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Teresita Gómez: 'Ser negro no es fácil. El racismo de hoy es más virulento'
Teresita Gómez, la pianista más querida y aclamada de Colombia, contó su historia en BOCAS.
Fue abandonada al nacer en un hospital de Medellín y adoptada por los porteros del Palacio de Bellas Artes de esa ciudad. Luego de ofrecer su primer recital, a los 7 años, y de graduarse con honores a los 23 como pianista clásica, inició una brillante carrera que la llevó a importantes escenarios de Colombia y el mundo.
Tras perder a un hijo que cayó en la droga, soportar tres años sin poder tocar por una cirugía en las manos, ser detenida por supuestos vínculos con el M-19 y levantarse como madre soltera con tres hijos, Teresita Gómez (1943) superó los golpes de la vida a punta de Bach y de meditación. Cerca de cumplir 80 años, dice que su mayor orgullo es ser maestra y que contará toda su vida en un libro de memorias que saldrá el año entrante. Es, de lejos, la pianista más aclamada y más querida en Colombia.
La edición #124 de la Revista BOCAS está en circulación desde el domingo 18 de diciembre de 2022. Foto:Revista BOCAS
Medellín, años cuarenta. Una bebé negra es abandonada en un hospital y entregada en adopción a Teresa Arteaga y Valerio Gómez, un matrimonio blanco y humilde que, paradójicamente, vive en un Palacio o, mejor, en un pequeño cuarto del flamante Palacio de Bellas Artes, donde él trabaja como portero y vigilante. Teresa la bautiza con su nombre; y él, que siempre lleva al cinto las llaves de las aulas donde se enseña música, será quien le abra por primera vez las puertas al piano.
A Teresita Gómez Arteaga le tenían prohibido acercarse a las niñas blancas de la alta sociedad que tomaban clases en Bellas Artes. Pero la música la atraía y, con apenas cuatro años, se las ingeniaba para seguir las lecciones a prudente distancia. Por las noches, cuando Valerio caminaba la ronda antes de acostarse, ella lo acompañaba y, aprovechando que no había nadie, se metía a los salones y tocaba de oído lo que había escuchado durante el día. Su papá sabía que el personal de servicio tenía prohibido acercarse a los pianos, pero estaba tan conmovido por la fascinación de su hija hacia el instrumento que no era capaz de negárselo. Sus pequeños dedos ya intuían la grandeza de Mozart.
“A mi papá le di mi primer concierto, chiquitica, y él solito, tan lindo, aplaudiendo y llorando me hizo repetir”, recuerda la maestra Teresita. Fue en una de esas rondas nocturnas, mientras tecleaba alguna tonada, que la profesora Marta Agudelo, quien se había quedado hasta tarde en una de las aulas, la escuchó tocar. Las dos soltaron el grito. O aquello era un fantasma o un definitivo milagro, pensó la mujer que esa misma noche se ofreció a darle sus primeras clases de piano. Teresita, que lloraba asustada por ella y por las represalias que pudieran caer sobre sus padres, no dudó en aceptar esa propuesta. Días más tarde, la mismísima Débora Arango –la expresionista paisa y primera artista colombiana en pintar desnudos femeninos–, quien frecuentaba el Palacio, le regalaría su primer método de piano.
Sufrí lo que hubiera sufrido cualquier niña negra que se mete en un mundo de blancos, de literatura de blancos, de música de blancos.
Para no escandalizar a la sociedad paisa con el anuncio de que en Bellas Artes había una niña negra estudiando piano, empezaron las lecciones a escondidas, pero pronto corrió la voz de su talento y las directivas aceptaron que tomara clases con las otras niñas, aunque respetando ciertas distancias: si ellas tocaban de blanco, Teresita debía lucir otro color. Y además tocar siempre de última. Mientras aprendía la teoría musical, también aprendía a ser negra.
Su propia madre llegó a decirle que ella se veía así porque se había tomado un frasco de tinta china. “Vos no sos negra, Teresita”, le repetía con frecuencia. Pero cuando Valerio quiso matricularla en el Colegio de las Carmelitas, la rechazaron por su color de piel. Teresita, que hasta entonces profesaba intensa fe católica, renunció para siempre a esa iglesia.
