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Cartas de amor para conectar a las cárceles con el mundo exterior
Carolina Calle publicó 'Cartas de puño y reja', 11 epístolas de internas analfabetas a las que ayudó
Carolina Calle (Medellín, 37 años) es periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana. Es documentalista y cronista. Foto: Mauricio Moreno. EL TIEMPO
Edilma estaba esperando una señal, algo o alguien que le dijera que su hija Dina estaba bien. La mensajera de esa pista fue Carolina Calle Vallejo, que no tenía relación alguna con ellas. Apareció en sus vidas para acortar la distancia entre un municipio de la costa Caribe y una cárcel del país.
Salió de la prisión de mujeres El Pedregal, en Medellín, en octubre de 2021, con el encargo de Dina de llevarle una carta a su mamá, que hacía un año no sabía nada de ella, coincidiendo con la pandemia y las medidas estrictas que se impusieron intramuros. Viajó con el nombre de la señora, del pueblo, del barrio y unas cuantas indicaciones: una casa de madera, con techo de zinc, cerca de una estación de gasolina. Nada más.
“El Waze nos llevó hasta una ciénaga, como si el lugar que buscábamos se hubiera inundado. Después, preguntando, llegamos al barrio de calles con unas grietas enormes por donde no se podía pasar en el carro. Preguntaba por Edilma y nadie sabía quién era. Comencé a pensar que quizá debía de buscarla en el cementerio. Hasta que la encontré y le dije que venía de parte de su hija”, cuenta Carolina sobre los detalles de su travesía y sin dar muchas referencias por cuestiones de seguridad de Edilma y su familia.
“Dios mío, llevaba tanto tiempo pidiendo una señal de vida”, dijo la madre afligida. Y suspiró antes de recibir los pormenores de cómo estaba Dina, de recrearla en su cabeza con las descripciones que Carolina le daba –ojos chiquitos, cejas pobladas–, de escuchar la voz de su hija a través de las palabras de una paisa que se convirtió en el canal entre dos personas que no aprendieron a leer ni a escribir.
El libro fue editado por el periodista Ramón Pineda e ilustrado por Isabella Soto. La publicación ganó estímulos de la Secretaría de Cultura de Medellín y el Ministerio de Cultura. Foto:Mauricio Moreno. EL TIEMPO
Carolina Calle Vallejo es una periodista al servicio del amor. Así se presenta, aunque también es cronista y documentalista. Para Dina y Edilma fue una reportera del encierro, de las ausencias y la distancia. Desde 2013 se presta para escribir epístolas por encargo a través de su página Cartas a la Carta, pero fue en 2019 que llegó a las personas privadas de la libertad, de las comunicaciones, del encuentro con la cotidianidad y que no saben leer y escribir. En ese encuentro entendió que son ellas las que más requieren de su oficio, de su capacidad de escucha, de su paciencia con los silencios, de su destreza para ponerse en la voz y las letras de otros.
En 2022 publicó Cartas de puño y reja, un epistolario de 11 cartas de mujeres internas de El Pedregal que no saben escribir y leer y que encontraron en ella la posibilidad de que sus pensamientos, recuerdos y palabras salieran de la cárcel en un papel escrito a sus hijos, a sus mamás y a sus parejas.
Las historias de la cárcel
Primero fueron las cartas que las historias de la cárcel. Carolina recuerda la época del colegio en Medellín llena de mensajes entre amigas. Aún conserva en una caja las misivas que recibía de esa época. Nunca abandonó la costumbre perdida de narrarle el amor al otro en primera persona, la confidencialidad y la cercanía, y en 2013 la convirtió en su trabajo con el blog Cartas a la Carta.
En la universidad, la cárcel la sacudió con sus historias. “Entré por primera vez a Bellavista con 19 años junto a la organización Delinquir no Paga, de la Gobernación de Antioquia. Era un programa para estudiantes de noveno, décimo y once con el fin de sensibilizar y prevenir el delito. Nos llevaban a las prisiones a hablar con los internos y a escuchar sus historias. A mí, por ejemplo, me tocó conversar con un ladrón de bancos –se ríe recordando–. La mayoría salió deprimida después de escucharlos. Yo salí con avidez, con curiosidad de saber más, que es algo muy del periodismo”, dice.
Tuvo más visitas a la cárcel siendo estudiante y el mundo intramuros la embelesó tanto que se inscribió a la convocatoria de prácticas que ofreció Bellavista. En ese entonces, estaba entre trabajar en la prisión y el Centro Colombo Americano, una organización menos compleja y difícil para una estudiante de 23 años que tendría su primera experiencia laboral.
