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Jotamario Arbeláez: 'Trabajé para financiar mi vagancia y la de mi grupo'

El miembro ilustre del Nadaísmo contó su historia en la Revista BOCAS.

Jota Mario en BOCAS

Jota Mario en BOCAS Foto: Ricardo Pinzón

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Hay en su porte una mezcla de sibarita y místico. En ruana larga y tenis rojos me recibió sonriente a media tarde del pasado Viernes Santo. Bebía una copa de vino tinto en su biblioteca, milimétricamente organizada, junto a un ventanal que mira al cerro de Iguaque, “de donde emergió la diosa Bachué para poblar la tierra”, dijo, como recitando un verso, y me invitó a bajar por una rampa que conduce a la sala principal de su caserón de muros blancos al estilo mediterráneo.
La edición #127 estará en circulación a partir del domingo 30 de abril de 2023

La edición #127 estará en circulación a partir del domingo 30 de abril de 2023 Foto:Revista BOCAS

José Mario se llama, pero los cercanos y quienes lo iran le dicen Jota o “poeta” a secas. El poeta Jotamario Arbeláez revela varios años menos de los 82 que tiene. Hace unos meses las redes sociales lo dieron por muerto. La falsa chiva la difundió primero La W, motivada en un rumor filtrado desde la clínica donde permanecía bajo observación médica debido a un trombo que le detectaron en el pulmón derecho.
Jotamario aprendió a recitar en la escuela, memorizando poemas de Julio Flórez. Luego, cuando empezaba a despuntarle el bozo, garabateó sus primeros versos inspirado en el dadaísmo y la patafísica, ciencia paródica de las soluciones imaginarias. Hasta que el poeta Ernesto Cardenal lo exhortó en una carta a escribir de una manera más comprensible y coloquial. “Le seguí el consejo y me metí en los poemas urbanos y de entrecasa”, dijo Jotamario en una entrevista. Tantos años ejerciendo el magisterio de la poesía le han valido premios, viajes para llevar su lírica por el mundo y un puesto destacado en la pléyade de agitadores del nadaísmo, esa aventura iconoclasta que abogaba por desvertebrar la moral coercitiva de la vida burguesa.
Santa Librada College, su poema más célebre, dedicado al barrendero del colegio, es un alegato contra el plantel que no lo dejó graduarse por haberse volado de clase para a ir a escuchar la doctrina nadaísta de Gonzalo Arango, fundador del movimiento al que Jotamario se consagró desde entonces. Años después recibió el diploma en reconocimiento por aquel poema. Hoy el auditorio del Santa Librada lleva su nombre.
José Mario Arbeláez Ramos –Jotamario– vive retirado en su “Montaña mágica”, a un paso de Villa de Leyva.

José Mario Arbeláez Ramos –Jotamario– vive retirado en su “Montaña mágica”, a un paso de Villa de Leyva. Foto:ricardo pinzón

Creció en una casa modesta e impecable. Para disimular la pobreza, su madre ecuatoriana le brillaba los zapatos como soles. Y en la adolescencia del febril muchacho lo inscribió en una academia de baile que lo convirtió en diestro azotador de baldosa en los griles de Juanchito, zona rumbera de su natal Cali. El padre, un sastre emigrado de Antioquia, le cosía chalecos y pantalones cortos con los retazos sobrantes de los vestidos que confeccionaba para su clientela selecta. En una copla a su amado progenitor, Jotamario recuerda cómo “la música de tu máquina de coser arrulló mi infancia”.
Nunca ha tomado café ni fumado cigarrillo. Licores “bebe gustoso con usted hasta altas horas de la noche”, según reza su poema Saludo, con el que arranca Nada es para siempre, libro que reúne su poesía completa, recién publicado por el Fondo de Cultura Económica (FCE).
El tema casi obsesivo de su poética es el amor, sazonado con dosis iguales de humor y erotismo. Arbeláez ha publicado nueve poemarios y mantiene inédita una novela sobre la sastrería. Su mirada irónica del mundo palpita también en las columnas de opinión que lleva más de tres décadas escribiendo en EL TIEMPO y El País de Cali.
Su poesía y su prosa se caracterizan por el humor negro, el erotismo, el desenfado, la irreverencia social y antimoralista con un lenguaje directo, voluntariamente prosaico y contundente.