Teresita Gómez realizó su primer concierto solista contando con tan solo 10 años. Foto:Pablo Salgado
Corrían los años cincuenta y por Bellas Artes pasaban grandes artistas, músicos, poetas y cantantes. Teresita desarrolló un temprano interés por la lectura, el teatro y la plástica. De niña posó para algunos retratos en acuarela. Con lo que ganaba, corría a la tienda a comprar itas de coco. Cada vez que salía de su burbuja de refinamiento y academia, escuchaba fascinada los tangos, rancheras y boleros que sonaban en los barrios populares. Su devoción por La última curda, de Aníbal Troilo y Edmundo Rivero, sigue intacta.
Gracias a una beca pudo continuar su formación y debutó con 7 años de edad. A los 12, dio su primer recital en el Teatro Colón de Bogotá. Entre 1959 y 1962 estudió piano en el Conservatorio de la Universidad Nacional; y en 1966 se graduó de concertista y profesora de piano –summa cum laude– en la Universidad de Antioquia. Comenzaba así su inatajable ascenso en el exigente mundo de la música clásica, donde se ha labrado un brillante palmarés como integrante del Conjunto Colombiano de Música Contemporánea, el Trío Frank Preuss y el Quinteto de Bogotá; y como pianista de la Ópera de Medellín (1971–72) y de la Ópera de Colombia (1975–81).
También ha participado en distintas ediciones del Festival Bach; y en el Festival de Música Religiosa de Popayán; y ha ofrecido conciertos con las orquestas colombianas más destacadas. Entre sus grabaciones de estudio sobresalen los álbumes A Colombia, Para recordar y Teresita Gómez. Siendo solista de la Orquesta Sinfónica de Colombia realizó el estreno mundial del segundo concierto para piano y orquesta dedicado a Colombia por el compositor italiano Carlo Jachino, en 1970. Entre las muchas condecoraciones que ha recibido sobresalen la Cruz de Boyacá, el Escudo de Antioquia en la Categoría Oro y el premio Juan del Corral, también en la categoría Oro. En la edición número 17 del Cartagena Festival de Música, se le hará un homenaje y realizará un concierto como solista el último día del evento.
Teresita Gómez a quien le hacemos un homenaje y realizará un concierto memorable como solista con la Orquesta Filarmónica de Mujeres
A comienzos de los ochenta, Teresita vivió uno de los episodios más angustiantes de su vida al ser detenida durante el gobierno del presidente Turbay por, supuestamente, pertenecer al M-19 y cometer varios delitos. Acababa de llegar de Cuba y eso la puso en la mira del F2 y del DAS, que le hicieron 18 interrogatorios. Los gritos de tortura se oían cerca. Tras 20 de días de encierro, volvió a la libertad gracias a una amiga abogada. En 1983, el presidente de entonces, Belisario Betancur, la nombró agregada cultural en Alemania y le encargó divulgar el repertorio de grandes compositores colombianos. Durante ese periplo por distintos escenarios de Europa recuerda con especial afecto su presentación como pianista invitada de la Orquesta Sinfónica de Jeleniej Górze, bajo la dirección de Tadeusz Wcherek, en Varsovia.
Según la maestra Blanca Uribe, extraordinaria concertista colombiana y una de sus grandes amigas, “la sensibilidad musical de Teresita es genuina, fluye de lo más profundo de su corazón. Es una artista multifacética, de las más completas, capaz de interpretar músicas de distintas épocas y compositores. La escuché tocar un maravilloso concierto de Mozart; me deslumbró su repertorio de Mendelssohn y Gershwin; derramé lágrimas con su Cuarto Concierto de Beethoven.
Es, además, pionera en cuanto a la incorporación del repertorio de maestros colombianos, que hoy lo hacemos muchos, pero creo que fue ella quien abrió ese camino, no solo en piano solo, sino con grupos de música colombiana que son espectaculares. Acompañó a músicos extranjeros del más alto nivel cuando ofrecieron conciertos en el país. Fue correpetidora en la Ópera de Colombia y todo el mundo hablaba allí de sus extraordinarias habilidades para leer a primera vista”.
Me iban a dar 40 años de cárcel dizque por participar en dos atracos a la Caja Agraria, un asalto a Telecom y una reunión con el M-19. Imagínese.
Madre soltera de tres hijos, uno de ellos fallecido en hechos derivados de su adicción a las drogas, Teresita ha atravesado momentos de soledad y desconsuelo: la muerte de sus padres, que la llevó a internarse en una clínica de reposo; dos matrimonios fallidos y una cirugía en las manos que la alejó del piano y que le recordó, de paso, que aquello que se da por sentado puede irse para siempre en un instante. Su gran refugio, además de la música, fueron las prácticas budistas que le enseñaron a meditar y a valorar el silencio.
