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Katie James: 'Fuimos desplazados por amenazas de la guerrilla de las Farc'

La campesina irlandesa que le canta bambucos a Colombia contó su historia en la Revista BOCAS. 

Katie James en BOCAS

Katie James en BOCAS Foto: Pablo Salgado

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Desde que su canción Toitico bien empacao se volvió viral en YouTube, hace tres años (hoy tiene más de 3,3 millones de vistas en esa plataforma), la cantautora Katie James se convirtió en un fenómeno sin precedentes en el circuito de la música andina colombiana. El tema, que hace alusión a cómo la gente de la ciudad ignora muchas veces el tremendo esfuerzo que significa para el campesino producir y vender los productos que llegan a nuestra mesa diariamente, despertó un fervor inesperado en las redes sociales.
La edición #123 de la Revista BOCAS está en circulación desde el domingo 27 de noviembre de 2022.

La edición #123 de la Revista BOCAS está en circulación desde el domingo 27 de noviembre de 2022. Foto:Pablo Salgado

A partir de ese momento empezaron a llamarla para que cantara en importantes escenarios de Colombia y el exterior. “Aquello fue una locura. Si esa canción no hubiera tenido semejante éxito, posiblemente me hubiera quedado en Europa estudiando una maestría en jazz. Yo estaba trabajando de mesera en Irlanda para pagar un préstamo y no tenía planes de regresar al país. Además, andaba muy entusada y necesitaba alejarme un tiempo”, dice la artista.
Katie nació en Inishfree Upper, una isla de Irlanda, hace 37 años, pero a los dos años de edad llegó con su madre, Jenny James, y sus hermanas, Alice y Louise, a vivir a Colombia. Jenny había fundado, a comienzos de los setenta, una comuna llamada Atlantis, que de Inglaterra se mudó a Irlanda. Los de Atlantis eran conocidos como “Los gritones” por sus vecinos, dado que practicaban la terapia primaria, que justamente hacía de los gritos una herramienta para liberar y sanar emociones reprimidas durante la infancia. Esta terapia, desarrollada por el psicoterapeuta estadounidense Arthur Janov, tuvo entre sus adeptos al mismísimo John Lennon, quien, según cuenta la leyenda, se trató con terapia primaria y usó esa experiencia para componer las canciones de Plastic Ono Band, para muchos, su mejor álbum como solista.
Luego de ser rechazados por la comunidad –y de que algunos parlamentarios pidieran incluso su deportación a Inglaterra–, Jenny decidió que el destino de Atlantis estaba en Suramérica. Se embarcó tras ese sueño junto a su esposo y sus tres hijas, Alice, Louise y Katie; zarpando primero a las Islas Canarias y de allí a Cabo Verde para, finalmente, cruzar el Atlántico rumbo a la isla de Margarita, en Venezuela. En medio de esa travesía se separó del padre de las niñas y entró a Colombia por Cúcuta. De ahí viajó con ellas a Bogotá y después a Icononzo, un municipio del oriente del Tolima, donde compró una finca para comenzar su nueva vida. Allí reabrió las puertas de Atlantis y la comuna creció con la llegada de personas de distintas nacionalidades.
Mi niñez en la comunidad Atlantis duró once años y se acabó porque fuimos desplazados por amenazas de la guerrilla de las Farc. Allá en el Tolima estuvimos de 1988 a 1999
Katie y sus hermanas aprendieron desde muy pequeñas los oficios del campo y la lengua de su nuevo país. Por las tardes, luego de trabajar la tierra y atender a los animales de la granja, tomaban clases particulares y jugaban al aire libre hasta que caía la noche. Como no había electricidad ni mucho menos internet, el teatro y en particular la música en vivo eran frecuentes para celebrar fechas especiales o recibir a las visitas. “Todo era en directo porque no había luz –recuerda Katie–, pero esa interacción con la música que interpretaban los adultos para que los niños cantáramos y jugáramos empezó a despertar mi interés por tocar un instrumento”. A los 9 años recibió lecciones de violín y tiempo después compuso sus primeras canciones. Cuando cumplió 13 años aprendió los primeros acordes en la guitarra.
Los días de Jenny y sus hijas transcurrían tranquilos entre Tolima y Caquetá –donde vivieron un tiempo por invitación de otro miembro de la comunidad– hasta que las Farc, que controlaban la zona de despeje durante los diálogos de paz con el gobierno Pastrana, las desplazó del Caquetá obligándolas a regresar a Icononzo. Una vez allí fueron nuevamente amenazadas y aunque intentaron quedarse en otra finca cercana, la guerrilla volvió a expulsarlas: “Ustedes no han entendido. Lo que queremos es que se vayan del Tolima”, les dijeron.
Ante el ultimátum no tuvieron más remedio que abandonar la finca a la que habían dedicado tanto amor y tantos años de trabajo, y refugiarse en Tabio, donde fueron acogidas temporalmente. Tristan, de 18 años y sobrino de Katie, viajó a despedirse de los amigos con los que había crecido en el Tolima, pero él y su amigo Javier Novoa fueron asesinados por las Farc en julio del 2000. Sus restos fueron devueltos un año después, en bolsas de basura en las que había huesos de otras cinco personas enterradas en una fosa común. Katie tenía 15 años cuando se convirtió en una víctima más del conflicto armado colombiano, y Atlantis se desintegró con la partida de varios de sus , que regresaron a sus países.
Katie James en BOCAS

