En varias décadas de ‘guerra contra las drogas’ no se ha logrado acabar ni con la producción ni con el consumo, y ni siquiera la pandemia de coronavirus ha detenido el uso y el tráfico ilegal. Por ello esa guerra está perdida, dice Julián Quintero, director de la corporación Acción Técnica Social, que tiene el proyecto Échele Cabeza, sobre prevención de riesgos por consumo de sustancias psicoactivas.
Quintero habla sobre los cambios de los mercados y los consumidores, sobre cómo los esfuerzos deberían dirigirse a la regulación y otros temas del libro que se acaba de publicar por los 10 años de Échele Cabeza.
¿Cuándo nos convertimos en un país consumidor?
Hay registros de consumo de
cocaína, heroína y láudano desde antes de que las leyes de 1920 las prohibieran, luego, en los años 60 el país vivió el hippismo de la mano con la marihuana, en los años 80 el Ministerio de Salud registró cerca de 1’200.000 consumidores de bazuco, y en la última década el consumo de drogas de síntesis no ha podido calcularse.
Colombia ha tenido un consumo de drogas proporcional a su desarrollo, pero es de los países que menos invierten en prevención y atención del consumo (3 %) y más en interdicción (95 %), según Ruta Futuro, política antidrogas de este gobierno. Para tener las drogas más baratas del mundo y tan poca inversión en prevención, es un milagro que el problema no esté más grave.
Para tener las drogas más baratas del mundo y tan poca inversión en prevención, es un milagro que el problema no esté más grave.
¿Cómo cambia el consumo?
En los 60, con el hippismo, se veía mucho la marihuana y el LSD. Después vino un consumo agónico y destructivo en los 80 y 90 de la mano del bazuco. A principios del siglo XXI llegaron las drogas de síntesis y en los últimos 10 años el LSD le quitó el segundo puesto de consumo en
drogas a la cocaína.
Hoy ha vuelto la cultura cannábica, se está terminando la moda del ‘tusibí’, un polvo rosado que es una mezcla de varias sustancias, y ahora se vienen los psicodélicos como el DMT –molécula sintetizada de uno de los componentes del yagé– y hongos alucinógenos que ya se cultivan en tupperware. Y aunque en Colombia ya se usan las smart drugs –fármacos que estimulan la actividad neuronal– su temporada empezará en unos dos años.
¿Las drogas son iguales?
Han cambiado las concentraciones. Por ejemplo, hace 15 años una pastilla de Éxtasis era de entre 120 y 150 mg, hoy casi todas son de 230 mg, esto a pesar de que 250 mg ya es una dosis tóxica para un adulto. Y las sustancias están mezcladas y rendidas, lo cual genera riesgos. También hemos visto procesos cíclicos en cada generación; por ejemplo, acaba de ponerse de moda otra vez el ‘chamberlain’, una mezcla de alcohol antiséptico con refresco en polvo que puede causar ceguera y muerte. Hay otras experimentaciones, como jóvenes que están consumiendo pastillas de dormir de sus papás, huelen gasolina y cosas así.
¿Quiénes y cómo son hoy los consumidores del país?
En general, hoy tienen más información y son más conscientes sobre su
consumo, no son desadaptados ni le están haciendo daño a la sociedad. En rangos etarios, hay consumidores experimentales, que normalmente van desde los 14 a los 20 años, también están en un contexto en que se habla del fracaso de la guerra antidrogas.
Después tenemos los que van de los 20 a los 30 años, son universitarios que empiezan a tener trabajos y usan sustancias con fines recreativos en fiestas, algunos ya están en el proceso de reconocerse como consumidores. Por último están personas entre 30 y 50 años, gente más madura, que ya tiene familia o está empezando a estabilizarse, son consumidores habituales y tienen una droga predilecta.
Ha habido alertas sobre algunos psicodélicos...
Tras la reaparición con fuerza del LSD la gente creyó que todo lo que venía en un papelito era LSD y no, para el año 2014 el
Ministerio de Justicia halló 5 nuevos tipos de sustancias Nbome –un psicodélico de mediana duración, sintetizado en 2003–, para 2015 y 2016 el Minjusticia relacionó 6 muertes con esa sustancia. Su efecto es muy distinto al del LSD y como la gente no lo sabe, es muy fácil sobredosificarse. Con Nbomes puede haber insomnio y una psicodelia intensa que pueden llevar a una crisis de salud mental muy fuerte que haga cometer acciones erráticas.
¿Qué otros cambios han visto en el mercado?
