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Betto, en blanco y negro | El caricaturista Vladdo rinde homenaje a su colega y amigo
José Alberto Martínez, Betto, falleció este 21 de febrero.
EL caricaturista colombiano Betto. Foto Martín García. Archivo El Tiempo. Foto: Martín García. Archivo El Tiempo.
Cuando aún no nos reponíamos del impacto que nos produjo la muerte de Rodrigo Pardo García-Peña, nos llega otra mala noticia: la partida de José Alberto Martínez Rodríguez, nombre que quizás no signifique nada para mucha gente. Pero cuando decimos que nos referimos a Betto, “el caricaturista de la boina”, de El Espectador, la cosa adquiere otra connotación, pues su muerte constituye un fuerte golpe para esa casa periodística, que pierde a uno de sus mejores comentaristas políticos.
Al sentarme a escribir estas líneas para despedir a Betto –todavía bajo los efectos aturdidores de su muerte–, se agolpan en mi cabeza incontables recuerdos, anécdotas, datos e imágenes de más de cinco lustros de camaradería, compinchería, llamadas, chats, exposiciones y tertulias, que empezaron en 1998.
Por esas paradojas de la vida, Rodrigo Pardo y Betto han muerto con escasas horas de diferencia, como si estuvieran predestinados a reunirse en el más allá, 26 años después de que sus caminos se cruzaran por primera vez en el más acá; concretamente en la sede de El Espectador de la avenida 68, cuando estábamos haciendo el rediseño de ese periódico, dirigido entonces por Rodrigo, y en el que mi joven colega se estrenaba como caricaturista político, con unos dibujos escuetos, de líneas limpias y más o menos convencionales; si es que se puede hablar de ‘convencionalidad’ en el ámbito de la caricatura.
Un homenaje a Betto en esa caricatura de Vladdo. Foto:Vladdo
Sin embargo, con el paso de los años, Betto desarrolló un estilo muy original, para imprimirles un sello inconfundible a sus viñetas, en las cuales las figuras y los personajes comenzaron a aparecer en trazos blancos sobre fondo negro y sin textos. De esta manera, y sin querer queriendo, Betto introdujo una gran innovación, al poner las herramientas y los recursos del humor gráfico (el silencio, los trazos limpios, la sutileza y el absurdo) al servicio de la caricatura política.
A la larga, Betto se salió con la suya y esa suerte de alquimia satírica fue galardonada en múltiples ocasiones, con más de una docena de premios nacionales de periodismo, más que merecidos, y que de alguna forma reflejaban el cariño y el reconocimiento de los colegas y lectores que se deleitaban con esos trabajos en los que combinaba magistralmente la simplicidad y la profundidad.
Mucha tinta ha corrido desde aquellos primeros encuentros con Betto, con quien desarrollamos a lo largo de los años estrechos vínculos, que siempre he apreciado de corazón, porque –al igual que ocurre en casi todas las profesiones– entre los caricaturistas la concordia y el entendimiento no necesariamente son la norma.
Contrario a lo que se podría suponer, nosotros no nos reímos por todo ni estamos en plan divertido las 24 horas del día. Tampoco vivimos en estado de rumba constante ni entregados a la bohemia. Incluso, me atrevería a decir que nuestra vida es menos divertida de lo que cabría esperar de unas personas que se la pasan “buscándole chiste a todo” y que no dejan títere con cabeza. De hecho, vivimos y trabajamos muy aislados, y aunque en ocasiones compartimos complicidades y tenemos propósitos comunes, en nuestro medio también hay envidias, rivalidades y diferencias.
No obstante, con Betto era difícil no tener afinidades. Y así como hablábamos de técnicas, materiales, estilos y temáticas de la caricatura, también comentábamos los logros y los desafíos, así como las pifias de nuestro trabajo. En tiempos en los que pulula la falta de originalidad, cuando a uno de los dos se le ocurría alguna idea que le parecía obvia, era frecuente que llamara al otro, para preguntarle si había hecho algo parecido. Era una forma de ‘vacunarnos’ contra una posible acusación de plagio. Y casi siempre terminábamos toteados de la risa.
A Betto lo caracterizó una amabilidad permanente y una calidez a prueba del clima y del acelere bogotano, lo cual no es poco decir; era un tipo muy fresco que se hizo querer como caricaturista, como profesor y como músico, pues, para completar, también era un excelso intérprete de armónica, que se enloquecía con el jazz.
En notas como esta, escritas con el corazón arrugado, siempre se quedan muchas cosas entre el tintero. Pero no puedo poner punto final sin mencionar que, aunque Betto era consciente de que su partida iba a ser prematura, también tuvo claro que aprovechó su talento para tener la vida que quiso, y para hacernos más amable la existencia.