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Relatos del reclutamiento forzado y la violencia sexual hacen parte de un libro.

Vestidas de blanco y acompañadas de sus familias, las mujeres víctimas de las Farc recibieron el informe del CNMH.

Vestidas de blanco y acompañadas de sus familias, las mujeres víctimas de las Farc recibieron el informe del CNMH. Foto: Mauricio Moreno. EL TIEMPO

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El relato del reclutamiento forzado y la violencia sexual de todo tipo, hacen parte del libro que el Centro Nacional de Memoria Histórica publicó sobre las niñas víctimas de las Farc. Este, uno de los testimonios recogidos por la Corporación Rosa Blanca.
Cada palabra de las niñas (hoy mujeres) que fueron reclutadas entre 1994 y 2008 por la guerrilla de las Farc es un demoledor testimonio de la barbarie que centenares de ellas tuvieron que vivir.
El Centro Nacional de Memoria Histórica documentó 19 casos de quienes quisieron hablar y los reunió en el libro Testimonios de la Rosa Blanca.
Alexandra es una de las mujeres que decidió relatar su dolor, pese a las amenazas que aún persisten.
Aquí, un fragmento de su historia:
“En Herrera (Rioblanco-Tolima) vivía con mi mamá, mis hermanos y mi padrastro. Ella tenía su negocio, la casa y una finca. Mis hermanos Eliacid, de 10 años; Gustavo, de 13 años, y yo, de 15 años, estábamos estudiando en el Colegio San Rafael, donde cursaba octavo grado.
La guerrilla empezó a ir al colegio, donde hacían lo que ellos llamaban ‘organización de masas’, que consistía en meterles ideología fariana a los estudiantes. Para ese tiempo, como yo le ayudaba por las tardes y los fines de semana a mi tía en una cigarrería que tenía, empecé a hablar con un hombre al que le decían alias Miller Salcedo; él iba cada quince días con los guerrilleros a comprar dulces o insumos que llevaban para el monte.
Como mi mamá tenía una talabartería en el pueblo, donde se hacía el tratamiento de cueros, los hombres de la guerrilla empezaron a llevarle los uniformes y los equipos diciéndole que ella debía arreglarlos, pero como se negó a prestarles ese servicio, el guerrillero Miller llevó al pueblo a otro talabartero para que él les hiciera esos trabajos y así empezar a ponerle competencia en el mercado a mi mamá.
A partir del año 2004, como estrategia militar el Gobierno nacional empezó a reforzar la presencia del Ejército en la región, ellos llegaban a Herrera (Tolima) cada tres meses y después volvían a trasladarse.
Así empezaron a moverse las cosas en el pueblo: al salir el Ejército, volvía la guerrilla y después, cuando volvía el Ejército, se iba la guerrilla, y así sucesivamente por un año más o menos. En una de esas entradas de la guerrilla, un señor al que le decían alias Cristian Pérez –quien era el cantante de la guerrilla– hizo una reunión a la que tuvo que ir todo el pueblo. Ese día leyeron una lista de las supuestas mujeres que, según ellos, por ser novias, parejas o familiares de militares, colaboraban con el Ejército.
En una lista de más de treinta mujeres me llamaron a mí porque decían que yo supuestamente era novia de un soldado. A dos muchachas que estaban en esa lista las llamaron para matarlas, a otras les pusieron como castigo lavar la plaza de mercado, la casa colonial, barrer todo el pueblo y pintar las casas; y a las restantes nos sentenciaron a abandonar el pueblo. En ese momento yo tenía quince años.
Cuando vi que me pusieron en esa lista sentí que casi me muero y me puse a llorar
porque mi mamá era lo más importante para mí. Después de ese día, el tiempo fue pasando, pero todos seguíamos a la expectativa de lo que iba a pasar después de esa reunión. A las mujeres que les pusieron los castigos los cumplieron, pero como yo no sabía para dónde irme decidí quedarme en el pueblo. Pasados tres meses de la reunión todo se calmó, y pensé que se habían olvidado de eso, hasta el día que llegaron al colegio alias Mico y alias Cuadrito con varios hombres uniformados y armados con fusil, en un carro, para llevar a los muchachos que iban a reclutar.
Cuando salí ese día del colegio se acercaron y me dijeron que venían por mí y aunque yo les pedí que me dejaran ir, respondieron que, como no me había ido del pueblo, entonces la orden era matarme, así que si no me iba con ellos me mataban.
