A mediados de 1990, una nota aparecida en la página 9 de la primera sección del diario The New York Times reportó que, de acuerdo con una proyección hecha por las Naciones Unidas, la población del planeta llegaría a más de 6.000 millones de personas antes de finalizar el siglo XX y a 11.200 millones cien años después. La realidad acabaría confirmando el primer cálculo, pero con respecto al segundo la perspectiva es distinta.
Así lo acaba de señalar la entidad multilateral, que el lunes de esta semana dio a conocer su más reciente informe demográfico. En pocas palabras, el estudio señala que el tamaño de la humanidad alcanzará un pico de 10.400 millones de individuos hacia 2080 y se estabilizará cerca de esa cifra.
Depende de cómo se le mire, la noticia puede ser interpretada de manera positiva o no. De un lado, el incremento será menor frente al pronosticado previamente. Del otro, la presión sobre los recursos existentes seguirá en incremento, algo inquietante a la luz de amenazas como el calentamiento global.
“Son modelos juiciosos, muy estructurados”, subraya la experta Piedad Urdinola. “Con base en estos se define un escenario medio, el cual asume que diversas trayectorias clave tienden a mantenerse”, explica.
Para entender el tamaño de lo que viene es indispensable hacer referencia a lo sucedido. En 1950, el número de personas que habitaba en la superficie de la Tierra era de 2.500 millones. Según la ONU, el próximo noviembre la suma estará por encima de los 8.000 millones.
No obstante, esos guarismos esconden una tasa de acumulación en declive. Llegar a 5.000 millones de personas tomó tan solo 37 años –de 1950 a 1987–, mientras que volverse a duplicar requerirá 72 años, pues para 2059 la humanidad alcanzaría los 10.000 millones de individuos.
Lo anterior es notable en un contexto de alza sin precedentes en la esperanza de vida, que en 2018 llegó a casi 73 años, nueve más que en 1990. Gracias a los avances de la medicina y la mayor cobertura de servicios públicos –comenzando por el agua potable–, la probabilidad de pasar a la llamada tercera edad es más alta que nunca.
Dicha evolución ha estado acompañada por una reducción sustancial en los índices de natalidad, con lo cual se combinan dos factores: menos hijos por mujer que vivirán más largo y que en más de un caso no alcanzarán a remplazar a los que se van. Según Naciones Unidas, la población de 61 países disminuirá en al menos uno por ciento entre 2020 y 2050. Incluso en Bulgaria, Letonia o Serbia, la caída apunta a ser mucho más estrepitosa, con desplomes superiores al 20 por ciento.
Colombia, obviamente, no es ajena a esa situación. Frente a una población que habría llegado a 51,9 millones de personas el pasado 1.º de julio, de acuerdo con los estimativos de la ONU la pendiente demográfica tenderá a aplanarse.
De tal manera, en 2051 el país llegaría a un pico de población de 56,99 millones de personas, a partir del cual comenzaría un descenso suave. Para el año 2100, el número de colombianos sería inferior a los 46 millones, un conteo muy similar al de 2013.
Piedad Urdinola advierte que el futuro de la migración venezolana será determinante en esos pronósticos, junto con la marcha de la violencia, que es la principal causa de muerte para los varones entre los 16 y los 30 años. Cualquier alteración súbita de los patrones observados influiría en forma importante en lo que ocurra.
en 2051 el país llegaría a un pico de población de 56,99 millones de personas, a partir del cual comenzaría un descenso suave.
Sin embargo, no es aventurado decir que el perfil del ciudadano colombiano promedio será muy distinto. La mediana de edad, que hoy es de menos de 28 años, subiría hasta los 51 años. Seremos una nación en donde abundarán las canas, algo que sucederá de manera gradual y requerirá prepararse con la debida anticipación.
Mapa en movimiento
Y ello ocurrirá como parte de esa evolución inexorable que comprende menos nacimientos y más longevidad, algo que sucederá de manera general pero no uniforme. Dicho de otra manera, una cosa es saber que la población global llegará a un punto máximo, pero otra es entender que su composición será muy distinta a la actual.