Katie James en BOCAS Foto:Pablo Salgado

La música fue un gran alivio para superar el duelo por la muerte de Tristan, a quien Katie consideraba su hermano. En Popayán, tomó clases con profesores particulares y validó el bachillerato; y en el 2007, decidió dar el salto a Bogotá, donde se graduó como maestra en música con énfasis en arreglos musicales. Para entonces, ya algunas de sus canciones (bambucos, valses y pasillos) hablaban del marcado contraste entre la vida del campo y la ciudad, uno de sus temas predilectos.
En los años siguientes viajó por Colombia y Suramérica, cantó en la calle, y luego de haber grabado varios álbumes, lanzó un nuevo trabajo titulado Respirar. “Ese fue como el disco de mis sueños, porque gracias a un préstamo que me hicieron pude grabarlo en un buen estudio y contratar a los músicos que quería. Pero para pagar esa deuda tuve que devolverme a Irlanda a trabajar y fue en un viaje que hice a Colombia para el cumpleaños de mi mamá, que mi amigo Vladimir Meneses me animó a grabar Toitico bien empacao. A partir de ahí me cambió la vida”, dice la artista.
Según Doris Morera de Castro, presidenta de la Fundación Musical de Colombia, “Katie James ha oxigenado el pentagrama nacional con un estilo suave y amoroso que le permite comunicarse mágicamente con el público de muy diferentes edades, tal como lo vimos y sentimos en la pasada Serenata a Ibagué. Y es que ella está acercando cada vez más al público joven que tanto necesita la música colombiana. Podemos decir que Katie canta y encanta cuando se sube al escenario”.
Para Carlos Vives, quien la invitó a grabar el tema En la selva y a cantar con él durante el cierre de su última gira en Bogotá: “El aporte de Katie a nuestra música es importantísimo. Primero, porque la industria gana con ella a una artista excepcional, muy carismática y original. Y segundo, porque su llegada nos da una gran lección acerca de romper con ciertos estereotipos que hemos construido alrededor de nuestra música y que son ajenos a la diversidad que nos define. El haber sido criada en el campo colombiano con un respeto y un amor absolutos por esas raíces hace de su experiencia de vida un mensaje maravilloso. Katie es un gran ejemplo para nosotros”.
Los estereotipos a los que se refiere el artista samario tienen que ver con quienes han criticado a Katie por considerarla una “aparecida” en el folclor musical colombiano, cuestionando la calidad de su propuesta por venir de una mujer nacida en Irlanda. Quizás ignoren que Katie ha vivido la mayor parte de su vida en Colombia, país que en abril de este año le entregó la nacionalidad; y que desde niña ha perseguido la música con una determinación irable, lo cual hace que su éxito sea resultado de ese trabajo y no de una moda pasajera.
Entre sus presentaciones recientes se destacan su paso por el Gran Concierto Nacional, junto a la Orquesta Filarmónica de Bogotá, el Concierto de Gala del 36 Festival Nacional de la Música Colombiana, su actuación en el 48 Festival Mono Núñez, y el sentido homenaje que rindió al dueto Silva y Villalba en el Teatro Cafam, de Bogotá. Este mes tiene programados tres conciertos en Argentina.
Katie James en BOCAS