Al igual que Edilma, la destinataria de la carta de Dina, pidió una señal para tomar una decisión. “Ese día iba para mis clases de inglés en el ‘Colombo’ y entré al parqueadero donde siempre dejaba el carro. Es un parqueadero como de diez pisos y un montón de celdas. Subí varios niveles, encontré un hueco, parqueé en reversa, apagué el carro, me bajé y me dio por mirar al carro de al lado que tenía una calcomanía que decía: ‘Acordaos de los presos’. Era de la Confraternidad Carcelaria. ¿Quién se encuentra un carro de esos? Para mí era demasiado obvio”.
Para su práctica en Bellavista Televisión, el canal interno de la cárcel donde se transmitían las misas, propuso un proyecto diferente para ejecutarlo. Creó Bellavista de película y convocó a los internos afines a la escritura, a la actuación y a la producción para hacer piezas audiovisuales. Les hizo talleres y cineclubes. “Para mí fue una experiencia muy bella. Era verlos de repente ilusionados, con la idea de que sí había otro camino”. Incluso uno de los exinternos se convirtió en camarógrafo de su documental Se alquilan chanclas, la historia sobre las mujeres que les alquilan a los visitantes chanclas a las afueras de Bellavista para poder entrar al penal.
Carolina terminó su práctica y se enganchó de una al área de investigación de El Colombiano en 2009. Sus primeros artículos fueron con personajes de la cárcel. Recuerda particularmente el de Marina Velásquez, la precursora del turismo carcelario. Con esa historia, en 2012, se ganó un incentivo del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico para convertirla en un documental. Y ese fue el impulso para dejar la sala de redacción y dedicarse por completo a visibilizar la vida alrededor de las prisiones de Medellín.
En Bellavista hay preocupación por el alto número de presos, patios al borde del colapso y por falta de medicamentos y enfermeras. Foto:Johan Lopez
‘Cartas de puño y reja’
Zafo nudos de la garganta, traduzco silencios y escribo cartas de amor por encargo. Esto es periodismo al servicio del amor”, se lee en la biografía de la página Cartas a la Carta
“Esas historias no hacían sino esperarme”, recalca. En esas, precisamente en julio de 2013, nace Cartas a la Carta. “Zafo nudos de la garganta, traduzco silencios y escribo cartas de amor por encargo. Esto es periodismo al servicio del amor”, se lee en la biografía de la página. Según explica, se sienta con la persona que necesita de su oficio y la entrevista como si fuera una fuente, le dedica horas a conocer su historia, a entender lo que no es capaz de decir en palabras, analiza sus expresiones, sus pausas y suspiros. Le pide información sobre lo que necesita transmitir y se va a su casa a procesar la información y plasmarla en una carta. Se la muestra, la corrigen y la transcriben con puño y letra del remitente para que la misiva sea enviada al destinatario.
Carolina había escrito sobre historias de cárcel, pero no para los internos. Su trabajo periodístico como cronista y documentalista estaba enfocado en dar a conocer a los personajes que habitan dentro o alrededor de las rejas. Contó la historia de Marina, la de la ‘Zarca’, la ‘Tití’ y María –las alquiladoras de chanclas–, la de Edith y Diego, que se conocieron en la cárcel, ella de visita, él pagando una condena, y se casaron en las 72 horas de permiso que obtuvo él. Con esa crónica se ganó el Simón Bolívar en prensa en 2019.
Poco había advertido de la necesidad de los privados de la libertad de estar conectados con el mundo fuera de las rejas. Lo entendió cuando el Inpec, en 2019, la invitó a dar unos talleres de escritura de cartas a las mujeres de El Pedregal. Las dividieron entre las que sabían leer y escribir y las que no. “Cuando dicté el taller a las analfabetas y les conté lo que hacía, me pedían que si podía escribir su historia, que si les podía hacer llegar las cartas a sus familias. Unos estaban en Chocó, otros en la ‘costa’. Para mí fue una epifanía. Allí era donde estaban necesitando el periodismo al servicio del amor”, cuenta Carolina.
Llegó la pandemia, que si bien encerró a la gente en sus casas, aíslo aún más a las personas en las cárceles. Prohibieron las visitas y a finales de 2020 y principios de 2021 salieron los protocolos para los pilotos de las visitas de adultos, no de niños ni personas de la tercera edad. “Me empiezo a preguntar sobre cómo se estaban comunicando las internas con sus familias. En las cárceles hay que hacer recargas para las llamadas telefónicas y muchas no tienen plata. Menos para un celular e internet, que a duras penas coge la señal. En cambio, las cartas son ilimitadas. Los internos las pueden enviar y recibir sin restricción, porque hacen parte de los derechos de comunicación con el exterior”, explica.
