Como ahora, justo en el año 1900 se hicieron en París los Juegos Olímpicos de la era moderna, que habían resucitado en Atenas (Grecia), en 1896, pero no tuvieron la resonancia debida porque fueron simultáneos con grandes sucesos como la Exposición Universal y la inauguración de la torre Eiffel. Sin embargo, esos Juegos fueron los primeros con participación de mujeres, aunque muy reservados a atletas europeos. Luego, en 1904, hubo una segunda manifestación en San Louis (Estados Unidos) con 650 atletas, pero 580 eran locales.
La universalidad e institucionalidad de los Juegos nacen con el movimiento olímpico creado por el barón Pierre de Coubertin, nacido en Suiza, pero de familia sa. Competir por competir y proclamar la hermandad fue su lema, no bien comprendido en sus inicios ya que Inglaterra y Alemania lo rechazaron, y Grecia se opuso. Finalmente, el príncipe heredero de este país, duque de Esparta, concilió los desacuerdos y consiguió con una emisión de estampillas los fondos para organizar la olimpiada de 1896, gracias también al aporte económico de otro millonario, Jorge Averof, quien financió la reconstrucción del estadio de Atenas, lejos de las pompas y despliegues multimillonarios de hoy.
Por supuesto, en el año 1900 concurrieron a París no solo deportistas, sino también toda suerte de inventores industriales con sus aparatos, impulsados por la naciente red eléctrica de alumbrado y miles de otras manifestaciones de las inquietudes de un mundo que descubría las raíces de la tecnología.
Era obvio que los ses estaban conectados a fondo con la movilidad motorizada y sus grandes marcas de entonces y de ahora, como Renault, Peugeot y Citroën, que estuvieron presentes junto con la desaparecida Panhard Levassor y De Dion Bouton, de cuyos talleres vino a Colombia el primer automóvil, en 1889, importado por el ciudadano Coroliano Amador a Medellín. Si en París era una aventura tener automóvil, imaginen qué pudo ser en las montañas antioqueñas, a donde llegó supuestamente semidesarmado a lomo de mula desde las orillas más viables del río Magdalena.
Francia ya había hecho la primera carrera de autos en 1887 en vías parisinas, pero no fue una competencia porque solo participó un carro. Pero en 1894 sí hubo una prueba de fondo, en los 126 km entre París y Ruan, para la cual se inscribieron más de 100 vehículos con propulsiones diversas como gas, vapor y electricidad. La ganó un De Dion manejado por el conde de ese mismo apellido.
No hubo curiosamente ningún Renault, pero no tardó mucho en aparecer el apellido en las calles. Louis y sus dos hermanos, Fernand y Marcel, modificaron en sus predios de Billancourt —donde hoy están las oficinas principales de la marca— un auto oriundo de los garajes de De Dion, con el cual participó en algunas carreras. Pero su mayor logro de lanzamiento fue competir en los Juegos Olímpicos de su ciudad, en 1900, a partir de los cuales la empresa inició un gran desarrollo industrial y creativo. Entre sus hitos está la invención del turbocargador.
La revista sa L’Argus retomó la historia y hasta una foto del carro de Louis Renault en algún momento de la prueba. Según su relato, el automovilismo fue considerado un deporte, pero no del nivel olímpico, aunque lo programaron dentro del calendario del certamen como evento de demostración en 14 modalidades: carrera para autos de turismo de más de 400 kilos de peso, de dos, cuatro, seis y hasta siete plazas (no es invento nuevo). Carrera de menos de 400 kilos y otra para autos de “plaza” urbanos o de entregas de mercancía de dos tipos: eléctricos y gasolina. Complementaron con una serie de camiones y pesos pesados y división para motos.
La prueba central fue casi absurda para esos aparatos incipientes. Debieron ir desde París hasta Toulouse, en el sur del país, y regresar luego de caminar 1.349 km, repartidos en tres etapas, entre el 25 y 28 de julio, hace 124 años.
Salieron 78 aparatos, de los cuales solo 18 coronaron la ruta, y el ganador fue Alfred Velgue, en un Mors, quien cobró una prima de 8.000 francos. Así, desde el primer día, el deporte de las ruedas se separó de los ideales olímpicos donde hasta no hace mucho tiempo los deportistas profesionales no tenían cabida. Hoy están en París golfistas y tenistas, para solo citar algunas disciplinas pagadas. La victoria de Velgue no tuvo la trascendencia del triunfo de Louis Renault en la categoría de voiturettes en un auto ya de su propia creación. Treinta y cuatro de los 36 premios fueron para los carros ses y los Renault hicieron en su grupo el 1-2-3. Le dieron a Louis Renault un premio de 4.000 francos, pero más valiosa fue la publicidad para su marca, que despegó literalmente con esta victoria olímpica.
No era previsible que el automovilismo se instalara como deporte olímpico viniendo de una categoría de demostración, por lo cual pasaron 36 años hasta cuando se hizo una carrera en una olimpiada, con ocasión de las justas en Berlín, en pleno apogeo de la Alemania nazi, certamen que fue aprovechado por Adolf Hitler para demostrarle al mundo todos sus poderes humanos y mecánicos.
La prueba “olímpica” fue un rallye, entre el 22 y 30 de julio, por carreteras de Europa en las cuales instalaron 60 puestos de control de paso donde castigaban las diferencias de los tiempos ideales con puntajes. Tal como hoy se hace.
Pasaron 36 años entre la primera y la última salida del automovilismo en la escena olímpica y ahora el bache ya cumple 88. Es bastante más probable que se siga extendiendo
Se estableció que al llegar a Alemania desde las diversas salidas, los participantes recorrerían el país y terminarían en el estadio olímpico de Berlín. Se dijo siempre que era un recorrido hecho a la medida de los pilotos y carros alemanes, pero no les resultó.
La tripulación británica compuesta por dos mujeres, Elizabeth Haig y Barbara Marshall, quienes habían salido desde Birmingham, pasaron el canal de la Mancha en barco, fueron hasta Ostende en Bélgica, luego a Colonia, cruzaron Baviera y llegaron al paso obligatorio por la autopista del Avus, la primera del mundo, y el circuito peraltado en las afueras de Berlín, el 30 de julio, dentro de las horas reglamentarias entre las 12 del mediodía y las seis de la tarde.
El público esperaba para coronar a alguno de los BMW manejados por alemanes, pero fue el pequeño MG de las inglesas el gran campeón, lo cual desató, más allá de la desilusión y la afrenta, la ira del propio Hitler. Para disimular la derrota, desviaron el tramo final para no ir al estadio olímpico y obviar la vuelta de honor de las inglesas, y también se canceló la entrega de premios.
Nunca más ha habido automovilismo en los Juegos, y si bien en algunas ocasiones se ha analizado organizar un evento de exhibición, el asunto no ha tenido acogida. Además, desde el punto de vista competitivo es difícil generar el equilibrio mecánico para que todos los pilotos tengan autos iguales. Inclusive, Juan Pablo Montoya hace poco sugirió de nuevo que el automovilismo estuviera de alguna manera en las olimpiadas, pero es bastante improbable que ello suceda debido a la enorme cantidad de participantes que tendría de todos los países, los cuales deberían pasar por fases eliminatorias para llegar a una gran final que probablemente se haría en un circuito lejano de la ciudad sede.
Pasaron 36 años entre la primera y la última salida del automovilismo en la escena olímpica y ahora el bache ya cumple 88. Es bastante más probable que se siga extendiendo.
José Clopatofsky - Director de MOTOR