Katie James en BOCAS Foto:Pablo Salgado

iro de ella que se quita la nacionalidad irlandesa para identificarse como colombiana, sin pretensión de superioridad o creerse más. Katie ha creado una música dulce, auténtica y sobre todo respetuosa con la tradición. Claro, se vuelve atractiva porque es rubia, extranjera y con otra pronunciación, pero siempre nos recuerda cómo ‘lloran los guaduales’ o lo pintoresco del ‘pueblito viejo’”, afirma Luisa Piñeros, periodista musical de la Radio Nacional de Colombia.
El de Katie James es un canto fresco que no aspira al virtuosismo y que, a través de una musicalidad propia, logra conectarnos con lo genuino y lo bonito de la vida y del campo, el mismo campo que la vio crecer y al que sigue considerando su hogar.

¿Cuál es el primer recuerdo que tiene de su niñez en Colombia?

Despertarme una noche en el lomo de un caballo, mientras nos trasladábamos de una finca a otra, en el Tolima. Iba en brazos de mi mamá y atravesábamos un bosque muy oscuro. Nos estábamos mudando a Icononzo, donde nos establecimos por más de once años.

El Tolima fue como la tierra prometida…

Yo creo que sí porque en Icononzo nos mostraron una finca que estaba en venta y mi mamá nos dijo a mis hermanas y a mí: “¿qué más podríamos pedirle a la vida?”. La finca lo tenía todo: buen clima, muchos árboles, nacimientos de agua, cascadas y terrenos cultivables. Desde que llegó a Colombia, mi mamá dice que tuvo como un encantamiento con este país. Y mucha razón tenía.

Allí reabrieron entonces las puertas de Atlantis…

Sí. Primero llegamos nosotras y luego vinieron otros de la comunidad desde Irlanda.

¿Cómo fue su niñez en esa comunidad?

Allí era normal que los niños trabajáramos en el campo y nos levantaban muy temprano a ordeñar o a ayudar a nuestros padres con las tareas de la finca. Ahora, la filosofía de mi mamá no era la de formarnos para ser abogados, médicos o ingenieros, sino la de formar seres humanos que se saben libres porque viven y entienden la naturaleza al punto de poder subsistir por sí mismos como parte de ella. Mi mamá decidió alejarse de la civilización y tomó su propio rumbo, de manera que si lo ves desde la perspectiva de por qué no empezó a formar a sus hijas pensando en esa sociedad civilizada en un contexto urbano, de economía y mercado laboral, pues entonces los niños de la comuna no íbamos a tener la información adecuada para responder a ese desafío. Pero si lo miras desde el punto de vista de esa otra forma de encarar y de entender la vida, pues todo adquiere un sentido y una dimensión muy diferente, y no por ello menos válida. De manera que en el contexto en el que nos criamos, saber ordeñar una vaca, hacer abono, sembrar, desyerbar, cuidar una siembra, cocinar, etcétera, eran habilidades y conocimientos indispensables para la vida. Una vez cumplíamos con esos deberes teníamos mucho tiempo para estudiar en casa e irnos a montar a caballo o a bañarnos al río, jugar en el bosque, en fin. Crecimos en un parque natural ilimitado para disfrutar la niñez construyendo casas en los árboles con techos de helecho y pisos de guadua.

¿Y había alguna de esas labores del campo que le gustara más que otras?

Desde muy niña me encantaba la huerta, porque ahí se pone mucha atención al detalle dada la fragilidad de algunas plantas muy pequeñas.
Katie James en BOCAS

Katie James en BOCAS Foto:Pablo Salgado

Para manejar una finca, igual había que aprender lo básico…

Claro, y todo eso lo aprendíamos por las tardes aprovechando que los adultos de la comunidad tenían por lo general algún pregrado universitario en diferentes áreas del conocimiento. No sé si eso fue mejor o peor, pero fue la manera en la que fuimos educados mientras vivimos, muy felices, por cierto, esos años de niñez en el campo.