Ese día me subieron al carro con cinco menores más, pero yo era la única mujer. Nos llevaron a una finca cerca del pueblo para pasar la noche y al otro día en la madrugada vino Mico a decirnos que debíamos irnos a otra finca, por el lado del páramo, a donde un señor que le decían Pedro Mochilas. Al llegar allá nos dejaron con los comandantes de los milicianos, que eran alias Macho, Cristian Pérez y el Indio Efraín.
A partir de ese momento estuvimos durante tres días en entrenamiento de polígono hasta que decidieron que a los muchachos los iban a dejar en el pueblo como milicianos y a mí me iban a internar como guerrillera. En el camino hacia el campamento, alias Mico decidió dejarme en la casa de mi tía mientras él se iba para la casa de mi mamá a decirle que iba a dejar que me viera, pero si ella (mi mamá) se ponía a llorar o a decir algo, él la iba a matar ahí mismo.
Después de darse ese encuentro con mi mamá, Mico me llevó caminando hasta un campamento donde se encontraba alias Jerónimo, quien estaba con muchos guerrilleros porque se habían reunido todas las compañías guerrilleras para hacer “balance de la gestión”.
Al otro día en la mañana, alias Jerónimo me llamó a su caleta y desde ese momento empieza a obligarme a quedarme con él todo el tiempo para abusar de mí. Por una semana me hizo ir hasta tres veces por día a la caleta, para tomarme fotos y obligarme a estar con él. Yo estaba muy asustada, lloraba todo el tiempo y le decía que no quería estar ahí, por lo que él empezó a golpearme. Durante el transcurso de esa semana tomé la decisión de buscar a alguien que me ayudara entre tantos guerrilleros.
Como había muchos guerrilleros, recuerdo que me acerqué a una que yo había visto antes de que me reclutaran, que se llamaba Vicky o Victoria Sandino, y le pregunté que si se acordaba de mí. Al verme ella se mostró muy interesada en escucharme y pensé que era la oportunidad de contarle lo que me estaba pasando con Jerónimo.
En esa oportunidad, me dijo que iba a ver qué se podía hacer para que me llevaran con mi mamá, pero yo no volví a verla esos días. Cuando terminó ese balance de gestión de la guerrilla, cada compañía volvió a su lugar y a mí me dejaron en la Compañía Miller Salcedo, por lo que pensé que todo iba a cambiar y que no me iba a pasar nada, ya que el comandante alias El Abuelo tenía pareja. Pero a los pocos días me enteré de que la mujer de él estaba embarazada y por esa razón la tenía en el pueblo; y a partir de ese momento empezó a llamarme cada dos días o día y medio para abusar de mí.
***
En esa Compañía me tocaba prestar guardia, hacer rancha, chontos (letrinas), y empecé a darme cuenta de que además del abuso de El Abuelo, los demás oficiales de servicio (como llamaban a los mandos medios) también empezaron a hacer lo mismo conmigo.
Pasado el tiempo en el campamento llegó nuevamente alias Vicky y, al verla, yo le pregunté si se acordaba de lo que yo le había comentado, que quería irme de allá y que estaba pensando en volarme. Pero en ese momento ella me dijo: “Mujer, nosotras aquí somos mujeres y ellos hombres… y esto es parte de nuestro trabajo y si no quiere que le den duro debe quedarse callada”.
Después de ese día, nunca más la volví a ver.
Recuerdo que una noche un guerrillero raso llegó a mi caleta como a la una de la mañana y me abusó sexualmente. Como yo puse resistencia lo que más pude, un guardia que escuchó lo que pasaba fue a contar lo sucedido, pero cuando me llamaron a rendir informe, me pusieron como castigo hacer cien viajes de leña y quince chontos; ese día al ver que solo me sancionaron a mí, decidí que no quería seguir permitiendo más abusos.
Una de esas noches, un oficial de servicio que llamaban alias Tola volvió a abusarme en la caleta y ante mi decisión, fui directamente a poner la queja delante de todos, pero, al contrario, me doblaron el trabajo.
