En relectura de La caverna, 2000, del nobel José Saramago, traducida al español por Pilar del Río, 2001, encontré, entre otras, las siguientes palabras que me llamaron la atención: anejires, amalgamaciones, ponderoso, soturno, albaranes, reluctantes, pungente, exornan, vagueando.
¿Qué significan? Anejires son ‘refranes populares puestos en verso y cantables’; amalgamaciones, ‘mezcla de sustancias de naturaleza distinta’; ponderoso, ‘que pesa mucho’, “el ponderoso nombre del perro”; soturno, ‘triste y taciturno’; albaranes, ‘notas de entrega que firma la persona que recibe una mercancía’; reluctantes, ‘reacios’, ‘opuestos’; pungente, ‘que hiere’, “el más pungente de los disgustos”; exornan, ‘adornan’; vagueando, ‘holgazaneando’. Aunque usted no lo crea, todas estas palabras figuran en el Diccionario de la lengua española, 2014.
Coma
Lo más característico del estilo de Saramago es su forma de puntuar. Prescinde de los guiones de diálogo y de los signos de interrogación, y lo resuelve todo con comas y mayúsculas. En vez de “¿Qué me dice de nuestro cántaro? –preguntó él–, ¿sigue prestándole buen servicio?”, escribe “Qué me dice de nuestro cántaro, preguntó él, sigue prestándole buen servicio” (La caverna, 2001). En vez de “Cipriano Algor preguntó: “¿ya están listas las trescientas figuras?”, escribe: “Cipriano Algor preguntó, Ya están listas las trescientas figuras”. Su sistema es original, ajeno a la norma académica, pero lo suficientemente claro para que lector no se pierda.
Mayúscula
Para un diálogo largo se ahorra interlineados, guiones y signos de interrogación, dejando cada parlamento indicado por una coma seguida de mayúscula, como se ve en este apartado en el que hablan Cipriano Algor y su yerno, Marcial Gacho: “Y si me permite que le hable con franqueza total, pienso que no volverán a comprarle cacharrería, para ellos estas cosas son simples, o el producto interesa, o el producto no interesa, el resto es indiferente, para ellos no hay término medio, Y para mí, para nosotros, también es simple, también es indiferente, tampoco hay término medio, preguntó Cipriano Algor, Hice lo que estaba a mi alcance, pero yo no paso de ser un simple guarda, No podías haber hecho mucho más, dijo el alfarero con una voz que se rompió en la última palabra”.
Adjetivo
Saramago no hace caso a profesores, consejeros y críticos, que exigen el mayor ahorro posible de adjetivos. Escribe sin remilgos: “Habló con una voz ausente” (p. 47), “cayó una de esas lluvias finas y monótonas” (p. 53), “la más dificultosa operación de las matemáticas humanas” (p. 87), “aproximarse a su llorosa dueña” (p. 108), “para el Centro no tienen importancia unos toscos platos de barro vidriado o unos ridículos muñecos imitando enfermeras” (p. 124), “un surge et ambula vernáculo que no tiene idea de adónde va” (p. 151). Tampoco hace caso a la lección de no repetir. Fácilmente se encuentra en cada página del libro al menos una vez el nombre del protagonista, “Cipriano Algor”, y en la p. 159 se divierte repitiendo 24 veces la palabra palabra: “entonces pronunció la palabra horno, la palabra alpendre, la palabra barro, la palabra moral, la palabra era, la palabra farol, la palabra tierra, la palabra leña (...) y todas las cosas de este mundo, las nombradas y las no nombradas”. ¡Como para volver loco al típico corrector de estilo!
FERNANDO ÁVILA*
*Experto en redacción y creación literaria
@fernandoavPreguntas: fernandoavila1952@hotmail.
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