¿Cómo fueron sus inicios musicales en un lugar donde no había luz, ni televisión ni internet?

Nuestras celebraciones importantes se hacían con música en vivo tocada por los adultos. Estas reuniones despertaron mi interés porque cuando recibes la música de una forma tan directa, no escuchándola a través de un radio sino viendo cómo se interpreta, genera más curiosidad. Así que desde muy niña empecé a cantar y a los 9 años le pedí a mi mamá que me diera clases de violín.

Luego vino su primer encuentro con la guitarra…

Así es. Yo ya componía antes de tocar guitarra y por eso abandoné el violín, a pesar de la tristeza de mi madre. Lo hice porque quería acompañarme y porque en la finca teníamos guitarras a la mano. Poco a poco fui ampliando mi conocimiento del instrumento y familiarizándome con él. Ahí sentí que la composición abría una nueva puerta en mi vida. Yo era muy introvertida, pero que uno sea tímido no significa que no estén pasando cosas en su interior, en sus pensamientos e imaginación. Componer era una manera de llevar al mundo exterior todo lo que estaba ocurriendo adentro mío.

¿Cuánto duró aquella niñez bucólica en Atlantis?

Mi niñez en la comunidad Atlantis duró once años y se acabó porque fuimos desplazados por amenazas de la guerrilla de las Farc. Allá en el Tolima estuvimos de 1988 a 1999. Aquí es importante aclarar que en algún momento nuestra colectividad tuvo otra sede cerca de El Caguán, en el Caquetá. Su dueño invitó a mi mamá para que la conociera y ella decidió que la comunidad debía mudarse para allá. Así que tuvimos dos sedes entre 1993 y 1998.
Por esos años se declaró la zona de despeje durante los diálogos de paz en El Caguán y la guerrilla nos desplazó del Caquetá porque no querían extranjeros en esa región. De ahí volvimos al Tolima, pero al año siguiente, en 1999, la guerrilla volvió a desplazarnos y ese sí fue un golpe muy duro porque allí teníamos nuestra vida y tuvimos que dejarla. Salimos entonces para la finca de otro amigo, ubicada en el Alto de Icononzo, también en el Tolima, donde nos quedamos unos meses. Pero la guerrilla también llegó hasta allá y no tuvimos más remedio que radicarnos en Tabio, Cundinamarca, gracias a los amigos de una tía que nos acogieron. Fue muy duro volver a empezar.

¿Y cuánto tiempo se quedaron en Tabio?

Casi un año. Luego nos fuimos para una finca en el Huila, donde estamos radicados todavía. Yo vivo en Bogotá, pero voy y vengo con frecuencia.

¿Y qué pasó con Atlantis?

La comunidad empezó a desintegrarse porque perdimos nuestra finca base en el Tolima. Nosotros vivíamos de lo que sembrábamos, todo lo producíamos allá. Así que muchos se devolvieron para Europa y solo quedamos mi mamá y mis hermanas.

Usted y su familia no solo fueron víctimas de desplazamiento forzado, sino que además perdieron a un sobrino y a un amigo muy cercano…

Esa es la parte más dura de toda la historia… Estando en Tabio, un sobrino decidió devolverse para el Tolima a despedirse de sus amigos de infancia y la guerrilla lo mató a él y a un amigo suyo, un joven colombiano. Ambos tenían 18 años. El duelo fue muy doloroso.
Katie James en BOCAS

Katie James en BOCAS Foto:Pablo Salgado

¿Cómo lidió con ese duelo? Porque al duelo que dejaron esas muertes se suman el desplazamiento, el desarraigo, la pérdida del sustento diario…