Mucho de ese temple se le vio en agosto pasado, cuando tuvo que improvisar al piano durante la posesión del presidente Gustavo Petro, en medio de la tensión que se vivió esa tarde cuando el mandatario ordenó que se trajera de inmediato la espada de Bolívar desde la Casa Militar. En esa espera, que pareció eterna, Teresita improvisó Hacia el calvario, de Carlos Vieco; y el segundo Nocturno, de Chopin. Conforme avanzaba en su interpretación, los ánimos se apaciguaban.
“Teresita es un personaje muy singular de la cultura colombiana, y más allá del espectro puramente musical, creo que tiene una repercusión sociológica muy valiosa para nuestra sociedad porque ha roto muchos estereotipos. Lo digo porque siempre ha habido una concepción muy ‘blanca’ de la música clásica, y porque ella rompió ese molde de muchas maneras. Ha sido una luchadora incansable. Teresita puede pasar de un Nocturno de Chopin al universo de Adolfo Mejía o Luis A. Calvo con una naturalidad asombrosa y un color muy personal. Sus interpretaciones tienen el encanto y la espontaneidad que han perdido muchos pianistas, y que va más allá del asunto técnico”, dice Carlos Heredia, realizador radial, melómano y gran conocedor de la música clásica.
Misma raza, mismo peinado, mismo instrumento. Me es inevitable recordar a Nina Simone mientras hablo con Teresita Gómez. Ambas criadas en un entorno de culto religioso y musical, ambas enamoradas de la música clásica y ambas rechazadas por instituciones educativas racistas. Ambas iniciadas por mujeres blancas que al verse deslumbradas con su talento natural para el piano, decidieron acogerlas como sus pupilas. Tocando un instrumento se abrieron paso por la vida hasta convertirse en símbolos de fuerza y resistencia femenina. En Teresita, mujer y pianista, madre y amiga, ese ímpetu se vuelve luz y chispea en sus ojos serenos, colmados de años, música y silencio.
Ha sido alumna también de Barbara Hesse (Varsovia, 1985), Jakob Lateiner (Weimar, 1986) y Klaus Bässler (Berlín, 1986-87). Foto:Pablo Salgado
¡Ya casi cumple 80 años, maestra! ¿Cómo quiere celebrar semejante fecha el próximo mes de mayo?
Haciendo música, que es lo que más me gusta. Es un momento muy especial, y si uno ha pasado toda la vida haciendo música, eso es lo que hay que hacer ese día.
¿Qué ha sido lo más gratificante en estos casi 80 años?
Salir adelante como madre cabeza de familia luego de pasar cosas muy duras con mis hijos para poderles ayudar y acompañar. Cuando una está sola y tiene que trabajar, los padres sí hacen mucha falta. Y bueno, poder hacer música todavía, a esta edad y con todas mis facultades, es un premio que me da la vida.
¿Y lo más duro?
Ser negro no es fácil. El racismo de hoy es más virulento que el de hace unos años, cuando uno tenía vetado ir a una piscina o estudiar música en Europa, como quise hacerlo yo en el 57, recién pasada la Segunda Guerra Mundial. La música clásica no era para los negros; mire lo que fue la vida de Nina Simone. A ella le tuvo que doler mucho no poder tocar su Mozart, su Beethoven, algo que por fortuna yo sí pude hacer aquí en Colombia, pese a todos los obstáculos.
Por eso ha dicho que de niña usted tuvo que aprender a “ser negra”.
Así es. Y no fue nada fácil. Yo vivía entre dos mundos: el mundo del Palacio de Bellas Artes, en la Medellín de los cincuenta donde me crié con mis padres adoptivos, que además eran los porteros de esa institución. Aquel era el mundo de las niñas blancas que estudiaban piano y con las que tenía prohibido hablar o jugar. Lo único que podía compartir con ellas era la música, escuchando en silencio las lecciones que tomaban durante el día.
¿Y el otro mundo?
El otro mundo era la calle, donde el racismo era más fuerte y más hostil. Ese mundo en el que la gente no me conocía, pero me discriminaba simplemente por mi color de piel.