El motivo es que las tasas de natalidad varían de manera sustancial entre regiones. Por ejemplo, actualmente Europa y América del Norte albergan a unos 1.100 millones de personas, una cuenta similar a la del África subsahariana.
Pero mientras los primeros se van a quedar estáticos en el mismo número, los segundos registrarán una expansión considerable, pues sumarán 2.094 millones para 2050. En concreto, más de la mitad del crecimiento de la población de aquí a mediados del siglo será atribuible al África subsahariana.
Cuando el lente se mira desde un ángulo distinto, muestra que la mayor parte del salto proyectado se concentra en un puñado de naciones de Asia y África. En concreto, la República Democrática del Congo, Egipto, Etiopía, Nigeria, Pakistán, Filipinas y la República Unida de Tanzania agregarán una alta proporción de los 1.700 millones de personas adicionales que tendrá la población del planeta a mediados del siglo.
Mención aparte merece India, que el próximo año superará a China como el Estado más populoso de todos, al sumar 1.422 millones de ciudadanos. En 2050, el dato ascenderá a 1.668 millones, para ese entonces 351 millones más que su vecino al norte del Himalaya.
Por su parte, América Latina y el Caribe mostrará una expansión mucho más moderada. Con 660 millones de personas actualmente, la región llegaría a un pico inferior a los 752 millones en 2056 y comenzaría a registrar reducciones que la dejarían en el mismo guarismo de ahora hacia 2097. La diferencia es que, si ahora representamos el 8,3 por ciento de la humanidad, para ese entonces seremos menos del 7 por ciento.
Por su parte, América Latina y el Caribe mostrará una expansión mucho más moderada. Con 660 millones de personas actualmente, la región llegaría a un pico inferior a los 752 millones en 2056
Lo anterior no necesariamente es un problema, sino que puede convertirse en una oportunidad. Para comenzar, esta parte del mundo es y seguirá siendo rica en recursos: cuenta con el 13 por ciento de la superficie mundial, además de todos los pisos térmicos y abundante oferta hídrica.
Bajo ese punto de vista, y a pesar de los desafíos que implica el cambio climático, es lógico pensar que buena parte de la oferta adicional de alimentos o de minerales podría salir de esta zona. Claramente, el reto es hacerlo de manera sostenible para no cometer los errores del pasado y poder de paso corregir las inequidades que nos caracterizan.
Parte de esa tarea pasa por aprovechar aquello que los expertos describen como la ventana de oportunidad demográfica, un momento en la vida de todas sociedades en el cual la proporción entre número de trabajadores y personas dependientes es baja. Esa circunstancia permite niveles de acumulación y bienestar más altos, pero puede irse sin dejar réditos si los gobiernos de turno no crean las condiciones adecuadas para estimular inversión y generación de empleo.
Dado que, en lo que atañe a los latinoamericanos, ese espacio empezará a cerrarse pronto, es obligatorio pensar con un mayor sentido de urgencia. Puesto de otra manera, el devenir de la sociedad latinoamericana madura del mañana dependerá de lo que haga la sociedad latinoamericana todavía joven del ahora.
De vuelta a un plano más amplio, salta a la luz que las disparidades que son la impronta del planeta apuntan a ser más extremas con el paso del tiempo, a menos que se creen polos de desarrollo en otros puntos de la geografía. El llamado es particularmente urgente en lo que respecta al África subsahariana y el sur de Asia, donde centenares de millones de personas adicionales buscarán su sustento.
Si los medios disponibles no garantizan un nivel de vida aceptable, las presiones migratorias no cesarán. La pregunta de fondo es respecto a un proceso ordenado o caótico, una respuesta que en su debido momento darán los líderes políticos de turno, en medio de vientos de xenofobia y tensiones racistas, culturales y religiosas.