Yo tenía 14 años cuando nos desplazaron y 15 cuando mataron a mi sobrino, que era como un hermano para mí. Ahí mi vida quedó partida en dos porque hasta ese momento, todo había sido muy cándido, si puede decirse así. Claro, no es que no supiéramos de la existencia de estas guerras, pero, de cierta manera, asumíamos que estábamos a salvo en nuestra burbuja y que nada malo nos iba a pasar porque esas cosas terribles ocurrían lejos de allí. Luego vimos que no, que a cualquiera le podían pasar y de pronto estábamos en medio de un duelo muy difícil. Cuando nos mudamos al Huila, en el año 2001, hubo una masacre terrible de unos excursionistas en el Parque Nacional Puracé. Esto ocurrió muy cerca de donde vivíamos nosotras y resultamos muy involucradas con las familias de las víctimas. De alguna manera, hicimos el duelo con ellas. Y aunque el dolor nuestro no desapareció, de cierta forma sí nos alivió un poco el poder compartirlo con personas que estaban atravesando lo mismo. Poder abrazar y consolar al otro cuando el dolor que siente está en su punto más alto, y viceversa, fue una experiencia muy valiosa.

Y entonces se refugió en la música…

Junto a mi hermana Luisa y otra hermana de corazón llamada Laura Costello hicimos un álbum titulado Semillas de paz. Y aunque el dolor nunca se va del todo, esa primera grabación tuvo un efecto sanador. Creo que una parte importante de este proceso es permitirse volver a ser feliz, porque a uno como familiar le queda un sentimiento de culpa incluso sabiendo que no tuvo nada que ver con esas muertes. Recuerdo que las primeras veces que me sentía contenta o me reía después de estos asesinatos escuchaba una voz que me decía, “¿y yo por qué estoy contenta si ellos no están?”. El punto es que no podemos morirnos con los muertos, hay que permitirse volver a vivir plenamente.

Irse para Bogotá fue una decisión difícil, pero más pudo su determinación por estudiar música y graduarse, ¿cómo fue eso?

Más allá del choque que me produjo vivir en una ciudad tan grande viniendo del campo, mi época de estudiante fue una de las más felices de mi vida. Tenía 22 años y total claridad sobre la música como camino de vida. Cuando entré a la universidad era muy ñoña.

Por eso estuvo becada casi toda la carrera…

Sí, me apliqué mucho [risas].

¿Es cierto que alguien que la vio tocando en la calle le ofreció financiar la producción del álbum Respirar?

Sí, eso fue en Lima. Estábamos tocando en una alameda y un señor le preguntó a Jorge, mi pareja de entonces, si yo tenía algún contrato con una disquera. Mira lo que son las cosas; justo esa mañana yo me había levantado con la idea de grabar un disco y le dije a Jorge, así, medio en chiste, que necesitaba 10.000 dólares para lograrlo. Y claro, Jorge viendo el interés de ese señor le dijo que yo era artista independiente y que estaba buscando un patrocinador. El caso es que esta persona me prestó la plata y pude grabar el álbum que tanto quería.

Y ahí fue que se le complicó el pago de esa deuda…

Pues con esa plata yo hice el disco de mis sueños. Lo grabé en un buen estudio y contraté a los músicos que quise. Empecé a tocarlo y a venderlo en mis presentaciones. Pero me di cuenta de que no estaba recuperando lo que había invertido y por el miedo a no cumplir con ese compromiso, decidí irme para Irlanda a trabajar de mesera con el fin de ahorrar buena plata y pagar la deuda.

Estando allá consideró inscribirse en una maestría en jazz…

Sí, apliqué a maestrías en Suecia y en Holanda. Mi plan era quedarme por allá.

Entonces ocurrió lo inesperado: el exitazo de Toitico bien empacao…

Eso fue increíble… Volví a Colombia de paso, en el 2019, solo para celebrar el cumpleaños de mi mamá, y aproveché para grabar un video muy sencillo, con un celular, de una composición mía llamada Toitico bien empacao. Cuando lo subí a las redes sociales el tema se volvió viral, algo sin precedentes para este género de la música andina colombiana. Toitico bien empacao realmente me cambió la vida. Y lo digo porque es como si Dios, el destino o el cosmos, lo que haya sido, me estuviera diciendo “no, su vida no está en Europa, sino aquí”. El llamado de regreso a Colombia fue contundente. Ya no pude ni quise irme nunca más. Esa canción me abrió muchas puertas.