Incluso doña Teresa, su madre adoptiva, llegó a decirle que usted no era negra y que el color de su piel obedecía a que se había tomado un frasco de tinta china…
Sí, y lo peor es que uno a la mamá le cree... pero mire; yo desde muy niña me di cuenta de que ella no era mi mamá. Y cuando le pregunté el porqué de mi color de piel ella me dijo eso del frasco de tinta china. Ella era una paisa blanca y hermosa y me quiso mucho, pero era racista. Y ser racista era normal. Yo eso lo entendí, aunque lógicamente no estuviera bien.
Fue invitada para interpretar Hacia el Calvario del maestro Carlos Vieco y el Nocturno Op. 9 n.º 2° en solitario durante la Ceremonia de Posesión Presidencial de Gustavo Petro el 7 de agosto de 2022 Foto:Pablo Salgado
Pasaron muchos años para que esa misma Medellín que la discriminó en los años cincuenta, inaugurara un auditorio con su nombre y la exaltara como antioqueña…
Los rencores empañan el espíritu y con eso hay que tener mucho cuidado. Así que es mejor siempre hacer las paces, soltar, no quedarse en lo que ya pasó. Hay que seguir adelante porque si no la amargura es muy grande. Yo sufrí lo que hubiera sufrido cualquier niña negra que se mete en un mundo de blancos, de literatura de blancos, de música de blancos. Pero esos mismos blancos me ayudaron, me becaron, allí también encontré gente que me apoyó desde pequeña. Así que no hay nada que reprochar.
¿Y cómo le fue viviendo en Bogotá?
Fue una ciudad que me abrió muchas puertas, que me acogió. Yo salí de Medellín, entre otras cosas, porque era una ciudad mojigata, que me juzgaba por tener hijos de distintos padres y ser madre soltera. En ese entonces era muy libre, me encantaba hablar con Gonzalo Arango, leía a Simone de Beauvoir, tenía ansias de conocimiento y de poesía, de escuchar distintas voces y formas de pensar. Era muy guerrera también. Pero volviendo a Bogotá, allí fui muy reconocida y toqué con varias orquestas como la Filarmónica y la Sinfónica; y en auditorios tan importantes como la Luis Ángel Arango o el León de Greiff, entre otros.
Cuentan que en Bogotá la veían con frecuencia en El Goce Pagano bailando salsa o donde Marielita, tomando aguardiente y escuchando tangos…
Ah sí, esos fueron años maravillosos de mucha bohemia y amigos con los que compartíamos un gran amor por la noche. Lo del tango ya lo traía de Medellín, porque mi mamá escuchaba en la radio un programa que los ponía; y además me llevaba a la plaza de mercado de Cisneros donde trabajaban los hermanos de mi papá, que eran carniceros, y allá también se escuchaba mucho tango. Lo mismo en los barrios, los domingos, cuando uno sacaba un asientico frente a la casa y se recostaba en el quicio de la puerta a escuchar los tangos que salían de las vitrolas. Me encanta el tango porque tiene como mugre en el alma. Igual me fascinan los boleros y la música de tríos colombianos. El jazz y la salsa sí los disfruté mucho más en Bogotá. Si una quería bailaba sola o con las amigas y no había ningún problema.
De lo pagano pasemos a su lado más espiritual, que tanto le ha servido en los momentos más difíciles…
A los 18 años descubrí a Paramahansa Yogananda, un gurú hindú, y ahí se me abrió el mundo porque esa era otra forma de mirar el universo. Entendí que el cuento era con uno, que todo está en la respiración, porque el secreto del ser humano es saber respirar, lo mismo que estar en o consigo mismo; no para reprocharse sino para aceptarse incluso con sus fallas, porque todos las tenemos. Saberse perdonar y quererse uno hace posible perdonar y querer a la gente que está alrededor. Yo de joven decía que tocaba piano para que la gente me quisiera, pero en ese entonces yo tenía mi tema aquí, en la cabeza, eso seguro. Pero ahora toco piano porque yo quiero a la gente y porque me gusta compartir lo que hago con los demás.
¿Qué significa para usted el silencio desde lo espiritual y desde lo musical?
El silencio es el regalo más grande. Cuando uno aprende a hacer silencios en la música se da cuenta de que en ese vacío está todo. Cuando mis alumnos empiezan a saborear los silencios, han dado un paso muy especial. Y en cuanto a uno, pues puede quedarse en silencio mientras la loca de la casa, que es la mente, empieza a hablar y hablar y a cambiar de tema. Ella puede darte muchas soluciones, pero a veces ninguna de esas te sirve. Por eso hay que dejar que el silencio se decante como cuando preparas un café y va quedando el ripio. Igual puedes ver qué pasa contigo cuando el silencio es el que te decanta. A mí me gusta el silencio. Vivo sola y lo disfruto.
