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Noticia
‘Zona de interés’: ‘el hogar, dulce hogar’ donde los nazis eran felices
La película de Jonathan Glazer fue la mejor cinta extranjera y ganó el Óscar.
La cinta hace un retrato demoledor de la banalidad del mal Foto: A24
Zona de interés es una película indecente; no hay nada que no produzca asco. El hogar de los Höss tiene el jardín de una casa de muñecas. Sus flores tienen todos los colores posibles y en su piscina –con un precioso tobogán–, los niños no dejan de divertirse.
Las plantas y las enredaderas, sembradas estratégicamente al lado de las paredes que separan su casa del campo de concentración, pronto podrán cubrir los alambres de púas, ocultar las chimeneas y dejar solo a la vista las nubes eternamente blancas. Por desgracia, su papá, Rodolf Höss, el comandante de Auchswitz, no deja de trabajar, y su trabajo es ejecutar personas en las cámaras de gas y luego incinerarlas. Su hija Brigitte, en la vida real, diría más tarde que siempre llegaba “cansado”.
Los Höss, en sus días de verano, acomodan sus sillas de piscina de espaldas al campo de concentración y su vista queda fija en el vivero que construyeron. Su fascinación por la belleza es absoluta. Y nadie lo representa mejor que Sandra Hüller, la actriz que interpreta a Hedwig Hansel, la esposa de Höss. En ella se concentra toda la banalidad del mal.
Hedwig se divierte con sus amigas hablando de los ingeniosos escondites de los judíos para sus joyas y les comenta, entre otras “curiosidades”, que encontró un diamante dentro de un tubo de crema dental; entre la servidumbre hace que se repartan los vestidos que traen los judíos en sus inútiles equipajes y les recuerda todo el tiempo lo afortunados que son.
Zona de interés marcó una postura dentro de los premios de este año; no es una película “espectacular” como La sociedad de la nieve; tampoco “escabrosa”. Todo lo contrario: sus jardines son más esplendorosos que los de Barbie. Su genialidad se esconde dentro de lo que no muestra (no es gratuito que el otro Óscar que recibió haya sido el de sonido: se oyen gritos, el crepitar de los hornos, fusiles; ninguno de los protagonistas parece oír absolutamente nada).
El director Jonathan Glazer hizo una cinta incómoda y estéticamente deslumbrante- Foto:A24
El director, Jonathan Glazer, tomó además una decisión radical frente al proyecto: es una película inglesa-estadounidense-polaca en alemán. Y, en este punto, hay que hablar nuevamente de Sandra Hüller, la actriz alemana que competía con la grandiosa Emma Stone.
Hüller fue protagonista de los dos filmes más viscerales en competencia; estaba nominada al Óscar como mejor actriz por Anatomía de una caída, la película sa de Justine Triet en la que interpreta a una mujer sospechosa de haber asesinado a su marido.
Su capacidad de metamorfosearse es tan potente que debo confesar que, solo hasta los créditos finales, pude relacionar su cara con la esposa de Höss en Zona de interés. Hüller carga con el peso emocional del filme. En algún momento, su marido le confiesa que lo van a trasladar de Auschwitz y ella monta en cólera con un raciocinio devastador y le explica que ni ella ni los niños pueden abandonar el hogar que han construido y donde son absolutamente felices. Su papel lleva “el amor” por “la belleza” y las comodidades a un límite insoportable; sus jardines crecen con un abono innombrable e incluso parece disfrutar de los atardeceres marcados por el humo.
Los diálogos con su madre rozan el cinismo; su felicidad nos asquea. La cámara no puede penetrar sus ojos ni su mente, pero el mal se siente vivo en su personaje. Su marido, el asesino de tres millones de personas, se ve como un maniquí a su lado.
En la vida real, Hedwig Hansel denunció a su marido cuando finalizó la guerra. Rodolf Höss fue condenado a la horca. Ella rehizo su vida y murió octogenaria en Washington. Su hija tuvo una extraña vida pública: se convirtió en modelo de Balenciaga y ocultó su pasado. El hijo mayor del matrimonio, Klaus Höss, murió de cirrosis en Australia. Los otros tres hijos tuvieron una vida secreta sin dejar rastro.