gringo, que está en lo de él, y trata de hacerme la vida placentera, de cocinar para mí, me pregunta si quiero que le eche bencina (gasolina) al auto, es decir, ¡cosas que no me habían pasado nunca! Él dice que es mi mayordomo polaco, porque es polaco de origen, que corre con las cosas que yo no quiero hacer. Pero lo más satisfactorio es la salud. Sentirse bien.
Antes del plebiscito, ¿estaba más preocupada por Estados Unidos que por Chile?
Sí, absolutamente. Aquí en Estados Unidos hay un clima de gran violencia. Hubo milicias armadas tratando de impedir que la gente votara; tú puedes andar con una bazuca en la calle. Y en Chile, mira cómo fue la votación. Yo tengo mucha más fe en Chile como país civilizado que en este, mucho más.
Eso respecto de la gente, ¿y de los políticos?
No, los políticos están todos podridos, allá y acá. La gente ya no cree en este sistema político, no tiene ninguna fe en el Congreso. Además, las instituciones están todas cuestionadas, ya no crees en los jueces, en la policía, en la ley... ¿En qué crees?, ¿en quién confías? No crees en los curas tampoco.
¿Es otra consecuencia del patriarcado, al que se opone el feminismo?
El patriarcado es un sistema de opresión y de dominación, cultural, religioso, social, económico, en todo sentido. Y el patriarcado le da el poder al macho, al hombre, sobre todo en ciertas clases sociales, entonces el patriarcado también oprime al pobre, al desamparado, a la gente de color, y nos incluimos todos. Es una definición un poco fuerte, pero en eso vivimos, por miles de años. Eso es lo que hay que cambiar. El sistema es el patriarcado. El machismo es un aspecto.
Usted dice que este es el momento de las abuelas envalentonadas, pero también reconoce que es duro envejecer. ¿Cómo ve esta etapa?
Es muy dura para hombres y mujeres. A veces es menos dura para la mujer, porque somos más sociables, llegamos a viejas con amigas, estamos integradas a la comunidad mucho más que los hombres, que se proyectan a través del trabajo, se jubilan y se quedan muy solos. Además, generalmente se cuidan menos que las mujeres y envejecen con muchos más problemas de salud que nosotras, viven menos. Pero es un problema de la sociedad, que descarta a los viejos, porque ya no son útiles. Hay que encontrar aquellas cosas que le pueden dar propósito a la vida, integrarte a algo, aunque sea pequeño.
El patriarcado es un sistema de opresión y de dominación, cultural, religioso, social, económico, en todo
Su relación con la muerte cambió después del fallecimiento de Paula. Y en el libro dice que ahora la ve como una amiga. ¿Cómo fue ese proceso?
Yo creo que antes no pensé mucho en la muerte, pero justo cuando cumplí cincuenta años se murió la Paulita. Y ahí, yo envejecí de golpe; no en el sentido de sentirme vieja, pero maduré. Mi relación con la vida y con la muerte cambió. Perdí el miedo de casi todo.
En el siglo XXI “las mujeres cambiarán la naturaleza del poder”, dice citando a Bella Abzug. ¿Es optimista en ese sentido? ¿Cree que la mujer puede conducir mejor el mundo?
El mundo necesita los valores femeninos y masculinos. No creo que haya que reemplazar unos por otros. Pero sin el aporte de los valores femeninos, mira cómo estamos. Vivimos en un mundo de violencia, de codicia, de dominación. Esos no son los valores femeninos. Tiene que haber un número crítico de mujeres en el poder para que lo que cambie sea la forma de ejercerlo. Tengo una fe plena en que las cosas van para allá. Yo no lo voy a ver, pero una invierte en el futuro; va a ser el de mis nietas o el de mis bisnietas, pero lo que yo hago hoy va a repercutir entonces. Por eso me interesa tanto el trabajo que hago con la fundación, aunque desgraciadamente no es cambiar la política de las cosas, sino tratar de ayudar a las que están desesperadas. Es asistencia.
El método de siempre
Hace poco, Isabel Allende recibió el Premio Liber, que otorga la Federación de Gremios de Editores de España, a la mejor autora hispanoamericana. Un nuevo reconocimiento a su exitosa trayectoria literaria, que se inició en 1982 con la publicación de La casa de los espíritus. “Ya llegué, hasta donde se puede llegar –afirma–. Además, nunca me lo planteé como una carrera, nunca tuve un plan, una ambición. Cada etapa me sorprende. Me sorprende el número de lectores, el número de libros vendidos, los premios, porque no los estoy esperando. Son cosas que pasan un poco en la periferia. Yo sigo metida en este cuartucho, con los mismos diccionarios y las mismas fotos, y el mismo método”.
Da vuelta su computador para mostrar otro ángulo de la habitación, donde se ve un colorido biombo. “Es el mismo método de siempre, totalmente artesanal, en que en cada papelito anoto las escenas y las voy pegando en este biombo y cada parte del libro está de un color diferente –explica–. Y así, yo más o menos tengo una visión del libro. Nada cambia. Y es un trabajo muy solitario. Siempre me preguntan para quién escribo, y no tengo la menor idea. Yo supongo que alguien lo va a leer, pero yo escribo porque me encanta, nada más; son las ganas locas de contar una historia”.
Este 8 de enero –como es su cábala– comenzó una novela que avanzó rápido en tiempos de pandemia. “La terminé ayer”, dice, y muestra un grueso manuscrito, del que prefiere no adelantar nada. “Todo el trabajo de la fundación lo estamos haciendo en línea, y las entrevistas. Se acabaron las giras de libros, ya no tengo que viajar, eso es fantástico –reconoce–. El tiempo me rinde mucho más. En pocos meses terminé un novelón de 360 páginas”.
MARÍA TERESA CÁRDENAS M.
EL MERCURIO (CHILE)
Grupo de Diarios América (GDA)