Su poesía y su prosa se caracterizan por el humor negro, el erotismo, el desenfado, la irreverencia social y antimoralista con un lenguaje directo, voluntariamente prosaico y contundente. Foto:Ricardo Pinzón

Sociable, de maneras delicadas y medidas palabras. Solidario y dadivoso con sus colegas poetas, en cuyos bolsillos depositó muchas veces dinero para el arriendo o el bus a la salida del bar. Alérgico a los niños hasta que tuvo dos con Claudia Jaramillo (“mujer maravilla, artista del detalle”, dice) y una nieta que llegó para hacerlo conocer la plenitud en la vejez.
En una sesión de espiritismo, por allá en sus años jipis, un médium le reveló que en otra vida fue Nerón, y lo persuadió de entregarse en manos de San Nicolás. Medio siglo más tarde, el poeta acusaría la presencia de Cristo en su corazón.
“La Montaña Mágica”, como bautizó el terreno donde se asienta su vida retirada desde hace un lustro, queda a veinte minutos en carro de Villa de Leyva. Si algo abunda en el refugio campestre de Jotamario Arbeláez, además de libros, obras de arte y retratos del anfitrión, son ventanas por las que entra a chorros la luz que ilumina los días de este segundo profeta de la “Nueva Oscuridad”, como dio en llamar Gonzalo Arango el evangelio al que Arbeláez se apuntó cual soldado y convirtió en su cruzada.
¿Qué es el nadaísmo? “Pudo haber sido una religión, pero nunca un equipo de fútbol ni un partido político”, responde Jotamario. Los nadaístas escribieron poemas, novelas, cuentos, teatro y ensayos (naditaciones) en los que dieron cabida al absurdo, al nonsense o al humor negro.
Honores no le han faltado: Premio de poesía Oveja Negra, Premio Nacional de Poesía, Premio Internacional de Poesía Ramón López Velarde, Orden del Congreso de la República, entre otros. La Universidad Santiago de Cali le concedió el título honoris causa en Publicidad, oficio que le dio de comer y le permitió jubilarse, cosa rara en un poeta.
Críticas y maledicencias ha recibido a granel. Sus malquerientes lo tildan de frívolo, lagarto, bufón, superficial. “Pero de superficial tiene muy poco”, dice su íntimo amigo el nadaísta y académico Armando Romero. “Jota es un hombre de gran profundidad”. También hacia el nadaísmo subsiste cierto desdén. Del grupo solo suele reconocerse como gran poesía la de Jaime Jaramillo Escobar, X-504.
Últimamente le ha entrado el vicio de jugar ajedrez contra el computador, y de sentarse por las tardes a conversar con su sombra. Sus únicos imperativos a la hora de escribir son invocar a la musa que esté disponible, ojalá Erato, la del amor erótico, y servirse un whisky con mucho hielo. Escribe de la mañana a la noche, mientras mueve los pies por debajo del escritorio en un pedaleador eléctrico.
Jotamario le reconoce al Nadaísmo todo lo que ha gozado y sufrido en esta vida. Junto a sus compañeros de causa se propuso fracasar en cambiarlo todo y fracasó en el intento. Y con la satisfacción del deber cumplido, parece un hombre feliz de hacer lo que siempre quiso: hilvanar versos y mamarle gallo a la vida.
Actualmente es columnista de los periódicos El Tiempo y El País.

Actualmente es columnista de los periódicos El Tiempo y El País. Foto:Ricardo Pinzón

¿Cómo recibió la noticia de su muerte?

Dormía como un bendito. Después de que Julito Sánchez me explicó el malentendido, y por los mismos micrófonos que me declaró muerto me devolvió a la vida, me paré de la cama y pensé: “He vuelto a vivir”. Por lo menos me di cuenta, dada la reacción de mucha gente, que soy un ser muy amado.

¿Cuál es su recuerdo más remoto?

Uno muy miedoso con mi abuela Carlota, que era liberal de Rionegro. Una vez me llevó a la Casa Liberal de Cali a oír a unos oradores que condenaban el asesinato de Gaitán. De pronto se desata un tiroteo. Entran disparando policías y soldados. Alcanzamos a escondernos debajo de una mesa. Murió mucha gente. Nos salvamos de pura chepa. La abuela lloraba y gritaba madrazos.

