Dicen los que saben e investigan –es decir, los que saben porque investigan y se esfuerzan– que la expresión OK, proveniente del idioma inglés, es la más común que hay hoy en el mundo entero y que se usa con el mismo sentido en todas las culturas, en todos los rincones y en todos los lenguajes, inclusive en los dialectos perdidos entre las montañas de África, en los recovecos del Amazonas o en las islas de Oceanía. ¿OK?
Se volvió universal. Y, sin embargo, aunque es mucha la gente que la usa, es muy poca la que se preocupa por saber de dónde procede esa expresión, en qué lugar nació y por qué la inventaron. Más todavía, son casi incontables los orígenes ficticios que se le atribuyen, las cunas falsas, las leyendas y mitologías populares que hacen carrera aunque no sean verdad.
Por ejemplo: en todas partes se repite la famosa mentira de que nació por allá en 1780, durante la guerra de independencia de los Estados Unidos contra Inglaterra. Se dice que, cuando volvían de una batalla, los soldados patriotas escribían por todas partes los dos signos, 0K, para indicar que les había ido tan bien que no habían sufrido ninguna baja en el combate. Cero muertos. Es decir: la primera de las dos letras no era en realidad la letra O, sino el número cero. Y la K era la inicial de killed, que en inglés significa muertos.
Bonita historia, y muy imaginativa, pero no es verdad.
El verdadero ‘OK’
Su significado en cualquier parte del planeta es el mismo: se usa para indicar que se está de acuerdo con alguien o con algo, correcto y conforme, que todo está bien. Hace ya casi sesenta años, bien transcurrido el siglo veinte, en un trabajo académico de 1963, el profesor Allen Walker Reed, de la célebre Universidad de Columbia, logró por fin demostrar la verdadera historia de la expresión OK, que, no lo olviden ustedes, en español se pronuncia okéi.
Lo más increíble de esta historia llena de asombros y sorpresas es que su auténtico embrión se remonta a una broma entre intelectuales de Boston. Miren qué fue lo que pasó.
Luego de que lingüistas y gramáticos comenzaron a preocuparse por rastrear el auténtico origen de la popular exclamación, que hoy es simultáneamente adverbio y adjetivo, vino a saberse la verdad genuina.
Resulta que, hacia el año de 1830, se había puesto de moda, entre los escritores bostonianos, cartearse con sus colegas de cualquier parte de Estados Unidos. Los mensajes iban y venían. En esa correspondencia usaban códigos de humor consistentes en escribir adrede errores de ortografía como objetos de burla.
Correcto con K
La chanza ortográfica consistía en que OK eran las iniciales de la expresión inglesa que se usa para decir ‘todo correcto’. Pero es que en inglés eso se escribe all correct, y sus iniciales, como puede verse, son A y C. Pero como se pronuncia ‘oll correct’, se las cambiaron con una sonora carcajada.
Hoy, cuando ya han pasado casi doscientos años desde los tiempos en que se usaron por primera vez tales ocurrencias, los muchachos en diferentes países de habla española le han agregado algunas variaciones.
Ahora dicen, por ejemplo, ‘oki doki’ o simplemente OK, pronunciando ambas letras tal como suenan en castellano. Y de manera simultánea levantan una mano con el pulgar arriba mientras aprietan el resto de los dedos.
Hay otra expresión de uso común que a mí me produjo curiosidad toda la vida, desde los tiempos de la escuelita del profesor Canabal, en un rancho fresco de San Bernardo del Viento, cuando aquel maestro inolvidable nos enseñaba refranes, adagios, aforismos, sentencias, dichos, dimes y diretes del habla cotidiana.
La bandeja de Herodes
Me refiero al proverbio que dice “se la sirvieron en bandeja de plata”, usado para significar que a alguien le dan una buena oportunidad sin que tenga que hacer mayor esfuerzo para encontrarla.
Me sonaba en la cabeza a cada momento. Hasta que por fin, un día en que rebuscaba en libros viejos, la encontré perdida en un tratado de historia del cristianismo. Mi asombro fue mayor cuando supe que se trataba de un episodio verídico que aparece narrado nada menos que en la Biblia.
Los hechos, en la realidad, ocurrieron así. Resulta que por la misma época en que Jesús estaba empezando a enseñar con sus prédicas, recorriendo pueblos, ciudades y caminos de la Tierra Santa, la montañosa Galilea, situada entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, era gobernada por un rey despótico y arbitrario, llamado Herodes Antipas.
Ese emperador era tan inmoral que terminó quitándole la esposa a su propio hermano y se casó con ella, que, además de todo, era tocaya suya: se llamaba Herodías.
El baile de la cabeza
Pero eso no es todo. Como si fuera poco, semejante rey de la lujuria se enamoró también de su hijastra y sobrina, la hija de su hermano con Herodías. Se llamaba Salomé. Dicen los relatos evangélicos que aquella muchacha, hermosa e insinuante, tampoco era un dechado de virtudes y le seguía el juego a su padrastro.