Usted fue muy amiga de Gonzalo Arango y de los nadaístas. ¿Qué anécdota recuerda con él?
A Gonzalo lo vi unos 15 días antes de morir, en una finca en Popayán; nos fuimos a caminar y me dijo “Teresita, como aquí no tenemos piano, cánteme algo”. Entonces le canté: “si yo nací, como todos nacemos, llorando, llorando…”, una canción de Nino Bravo, y eso fue de lágrimas. Me queda la estampa de aquella vez que fue a un concierto mío vestido todo de blanco, con un clavel rojo en la mano, su pelito largo, caminando descalzo. La estampa de un poeta.
Durante el gobierno de Turbay, usted fue detenida por supuestamente pertenecer al M-19. ¿Qué pasó exactamente?
Me iban a dar 40 años de cárcel dizque por participar en dos atracos a la Caja Agraria, un asalto a Telecom y una reunión con el M-19. Imagínese. Pero gracias a Luisa Henao, una amiga abogada, pude salir de esa. Yo nunca pertenecí al M-19 ni he sido activista política.
En 2005, el Gobierno de Colombia le otorgó la Cruz de la Orden de Boyacá en el grado de Comendador por su trayectoria artística, aporte a la cultura musical y representación honorable de Colombia en el exterior. Foto:Pablo Salgado
Nunca fue del M-19, pero terminó tocando en la posesión del presidente Gustavo Petro, exguerrillero de ese movimiento…
Un honor que agradezco porque mi música no tiene ni color de piel ni color político.
¿Y cómo hizo para tocar con semejante tranquilidad, justo cuando crecía la tensión por la llegada de la espada de Bolívar? ¿Qué pasaba por su mente?
Fue todo muy sorpresivo. Pero al mismo tiempo sabía que no había sino esa posibilidad para hacerlo lo mejor que pudiera. Yo arranqué sin pensar si lo iba a hacer bien o mal; estaba muy emocionada y era un momento difícil. Pensé: “ojalá esto calme a la gente mientras aparece la espada”. Terminé la primera pieza y me dijeron que tocara otra y cuando iba para la tercera me dijeron que parara, que ya la espada iba llegando. Cuando terminé la segunda pieza se logró bajar la bulla, porque eso se hubiera podido volver maluco.
Habrá sido eso que usted dice de la música, que incluso tiene el poder de sanar…
Ay, yo no sé, pero al menos quita la depresión. Yo me la quito con Bach. Con las suites de Bach para violonchelo tocadas por Yo-Yo Ma. Esa música te lleva porque nace del interior, es una música que te recoge. Que te vuelve a parar.
Volviendo al presidente Petro, ¿cómo ve su gobierno?
Creo que está tratando de hacer lo mejor que puede. Igual hay mucha gente alrededor suyo, y no es fácil. Leí su libro y me gustan muchas cosas suyas. No lo conozco personalmente porque, aunque estaba invitada a la Casa de Nariño el día de la posesión, salí muy cansada y no quise meterme en ese gentío.
Y a Francia Márquez, a quien sí conoce…
Me parece importantísimo que Colombia tenga una vicepresidenta negra. El suyo fue un abrazo que me conmovió porque vi en ella a una persona recia, segura, que sabe para dónde va, sin artificios, que es quien es y punto. Una mujer que ha pasado por cosas demasiado fuertes. Que Colombia tenga una vicepresidenta negra debe ser horrible para mucha gente, pero es muy valioso para las nuevas generaciones.
Fue agregada cultural de la Embajada de Colombia en la antigua República Democrática Alemana (1983-87), desde donde divulgó la vida y obra de los más destacados compositores colombianos. Foto:Pablo Salgado
Eso me lleva a otra frase suya, según la cual, la música es un territorio en el que caben todas las diferencias…
Así es. No importa tu sexualidad, raza o religión. En la música cabemos todos. Aunque otros digan lo contrario.
¿Será por eso que también dice que cuando está tocando el piano se le olvida que es negra?