¿En serio hizo de maniquí en la vitrina de una tienda de ropa?

Necesitaba ganar billete para atender a la pretendida de mis desvelos. Me contrataron dada mi pinta para ser el muñeco inmóvil, pulcramente ataviado y maquillado. No me podía permitir ni picarle el ojo a una chica. Me echaron cuando me fui de bruces contra el vidrio tratando ver con quién iba de gancho mi pretendida.

¿Es cierto que por poco monta una comuna nadaísta en San Andrés?

Antes de instalarme en Bogotá, a finales de los años sesenta, salí corriendo a San Andrés a ocultar unos cachos que me clavó una novia. San Andrés era el paraíso del amor loco. Que lo digan los lancheros y los poetas. Vivía en una cabaña a la orilla del mar, que me prestó Simón González, futuro gobernador de las islas. Como el amor ya no figuraba en mi agenda, profundicé algo en el zen. Quería alejarme del mundo. Un abogado que se hizo mi irador y tenía un terreno en Providencia me dijo que me lo regalaba para que me viniera con los nadaístas a habitar una comuna, como la que había construido el poeta sacerdote Ernesto Cardenal en el lago de Solentiname. Alcancé a imaginar el Nadasterio de los Monjes Juguetones, pero rechacé la oferta y me fui para Bogotá.

¿Y con qué se encontró en la capital?

Había estado varias veces, en circunstancias distintas. Pero la llegada de 1967 fue la más desoladora. Todavía no aterrizaban en la capital los nadaístas de la provincia. Sólo estaba Gonzalo Arango, por entonces bien misterioso. No quería que nadie supiera dónde vivía. Solo yo lo visitaba en un cuarto alquilado en La Perseverancia, donde escribía día y noche sentado en el suelo. Estaba la librería Buchholz, que era todo un palacete, donde me aprovisionaba de lo último en poesía. Aunque tenía una tía que me hospedaba en el barrio Veraguas, preferí tirármelas de aventurero y me pasé a dormir en el bar de un amigo cuando se iba el último cliente. Pero muchas veces me tocó tirar bombillo. Me paseaba, yendo y viniendo, por el túnel que va del Hotel Tequendama a la Séptima. Hasta que el ‘Chivas’ Villa, un camarógrafo de televisión, me sugirió pasar las noches haciéndome el pendejo en la Funeraria Gaviria, donde podía echar mis motosos en sus sillones mullidos, sin que me robaran los libros, que era lo único que tenía. Me ayudó a salir a flote el hippie Manuel Quinto, hijo de papá millonario, que vivía en el penthouse del Edificio Sabana y era una especie de príncipe del hippismo. Se enamoró de una hippicita del sur a la que preñó. Ella se suicidó, pero la sobrevivió la hija, que terminó de heredera de Manuel luego de que este apareció muerto en las aguas termales de la finca familiar.
Jotamario Arbeláez y Jaime Jaramillo Escobar (de blanco).

Jotamario Arbeláez y Jaime Jaramillo Escobar (de blanco). Foto:Cortesía Jotamario Arbeláez

¿Qué recuerdos tiene de su etapa más hippie?

Cuando llegó el hippismo ya estábamos haciéndole la guerra al establecimiento. Los periódicos nos habían abierto sus páginas. Cuando oímos el eslogan: “Haga el amor y no la guerra”, decretamos el cese al fuego. Cómo no se nos había ocurrido antes. Y nos dedicamos a tirar por la borda, digo, nuestros anticuados e ineficaces arrestos bélicos. Del hippismo me quedó por mucho tiempo el gusto por la marihuana, que fumé hasta que me supo a cacho. Nuestro territorio era el Parque de la 60 con Séptima, y media cuadra más abajo el Pasaje, lleno de almacenes de ropa, discos y afiches: Las Madres del Revólver, El Escarabajo Dorado, Thanatos. Cómo olvidar los conciertos de Génesis, Malanga, Los Apóstoles del Morbo. Caíamos con frecuencia en las redadas de la policía. Luego nos trasladamos a La Calle, detrasito del Hilton. De ahí pegábamos pa’ La Miel, donde lloramos con Manuel Quinto la muerte de Breton comiendo hongos chorreados de miel de abejas. Antes habíamos llorado la de Malcolm X, y la de Paul McCartney, quien fue dado falsamente por muerto en el 66, como a mí me pasaría 57 años más tarde a consecuencia de una fake news.