Hablando de lo más reciente, la pandemia aceleró procesos en la compra de la sustancias. Según una encuesta que hicimos en la tercera semana de la cuarentena, cerca del 12 % de las transacciones se pagaron por aplicaciones virtuales, antes teníamos identificado que estos pagos estaban entre 2 y 3 %. De otro lado, el 27 % de la gente recibió su
droga por empresas de envío y domiciliarios, y estamos casi seguros de que quien la transportaba no sabía lo que llevaba. Aunque esto generó un ligero aumento de precios, creo que esto se mantendrá porque estas operaciones redujeron el riesgo de portar sustancias en el espacio público.
¿Cómo estamos frente a psicoactivos legales?
El licor, el cigarrillo y la cafeína son las sustancias que más se consumen en Colombia. El cigarrillo es la que más daño causa a nivel individual, mata más de 30.000 personas al año, según el Ministerio de Salud. El alcohol es la sustancia de mayor impacto social, asociada a riñas, violencia intrafamiliar y accidentes viales. El café, como descubrimos en la encuesta, es la segunda sustancia de mayor experimentación en la
cuarentena. Lo que pasa es que son sustancias legales, normalizadas, y que rentan grandes cantidades de impuestos, aunque estos no se invierten en campañas de prevención o reducción de daños.
¿Qué tanto se ha abordado la mitigación de riesgos?
La ley 30 de 1986 es la columna vertebral de la política de drogas, pero solo hasta 2007 salió la primera política para abordar el tema desde las
salud pública, y solo hasta 2012 salió una ley que trata el consumo como enfermedad. Aunque el gobierno de Iván Duque quiso retroceder con decretos de populismo punitivo, hay una corriente mundial para abordar el consumo desde una perspectiva de participación y regulación que ha ganado espacio.
¿Qué tan lejos estamos de regular drogas recreativas?
Nos han hecho pensar que no estamos listos, pero muchas familias ya aprendieron a lidiar con el consumo en sus casas, las comunidades y barrios ya llegan a negociaciones con los consumidores, etc. La
pandemia atrasó varios temas que estaban listos, hay dos proyectos de ley para la regulación de la marihuana para uso recreativo, hay un proyecto sobre tratamiento penal diferencial, está a punto de radicarse un proyecto para regulación de coca y cocaína.
Tras varias décadas no se ha ganado la guerra antidrogas, ¿qué falló?
Desde el principio fue una guerra para perseguir minorías poblacionales, su cultura y su pensamiento político, como fueron los migrantes latinos, los hippies y las comunidades negras; nunca fue una guerra contra el daño a la salud de las drogas. Lo segundo es que el populismo punitivo da más votos que la
educación de la sociedad. Lo tercero es que es un negocio muy rentable para quienes los llevan en la ilegalidad y para quienes viven en la legalidad de perseguirlo, ¿cuántos funcionarios públicos, centros de tratamiento, vendedores de armas, de glifosato y otros se quedarían sin trabajo si este negocio fuera legal?
¿Qué decirles a quienes han sido víctimas de las drogas?
Hay que buscar que se reconozcan como víctimas del engaño de la política de drogas, les prometieron que con persecución las acabarían y no fue así. También fueron
víctimas de una minoría que tiene problemas con las drogas y que no supera el 12 % del total de consumidores en el mundo. Por último, que se den la oportunidad de ver más allá de quienes creen que la persecución es el único camino. Estados Unidos y Canadá se hacen más ricos con la legalización de la marihuana, Suiza les da heroína a sus ciudadanos adictos, Uruguay redujo la violencia por narcotráfico, Holanda vive del turismo psicoactivo, esas son pruebas fehacientes de un cambio.
¿Cómo ve el acuerdo de paz frente a una solución al problema de las drogas?
Las reformas en el acuerdo en el tema de drogas es lo más progresista en el nivel constitucional, pero, aunque incluye actores, enfoques, reformas y avances, en el fondo quiere lo mismo: acabar con el problema de las drogas ilícitas acabando con las drogas, y eso es imposible.
El libro habla de la regulación como camino para resolver el problema, ¿por qué?
Está demostrado que la regulación es la opción menos dañina para istrar la oferta y demanda de sustancias potencialmente peligrosas, pero que los ciudadanos están dispuestos a usar. La regulación mediante la prohibición de publicidad, consumo en determinados sitios, prohibición a menores de edad ha logrado reducir el consumo de alcohol y cigarrillos de manera sostenida durante los últimos 10 años.
La regulación de la
marihuana recreativa en Estados Unidos ha logrado reducir los índices de violencia, accidentes de tránsito, la sobredosis por opioides, y los delitos asociados al narcotráfico, según evaluaciones del impacto del mercado de cannabis hechas por Drugs Policy Alliance.
Ya sabemos que esto no es Un mundo libre de drogas es imposible, necesitamos un mundo que conviva en paz con las drogas y para eso llegó la regulación.
MARÍA ISABEL ORTIZ FONNEGRA
Redactora de Justicia