A pesar del éxito, ¿se sigue considerando una mujer campesina?

Absolutamente. Lo que pasa es que ya sé desenvolverme en una ciudad y viajo mucho y puedo caminar en tacones y sé ponerme maquillaje (risas…) Pero cuando vuelvo a la finca me calzo de inmediato las botas pantaneras. Yo amo echar azadón y disfruto la vida del campo; no solo la naturaleza desde un lugar contemplativo sino el estar ahí con las manos en el barro, la emoción tan grande que me da el preparar el abono y echárselo a las plantas… Es algo que mucha gente no entiende, pero es justamente por eso que me considero muy montañera y muy campesina.
Katie James, cantautora de música colombiana.

Katie James, cantautora de música colombiana. Foto:cortesía Javier Valdivieso

¿Cuál ha sido su experiencia en los festivales de música andina colombiana? ¿Hay alguna anécdota que quiera mencionar?

En los últimos años me han invitado a varios de ellos, como el Mono Núñez, el Festival Luis A. Calvo, el Festival Nacional de la Música Colombiana, en Ibagué; y el Festival Campo Elías Vargas Duque. Me deja boquiabierta ver el nivel interpretativo en estos festivales y me parece particularmente hermoso ver tanta presencia de niños y jóvenes tocando y cantando música andina colombiana. En el Festival Mono Núñez tuve la dicha de conocer personalmente a Héctor Ochoa (el compositor de El camino de la vida) y le pedí permiso para grabar una de sus canciones, que está incluida en mi nuevo álbum.

¿Compositora o compositor de música andina colombiana que más le gusta?

Yo crecí entre el Tolima y el Huila y eso hace que Jorge Villamil tenga un lugar muy especial en mis afectos. Me sé muchas de sus canciones y he grabado algunas. Es un gran referente.

¿Qué ha sido lo más difícil de hacer música en el circuito de la música andina colombiana?

Creo que escuchar, generalmente a través de terceros, las críticas que se hacen con respecto a la atención que se me ha dado por ser extranjera. Yo eso lo entiendo. Entiendo que haya gente que se moleste o se incomode, pero es ahí cuando me pregunto: ¿voy a dejar de hacer esta música que tanto me gusta por esa razón? Y siempre concluyo que no. Por otra parte, todo esto supone un reto enorme para mí porque no quiero que me sigan considerando como un fenómeno exótico, llámese la irlandesa, la gringa o la monita que hace música colombiana, sino que realmente sigo estudiando y aprendiendo con mucha entrega, siempre encontrando mis maneras para interpretar estas canciones. No voy a ser una mediocre, no lo soy en general, y por eso mi dedicación y mi respeto a esta tradición. Podría hacer música de una forma mucho más básica y seguro habría gente que me escucharía simplemente por el exotismo de ver a una irlandesa haciendo folclor colombiano. Pero eso no es lo que me interesa. Todos los días trabajo para seguir creciendo como persona y como artista.

Cuéntenos sobre Versos para no olvidar, su nuevo álbum, que acaba de salir al mercado.

El álbum incluye 10 canciones de música andina colombiana en cinco ritmos distintos. Con casi todas estas canciones tengo una historia personal o las grabé simplemente porque me encantan.

¿Qué canción tiene pegada cada vez que sale a cantar?

Asómate a la ventana, de Alejandro Flórez. Es el tema más antiguo de este nuevo álbum. Él murió en 1901, o sea que la canción tiene por lo menos 120 años. Y es una canción de una poesía exquisita a la que le hice una versión con la que me siento muy conectada.

¿Cómo definiría el campo colombiano?

El campo colombiano podría ser mucho más hermoso si la gente no tuviera que vivir con miedo, ni estar pendiente de en qué momento van a venir a matarla o a quitarle o a desplazarla. De ahí la ambigüedad del campo colombiano: están lo más bello y lo más duro de la vida en el mismo lugar.
Portada Revista BOCAS #123

Portada Revista BOCAS #123 Foto:Revista BOCAS

Esta entrevista fue realizada por Juan Martín Fierro
Fotos de Pablo Salgado
Edición #123 Noviembre - Diciembre 2022

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