A diferencia de otros nadaístas, como Cachifo o el Monje Loco, usted no ha tenido tantas afugias económicas. ¿Cómo se las ingenió?

Nunca hice voto de pobreza ni de castidad en el nadaísmo. Trabajé para financiar la vagancia, la mía y la de mi grupo. Alguien tenía que pagar por las copas rotas. Y quién más que el que estaba traicionando la causa. Porque una de las reglas del movimiento era rechazar el trabajo. Mi mentor, Jaime Jaramillo Escobar, X-504, me insistía en que persistiera en la poesía, pero arrimado a otras actividades que se ejercían también con la máquina de escribir, como el periodismo y la publicidad, para poder dar los tres golpes diarios. La publicidad me arregló el caminado.

Y del periodismo, el peinado. Lo digo por sus implantes de pelo.

La idea fue de Danielito Samper, entonces director de Soho. Me propuso someterme a una cirugía de injerto y escribir unas crónicas bien pagadas. Para abreviar el cuento, llegué pelado al consultorio y doce horas después salí sin calva. Osea que Danielito me llenó de pelo. Debería seguir mi ejemplo.

“El cigarrillo produce cáncer y la marihuana lo-cura”, dijo en un debate televisivo. ¿Ese chispazo le abrió puertas en la publicidad?

Acababan de dar la noticia de que en Estados Unidos estaban tratando el cáncer con extracto de tetrahidrocannabinol. Ni corto ni perezoso solté la frase. Gracias a esa entrevista que me hizo el intrépido periodista Iáder Giraldo por allá en el año 80, comenzaron a llamarme de las agencias principales de Bogotá para que hiciera la publicidad de Malboro, yo que no fumo, y de Alka-Seltzer, yo que nunca sufrí guayabos. Trabajé primero en Leo Burnett y luego en Propaganda Sancho.

¿Estando en Sancho fue que conoció al amor más duradero que ha tenido y que inventó un eslogan para Pastrana?

La cosa fue así. Debía crear con rapidez un eslogan para lanzar a Andrés Pastrana a la Alcaldía de Bogotá. Ya había salido todo el personal de la agencia. El cliente llegaría pronto a reunirse con el gerente. Estoy solo en mi cubículo. No se me ocurre nada. Suena el teléfono, es el portero para decirme que una jovencita quiere hacerme una entrevista. Le digo que le diga que no puedo atenderla. Pero ella insiste. “Dígale que dé una vueltica”, le mando a decir. Sigo pensando en la frase de campaña. La musa publicitaria me ha abandonado. Si fallo esta noche con el eslogan, perderemos la cuenta, y de pronto yo la chanfaina. “Que la niña ya dio la vueltica, que quiere verlo, así sea un momentico”, me dice el portero. Bajo corriendo. Ella sonríe ruborizada. Tiene una túnica negra y el cabello hasta el hueso sacro. Dice que me ha leído y ira mi movimiento. Casi no cruzamos palabra y al abrazarnos le beso una comisura. Como hay un bar en el primer piso del edificio, la invito a que se tome un vodka mientras yo subo a terminar lo que estoy haciendo. Retorno a mi pensadera, pero no se me ocurre nada, y ahora sí que menos con esta tentación repentina. “Que ya se tomó el vodka la señorita”. Bajo y le advierto que sólo tenemos unos minutos. Entramos a mi oficina y al ratico suena el aparato y es don Álvaro Arango, el gerente. “Qué hubo, huevón, llegó el cliente, ¿ya tenés el eslogan, o qué estás haciendo?”, me pregunta. “Pues yo aquí, don Álvaro, diciendo y haciendo”. “¿Diciendo y haciendo? Espérate un momento… Ve, huevón, que aprobado el eslogan, la verraquera, que con ese llega Andrés a la alcaldía y seguro que después a la presidencia, que bajés a tomarte un whisky con nosotros”. Bajo con la agraciada. Me felicitan. Brindamos. Salgo con mi nueva conquistadora hacia el apartamento de mi amigo Juan Domingo, donde tengo mi garçonnière. Y me quedo con ella, y con ella sigo, supongo que hasta que San Juan agache el dedo.