Salomé se enamoró perdidamente de Juan el Bautista, un primo de Jesucristo, que bautizaba a los nuevos creyentes en las aguas del Jordán, y precisamente por eso lo llamaban bautista. Pero Juan no le paró bolas a la coqueta aquella y se mantuvo casto.
Un día estaba Herodes preparando los festejos de su cercana fecha de cumpleaños, y le pidió a Salomé que, como regalo especial, bailara para él una danza voluptuosa durante la celebración. Ella le dijo que sí lo haría pero, como se sentía herida en su orgullo por el despecho del santo, le pidió a cambio que le trajera, durante esa misma ceremonia, la cabeza de Juan el Bautista.
–Juro que te la traeré –le respondió el rey-tío-padrastro–. Y en una bandeja de plata.
Se vuelve célebre
Estos hechos ocurrieron hace poco más de dos mil años y quedaron para siempre en el relato magistral de los santos evangelios.
Pero, se preguntarán ustedes, con toda razón, desde cuándo se volvió tan célebre la bandeja de Herodes que hoy se le repite en cualquiera de los lenguajes de la Tierra. De los otros planetas no sé, pero les prometo averiguarlo.
Hacia el año de 1700, durante la maravillosa revolución cultural europea, que produjo el Siglo de las Luces, la expresión ‘se la sirvieron en bandeja de plata’ fue rescatada por los intelectuales de la época y vinculada al habla común y cotidiana de los seres humanos.
Desde entonces, y en cualquier rincón de este mundo, su sentido es el mismo: significa que a una persona le dan algo, para complacerla, sin que ella tenga que hacer mayor esfuerzo.
¿Y las gracias?
Así ocurrió, ni más ni menos, el día de la fiesta. Mientras Salomé ejecutaba un baile cargado de lujuria, Herodes le entregó la cabeza del santo en una bandeja de plata. Y los testigos de la época dejaron dicho para la posteridad que los invitados siguieron celebrando, como si nada.
Desde entonces, y hasta el día de hoy, ningún otro baile ha sido pagado con un precio tan terrible, estremecedor y espeluznante.
Oscar Wilde, el gran literato irlandés, escribió una novela en la que, como si no fuera suficiente con todo lo que estaba pasando, Salomé recibe la bandeja de manos del rey y, a renglón seguido, le da un beso en los labios al decapitado. Luego le dio las gracias a Herodes.
Ah, y ahora que la menciono: ¿de dónde viene la palabra ‘gracias’? Al principio de esta crónica dije que los lingüistas afirman que OK es la expresión coloquial más usada en todos los idiomas y culturas del mundo. Y a mí se me hace, hablando de metiche, acá, en la cocina, que ‘gracias’ es una de las palabras más comunes, más usadas, más sencillas y repetidas por la humanidad entera.
El poder de la gratitud
Qué bello vocablo es ese, no solo por lo que dice sino por lo que entraña como sentimiento. Es tan elemental y al mismo tiempo tan profundo. Es, dicho sea con sencillez, el acto simple de responder al beneficio que se nos hace o al cariño que se nos tiene.
Muy bien. De acuerdo. Perfecto. Entendido. Pero ¿dónde nació el hábito de agradecer, de reconocer la ayuda ajena, de dar las gracias?
Los campesinos del Caribe colombiano heredaron, de los colonos europeos que poblaron todas esas islas, un hermoso pensamiento francés del siglo diecisiete que dice así: “En esta vida hay solo un exceso recomendable. Es el exceso de gratitud”.
El profesor Aitor Santos Moya, un periodista e investigador español, dice que ‘gracias’ es una de las pocas palabras “común a todos los seres humanos, con independencia de su raza, clase social o condición, porque el agradecimiento no tiene barreras de ninguna clase, no cuesta dinero, no exige conocimientos ni profundidad intelectual, ni mucho menos es necesario pedir permiso para ello”.
Desde el Imperio romano
Pues bien. Husmeando en sus orígenes, encuentro que dicha palabra procede del término latino gratia y que, en consecuencia, la expresión ‘dar las gracias’ también tiene ese origen.
Se ha podido establecer, luego de largos y complejos años de trabajo, que la expresión agere gratias (‘dar las gracias’) se usó por primera vez en el año 382, en una traducción manuscrita de la Biblia hecha en Roma, que es la primera Biblia latina que se conoce, y con el paso del tiempo se volvería famosa con el nombre de Vulgata.
Su procedencia es la más sencilla del mundo y, al mismo tiempo, la más expresiva: ‘gracias’ proviene del término latino gratus, que significa, simplemente, agradable o agradado.
Epílogo
Y, ya que andamos en esas, aprovecho la palabrita de la cual acabamos de hablar para darles mis más sinceras gracias a los lectores que me escriben sugiriendo temas para estas apasionantes historias que se ocultan detrás de las palabras curiosas.
Volveremos a hablar de ello, alternando estas crónicas del lenguaje con aquellas en que me ocupo de la apabullante actualidad en que vivimos. Ya verán las sorpresas que los esperan. Por ejemplo: ¿se imaginan ustedes de dónde salió la expresión ‘hacer su agosto’?
JUAN GOSSAIN
Especial para EL TIEMPO