Este es el momento preciso.
Ahora que la política colombiana está tan revuelta, y que en medio de la pandemia no pasa un solo día sin que haya una nueva pelotera, ahora es la hora de dedicarnos a buscarle explicación a una de las curiosidades que más me han intrigado en la vida: ¿de dónde proviene la costumbre de llamar izquierda y derecha a los dos extremos de la ideología?
Sí, ya sé que los de la derecha son los más moderados, los conservadores, a los que la gente suele llamar tradicionalistas o continuistas. Y que los de la izquierda, por el contrario, se conocen como radicales, revolucionarios, socialistas.
Eso lo sabemos todos. Lo que les propongo ahora es que nos pongamos, más bien, a averiguar la verdadera historia de esa costumbre, dónde se originó y por qué motivo. Es decir, la etimología. Recuerdo que, en ese mismo sentido, hace años, el diario español ABC se hacía esta pregunta: “¿Quién fue el que puso sustantivos a la ideología?”.
Toda esta historia empezó hace exactamente 232 años. Era el mes de agosto de 1789.
Europa entera estaba viviendo los días estremecedores de la Revolución sa. Para esa fecha se convocó en París la reunión de una asamblea popular, democrática, con delegados de las diversas tendencias políticas. El propósito era nada menos que preparar la nueva constitución nacional.
Estaban presentes los partidarios del rey, que eran los voceros de la monarquía, la aristocracia y el clero. Es decir, las clases más altas de la sociedad. Pero también llegaron los representantes de campesinos y trabajadores, de las clases populares. Había intelectuales junto con analfabetos. Nobles y plebeyos. Ricos y pobres.
Ahí, en ese lugar exacto, es donde surgen la derecha y la izquierda. Nadie lo planeó, no fue idea de ningún filósofo, ideólogo o científico social. Todo ocurrió de manera accidental y simple. Ahí les van los detalles, verificados por los historiadores más serios y respetables.
‘¿Dónde me siento?’
Cuando llegaron al recinto de la asamblea, los delegados de la nobleza le dijeron al presidente que ellos querían sentarse juntos, todos en el mismo rincón, para poder hablar privadamente, intercambiar opiniones y ponerse de acuerdo sobre la forma de votar cada tema sin que se enteraran los otros. Al presidente le pareció una petición razonable porque era muy práctica. Y como él se sentaba de frente a los delegados, les asignó a los nobles el espacio que estaba a su derecha. De modo que, al hacer su aparición los voceros populares, les correspondió hacer lo mismo, pero en el sector de la izquierda, el único que quedaba vacío.
Desde ese momento, y hasta el final de las reuniones, los integrantes de cada grupo se sentaban siempre en el lugar que les correspondía. Y desde entonces, para identificarlos de una manera más sencilla y precisa, la gente se refería a ellos como “los de la derecha” o “los de la izquierda”. Y así se quedaron.
Las grandes diferencias
A partir de aquella época, las diferencias ideológicas entre las dos vertientes políticas son muy claras. La derecha, por su parte, considera que los principios fundamentales de una sociedad son estos: autoridad civil y militar, orden, seguridad, tradiciones, religión, conservatismo y absoluta libertad económica.
Para la izquierda, en cambio, lo esencial es la igualdad legal, libertad, solidaridad, justicia social y una economía del país planificada por el Estado y no por los empresarios particulares.
Sigamos con nuestra historia, que fue a lo que vinimos. A lo largo del siglo diecinueve, que se caracterizó por las guerras de independencia en América y en el mundo entero, incluso en las naciones coloniales de África, ese hábito de identificar a los dos grupos ideológicos principales como derecha e izquierda se regó por todas partes, empezando por la propia Europa.
Fue en Inglaterra donde nació el Partido Laborista, el primer grupo político del mundo que se organizó en torno de las ideas de izquierda, como un ala progresista del liberalismo inglés.
A comienzos del siglo veinte estaba haciendo sus primeras armas en la vida pública un joven insurrecto de la aristocracia inglesa, llamado Winston Churchill, que con el paso del tiempo llegó a ser militar, periodista brillante, estadista, parlamentario, muchas veces ministro, líder de su pueblo, orador incomparable.
En 1904, cuando tenía treinta años, Churchill se hizo miembro del Partido Laborista. Veinte años después, en 1924, ya tenía su propio escaño en la Cámara de los Comunes. Allí, precisamente, y siguiendo aquel ejemplo heredado de Francia, los congresistas se sentaban separados, según fueran de derecha o de izquierda. Churchill, como buen laborista, lo hacía a la izquierda.
Se discutía con ahínco una profunda reforma económica de las industrias que estaban naciendo en el país. Los laboristas habían acordado votar en bloque el proyecto moderado de la reforma, y no el radical. Pero al llegar el día de la votación, los jefes laboristas cambiaron de criterio y ordenaron aprobar la propuesta contraria. Churchill no estaba de acuerdo con ese viraje y, con un gran sigilo, se los hizo saber a los compañeros que se sentaban a su lado. Trató de convencerlos pero todo fue en vano.
No le hicieron caso.