Encontró una convocatoria de la Secretaría de Cultura de Medellín para recuperar la confianza y presentó una propuesta alrededor de las cárceles, como una invitación a las familias para que dejaran el temor y regresaran con las visitas. Entre agosto y noviembre de 2021 visitó El Pedregal, y de esos encuentros salieron 11 cartas dirigidas a los hijos, a las madres, a las parejas, la misma gente que, por los protocolos, no podía hacer la visita.
Su compromiso con Silvia, Sol, Gloria, Tatiana, Dina, Silvia Rosa, Paulina, Claudia, Beatriz, Luz Elena y Yuli era hacerles llegar las cartas a sus familiares. Para eso, hizo una convocatoria en redes para que personas donaran su letra y transcribieran las cartas. “Vi a la gente dispuesta a ponerse en el lugar de ellas y me manifestaron que las historias los tocaron. Ahí consideré que esto debía abrirse a más gente, para que conocieran qué pasaba dentro de los muros y las rejas. Primero fue el pódcast, para el que hice casting de voz y me llegaron más de 200 solicitantes. Ahí reitero que es algo muy prometedor y bello. Luego fue el libro, que pude sacar gracias a una beca del Ministerio de Cultura. Estoy haciendo un documental y Sara Zuluaga, una artista, canciones por cada carta con diferentes ritmos con los que se identifican las protagonistas”, cuenta.
Carolina no solo entiende los contenidos periodísticos de forma diferente a como enseñan en las facultades –para ella lo íntimo y no masivo cuenta–, también experimenta con diferentes formatos con los que se pueden narrar. Trasciende lo escrito en papel. Por ejemplo, en 2021 creó un performance alrededor de la historia de Se alquilan chanclas. Hubo música, narración, video y la participación de las protagonistas.
“Hay un proceso de reportería –dice–, de redacción, de publicación, pero todo está en otra dimensión. Para mí ha sido trascender el asunto de lo público, de lo masivo y darle otra aplicación a lo íntimo, a lo personal. Encontrar a las familias, después de tanta búsqueda, fue la mejor satisfacción”.
Con el libro, olvidamos que son historias de mujeres privadas de la libertad. Las reconocemos porque sienten, se preocupan, se remuerden, sueñan, recuerdan, perdonan
Para ella emprender travesías por lugares que no aparecen en Waze, tras las pistas de familiares que no tienen un número celular y viven en casas sin pisos y con techos de zinc, es reconocer como periodista las dificultades que tiene Colombia para brindarles las mismas oportunidades a todas las personas. Por eso no juzga a sus 11 protagonistas y mucho menos a todos los internos con los que ha tenido o.
“Cuando entré por primera vez a la cárcel de Bellavista, me dije que nunca iba a preguntar por qué estaban allá, qué hicieron. Eso no me importa. Yo estoy tratando con personas, con seres humanos con los que conecto a través del amor y las diferentes formas de sentir. Con el libro, olvidamos que son historias de mujeres privadas de la libertad. Las reconocemos porque son mujeres que sienten, que se preocupan, que se remuerden, que sueñan, que recuerdan, que perdonan, que ofrecen disculpas. Son mujeres analfabetas, de todos los rangos de edad, la mayoría rurales, sus familias viven en lugares que no aparecen en los mapas. Eso me lleva a preguntarme qué tanto fallamos como sociedad cuando esta gente no ha tenido oportunidades ni educación. ¿Cómo las vamos a juzgar? ¿Qué podemos hacer por ellas, sus hijos, sus familias? Tenemos un reto muy grande”, recalca.
Ahora Carolina prepara un segundo libro de Cartas de puño y rejas con otras internas que no saben leer ni escribir y que no tienen cómo comunicarse con sus familias. Ella les cumplió a las 11 mujeres de su reciente publicación, pero la acompaña un desasosiego.
Edilma, la mamá de Dina, recibió la carta en busca de una señal de vida. Tanto la una como la otra necesitaban pistas. Carolina regresó a Medellín con el compromiso de entregarle la respuesta a la hija. Dina estuvo hasta el último día de su condena llamando a un número que al parecer no era el de su mamá, con la ilusión de escucharla al otro lado de la línea.
La esperanza de Carolina es encontrarla en el centro de Medellín, donde sus compañeras de celda presumen que pueda estar. Dejó una dirección en la que no la conocen y mucho menos dan paradero de ella. Carolina la encuentra en muchas mujeres de cejas gruesas, ojos chiquitos, pero ninguna es Dina. No desiste en enviarle una buena nueva a doña Edilma, que quiere una segunda oportunidad de vida para su hija.