Cierto. Y se me olvida cada vez más seguido. Es que a mí ya no me puede pasar nada. Ser negro te obliga a estar atento, con los pies en la tierra. Este color es sabio, enseña mucho. Si en la reencarnación me preguntan si quiero repetir, pues repito serlo.
Le pido que entremos en material musical. ¿Cómo se prepara para tocar?
Estudio y ensayo. Elijo el repertorio según lo que siento en el momento. Si a mí no me conmueve lo que voy a tocar, seguro que no conmueve a nadie.
¿Y cómo es eso de que Bach tiene su lado negro?
Lo tiene. Muchas de sus fugas y partitas se pueden hacer en jazz porque es muy sincopado. Él es todo. El ritmo de Bach es el pulso del universo. Es mántrico y matemático a la vez. Yo lo hago a mi manera porque hay intérpretes como el trío de Jacques Loussier o Friedrich Gulda que lo han tocado de maravilla. Pero si escuchas esa antología titulada Lambarena: Bach to Africa que se hizo en homenaje a Albert Schweitzer, te das cuenta de que Bach pudo haber nacido en África. Y no digo más porque los alemanes me van a regañar por haberles negreado a Bach. Pero es así: a mí me sale Bach a lo negro. Él tiene ese pulso, esa fuerza.
Teresita Gómez improvisó, de memoria, una pieza de Carlos Vieco y una de Chopin, en la plaza de Bolívar. Foto:Andrés Ramírez López. Presidencia
Usted ha acompañado a leyendas como la pianista polaca Barbara Hesse, el flautista francés Jean Pierre-Rampal y el violinista estadounidense Ruggiero Ricci, entre muchos otros. ¿Hay algún concierto o escenario que recuerde con especial cariño?
A esos que mencionas los acompañé en Colombia, entre los setenta y ochenta. Sin duda, grandes figuras. También agregaría los conciertos que hice cuando viví en Europa, porque haber tocado en Varsovia, por ejemplo, como pianista invitada por la Orquesta Sinfónica de Jeleniej Górze bajo la dirección de Tadeusz Wcherek fue un gran honor. En mis conciertos dividía el programa en dos: primero, compositores internacionales y luego tocaba a los colombianos. Eso me encomendó el presidente Belisario Betancur cuando me nombró agregada cultural en Alemania: llevar nuestra música al exterior.
Muy poco se tocaba afuera nuestra música tradicional…
Yo viví una época en Colombia en la que uno no podía tocar música andina porque eso era populachero, y quien hacía Bach o Mozart no se podía meter con bambucos o pasillos; pero hay que ver cómo disfrutaban esos europeos escuchando a Luis A. Calvo o a Adolfo Mejía. Yo creo que contribuí un poco a romper con eso.
¿Qué otros compositores colombianos ha incluido en su repertorio?
Guillermo Uribe Holguín, Luis Antonio Escobar, Antonio María Valencia, Luis Carlos Figueroa, Jorge Arbeláez, Juan Domingo Córdoba, Oriol Rangel, Francisco Cristancho, y muchos otros que se me escapan. Esa música me gusta y me sale.
Usted ha dicho que más allá de los premios, aplausos y condecoraciones, su mayor tesoro en la vida es ser maestra. ¿Sigue activa enseñando?
Sí, pero me quedan solamente tres alumnos porque ya estoy pensionada y me pienso retirar del todo. Seguramente seguiré escuchando jóvenes talentos. Pero ya quiero tener un tiempo, si es posible, para mí. Aunque me siento muy bien, uno tiene que prepararse para morir también. Hay que irse despidiendo, hay nueva gente, vienen otras cosas. Hay que saber salir. Uno se apega tanto…
Es verdad. Pero uno siempre trata de embolatar eso. Yo tengo un ritual: por las noches me gusta arreglar la cocina por si me muero, para que nadie tenga que llegar a lavar los platos al otro día. De eso se trata, de dejar la casa ordenadita.
¿Piensa mucho en la muerte?
Más que en la muerte, pienso en los libros que no voy al alcanzar a leer…
¿Cómo se recordará a Teresita Gómez?
Como una mujer valiente que pudo hacer lo que amaba. Y lo que uno ama a veces no es fácil. También como una persona que a pesar de los obstáculos vivió a plenitud. La vida para mí ha sido espléndida.
La edición #124 está en circulación desde el domingo 18 de diciembre de 2022. Foto:Revista BOCAS
Gracias por leernos.
Esta entrevista fue realizada por Juan Martín Fierro