Fue entonces cuando se puso de pie, le pidió la palabra al presidente y exclamó, a voz en cuello:
–No soy yo quien cambia de opinión, sino mi partido. Y como yo no estoy dispuesto a cambiar de opinión, prefiero cambiar de partido.
Treinta años después de haber ganado la batalla de Boyacá, y habernos independizado del imperio español, aparecen los primeros indicios de la derecha y la izquierda
Dicho y hecho: cogió sus papeles, cruzó el salón en medio del silencio y se sentó en la derecha. Desde entonces se hizo conservador.
Quince años después, en 1940, cuando los truenos de la Segunda Guerra Mundial estremecían a la humanidad, lo nombraron primer ministro. Era el jefe del Gobierno. Y fue, sin duda alguna, el hombre que ganó la guerra y salvó al género humano de la barbarie nazi.
Aquella frase de Churchill sobre el cambio de opinión o de partido, y muchas otras que pronunció en los peores días de la guerra, hicieron de él un ídolo de los hombres libres, una celebridad en el mundo entero, y lo enaltecerían para toda la vida.
Siguiendo el ejemplo de Francia, los congresistas se sentaban según fueran de derecha o de izquierda. Churchill, como buen laborista, lo hacía a la izquierda
De Trump a Biden
Bueno, sigamos avanzando, que el tiempo apremia y yo estoy muy ocupado.
Pasaron los años y los gobiernos. Los partidos de derecha y de izquierda fueron aclarando sus ideas. La derecha centró su acción en la defensa del individuo mientras que la izquierda se ocupa de la sociedad en su conjunto. Se originó también, según los estudiosos, una diferencia fundamental entre las dos orillas: cada una de ellas depende de qué país estamos hablando, de su forma de gobierno, de sus instituciones, de lo que buscan sus leyes.
Y ponen este ejemplo clarificador: no es lo mismo ser izquierdista en Suecia, donde el Estado es el que paga los servicios públicos que usan los ciudadanos, que en Estados Unidos, donde el manejo privado de la economía es el que condiciona los servicios públicos, la salud, la educación.
La derecha centró su acción en la defensa del individuo, mientras que la izquierda se ocupa de la sociedad en su conjunto
La costumbre de dividir las ideas políticas entre izquierda y derecha llegó a los Estados Unidos, que había sido la colonia más importante de Inglaterra. Allí empiezan a llamar derechistas a los integrantes del Partido Republicano, al cual pertenece, por ejemplo, el expresidente Donald Trump. Y los izquierdistas vienen siendo sus rivales del Partido Demócrata, como el nuevo presidente, Joe Biden, aunque él prefiere que lo consideren moderado, para evitar los extremismos. Un centrista.
… y en Colombia
Por fin aterrizamos en Colombia. En nuestro país, treinta años después de haber ganado la batalla de Boyacá, y de habernos independizado del imperio español, aparecen los primeros indicios de la derecha y la izquierda.
En medio de las atrocidades de las guerras civiles, un abogado y congresista de nombre Ezequiel Rojas, nacido en la población boyacense de Miraflores, creó, organizó y legalizó el Partido Liberal Colombiano con el propósito fundamental de promover la libertad de los esclavos y de proteger el trabajo de campesinos y artesanos, frente al creciente sector empresarial.
Un año después, en 1849, dos dirigentes políticos muy reconocidos organizaron el Partido Conservador Colombiano. Eran ellos el profesor y abogado antioqueño Marianos Ospina Rodríguez y el irable gramático bogotano Miguel Antonio Caro.
A partir de ese momento, ellos dos y sus copartidarios lucharían por dos razones en particular: proteger la economía privada y las tradiciones religiosas del catolicismo entre los colombianos. Con el paso del tiempo, ambos llegarían a la Presidencia de la República.
Epílogo
No aguanto las ganas de contarles a ustedes dos anécdotas antes de ponerle el punto final a esta crónica.
Resulta que Ezequiel Rojas, el fundador del liberalismo, había participado en el asalto contra el Palacio Presidencial, la noche del 25 de septiembre de 1828, con la intención de matar al presidente Simón Bolívar.
Una turba de treinta hombres asesinó a los guardias palaciegos. Luego entraron al dormitorio de Bolívar, pero ya él había escapado saltando a la calle por una ventana, con la ayuda de su amante Manuelita Sáenz.
Ezequiel Rojas fue capturado y condenado al destierro. Tuvo que irse del país. Pero Bolívar murió dos años después y Rojas pudo regresar. Lo eligieron congresista y después organizó el liberalismo como un partido legítimo.
Y la otra historia insólita es la del nombre completo de Miguel Antonio Caro, el lingüista insigne, que, como ya les dije, fue uno de los dos creadores del Partido Conservador. Agárrense, que ahí les va: se llamaba Miguel Antonio José Zoilo Cayetano Andrés Avelino de las Mercedes Caro y Tobar.
No hay cédula en la que quepa todo eso. Pero así eran las costumbres de aquella época, sobre todo entre las familias de abolengo. Tarea para mañana: repetir de memoria el nombre completo de Miguel Antonio Caro.
JUAN GOSSAÍN
Especial para EL TIEMPO