Sus familiares y amigos cuentan que no le gustaba que se dijera en voz alta que usted hacía publicidad.

Cuando los izquierdistas me decían que la publicidad era la prostitución de la poesía, yo contestaba que no tenía nada contra la prostitución. Pero sí, la verdad es que fui reacio a exhibir mis cabezazos publicitarios por encima de mis iluminaciones poéticas, aunque por estas nadie me pagaba. En cambio por la campaña de Pastrana me doblaron el sueldo, compré apartamento, camioneta, me premiaron en Cartagena. Por la publicidad pude formar y mantener una familia adorable y hoy tengo esta casa, robles llenos de pájaros y dos perros que me acompañan en mis caminatas por la campiña. Gracias a Sancho puedo sobarme la panza. Allí estuve 16 años, hasta que la publicidad se vino abajo en el gobierno de Samper y me dijeron adiós de la manera más elegante y con buena liquidación. Le escribí en mi columna de EL TIEMPO una carta feroz al presidente, culpándolo de mi estropicio.

Pero lo nombraron secretario de Cultura de Cundinamarca.

Y a la posesión invité a todos los nadaístas, incluido al doctor Humberto de la Calle. Me alié con el MAMBO, que me facilitó cuadros para hacer exposiciones en las casas de cultura de los municipios. Presentamos películas en las plazas, contraté grupos de teatro y a muchos poetas para que leyeran sus poemas.
Patricia Ariza y Jotamario Arbeláez en Santa Elena.

Patricia Ariza y Jotamario Arbeláez en Santa Elena. Foto:Salvador Arbeláez

Afuera de Colombia, el nadaísmo ha sido mejor ponderado que aquí. ¿A qué atribuye el desprecio hacia el movimiento?

El nadaísmo se volvió importante en el exterior porque no lo tuvieron que sufrir como aquí. Incluso en España se fundó un nadaísmo posmodernista. Tenga en cuenta, en todo caso, que a nosotros nos interesaba ser rechazados por los estamentos sociales e intelectuales contra los que nos alzábamos. Gabo quiso muchas veces reunirse con nosotros, pero a muchos nadaístas les dio pereza. Gonzalo había escrito un artículo titulado ‘Boom contra Pum Pum’, apuntando a García. No se podía permitir que una horda de muchachos de clase media baja y de provincia, iletrados y vagos por añadidura, se tomara la cultura del país para sabotearla. Pero como no buscábamos los elogios de la sociedad contra la que íbamos, sino el insulto, nos hicimos más dignos de la iración de la juventud. Germán Arciniegas declaró que éramos “el producto de una sociedad dirigida por analfabetas”. Alberto Lleras, de manera ambigua, dijo que había “que salvar al país de los nadaístas del poder”. Y el padre Félix Restrepo, de la Academia de la Lengua, aventuró que la de los nadaístas era una literatura de alcantarilla. Asumimos con orgullo ese término. En fin, no daban por nosotros un rábano y nos vaticinaban una vida corta. Desde los primeros años decían: “el nadaísmo pasó a la historia”, dando a entender que nadie se acordaría de nosotros. Pero todo lo que escribimos en estos más de 60 calendarios está cuidadosamente recogido en las bibliotecas Luis Ángel Arango de Bogotá y Piloto de Medellín. Y la obra poética de sus 33 integrantes está publicada virtualmente por la Biblioteca Nacional. De modo que ahora sí puede decirse que el Nadaísmo pasó a la Historia

¿Cómo fue su tránsito del ateísmo a su conversión religiosa?

Andaba por una época oscura, en la Bogotá del 67. Un día, entro a un bar y de pronto se me acerca un caballero y me pregunta si creo en profetas. “Yo soy uno”, le digo. Me conduce a una sala donde hay otros dos atildados señores sentados alrededor de una tabla ouija. Me dicen que un espíritu selecto quiere reclutarme para una misión de recuperación de Cristo, en la que participan espíritus y terrícolas. A través de un médium, me habla Nicolás de Tolentino. Requiere de mi verbo demoledor. Si cumplo con la misión que me encomienda, tendré en adelante preciosas recompensas. No estoy hablando literatura. Algunos saben que no miento. Otros pensarán que me la fumé verde. Pero la verdad es que San Nicolás me colmó de premios y amores. En 1970 le pedí un Mercedes-Benz, pero como el tiempo no cuenta mucho para los santos, me lo hizo llegar veinte años más tarde, modelo 70, una flamante nave que había sido de un embajador y ahora era una chatarra lujosa.