Como por esos días este oficial de servicio estaba en curso básico militar, en una prueba física, me dijo que me tenía que lanzar por un barranco y como yo lo vi muy alto, me negué a hacerlo; pero él me dijo: “Se tira o la tiro”. Por el miedo a contrariar las ordenes salté, pero el barranco estaba a una altura de diez metros y al rodar por el suelo me fracturé el brazo derecho.
Me mandaron, en compañía de alias Zorro, al hospital de Herrera, que quedaba a ocho horas de donde estábamos. Cuando llegué a donde el médico, él me revisó el brazo y dijo que como me había fracturado, me iban a enyesar en la ciudad de Ibagué.
No pudieron remitirme al hospital inmediatamente porque quien debía darme el permiso para poder ir hasta la ciudad de Ibagué era El Abuelo. Entonces me dejaron ocho días en una casa sin tratamiento, hasta que yo pude mostrarle que tenía mi brazo morado de la inflamación... pero en ese momento se puso a reírse y dijo que él no me iba a dar la remisión y que, entonces, me mocharan ese hijueputa brazo.
Como me dio mucho miedo por lo que pudiera pasarme, busqué la manera de comunicarme con mi mamá... ella se enojó mucho y se fue hasta donde estaban esos comandantes a reclamarles que tenían que responder por mí y dejarme salir.
Al verla, alias El Abuelo aceptó que yo fuera a la ciudad de Ibagué, advirtiéndole que si me llegaban a capturar, mi familia iba a pagar las consecuencias... mi familia tuvo que quedarse como garantía.
Al llegar al hospital de Purificación nos explicaron tenían que remitirme nuevamente a Ibagué, donde a los diez minutos de mi llegada se me acercaron unos funcionarios del DAS, quienes me comunicaron que ya sabían quién era yo. Me leyeron unas condiciones y me puse a llorar.
Duré cuatro días en el hospital Federico Lleras bajo vigilancia de un funcionario y a mi salida ellos le solicitaron a mi papá que se hiciera cargo de mí. A los cuatro días volvieron a buscarme para llevarme a hacer reconocimiento de guerrilleros por fotos, entre las que tenían algunas de El Abuelo, la esposa y otros más. Pero yo no hice el reconocimiento de ninguno por temor, ya que la guerrilla tenía retenida a mi familia.
Como pasaba el tiempo y yo no decía nada, mi papá empezó a presionarme y a decirme que colaborara. En esa semana llegó a la casa un hombre que le decían alias el Yelado y me subió en un carro hacia el campamento en Herrera, donde El Abuelo me pidió cuentas sobre mi captura y, aunque yo le dije que no había dicho nada, me dejó castigada durante quince días sin armas mientras me seguía abusando constantemente.
Como el brazo seguía infectado y se ponía cada vez peor, yo le supliqué que me dejara ir con mi mamá para recuperarme y ante mi insistencia accedió dejarme ir por tres meses con ella por lo cual decidí desertarme y me fui par Cali.
Al tiempo decidí viajar de nuevo a mi casa para pasar diciembre con mi mamá, pero cuando los guerrilleros se enteraron que yo había regresado a la región, llegaron a mi casa y me llevaron con ellos en una comisión por Maracaibo, donde estaba nuevamente El Abuelo.
En el mes de marzo de 2007 me dejaron ir donde mi mamá. Con el tiempo empecé una relación sentimental con un compañero que era civil y quedé embarazada.
Me dio mucho miedo porque si se enteraban, mi comportamiento iba a ser castigado en la guerrilla mediante un consejo de guerra.
Como yo seguía en recuperación del brazo, unos milicianos volvieron a mi casa a llevarse a mis hermanos en reemplazo mío; A finales de noviembre, los guerrilleros se enteraron de que yo estaba embarazada. Mandaron a una guerrillera a que me vigilara y me dijeron que a los tres días de que naciera el bebé, me iban a llamar para castigarme; pero yo sabía que era para fusilarme.
Como mi padrastro veía la presión que teníamos encima, apenas pudo, en la madrugada, a las tres de la mañana salimos de allá.
Cuando los guerrilleros se dieron cuenta de que nos habíamos ido, buscaron a mi abuelo y lo extorsionaron un tiempo sacándole plata. Nunca más volví a ese lugar y, como tenía mucho miedo a que me encontraran, duré muchos años escondida (...).
JINETH BEDOYA LIMA
EDITORA DE TEMAS ESPECIALES DE EL TIEMPO
En Twitter: @JBEDOYALIMA

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