Sobre el papel, permitir el movimiento de personas del norte hacia el sur o del oriente hacia el occidente tiene toda la lógica. En Europa, Estados Unidos y Canadá, la participación de los mayores de 65 años dentro del total de la población alcanzará el 27 por ciento para 2050, casi seis veces más que en África subsahariana.
Bajo ese punto de vista, permitir que lleguen jóvenes y se integren a sociedades que necesitan una fuerza de trabajo productiva, cuyos aportes servirán para sostener los pilares del Estado de bienestar, es lo que corresponde. El problema, como lo expresa el surgimiento de los movimientos de extrema derecha en tantos lugares, es que sectores de la ciudadanía se resisten a ver personas de colores y religiones distintas debidamente integradas en su realidad.
Cálculos y cuentas
¿Pueden cambiar radicalmente las proyecciones de Naciones Unidas? Sin duda alguna. Una demostración reciente vino por cuenta de la irrupción de la pandemia, que habría incidido en cerca de 20 millones de muertes, según las cuentas que hace la revista The Economist (la ONU habla de 14,9 millones entre el 1.º de enero de 2020 y el 31 de diciembre de 2021).
Como consecuencia, la esperanza de vida en el planeta bajó en 1,7 años entre 2019 y 2021. En lo que corresponde a Latinoamérica –que fue una de las áreas más golpeadas por el covid-19–, el retroceso habría sido de tres años.
A pesar de ese impacto, el bache es temporal pues el número global de nacimientos posiblemente se estabilice en unos 138 millones anuales dentro de un tiempo no muy largo. Una vez superada del todo la emergencia causada por el coronavirus, los avances en prevención y atención sanitaria y médica seguirán su curso, con lo cual la esperanza de vida promedio subirá desde ahora otros seis años para 2050, hasta superar los 77 años.
La esperanza de vida en el planeta bajó en 1,7 años entre 2019 y 2021.
De todas maneras, las diferencias persistirán. Mientras para alguien nacido en Australia o Nueva Zelanda la expectativa de vida subirá hasta los 87 años, la brecha frente al África subsahariana será todavía superior a las dos décadas.
No menos notoria es la diferencia de género en materia de longitud de vida, pues el femenino todavía superará al masculino en cerca de cinco años. Las explicaciones de por qué los hombres continuarán durando menos que las mujeres van desde la violencia hasta los hábitos alimentarios, pasando por el alcoholismo en países como Rusia.
Sin entrar en las disquisiciones sobre si un planeta con una población más madura es conveniente, el llamado de atención que viene de hacer la ONU es importante. Para comenzar, pone de presente que tanto los mercados laborales como los sistemas de seguridad social tendrán que adaptarse a escenarios distintos y al mismo tiempo previsibles.
Y ese proceso debería ser gradual, lo cual se traduciría en edades de retiro mayores o en una creciente oferta de servicios que privilegie la llamada economía del cuidado. Además, como hay sociedades que ya entraron en esa dinámica hay tiempo para aprender de los aciertos y las equivocaciones individuales.
Lamentablemente, también es factible que muchos países se crucen de brazos, sin anticiparse debidamente a las crisis. Colombia, que está ad portas de discutir una reforma del régimen de pensiones y otra del de salud, necesitaría comprender que se encuentra obligada a ser responsable no solo con la actual, sino con las próximas generaciones. Ello comprende el diseño de estructuras financieramente viables, para que el futuro no sorprenda a nadie.
Pero esa es apenas una de las muchas tareas pendientes en un mundo que continuará aproximándose a los 10.000 millones de personas de manera inexorable. Semejante cantidad de gente, no está de más recordarlo, cuadruplicará en tan solo 37 años a la contabilizada en 1950.
Conseguir que en ese momento el planeta sea mucho mejor que el de ahora obliga a pensar en el largo plazo, pero en medio de tantas urgencias es válido dudar que ello tendrá lugar. Lástima, porque así muchos no lo crean, el mundo sigue andando.
RICARDO ÁVILA PINTO
Especial para EL TIEMPO
En Twitter: @ravilapinto