¿Ha sido tan picaflor como se desprende de sus poemas y artículos?

Cuando a mi mujer le reclaman cómo se aguanta que yo narre en el periódico los detalles de mis levantes, ella responde: “Eso es lo que él quisiera que le pasara, y como no le pasa, y es escritor, pues fabula, por eso no tengo ninguna razón para reclamarle”. Como quien dice, mucho tilín tilín y pocas paletas.
Félix Locarno, Óscar Bello (izquierda) Jotamario Arbeláez y Gloria Luz Gutiérrez (derecha) fueron las voces que los 5.000 reclusos de la cárcel La Modelo escucharon durante esta semana.

Félix Locarno, Óscar Bello (izquierda) Jotamario Arbeláez y Gloria Luz Gutiérrez (derecha) fueron las voces que los 5.000 reclusos de la cárcel La Modelo escucharon durante esta semana. Foto:Mauricio León / EL TIEMPO

Leonor Carrasquilla, la Maga Atlanta, poeta y tarotista, fue uno de sus grandes amores y mecenas. ¿Cómo apareció en su vida?

Era la época del hippismo en la Era de Acuario. La Maga, toda una pitonisa, y su hija María de las Estrellas, fueron mi premio mayor del cielo. Conocí a La Maga en la cabina de una emisora. Nos habían invitado a opinar sobre lo que significaba la llegada del hombre a la Luna. Ambos coincidimos en que eran la magia y la poesía las que habían propiciado esa aventura. Salimos de allí caminando hacia una casa de su propiedad en Suba que estaba deshabitada. Con la llave de su casa La Maga me dio la llave de los misterios. La Maga fue un gran amor, una mecenas impecable y una preceptora de mundos ocultos. Compartimos diez años, con múltiples altibajos. Entiendo que el dolor por la desaparición de su hija la afectó profundamente.

También para usted fue un golpe duro la muerte de María de las Estrellas, pues se había convertido en su hija adoptiva.

El golpe más tremendo que he sentido en el corazón. La conocí cuando tenía tres años y desde ahí fue mi pupila. María de las Estrellas era un ángel posado en la tierra. Murió hoy hace 42 años, en un accidente automovilístico. No había cumplido 14. De ellos, durante diez trabajó conmigo la poesía. Iba disparada hacia el éxito literario. Estaba terminando el bachillerato por radio y estudiando precozmente literatura en la Universidad de Los Andes por cortesía de Germán Arciniegas, que la iraba y prologó su libro, La casa del ladrón desnudo. Desde los 4 años, había comenzado a dictarme poemas, “como si estuviera hablando dormida”, decía. A los 8 ganó el Concurso de Novela Mágica en el Congreso Mundial de Brujería. Toda su obra está lista para ser publicada en edición bilingüe en París. Dediqué diez años a ayudarla a fraguar su obra y llevo más de cuarenta tratando de proyectarla. Y ya está de un cachito. La Maga no quiere que la sigamos involucrando en el nadaísmo. Qué hago. Está lista su obra prodigiosa para circular por el mundo, con los derechos para la madre, claro está.

¿Cómo va su vida en el campo?

Muy bien. Hace cincuenta años vine con Elmo Valencia a Villa de Leyva, a la proclamación de la Anapo. Llegamos a vender nuestro Libro rojo de Rojas, donde denunciábamos el fraude a Rojas Pinilla. La plaza estaba llena, pero no vendimos sino tres ejemplares. Al otro día le dí la vuelta al pueblo y me prometí que en mi vejentud me establecería por estos lados a esperar la parca.
La edición 127 de la Revista BOCAS entró en circulación desde el domingo 30 de abril de 2023.

La edición 127 de la Revista BOCAS entró en circulación desde el domingo 30 de abril de 2023. Foto:Revista BOCAS

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